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gan en Arlés para dar á los romanos un emperador. Sidonio Apolinar nos pinta esta asamblea electoral con las siguientes palabras: «Conforme á su antigua costumbre reúnense sus ancianos al salir el sol: bajo el hielo de la vejez conservan el fuego de la juventud. No es posible ver sin disgusto el lienzo que cubre sus descarnados cuerpos; y las pieles con que visten apenas descienden más abajo de las rodillas. Usan botines de piel de caballo, que aseguran con un simple nudo en medio de la pierna, cuya parte superior permanece descubierta.» El resultado de la deliberación fué elevar al imperio á Avito, suegro de Sidonio Apolinar, que regía entonces las armas romanas en las Galias. Avito partió para Italia.

Los suevos de Galicia, siempre belicosos, siempre inquietos y siempre feroces, mandados por su caudillo Rechiario, invadieron otra vez la provincia de Cartagena. En vano Avito y Teodorico unidos le enviaron embajadores intimándole que respetara las provincias del imperio. Los embajadores fueron maltratados, y Rechiario acometió y saqueó la provincia de Tarragona. Nuevos embajadores, nueva intimación y nuevo desprecio. Fué ya preciso que Teodorico acudiera con un ejército de godos y romanos á castigar la insolencia del suevo. Pasa Teodorico los Pirineos, Rechiario se retira, el godo le persigue, y viene á alcanzarle á cuatro leguas de Astorga, junto al río Orbigo, en una llanura llamada el Páramo (456). Empéñase allí la pelea, los suevos son derrotados con gran mortandad, y su jefe Rechiario se retira herido á las extremidades de Galicia. El godo avanza en su persecución: la ciudad de Braga abre las puertas á los godos acogiéndose á su piedad; no se quitó la vida á nadie, pero los principales suevos fueron hechos prisioneros, las casas saqueadas, los templos despojados, derribados los altares, y las iglesias convertidas en caballerizas: y eso que los godos eran los menos feroces de todos los bárbaros. Rechiario, enfermo de su herida, fué descubierto en su retiro, entregado á Teodorico, y condenado á muerte. Parecía, pues, destruído el imperio suevo en España por los godos. Teodorico salió de Braga, corrió la Lusitania y se apoderó de Mérida, donde recibió la noticia de que Avito había sido desposeído del imperio en Roma por el famoso suevo Ricimer, lo que movió al rey godo á regresar á su capital de Tolosa, no sin dejar en España una parte de su ejército, que tomó por engaño á Astorga, la saqueó y pasó á cuchillo sus habitantes: hizo lo mismo en Palencia: acometió en seguida á Coyanza (hoy Valencia de Don Juan) sobre el río Esla, cuyo castillo no pudieron tomar, y de allí se retiraron á la Aquitania. Este fué el principio del engrandecimiento de la dominación goda en la Península. El pensamiento de Avito y Teodorico era ayudarse mutuamente á engrandecer el imperio godo y el romano: quizá lo lograran si Roma no estuviera ya destinada á perecer muy pronto.

En efecto, el suevo Ricimer, nieto de Walia, había destronado á Avito, y vestido con la raída púrpura imperial á Mayoriano: pero Mayoriano comenzó á dar sabias, justas y saludables leyes, y á reanimar la gloria romana, y no había sido la intención de Ricimer sentar en el trono un hombre de talento: promovió, pues, una sedición, y le forzó á abdicar: puso la rota diadema sobre la cabeza de Libro Severo, especie de autómata imperial, y por lo mismo muy del agrado de Ricimer. Mas luego convínole TOMO II

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á éste deshacerse de Severo, le envenenó, y puso en su lugar á Anthemio, con cuya hija se casó. Indispúsose luego con su suegro, y trasladó la vieja púrpura de los hombros de éste á los de Olibrio, que se había casado con Placidia, hija de Valentiniano III. Roma por este tiempo fué saqueada tercera vez. Athemio fué muerto: murió también Olibrio, y Ricimer mismo cayó en la tumba en que había precipitado á cinco emperadores hechos por su mano.

