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posiciones que para con él traería, llevó consigo algunas preciosas joyas que ofrecer á Muza, con las cuales esperaba templar su enojo. Tan luego como el vencedor de Guadalete vió al anciano walí, apeóse respetuosamente de su caballo. La entrevista fué fría y severa. «¿Por qué no has obedecido mis órdenes? le preguntó Muza con altivez.-Porque así lo acordó el consejo de guerra, le respondió Tarik, á fin de no dar tiempo á los enemigos para reponerse de su derrota, y porque así creía servir mejor la causa del Islam. » Y presentóle las alhajas que llevaba, y que el codicioso Muza aceptó. Pasaron luego juntos á Toledo. Allí, en presencia de todos los caudillos, preguntó Muza á Tarik dónde estaba la preciosa mesa verde de Sulemain. Presentósela el africano, pero falta de un pie, que de intento le había hecho quitar, ya veremos con qué singular previsión, diciendo, no obstante, que en tal estado había sido hallada. El término de estas conferencias fué la destitución de Tarik en nombre del califa, nombrando en su lugar á Mugueiz el Rumí, el cual tuvo la generosa valentía de constituirse en defensor del exonerado caudillo, pero sin poder evitar el que fuese reducido á prisión. Estas reyertas de los dos jefes dejaron hondas huellas de división entre las dos razas de árabes y africanos, como en el discurso de la historia habremos de ver.

En este tiempo, el joven Abdelaziz, que de orden de su padre había ido á Sevilla á sosegar un motín popular que contra la guarnición musulmana había estallado, pacificado que hubo la ciudad, salió hacia la costa del Mediterráneo, defendida por el cristiano Teodomiro (llamado por los árabes Tadmir), el mismo que había intentado rechazar la primera invasión de los árabes, y que después había hecho proezas en la batalla de Guadalete. Retirado allí con las reliquias del destrozado ejército godo, había sido proclamado rey de aquella tierra. Llevaba Abdelaziz á sus órdenes varios jóvenes entusiastas de las más nobles familias árabes, entre ellos Otmán, Edris y Abulcacín. Noticioso Teodomiro de la aproximación de Abdelaziz, apostóse con su gente en los desfiladeros de Cazlona y Segura, con ánimo de hostilizar al enemigo desde aquellas asperezas, sin exponer sus mal pertrechados soldados al rudo empuje de los lanceros árabes. Pero Abdelaziz combinó tan diestramente sus movimientos, que obligó á los españoles á replegarse á la provincia de Murcia. Persiguiéronles los escuadrones musulmanes hasta las áridas campiñas de Lorca, donde los lancearon y acuchillaron. Teodomiro se encerró con muy pocos en Orihuela, en cuyas puertas se presentó en seguida Abdelaziz. Grande. fué la sorpresa de éste al ver las murallas coronadas de muchedumbre de guerreros. Preparábase, no obstante, á dar el asalto, cuando vió salir de la ciudad un gallardo mancebo, que dirigiéndose á él, solicitaba hablarle en nombre del caudillo godo. El árabe le admite en su tienda, y escucha con la mayor cortesanía las proposiciones de paz del caballero cristiano, y en esta célebre entrevista se ajusta un convenio que original nos ha conservado la historia, y que es uno de los documentos más curiosos de esta época. He aquí su contexto:

el historiador inglés propende á hacer casi siempre la misma calificación de todo suceso que tenga algo de extraño ó de dramático.

«En el nombre de Dios, clemente y misericordioso: rescripto de Abdelaziz, hijo de Muza, para Tadmir ben Gobdos (Teodomiro hijo de los godos): séale otorgada la paz, y sea para él una estipulación y un pacto de Dios y de su Profeta, á saber: que no se le hará guerra ni á él ni á los suyos: que no se le desposeerá ni alejará de su reino: que los fieles (así se nombraban á sí mismos los árabes), no matarán, ni cautivarán, ni separarán de los cristianos sus hijos ni sus mujeres, ni les harán violencia en lo que toca á su ley (su religión); que no serán incendiados sus templos; sin otras obligaciones de su parte que las aquí estipuladas. Entiéndase que Teodomiro ejercerá pacíficamente su poder en las siete ciudades siguientes: Auriola (Orihuela), Balentila (Valencia), Lecant (Alicante), Mula, Biscaret, Aspis y Lurcat (Lorca): que él no tomará las nuestras, ni auxiliará ni dará asilo á nuestros enemigos, ni nos ocultará sus proyectos: que él y los suyos pagarán un dinhar ó áureo por cabeza cada año, cuatro medidas de trigo, cuatro de cebada, cuatro de mosto, cuatro de vinagre, cuatro de miel y cuatro de aceite: los siervos ó pecheros pagarán la mitad.-Fecho el 4 de redjeb del año 94 de la hégira (abril de 713). Signaron el presente rescripto Otmán ben Abi Abdah, Habib ben Abi Obeida, Edris ben Maicera, y Abulcacín el Mozeli.»>

