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lo había sido de Barcelona por Abderramán y conducídose allí con la mayor fidelidad al emir. Pero el fiel servidor de Abderramán en Barcelona dejó de serlo en Zaragoza. Acaso al verse al frente de una ciudad tan importante y en que dominaba el espíritu y abundaban los elementos de hostilidad hacia la familia de los Omeyas le sugirió el pensamiento de alzarse en emir independiente de la España Oriental. Fuese éste ú otro semejante su designio, Zaragoza se hizo el centro y asilo de todos los enemigos y de todos los resentidos ó descontentos del emir. Creyó, no obstante, Ben Alarabi (comunmente Ibnalarabi), que necesitaba el apoyo de un aliado poderoso que le ayudase en sus planes contra el soberano de los muslimes de España. Corría entonces por Europa la fama de los grandes hechos de Carlomagno, y á él determinó acudir el ingrato walí. Trasladé monos por un momento á otro teatro para comprender mejor el interesante drama que se va á representar.

Después de los célebres triunfos de Carlos Martell sobre las armas sarracenas, su hijo Pepino el Breve había extendido su dominación desde este lado del Loire hasta las montañas de la Vasconia. Á su muerte, acaecida en 768, los estados de Pepino se dividieron entre sus dos hijos Karl y Karlomán; mas habiendo ocurrido á los tres años (771) la muerte de Karlomán, hallóse su hermano Karl, el llamado después Carlos el Grande y Carlomagno, dueño de toda la herencia de Pepino hasta los Pirineos. Tuvo Carlomagno, en los primeros años siguientes, ocupada toda su atención y empleadas todas sus fuerzas y toda su política en el Norte del otro lado de los Alpes y del Rhin, peleando alternativamente contra los sajones y contra los lombardos, y oponiendo un dique á las últimas oleadas de las invasiones de los pueblos germanos. Habíanse los sajones sublevado de nuevo en 777; marchó contra ellos el rey franco y los deshizo, y después de haber implantado, como dice un escritor de aquella nación, con ayuda de los verdugos la obediencia y el cristianismo en el suelo rebelde de la Sajonia, los emplazó para que compareciesen en el Campo-de-Mayo (1) de Paderborn.

Hallábase, pues, Carlomagno presidiendo esta célebre dieta en el fondo de la Germania, cuando inopinadamente se presentaron en ella unos hombres cuyos trajes y armaduras revelaban ser musulmanes. ¿A qué iban y quiénes eran aquellos extranjeros que así interrumpían las altas cuestiones que se agitaban en la asamblea? Era Ben Alarabi, el walí de Zaragoza, que con Cassim ben Yussuf (2) y algunos otros de sus compañeros iba á solicitar de Carlomagno el auxilio de sus armas contra el poderoso emir de Córdoba Abderramán. No desechó el monarca franco una invitación que le proporcionaba propicia coyuntura, no sólo de asegurar ia frontera de los Pirineos, sino también de ensanchar sus Estados incorpo rando á ellos por lo menos algunas ciudades de España que el disidente

(1) Nombre que daban los francos á las asambleas semi-religiosas, semi-militares de la Germania, por haber Pepino trasladado al mes de mayo los antiguos Campos de Marte. Más tarde se llamaron dietas, estados generales, cámaras, etc.

(2) Aquel tercer hijo de Yussuf el Fehri, que cuando el ejército de Abderramán tomó á Toledo se había fugado de la ciudad salvándose á nado. (Cap. IV de este libro).

musulmán le debió ofrecer (1), dado que más allá no fuesen sus pensamientos de conquistador. Preparóse, pues, para invadir la España en la primavera del año siguiente (778). Dejó aseguradas las fronteras de Sajonia, pasó el Loire, cruzó la Aquitania, juntó el mayor ejército que pudo, y dividiéndole en dos cuerpos ordenó que el uno franqueara los desfiladeros del Pirineo Oriental, mientras él á la cabeza del otro penetraba por las gargantas de los Bajos Pirineos.

