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abundante por otra parte de aguas y de víveres. Entonces fué cuando echó los cimientos del castillo que con el nombre de Alcazaba se conoce hoy todavía en Granada y forma parte de la ciudad (1). Pero Ased no pudo ver concluída su obra, porque encargado por Abderramán de perseguir los rebeldes del distrito, después de atacarlos briosamente á la cabeza de sus tropas y arrojarlos de sus posesiones, cayó mortalmente herido de una lanzada y falleció luego en Elvira. Grandemente sintió el emir la muerte de su fiel Ased, y nombró en su lugar á un caballero sirio llamado Abdel-Salem ben Ibrahim, el cual tenía doce hijos que todos llevaban las armas en favor de Abderramán. Ufanos los rebeldes de Sierra Elvira con la muerte del walí, y protegidos por nuevos moros venidos de Africa, reunidos todos bajo las órdenes de Abdel-Gafir, plagaron la Serranía de Ronda y con continuos amagos y rebatos nocturnos trabajaban los distritos de Arcos y Osuna, si bien contenidos por la gente de Écija, de Sevilla y de Carmona, que los hacían replegar á sus montuosas guaridas (766).

Otros cuidados embargaban al propio tiempo á Abderramán.

Los rebeldes de Toledo, sitiados tres años hacía, estábanlo tan flojamente, que más bien que cerco parecía ser una tregua ó convenio tácito entre sitiadores y sitiados de guardar cada cual sus posiciones sin hostilizarse. Tal estado de cosas no podía convenir á Abderramán, y menos en las circunstancias en que se hallaba; y así encargó al activo Teman ben Alkama que partiese á estrechar el sitio y apresurar la rendición de la ciudad. La presencia de Teman cambió la inercia en movimiento y la apatía en actividad. Al ver sus enérgicas disposiciones, aterrorizados los de Toledo abrieron las puertas implorando la clemencia del vencedor, no sin haber dejado antes escapar á nado por la parte superior del río á Cassim ben Yussuf, aquel hijo menor del famoso Fehri, tantas veces afortunado en deber á la fuga su salvación.

Entretanto Abdel-Gafir de Mequinez inquietaba desde sus montuosos abrigos á los alcaides de Écija, de Baena, de Sevilla, de Carmona, de Arcos y de Sidonia, y su osadía creció con el suceso siguiente. Los walíes de Africa, empeñados en arrojar de España á Abderramán, y conceptuándole apurado con la guerra de Elvira y con la de los cristianos del Norte, enviaron á las costas de Cataluña una escuadra de diez buques con tropas aguerridas al mando del jefe abassida Abdalla ben Abih el Seklebi, La noticia de este desembarque inspiró serios temores á Abderramán, que abandonando los alcázares y jardines de Córdoba, marchó apresuradamente en dirección del punto nuevamente amenazado. Mas antes de llegar á Valencia recibió aviso del walí de Tortosa de haber dispersado ya á los africanos y obligádoles á reembarcar con gran pérdida. En la refriega había muerto su jefe el Seklebi. Abderramán aprovechó esta ocasión para visitar la parte oriental de su imperio que aun no había visto, y recorrió Tortosa, Barcelona, Tarragona, Huesca y Zaragoza, volviendo por Toledo y Calatrava á Córdoba, donde hizo una especie de entrada triunfal. Pero aquellas bandas dispersas de africanos habían logrado incorporarse con las de Abdel

(1) Conde, part. II, cap. XVIII.-Marmol, Rebel. de los morisc., lib. I.

Gafir, con cuyo inesperado refuerzo envalentonado el molesto caudillo, se atrevió á tentar fortuna en la tierra llana, invadiendo las comarcas de Antequera, Estepa y Archidona, y avanzando hacia Sevilla. Noticioso de esta aproximación salió á su encuentro el valeroso Marsilio (Abd-el-Melek ben Omar), y como enviase de descubierta un destacamento al mando de uno de sus hijos, joven tímido é inexperto, no avezado á los horrores de la guerra, sorprendido el mancebo y bruscamente atacado por la caballería de Abdel-Gafir, volvió bridas á su caballo y corrió á ampararse al lado de su padre. Marsilio, indignado de verle huir tan cobardemente, no pudiendo reprimir la cólera: tú no eres mi hijo, exclamó; tú no eres un Meruán: muere, cobarde. Y enristrando ciegamente la lanza, le derribó del caballo, llenando de terror á los circunstantes (768).