Concluído el tratado, y manifestando Abdelaziz deseos de conocer á Teodomiro, el caballero cristiano se descubrió al joven árabe; era él, el mismo Teodomiro en persona. Sorprendió á los árabes tan impensado descubrimiento, celebráronlo mucho, y diéronle un banquete, en que comieron los dos caudillos juntos como si hubieran sido amigos toda la vida. Al día siguiente entraron Abdelaziz y Otmán en Orihuela con la gente más vistosamente ataviada, y preguntando á Teodomiro dónde estaban aquellos tantos guerreros que el día anterior coronaban los muros de la ciudad, tuvieron que admirar una nueva estratagema y ardid del caudillo cristiano. Aquellos soldados, pertrechados de cascos y lanzas, que habían visto sobre los muros, eran mujeres que Teodomiro había hecho vestir de guerreros; sus cabellos los habían dispuesto de manera que imitaran la barba larga de los godos. Aplaudieron los árabes la ingeniosa ocurrencia, riéronse de su mismo engaño, y todo contribuyó á que se entablara una especie de confraternidad entre Teodomiro y el hijo de Muza (1).

Pacificada toda la tierra de Murcia y Valencia, Abdelaziz retrocedió á las comarcas de Sierra Segura, descendió á Baza, ocupó á Guadix y á Jaén, tomó á Granada (Garnathat), colonia judía y arrabal de la antigua Illiberis (Elvira), entró en Antequera, y prosiguió á Málaga sin hallar resistencia, y dejando en las ciudades judíos y árabes de guarnición.

A este tiempo recibió Muza órdenes del califa, preceptuándole devolver á Tarik el mando de las tropas que tan gloriosamente había conducido, diciéndole que no inutilizase una de las mejores espadas del Islam. Muza obedeció, aunque bien á pesar suyo, pero con gran contento de los muslimes. Fingió, no obstante, una reconciliación sincera, y concertóse que Tarik con sus tropas marchase al Oriente de España, mientras él con las suyas se dirigía á reducir las regiones del Norte. Tarik recorrió el Sur

(1) Isid. Pac. Chron. 38.-Roder. Tolet. de Reb. Hisp.-Conde, capítulo xv.

y el Este de Toledo, la Mancha, la Alcarria, Cuenca, y descendió á las vegas y campos del Ebro hasta Tortosa. Muza tomó hacia Salamanca y Astorga, que se le rindieron sin resistencia, y volviendo y remontando el curso del Duero, haciendo después una conversión hacia el Ebro, vino á incorporarse con el ejército de Tarik, que sitiaba ya á Zaragoza (Medina Saracusta). Obstinada resistencia había encontrado Tarik en Zaragoza, pero la llegada de Muza, coincidiendo con el apuro de víveres de la plaza, desalentó á los sitiados, y fué causa de que se propusiese su entrega bajo las condiciones ordinarias. Muza, valiéndose de la ocasión y dejándose llevar de la codicia, impuso á los habitantes de Zaragoza una contribución extraordinaria de guerra, para cuya satisfacción tuvieron que vender sus alhajas y las joyas de los templos. Muza tomó en rehenes la más escogida juventud, y dejando el gobierno de la ciudad á Hanax ben Abdala, que luego edificó allí una suntuosa mezquita, prosiguió sometiendo el Aragón y Cataluña. Huesca, Lérida, Barcelona, Gerona, Ampurias, todas fueron reducidas á la obediencia del Islam. De allí volvió y enderezóse á Galicia por Astorga, entró en la Lusitania, y en todas partes fué recogiendo riquezas que no repartía con nadie.