Sin tropiezo avanzó el rey franco, con todo el aparato y brillo de un conquistador poderoso, por San Juan de Pie de Puerto y los estrechos pasos de Ibañeta hasta Pamplona, cuya ciudad, en poder entonces de los árabes, tampoco le opuso resistencia; y prosiguiendo por las poblaciones del Ebro, talando y devastando sus campos, se puso sobre Zaragoza. Gran confianza llevaba el monarca franco de entrar derecho y sin estorbo á tomar posesión de la ciudad. Grande por lo mismo debió ser su sorpresa al encontrar las puertas cerradas y sus habitantes preparados á defenderla. ¿Qué se habían hecho los ofrecimientos y compromisos de Ben Alarabi? ¿Es que se arrepintió de su obra al ver á Carlos presentarse, no como auxiliar, sino con el aire y ostentación de quien va á enseñorearse de un reino? ¿O fué que los musulmanes llevaron á mal el llamamiento de un príncipe cristiano y de un ejército extranjero, y se levantaron á rechazarle aún contra la voluntad de su mismo walí? Las crónicas no lo aclaran, y todo pudo ser. Es lo cierto que en vez de hallar amigos vió Carlos sublevarse contra sí todos los walíes y alcaides, todas las poblaciones de uno y otro margen del Ebro, y que temiendo el impetuoso arranque de tan formidables masas, tuvo á bien retirarse de delante de los muros de Zaragoza, con gran peso de oro, dicen algunos anales francos, pero con gran peso de bochorno también (2). Determinado á regresar á la Galia por los mismos puntos por donde había entrado, volvió á Pamplona, hizo desmantelar sus muros, y prosiguiendo su marcha se internó en los desfiladeros de Roncesvalles, sin haber encontrado enemigos. Sólo en aquel valle funesto había de dejar sus ricas presas, la mitad de su ejército, y lo que es peor para un guerrero, su gloria.

Dividido en dos cuerpos marchaba por aquellas angosturas el grande ejército de Carlomagno á bastante espacio y distancia el uno del otro. Carlos á la cabeza del primero, «Carlos, dice el astrónomo historiador, igual en valor á Aníbal y á Pompeyo, atravesó felizmente con la ayuda de Jesucristo las altas cimas de los Pirineos.» Iba en el segundo cuerpo la corte del monarca, los caballeros principales, los bagajes y los tesoros recogidos en toda la expedición. Hallóse éste sorprendido en medio del valle por los montañeses vascos, que apostados en las laderas y cumbres de Altabiscar y de Ibañeta, parapetados en las breñas y riscos, lanzáronse al grito de guerra y al resonar del cuerno salvaje sobre las huestes francas, que sin poderse revolver en la hondonada, y embarazándolas su misma

(1) «Entonces el rey, dice su mismo secretario y cronista Eginhard, concibiendo á persuasión del mencionado sarraceno la esperanza de tomar algunas ciudades en España... Tunc rex persuasione prædicti sarraceni, etc.» Eginh. Annal.

(2) Annal. Metens.-Id. de Aniano.-Id. de Eginhard., ad an. 778.

muchedumbre, se veían aplastadas bajo los peñascos que de las crestas de los montes rodando con estrépito caían. Los lamentos y alaridos de los moribundos soldados de Carlomagno se confundían con la gritería de los guerreros vascones, y retumbando en las rocas y cañadas aumentaban el horror del sangriento cuadro. Allí quedó el ejército entero; allí todas las riquezas y bagajes; allí pereció Egghiard, prepósito de la mesa del rey; allí Anselmo, conde de palacio; allí el famoso Roland (1), prefecto de la Marca de Bretaña; allí, en fin, se sepultó la flor de la nobleza y de la caballería francesa, sin que Carlos pudiera volver por el honor de sus pendones ni tomar venganza de tan ruda agresión (2).

Tal fué la famosa batalla de Roncesvalles, como la refiere el mismo secretario y biógrafo de Carlomagno que iba en la expedición, desnuda de las ficciones con que después la embellecieron y desfiguraron los poetas y romanceros de la edad media de todos los países (3). Por muchos siglos siguieron enseñando los descendientes de aquellos bravos montañeses la roca que Roldán, desesperado de verse vencido, tajó de medio á medio con su espada, sin que su famosa Durindaina ni se doblara ni se partiera; aun muestran los pastores la huella que dejaron estampada las herraduras del caballo de aquel paladín; aun se conservan en la Colegiata de Nuestra Señora de Roncesvalles, fundada por Sancho el Fuerte, grandes sepulcros de piedra, con huesos humanos, astas de lanzas, bocinas, mazas y otros despojos que la tradición supone pertenecientes á aquella gran batalla.