Sangrienta y brava fué la lucha que se emprendió al siguiente día. El grueso de la facción acudió á Sevilla en la confianza de que Ayub ben Salem les abriría las puertas de la ciudad. Abdel-Gafir ocupó á Alxarafe (hoy San Juan de Alfarache), donde esperó las tropas de Marsilio. Al penetrar en las calles este intrépido jefe, una lluvia de venablos y de saetas lanzadas desde las ventanas diezmó sus filas, sus mejores oficiales pagaron con la vida tan temerario arrojo y el mismo Marsilio cayó gravemente herido. Entretanto en Sevilla ejecutábase otra no menos sangrienta tragedia. Ben Salem se había alzado abiertamente en favor de los rebeldes, ocupado el alcázar y degollado su guarnición. Abdel-Gafir, triunfante en Alxarafe, recibió aviso de avanzar: sus feroces hordas entraron sin obstáculo y ya de noche en Sevilla: el palacio del walí fué brutalmente destrozado, robadas las casas de los opulentos vecinos, y entrados á saco los almacenes de víveres y armas. Infausta noche fué aquella. Cuando la desenfrenada soldadesca se hallaba entregada á los horrores del más atroz vandalismo, vino á completar la confusión del sombrío cuadro la entrada de la caballería de Marsilio, que capitaneada por sus lugartenientes, irritada con la derrota de la víspera, penetró por las calles de la ya horrorizada población. Las tinieblas de la noche, el estrépito de los caballos, el sonido de los instrumentos bélicos, los lamentos de los despojados vecinos, los gritos de los sorprendidos saqueadores, los ayes de los moribundos y el crujir de las armas, todo formaba un conjunto de lúgubres y espantosas escenas, hasta que el resplandor del nuevo día vino á poner término al negro y sangriento cuadro. Abdel-Gafir con sus rebeldes se vió obligado á evacuar la ciudad y á retirarse á Callaza, y los sevillanos respiraron, que harto lo habían menester (1).

Cansado Abderramán de tan larga y fatigosa guerra, resolvió dirigir en persona las operaciones militares. Trabajo le costó al ministro Teman contener los fogosos ímpetus del emir, que á la cabeza de sus fieles zenetas quería lanzarse á castigar la audacia del pertinaz é importuno AbdelGafir, al menos hasta que llegase el refuerzo de tropas que se había pedido á Mérida. Llegaron al fin éstas, y Abderramán puso en acción todos sus recursos materiales para una pronta y decisiva campaña. Combinó

(1) Conde, cap. XIX.

diestramente su plan, y cuando el rebelde Abdel-Gafir acababa de vadear el Guadalquivir por la parte de Lora para ganar sus antiguas guaridas de la sierra, un ataque simultáneo de los dos ejércitos combinados arrolló completamente á las tropas rebeldes en las alturas de Écija, y una hora de matanza puso término á la guerra de siete años que tenía fatigado el país. El turbulento y porfiado Abdel-Gafir pereció atravesado de un lanzazo dirigido por la vieja pero vigorosa mano del anciano Abdel-Salem, que le cortó la cabeza con su propio alfanje. Más de cincuenta cabezas de caballeros africanos de la tribu de Mequinez fueron distribuídas en las poblaciones del país que habían sido teatro de la guerra, y clavadas según costumbre en los muros de las ciudades, sirvieron de sangriento trofeo en las plazas y edificios de Elvira, en la alcazaba de Granada, en los torreones de Almuñécar, y en las almenas de otras poblaciones de Andalucía. El vencedor Abderramán tomó enérgicas medidas para que no se reprodujese el fuego de la rebelión, y publicó un edicto de perdón para todos los que en un plazo dado depusiesen las armas y se acogiesen á su clemencia. Con lo que restituyó la paz á un país de tanto tiempo trabajado, y afirmó con ella su combatido trono (772).