Tarik, por el contrario, siguiendo otra ruta, y encaminándose por Tortosa á Murviedro, Valencia, Játiva y Denia hasta los límites del pequeño reino de Teodomiro, observaba también muy opuesto comportamiento. Trataba á los pueblos con dulzura, partía con sus soldados los despojos de la guerra, y con mucha escrupulosidad reservaba el quinto de todo el botín para el califa. Comunicaba á éste directamente sus operaciones sin entenderse con Muza. Éste por su parte no perdía ocasión de desacreditar á su rival para con el califa, ponderándole su espíritu de insubordinación y sus prodigalidades.

Estos enconos de parte de los dos conquistadores fueron causa de que el califa de Damasco escribiera á ambos mandándoles comparecer á su presencia, dejando el gobierno de España encomendado á personas de confianza. Tarik obedeció al momento: Muza lo hizo con más repugnancia, mas al fin, después de haber nombrado á su hijo Abdelaziz walí ó gobernador en jefe de España, partió con los despojos de sus felices expediciones, con la famosa mesa verde, y con inmensa cantidad de oro y pedrería. Pasó el Estrecho, y atravesó el Magreb, primer teatro de sus campañas y de sus glorias. En su comitiva iban cuatrocientos jóvenes de las familias godas más ilustres, que tomó para que sirvieran de ostentación á su marcha triunfal, y con este aparato fué costeando el litoral de África.

Tarik había llegado antes que él á Damasco, y expuesto ante el califa sencillamente y con lealtad su conducta. Cuando llegó Muza, Walid se hallaba gravemente enfermo; Suleiman, su hermano, designado para sucederle, hizo comparecer á los dos rivales. La historia de esta entrevista es de un género enteramente oriental. Muza creyó adquirir gran mérito á los ojos del califa presentándole la célebre mesa de oro y esmeraldas. <Emir de los creyentes, dijo entonces Tarik, esa mesa soy yo quien la ha encontrado. He sido yo, replicó Muza, este hombre es un impostor.Preguntadle, repuso Tarik, qué se ha hecho el pie que falta á la mesa.

Estaba así cuando se encontró, respondió Muza.-Emir de los fieles, exclamó Tarik, ahora juzgarás de la veracidad de Muza.»

Y sacando el pie de la mesa que llevaba escondido, le presentó al califa, el cual quedó convencido de que era Muza el verdadero calumniador. Y como ya deseaba tomar severa satisfacción de su conducta, le castigó teniéndole un día entero expuesto á un sol abrasador, haciéndole azotar y condenándole á una multa de cien mil mitcales, que Rasis y Ebn Kalkan hacen subir á doscientos mil. Así pagó el conquistador de Africa y de España la envidia y rencor con que había perseguido á Tarik.

Quedó, pues, sometida la España á las armas sarracenas. Rápida, breve, veloz fué la conquista. Lo que costó á los poderosos romanos siglos enteros de porfiada lucha, lo hicieron los árabes en menos de dos años. Diestros, políticos, activos, valerosos y entendidos capitanes eran los jefes de la conquista. El estupor se había apoderado de los españoles después del desastre de Guadalete, y no les dieron tiempo para recobrarse. El principio religioso, único que hubiera podido realentar los abatidos ánimos, tuvieron los conquistadores la política de aparentar por lo menos que le respetaban, dejando á los vencidos el libre ejercicio de su culto. Sin perjuicio de juzgar más adelante la conducta de estos primeros invasores, obsérvase desde luego que no fué ni tan ruda, ni tan cruel, ni tan bárbara como nos la pintaron nuestros antiguos cronistas, impresionados por las calamidades inherentes á tan brusca invasión, y como guiados por ellos la han representado después otros historiadores. A ser auténticas, como no se duda ya, las capitulaciones de Córdoba, de Toledo, de Mérida, de Orihuela, y aún la de Zaragoza, revélase en ellas más la política de un proselitismo religioso que el afán de exterminio, y algunas de sus condiciones fueron más humanitarias de lo que podía esperarse de un pueblo invasor que ocupaba por conquista un país donde hallaba diferente religión y distintos hábitos y costumbres: creemos que en este punto no puede compararse la conducta de los árabes á la de los romanos y godos; si bien se comprende también que á nadie tanto como á los conquistadores convenía, pocos como eran, no exasperar á una nación grande y vasta, que aunque amilanada entonces, hubiera podido en un arranque de cólera serles terrible (1).