Entretanto la España participaba de la espantosa descomposición que trabajaba al mundo. Creemos deber aliviar á nuestros lectores de la relación minuciosa de unos sucesos nublosos, confusos y embrollados, en que figuran muchos caudillos y ningún héroe; sucesos que pueden interesar sólo por sus resultados, no por sus pormenores; hechos comunes, guerras parciales, nombres oscuros, correrías y saqueos. ¿Qué podemos decir de los suevos Maldras, Fruman, Remismundo, y otros cuyos nombres nos han trasmitido las crónicas de aquel tiempo? ¿Qué eran y qué hacían? Eran caudillos que peleaban entre sí, que saqueaban, que se sometían á los godos, que se hacían arrianos como ellos, que todos tomaban el título de rey, sin que esto significase más sino que iban al frente de cierto número de parciales que seguían sus banderas, que morían en batalla ó asesinados, sin dejar á la historia otra cosa que un nombre que recogió un historiador. Los hérulos, que podemos llamar el pueblo corsario de los bárbaros, se acercaban con sus flotas á las costas de España, entraban en las poblaciones que hallaban desprevenidas, las saqueaban y volvían á embarcarse con los despojos. Teodorico, rey de los godos, enviaba sus generales y sus ejércitos á España, y sometiendo á los suevos, á unos por medio de tratos, y á otros por la vía de las armas, iba ensanchando sus dominios en la Península, al paso que estrechaba los de los suevos, que redujo á los términos de Galicia, quedando él dueño de la Bética y de casi toda la España, á excepción de algunas ciudades que aun obedecían á los romanos. Teodorico extendió también sus posesiones de las Galias, dominando desde el Loire hasta los Pirineos, de manera que el imperio godo fué el que creció al través de tantas discordias, al compás que menguaba el de los suevos y el de los romanos. En cuanto á religión, el arrianismo era el que dominaba, y dominaba á costa de la opresión de los católicos, de la persecución de los obispos ortodoxos, y de la destrucción de los templos. Entre los prelados católicos á quienes alcanzó la persecución del arrianismo fué uno Idacio, autor de una de las crónicas de que hemos tomado una parte de la relación de estos sucesos.

Tan trabajosa y lentamente se iba fundando en España la monarquía goda. Verémosla crecer con Eurico, que sucedió á Teodorico su hermano, á quien quitó la vida en Tolosa á fines del año 466 (1).

(1) Este Teodorico es el que nombran Teodorico II los que llaman también Teodorico á Teodoredo su padre.

Acerca de las cualidades y costumbres de este rey godo, nos ha dejado Sidonio Apolinar noticias curiosas é interesantes. «La estatura de Teodorico, dice, es mediana, su cabeza redonda, su cabellera espesa y crespa se levanta desde la frente hasta la coronilla: espesas cejas coronan sus ojos, y, cuando baja los párpados, sus largas cejas llegan casi

CAPÍTULO II

DESDE EURICO HASTA LEOVIGILDO

De 466 á 572

Reinado de Eurico.-Sus conquistas en la Galia.-Id. en España.-Termina definitivamente la dominación romana en la Península.-Llega el imperio gótico al apogeo de su grandeza.—Sus límites de uno y otro lado de los Pirineos.-Concluye el imperio romano con Augústulo.-Reino ostrogodo en Italia.-Recopilación de leyes hecha por Eurico.-Su muerte.-Alarico II.-Código de Alarico ó de Aniano.-Muere peleando con Clodoveo, rey de los francos.-Reinado de Amalarico.-Guerras con los francos.- Sus causas.-La princesa Clotilde.-Reinado de Teudis.-Invasión de los francos en España.-Célebre sitio de Zaragoza.-Tregua de veinticuatro horas.— Reinado de Teudiselo.-Id. de Agila.—Id. de Atanagildo.-Los griegos bizantinos en España.-Casamiento de las dos hijas de Atanagildo, Brunequilda y Galsuinda, con dos reyes francos.-Suerte desgraciada de estas princesas.-Toledo, capital del reino godo-hispano.-Muerte de Atanagildo.-Interregno.-Elección de Liuva.— Idem de Leovigildo.