Trasladóse el victorioso emir desde el campo de batalla de Écija á Sevilla con el fin de visitar y consolar al valiente y fiel Marsilio, que además de sufrir de sus heridas, se hallaba acongojado por la muerte que en un momento de ciego arrebato había dado á su hijo. Abderramán creyó conveniente alejarle de un país que le suscitaba dolorosos recuerdos, y le nombró walí de Zaragoza y de toda la España Oriental. Los grandes sucesos que en aquella tierra se preparaban habían de ofrecer á Abdelmelek un teatro digno de sus prendas, y allí había de ganar aquella fama que hizo tan célebre el nombre de Marsilio en las crónicas de la edad media y en los romances de Carlomagno, de cuyos sucesos nos habremos luego de

ocupar.

Sosegada la tierra de Andalucía con la derrota de Écija, gozó al fin Abderramán de una paz de diez años. Por de pronto, para asegurar las costas de las continuas incursiones de los walíes de África, dedicóse á fomentar la marina, aumentando sus escuadras: nombró almirante (emiral-má) al activo y fiel Teman ben Alkama, el cual en poco tiempo hizo construir numerosos buques de guerra sobre modelos que hizo venir de Constantinopla, de la mayor dimensión que entonces se conocía en las construcciones navales, y las aguas de Barcelona, Tarragona, Tortosa y Rosas, las de Almería y Cartagena, las de Algeciras, Huelva, Cádiz y Sevilla, se plagaron, al decir de los historiadores arábigos, de bien construídas naves, obra de la actividad de Teman, y los puertos de la Península se pusieron al abrigo de las incursiones africanas (774).

Dejemos por ahora á Abderramán ocupado en plantear en sus Estados una sencilla y sabia administración á beneficio de la paz, y veamos lo que entretanto hacían los cristianos de uno y otro lado del Pirineo.

CAPITULO V

ASTURIAS

DESDE FRUELA HASTA ALFONSO EL CASTO

De 757 & 791

Reinado de Fruela I.-Rebélanse los vascones y los sujeta.-Medida sobre los matrimonios de los clérigos.—Consecuencias que produjo.—Rebelión en Galicia. La sofoca.-Funda á Oviedo.-Mata á su hermano, y él es asesinado después por los suyos.-Reinado de Aurelio.-Idem de Silo.-De Mauregato.-De Bermudo el Diácono.-Sube al trono de Asturias Alfonso II.

Había coincidido la fundación del imperio árabe de Occidente en Córdoba con la muerte del belicoso rey de Asturias Alfonso el Católico (756). ¡Cuán bella ocasión la de las revueltas que despedazaban á los musulmanes para haberse ido reponiendo los cristianos y haber dilatado ó consolidado las adquisiciones de Alfonso, si los príncipes que le sucedieron hubieran seguido con firme planta la senda por él trazada y abierta, y si hubiera habido la debida concordia y acuerdo entre los defensores de una misma patria y de una misma fe! ¿Pero por qué deplorable fatalidad, desde los primeros pasos hacia la grande obra de la restauración, cuando era común el infortunio, idéntico el sentimiento religioso, las creencias las mismas, igual el amor á la independencia, la necesidad de la unión urgente y reconocida, el interés uno solo, y no distintos los deseos, por qué deplorable fatalidad, decimos, comenzó á infiltrarse el germen funesto de la discordia, de la indisciplina y de la indocilidad entre los primeros restauradores de la monarquía hispano-cristiana?

Por base lo asentamos ya en otro lugar. «Era el genio ibero que revivía con las mismas virtudes y con los mismos vicios, con el mismo amor á la independencia y con las mismas rivalidades de localidad. Cada comarca gustaba de pelear aisladamente y de cuenta propia, y los reyes de Asturias no podían recabar de los cántabros y vascos sino una dependencia ó nominal ó forzada (1).»