Veamos cómo se condujeron los que sucedieron á Tarik y á Muza en el gobierno de España (2).

(1) Después de leer las crónicas cristianas y árabes, nos quedamos sin saber con certeza qué fué del conde Julián, del obispo Oppas y de los demás parientes de Witiza, ó causadores ó cómplices de la pérdida de España. Los unos suponen al conde Julián alentando á Tarik en el consejo de oficiales á que se apresurara á apoderarse de Toledo, los otros le hacen servir de guía á Muza desde su desembarco y en casi toda la expedición: otros, y son los más, guardan profundo silencio. El Pacense dice que Muza condenó á muerte á varios nobles de Toledo por causa de Oppas que se había fugado de la ciudad: per Oppam..... a Toleto fugam arripientem: lo cual probaría que los árabes no habían correspondido muy bien con los mismos que les invitaron ó auxiliaron en la empresa de la conquista.

De todos modos la suerte de la familia de Witiza ha quedado envuelta en bastante misterio.

(2) Fuera largo enumerar las inexactitudes que cometió Mariana, privado de

CAPÍTULO II

GOBIERNO DE LOS PRIMEROS EMIRES

De 713 á 732

Abdelaziz.-Regulariza la administración de España.-Su tolerancia con los cristianos.-Cásase con la reina viuda de Rodrigo.-Hácese sospechoso á los musulmanes. -Muere asesinado de orden del califa de Damasco.-Breve y justo gobierno de Ayub.-Traslada el asiento del gobierno de Sevilla á Córdoba.-El Horr.-Primera invasión de los árabes en la Galia.-Toma de Narbona.-Es depuesto El Horr por sus exacciones.-Alzama.-Hace una estadística de España.-Es derrotado en Tolosa de Francia.-Prudente y equitativo gobierno de Ambiza.-Conquista toda la Septimania.-Otros emires de España.-Castigo de sus tiranías.— Abderramán. -Rebelión de Munuza y su término.-Famosa batalla de Poitiers.-Carlos Martell. -Gran derrota del ejército sarraceno y muerte de Abderramán.

Encargado Abdelaziz del gobierno de España, y habiendo fijado su asiento en Sevilla, dedicóse á regularizar la administración de las ciuda des sometidas; nombró perceptores ó recaudadores de los impuestos, que por regla general consistían en el quinto de las rentas, si bien le rebajó hasta el diezmo á algunas poblaciones y distritos; creó un consejo ó diván, con el cual compartía la dirección de los negocios de España; estableció magistrados con el nombre de alcaides; dejó á los españoles sus jueces, sus obispos, sus sacerdotes, sus templos y sus ritos, de tal manera que los vencidos no eran tanto esclavos como tributarios de los vencedores. Indulgencia admirable, ni usada en las anteriores conquistas, ni esperada de tales conquistadores. Los que así quedaban y vivían denomináronse Mostárabes ó Mozárabes, nombre ya de antes usado en otros países por el pueblo vencedor.

Habíase señalado ya Abdelaziz por su clemencia y su moderación para con los cristianos. Una circunstancia notable vino á hacer todavía más suave la suerte y condición de los vencidos bajo el gobierno del joven emir (1), á estrechar más las relaciones entre árabes é indígenas, si bien fué al propio tiempo la causa de su ruina y perdición.

Dijimos en el anterior capítulo, que entre los prisioneros hechos en Mérida se hallaba la reina Egilona, la viuda del desventurado Rodrigo. Era joven y bella, Abdelaziz lo era también, y prendóse apasionadamente de

muchos documentos posteriores, en los capítulos que destina á la narración de estos sucesos. Su mismo ilustrador, el docto Sabau y Blanco, nota ya bastantes; y al llegar al cap. xxv del lib. VI, dice: «Los cronicones antiguos no hablan nada de lo que refiere Mariana en este capítulo, ni sabemos de dónde tomó estas noticias.» Hay errores evidentes de fechas, de nombres y de hechos.

(1) Dábase indistintamente á los gobernadores de España los títulos de emir y de wali, que equivalían á príncipe, dux, jefe ó gobernador. El emirato de España era una dependencia ó como vicariato del de África, que tenía su asiento en la moderna Cairwán, y éste á su vez dependía del califato de Damasco. Abdelaziz, antes de venir á España, había desempeñado el emirato de Cairwán.

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