Entre los cantos de guerra que han inmortalizado aquel famoso combate, es notable por su enérgica sencillez, por su aire de primitiva rudeza, por su espíritu de apasionado patriotismo, de agreste y fogosa independencia, el que se nos ha conservado con el nombre de Altabizaren cantua, que abajo ponemos en el antiguo idioma vasco, y de que damos aquí una imperfecta traducción.

«Un grito ha salido del centro de las montañas de los Eskaldunacs: y el Etcheco-Jauna (el caballero hacendado, el señor de casa solariega), de pie delante de su puerta, aplicó el oído y dijo:¿qué es esto? Y el perro que dormía á los pies de su amo se levantó, y sus ladridos resonaron en todos los alrededores de Altabiscar.

>>Un ruido retumba en el collado de Ibañeta: viénese aproximando por las rocas de derecha é izquierda: es el sordo murmullo de un ejército que avanza. Los nuestros le han respondido desde las cimas de las montañas; han tocado sus cuernos de buey, y el Etcheco-Jauna aguza sus flechas.

(1) El Roldán de nuestros romances, Hernodland.

(2) Eginh. Annal.—Id. Vit. Karol. Magn.-Conde, cap. XX.

(3) ¿Quién no conoce la famosa crónica del arzobispo Turpín, las proezas de Roldán y de los Doce Pares de Francia, las hazañas de Bernardo del Carpio, y los mil romances, canciones y leyendas á que ha dado argumento aquella famosa batalla, incluso lo de:

Mala la hubistes, franceses,
en esa de Roncesvalles,

que el inmortal Cervantes llegó á poner como el romance más popular en boca de un labrador del Toboso?

¡Que vienen!¡ que vienen! ¡Oh qué bosque de lanzas! ¡Qué de banderas de diversos colores se ven ondear en medio! ¡Cómo brillan sus armas! ¿Cuántos son? ¡ Mozo, cuéntalos bien! Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince, diez y seis, diez y siete, diez y ocho, diez y nueve, veinte.

»Veinte, y aun quedan millares de ellos! Sería tiempo perdido quererlos contar. ¡ Unamos nuestros nervudos brazos; arranquemos de cuajo esas rocas; lancémoslas de lo alto de las montañas sobre sus cabezas: aplastémoslos, matémoslos!

» Y ¿qué tenían que hacer en nuestras montañas estos hijos del Norte? ¿Por qué han venido á turbar nuestro reposo? Cuando Dios hizo las montañas, fué para que no las franqueran los hombres. Pero las rocas caen rodando, y aplastan las haces: la sangre corre á arroyos; las carnes palpitan. ¡Qué de huesos molidos! ¡ qué mar de sangre!

» Huid, huid, los que todavía conserváis fuerzas y un caballo! Huye, rey Carlomagno, con tus plumas negras y tu capa encarnada. Tu sobrino, tu más valiente, tu querido Roldán yace tendido allá abajo. Su bravura no le ha servido de nada. Y ahora, Eskaldunacs, dejemos las rocas, bajemos aprisa lanzando flechas á los fugitivos.

» Huyen, huyen! ¿Qué se hizo aquel bosque de lanzas? ¿Dónde están las banderas de tantos colores que ondeaban en medio? Ya no despiden resplandores sus armas manchadas de sangre. ¿Cuántos son? Mozo, cuéntalos bien. Veinte, diez y nueve, diez y ocho, diez y siete, diez y seis, quince, catorce, trece, doce, once, diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno.

»¡Uno! ¡Ni uno siquiera hay ya! Se acabaron. Etcheco-Jauna, ya puedes retirarte con tu perro, á abrazar á tu esposa y tus hijos, á limpiar tus flechas, á encerrarlas con tu cuerno de buey, á acostarte después y dormir sobre ellas.