A Alfonso I de Asturias había sucedido en el reino su hijo Fruela (757). No faltaban á este príncipe ni energía ni ardor guerrero: pero era de condición áspera y dura, y de genio irritable en demasía. Mas este carácter, que le condujo á ser fratricida, no impidió que fuera tenido por religioso, del modo que solía en aquellos tiempos entenderse por muchos la religiosidad, que era dar batallas á los infieles y fundar templos. De uno y otro certifican con su laconismo mortificante los cronistas de aquellos siglos. «Ganó victorias,» nos dice secamente uno de ellos (2). «Alcanzó muchos triunfos contra el enemigo de Córdoba,» nos dice otro (3). Si bien este úl

(1) Discurso preliminar.

(2) Albeldens. Chron. n. 55. (3) Salmant. n. 16.

timo cita una de las batallas dadas por Fruela á los sarracenos en Portumium de Galicia, en que afirma haber muerto cincuenta y cuatro mil infieles, entre ellos su caudillo Omar ben Abderramán ben Hixem, nombre que no hallamos mencionado en ninguna historia árabe, las cuales guardan también profundo silencio acerca de esta batalla (1). No lo extrañamos. Achaque solía ser de los escritores de uno y otro pueblo consignar sus respectivos triunfos y omitir los reveses. Así, y como en compensación de este silencio, nos hablan las crónicas árabes de una expedición hecha por Abderramán hacia los últimos años del reinado de Fruela á las fronteras de Galicia y montes Albaskenses, de la cual regresaron á Córdoba los musulmanes victoriosos, llevando consigo porción considerable de ganados y de cristianos cautivos, extendiéndose en descripciones de la vida rústica, de los trajes groseros y de las costumbres salvajes que habían observado en los cristianos del Norte de España (2). Y acerca de esta expedición enmudecen nuestros cronistas. Tarea penosa para el historiador imparcial la de vislumbrar la verdad de los hechos por entre la escasa y escatimada luz que en época tan oscura suministran los parciales apuntes de los escritores de uno y otro bando, secos y avaros de palabras los unos, pródigos de poesía los otros (3).

Una rebelión de los vascones contra la autoridad de Fruela en el tercer año de su reinado, demostró ya la tendencia de aquellas altivas gentes á emanciparse del gobierno de Asturias, á que sin duda los había sometido Alfonso el Católico, y á obrar aislada é independientemente de los demás pueblos cristianos. Y aunque Fruela logró reducirlos, estas sumisiones forzadas, que hubieran debido ser espontáneas alianzas, sobre distraer la atención y las fuerzas de los cristianos, que bien las habían menester todas para resistir al común enemigo, eran flojos y precarios lazos que habían de desatarse fácilmente en la primera ocasión ó romperse. Las cróni

(1) Sólo Al Makari hace alguna indicación sobre ella.

(2) Conde, cap. XVIII.

(3) Para que se vea hasta qué punto están en desacuerdo las crónicas árabes y las cristianas respecto á los sucesos de esta época, baste decir que hacia el año en que éstas refieren la brillante victoria de Fruela en Portumio, suponen aquéllas haber impuesto Abderramán un tributo á los cristianos de Galicia, cuya escritura copian en los términos siguientes: «En el nombre de Dios clemente y misericordioso: el magnífico rey Abderramán á los patriarcas, monjes, próceres y demás cristianos de España, á las gentes de Castela y á los que los siguieren de las regiones otorga paz y seguro, y promete en su ánima que este pacto será firme, y que deberán pagar diez mil onzas de oro, y diez mil libras de plata, y diez mil cabezas de buenos caballos, y otros tantos mulos, con mil lorigas y mil espadas, y otras tantas lanzas cada año por espacio de cinco años. Escribióse en la ciudad de Córdoba día 3 de la luna safar del 148 (750). » Este documento tiene todos los visos de apócrifo. Ni entonces á Abderramán se le nombraba rey, sino emir, ni al reino cristiano de Asturias le llamaban ellos Castela, sino Galicia, ni hubiera sido posible á los cristianos pagar un tributo anual de diez mil caballos y diez mil mulos, ni tan inmensa suma de oro y plata, aunque se hubiera agotado toda la riqueza pecuaria y metálica del país, ni estaban tampoco en aquella sazón los árabes, envueltos como andaban en sus guerras civiles, para dar de una manera tan dura la ley á los cristianos de las montañas. No podemos convenir con el doctor Dunham, á quien le parece verosímil este tratado.

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