Grandes pasos van á dar los pueblos en el último tercio del siglo v hacia el desenlace de la universal revolución. Los cimientos del nuevo edificio quedarán echados, y los materiales se irán distribuyendo para cada uno

hasta la mitad de las mejillas. Sus orejas, según la costumbre de su nación, están cubiertas y como azotadas por los bucles de sus largos cabellos. Su nariz forma una graciosa curva. Crécele poblada barba bajo las sienes; pero todos los días la afeita debajo de la nariz y en las partes inferiores del rostro. Su cuello y su barba son regularmente gruesos, y su tez, de un blanco de leche, se colora algunas veces de un sonrosado juvenil..... » En cuanto á su método de vida, Teodorico se levanta antes del día para asistir con poco séquito á las oraciones de sus capellanes, con el respeto y asiduidad convenientes: pero se conoce fácilmente que es un tributo que paga más bien á la costumbre que á la convicción. El resto de la mañana le dedica á los cuidados del gobierno. El conde que lleva sus armas está de pie cerca de su silla. Hácense presentes algunos guardias vestidos de pieles, que permanecen á cierta distancia por no hacer ruido, y murmullan sordamente excluídos de las salas interiores, y encerrados entre canceles. Entonces se da entrada á los embajadores extranjeros. Teodorico responde en pocas palabras á sus largos discursos.

»A las ocho se levanta y va á visitar sus tesoros ó sus establos. Cuando sale de caza se creería poco digno de la dignidad real llevar él mismo su arco; mas al presentarse la caza, tiende la mano por detrás, y un esclavo le alarga el arco, cuya cuerda no debe estar armada de antemano, porque se tendría por una molicie indigna del hombre: después, armándola él mismo, os pide le indiquéis el punto en que ha de herir, y no bien se le indica ya está acertado.

>> Su mesa ordinaria es la de un simple particular: su más sabroso manjar es la conversación, seria y formal por lo común: el arte, no el precio, constituye el valor de lo que se le sirve: la copa circula pocas veces, y los convidados tienen derecho de quejarse de ello. Sólo el domingo, en sus banquetes de ceremonia, se encuentra la elegancia de la Grecia, la abundancia de la Galia, y la actividad de la Italia.

>> Después de comer duerme muy poco ó nada. Entonces se le lleva el tablero de los dados. En el juego invoca alegremente la fortuna ó la espera con paciencia: si gana, calla, y si pierde, se sonríe. Poco aficionado al desquite, gústale, no obstante, aparentar

de los departamentos que se han de construir en esta grande obra de regeneración social.

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Tan luego como Eurico (Eurich, rico en leyes) fué ensalzado al trono de los godos (si trono podía llamarse todavía), sirviéndole de pedestal el cadáver de su hermano, concibió el pensamiento de hacer un reino gótico independiente en todo el territorio que Roma había poseído en la Galia y en España. El estado de disolución y de agonía en que se hallaba el imperio le brindaba ocasión favorable á sus fines, y tuvo además la precaución de negociar alianzas con Genserico, rey de los vándalos, con Remismundo que lo era de los suevos, y con Arvando, prefecto de las Galias y otros gobernadores romanos. Escasa, por lo tanto, fué la resistencia que halló Eurico en la Galia. Envió, no obstante, contra él Glicerio, que había sucedido á Olibrio en lo que todavía se llamaba imperio de Occidente, un ejército de ostrogodos mercenarios: pero éstos, que eran arrianos, en lugar de combatir, se unieron á los visigodos, que lo eran también. Siagrio, general romano, que le atacó con un cuerpo de auxiliares francos al mando de su rey Hilderico, sucesor de Meroveo, fué vencido y derrotado. Ecdicio era el único que con heroico valor se sostenía en la Auvernia; mas habiendo recibido orden de Julio Nepote, uno de esos fantasmas coronados que pasaban como fuegos fatuos sobre el agonizante imperio de los Césares, para que cediera la provincia al godo, ya nada pudo impedir á Eurico hacerse dueño de toda la Galia. Tomó, pues, á Arlés, Marsella, Clermont, desde donde pasó á Burdeos á recibir las felicitaciones de los príncipes vecinos. He aquí cómo nos pinta Sidonio Apolinar á los príncipes ó embajadores que á aquella corte concurrían: «Vemos allí, dice, al sajón de ojos azules... al viejo sicambro, que rapado después de la derrota deja crecer de nuevo su cabellera hacia el occiput; al hérulo de mejillas verduscas como los golfos del Océano que habita; al borgoñón, alto de siete pies, que dobla la rodilla para pedir la paz, etc.>>

No fué menos feliz Eurico en sus conquistas de España, adonde destacó dos cuerpos de ejército, uno de ellos mandado por él mismo en persona, según San Isidoro. En menos de tres años se hicieron los visigodos dueños y señores de toda España, si se exceptúa la pequeña parte que de

que no teme los azares. Suele deponer en el juego la reserva de rey, y excita á todo el mundo á la franqueza y á la familiaridad: le complace ver las emociones del que pierde, y necesita que se enfade el vencido para creer en su propio triunfo: muchas veces esta misma alegría cuya causa es tan frívola, favorece á otros negocios más graves.... Yo mismo, cuando tengo algo que pedirle, me procuro una feliz derrota, y pierdo la partida para lograr mi pretensión.