>> Por la noche las águilas vendrán á comer esas carnes machacadas, y todos esos huesos blanquearán eternamente (1). »

Oiubal aituia izauda

(1) Altabizarem cantua

Escualdunen mendeüen artelic;

Eta etcheco-jauna, bere atiaren aitcinian chutic,

Idekitu beharrüac, eta errandu: norda hor? ¿Cer nahi dantel?
Eta chacurra bere nausiaren cinetan lo zaguena;

Alt chatuda eta carasiz Altabizaren ingurniac beteditu.
Ibanetaren lephuan harabostbat agercenda;

Hurbilcenda, arrokac ezker eta escuin iotcendi tuic lazic.
Horida urrindic helduden armada beten burrumba.
Mendüen capete taric guriec erepuerta emandiote.
Bere tunten seinuia adiaacinte:

Eta etcheco-jaunac bere dardac chorosh tentu.

Herdurida! ¡ herdurida! ¡ Cer lantzazco sasia!

Nola cernahi colorezco banderas hoi en erdian agertcendiren!

El escarmiento de Roncesvalles aleccionó á Carlomagno y le enseñó á abstenerse de traspasar unas fronteras tan ostensiblemente por la naturaleza trazadas, así como le sirvió para procurar la mejor defensa de aquel natural baluarte por la parte que miraba á sus Estados, encomendando su guarda á sus más fieles condes, abades y leudes, y poniendo la Aquitania

¡Cer sinuitac at heratcendiren hoi en armetaric!

¿Ceubat dira? ¡ Haurza, condaitcac ongi!

Bat, bia, hirur, laü, bortz, sei, zatzpi, sortzi, bederatzi, hamar, hameca, hamabi, Hamahirur, hamalaü, hamabortz, hamasei, hamazazpi, hemezortzi, hemeretzi, hogoi.

¡Hogoi eta mila oraino!

Hoien condatcia deubora, gastcia litake.

Hurbildet zegun gure beso zai lac, errhotic alherabet zagun arroca horiec,

Botha detzahun mendáren petharra behera

Hoien buruen gainezaino.

Leherdet zagun, herüoaz oidetzagun.

¿Cer nahizuten gure medietaric norteco gizon horiec?

¿Certaco iendira gure baakiaren maasterat?

Jaungoicoa mendiac endituiemar, nahi izandu hec gizonec ez pasatzia

Bainan arrohac biribicoilca eroztcendira tropac leher candituzte.

Odola currutan badoha, haragi puscac dardaran dande.

¡Oh! ¡ceubat hecur carrascat huac! ¡Cer odolesco itsasua!

Escapa, escapa, indar eta zaidi ditucnienac.

Escapa hadi. Carlomagno errege, hire luma beltcekin eta hire capa goria rekin.
Ire iloba maitia Rolan zangarraha ha utchet hila dago.

Bere cangarthasuna ieretaco ez tuizan

Eta horai, Escualdunac, utzdizagun arrhoca horiec.

Jausgiten fite igordetzakun queredardac escapa tcendiren contoa.

¡Baduaci! ¡baduaci! ¿ Nuda bada lantzazco sasi hura?

¿Nun dira hoien erdian agericiren cernahi colorezco bandera hec? Ezta gihiago simistaric atheratcen hoien arma odolez bethetaric.

¿Ceuban dira? ¡ Haura, condaitzac ongi!

Hogoi, hemeretzi, hemezortzi, hamazazpi, hamasei, hamabortz, hamalai, hamahirur, Hamabi, hameca, hamar, bederatzi, zortzi, zatzpi, sei, bortz, laü, hirur, büa, bat.

¡ Bat! Eza bihiric ageri gihiiago.

¡Akhboda!Etcheco-jauna, inaiten ahaltcia zure Makurraekin,

Zure emaztiaren, eta zure haurren bezarcat cerat,

Zure darden garbitcerat, eta altchatcerat, zure tuntekin, eta gero heten gainian et

Gabaz arrchanuac ienendira haragi pusca leherta horien iaterat

Eta hezur horiec oro zuritu codira eternitatean.

zatzat eta lociteat.

Este bello canto de guerra en lengua éuscara, cuya tradicion aun se conserva entre los habitantes de los Pirineos donde pasó la batalla de Roncesvalles á que alude, hállase en el Recueil de M. J. Michel, Chansons de Roland, appd. pág. 226, y en el Journal de l'Institut historique, tom. I, pág. 176.—El Altabizar es una colina que domina el valle de Roncesvalles.

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