>> A las tres vuelve á cargar sobre él el peso de sus negocios, reaparecen los pretendientes, y este impertinente cortejo se agita en derredor suyo hasta que la noche y la hora de la cena le hacen dispersarse. Algunas veces durante la comida se introducen farsantes y bufones; pero sus mordaces chistes deben respetar á los convidados. Nada de música ni de coros; los únicos aires que agradan al rey, son los que despiertan el valor bélico. Finalmente, cuando se retira á descansar, por todas partes hay centinelas armados á las puertas del palacio. >>

Las guerras en que anduvo casi siempre envuelto este rey, no debieron dejarle disfrutar mucho tiempo de este sistema de vida,

antiguo habían dominado los suevos, y que les dejó Eurico como por merced en concepto de aliados; pero reducidos á las montañas dejaron los suevos por más de un siglo de figurar en la historia, como si hubieran desaparecido enteramente. Las adquisiciones de Eurico tenían ya el carácter de propias; ya no conquistaba para los romanos como sus antecesores, sino para sí mismo, y con él acabó de todo punto la dominación romana en la Península, siendo en rigor Eurico el primer rey godo independiente de España. Llegó con él el imperio visigodo al punto culminante de su extensión y engrandecimiento. Abarcaba de este lado de los Pirineos la España entera, excepto las montañas de Galicia, del otro lado toda la Galia desde el Ródano y el Loire hasta el Océano: todo el país desde el Duranzo, el mar y los Alpes Ligurios, era suyo. Fué la mayor monarquía que se fundó sobre las ruinas del imperio de Occidente.

Éste exhalaba entonces, por decirlo así, sus últimos alientos. La Italia estaba llena de razas bárbaras. Hacía de caudillo de las tropas romanas un tal Orestes, secretario que había sido de Atila: los soldados le ofrecieron el retazo de púrpura que aun quedaba; mas no queriéndola para sí, púsola sobre los hombros de un hijo que tenía llamado Rómulo Augusto, á quien su padre solía nombrar con el diminutivo de Augústulo: con este nombre ha seguido designándole la posteridad. Los bárbaros que estaban á sueldo del imperio, esciros, alanos, rugianos, hérulos y turingios, pidieron que se les entregara la tercera parte de las tierras de Italia. Resistiólo Orestes, y Odoacro, jefe de los hérulos, marchó contra él á la cabeza de los insurrectos peticionarios, hízole prisionero y le quitó la vida. Encontró luego á Augús tulo en Rávena, le despojó de la púrpura, y desdeñándose de condenar á muerte al último emperador romano, se contentó con desterrarle, señalándole una pensión de seis mil monedas de oro. El senado declaró que el Capitolio abdicaba el imperio del mundo. Odoacro fué proclamado rey de Italia en 23 de agosto de 476. El imperio que había comenzado con un Augusto acabó con un Augústulo á los quinientos y siete años menos algunos días; el mil doscientos veintinueve de la fundación de Roma. Llevaba el imperio ochenta y un años de agonía desde la muerte del gran Teodosio. «Roma, observa oportunamente un escritor moderno (1), en un principio guarida de bandidos, después de doce siglos de nombradía y de poder, volvió al polvo de la nada de donde había salido. Pero no todo ha concluído para Roma, la ciudad eterna. Si su poder temporal ha pasado, hallará una rica compensación en la autoridad espiritual de sus obispos, Roma será siempre la capital del mundo cristiano: Capitolii immovile

saxum.»

Cuando Odoacro, ejerciendo una sombra de autoridad, confirmaba á Eurico en el derecho á la posesión de todas sus conquistas de este lado de los Alpes, confirmación de que Eurico no necesitaba, Zenón, otro remedo de emperador en Oriente, daba una especie de investidura del imperio de Occidente á Teodorico, rey de los ostrogodos, que vino á destronar á Odoacro y hacerse proclamar rey de Italia. De este modo quedaron establecidas sobre las ruinas del imperio romano de Occidente dos grandes

(1) Le Bas, al final de su historia.

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