Imágenes de páginas
PDF
EPUB

de Lérida, que se había incorporado á Hafsún. Á pesar de las ventajas que le daba la posición, los andaluces pelearon con tal coraje, que sus espadas se saciaron de sangre enemiga. Abdelmelik escapó herido con un centenar de los suyos, y se refugió en el castillo de Roda. La noche suspendió la matanza. Al día siguiente los soldados de Almondhir atacaron la fortaleza sin que les detuvieran las breñas y escarpados riscos que la hacían al parecer inaccesible. Todo lo allanaron aquellos hombres frenéticos, si bien á costa también de no poca sangre: Abdelmelik, aunque herido, peleó todavía hasta recibir la muerte, y su cabeza fué cortada para presentarla á Mohammed; muchos rebeldes se precipitaron en las rocas: Hafsún logró escapar á los montes de Arbe, aconsejó á sus secuaces que se sometiesen al vencedor para conjurar su justa saña, y repartiendo sus tesoros entre los que le habían sido más fieles, desapareció, dicen, en aquellas fragosidades. La victoria de Almondhir intimidó toda la comarca, y apresuráronse á ofrecerle su obediencia las ciudades de Lérida, Fraga, Ainsa, y todas aquellas tierras (866). Almondhir victorioso se volvió á Córdoba, donde fué obsequiado con fiestas públicas.

En este año, que fué el de 866, falleció el rey Ordoño en Oviedo, muy sentido de sus súbditos, así por su piedad y virtudes, como por haber engrandecido el reino y héchole respetar de los musulmanes, con los cuales tuvo otros reencuentros en que salió victorioso, y cuyos pormenores y circunstancias no especifican las crónicas. Ordoño había reedificado muchas ciudades destruídas más de un siglo hacía, y entre ellas Tuy, Astorga, León y Amaya, y levantado multitud de fortalezas al Sur de las montañas que servían como de ceñidor al reino, y acrecido éste en una tercera parte del territorio. Reinó Ordoño poco más de diez y seis años, y fué sepultado en el panteón destinado á los reyes de Asturias (1).

(1) El Albeldense le da el bello nombre de padre del pueblo. Con él acabó su crónica el obispo Sebastián de Salamanca, y empieza la suya el obispo Sampiro de Astorga.

CAPÍTULO XII

ALMONDHIR Y ABDALLAH EN CÓRDOBA: ALFONSO III EN ASTURIAS

De 866 á 912

Proclamación de Alfonso III el Magno.-Breve usurpación del conde Fruela.-Su castigo. Primeros triunfos de Alfonso sobre los árabes.-Casa con una hija de García de Navarra. Consecuencia de este enlace para los navarros.-Conjuración de los cuatro hermanos de Alfonso.-Brillantes victorias de éste sobre los árabes: en Lusitania; en Zamora.-Calamidades en el imperio musulmán.-El rebelde Hafsún y su hijo.-Batalla de Aybar, en que perece García de Navarra.-Condes de Castilla y Álava.-Fundación de Burgos.-Tratado de paz entre Mohammed de Córdoba y Alfonso de Asturias.-Conspiraciones en Asturias descubiertas y castigadas.-Misteriosa muerte de Mohammed.-Breve reinado de Almondhir. Famosa rebelión de Ben Hafsún.-Emirato de Abdallah.-Complicación de guerras y sediciones. Campañas felices de Abdallah.-Renueva la paz con Alfonso de Asturias.—Sus consecuencias para uno y otro monarca.-Conjúranse contra Alfonso la reina y todos sus hijos.-Magnánima abdicación de Alfonso.-Repartición de su reino.-Primer rey de León.-Origen y principio del reino de Navarra.-Origen y principio del condado independiente de Barcelona.

Catorce años solamente tenía Alfonso, el hijo de Ordoño, cuando su padre le asoció ya al gobierno del reino. Diez y ocho años cumplía cuando en mayo de 866 entró á reinar solo bajo el nombre de Alfonso III, confirmando los prelados y próceres la voluntad de su padre (1). Parecía haberse contaminado el reino de Asturias con el ejemplo del de los árabes, pues nunca faltaba ya ó algún magnate ó algún pariente del rey electo que le disputara la posesión del trono. Esto hizo con el tercer Alfonso el conde Fruela de Galicia, que puesto á la cabeza de un ejército marchó atrevidamente sobre Asturias, y hallando desapercibidos á los nobles y al rey, penetró en Oviedo y se apoderó del palacio y de la corona, teniendo el joven Alfonso que huir á los confines de Castilla y de Álava, como en otro tiempo y por igual motivo había tenido que hacerlo Alfonso II. De brevísima duración fué su ausencia, porque volviendo pronto en sí los nobles asturianos, irritados contra el usurpador, asesinaron una noche á Fruela en su palacio, llamaron á Alfonso, y volvió el joven príncipe á tomar posesión del trono que le pertenecía con gran contentamiento del reino.

(1) Mariana, en su empeño de hacer desde el principio hereditaria la corona de Asturias, contra todos los datos históricos, no podía dejar de decir que pertenecía de derecho á Alfonso, por ser el mayor de los hermanos. El trono de la restauración no era más hereditario que el de los godos: lo que hacían los monarcas era asociarse en vida aquel de sus hijos que querían les sucediese, para allanar así el camino á la elección, y el clero y la nobleza solían condescender con la voluntad del padre cuando no había un motivo poderoso para excluir al hijo. Así tácitamente y por consentimiento se fué haciendo el trono hereditario, como lo iremos viendo.- En cuanto á las variantes que se notan en la cronología del tercer Alfonso entre las crónicas de Albelda, de Sampiro y del Silense, parécenos que las concierta cumplidamente el erudito Risco en la España Sagrada, tom. XXXVII, capítulo XXV, á quien seguimos.

Si en esto se asemejó el principio de su reinado al de su abuelo Ramiro, parecióse al de su padre Ordoño en haber tenido que hacer el primer ensayo de sus armas en reprimir una insurrección de los alaveses, siempre inquietos y mal avenidos con la dominación de los reyes de Asturias. La presencia y resolución del joven monarca, que voló á apagar aquel incendio, desconcertó á los sublevados, que asustados ó arrepentidos, le prometieron obediencia y fidelidad, y el autor de la sedición, el conde Eilón, prisionero y cargado de cadenas, fué llevado por Alfonso á Oviedo y encerrado allí en un calabozo, donde acabó sus días (1). El gobierno de Álava fué confiado al conde Vigila ó Vela Jiménez (867).

y

Aunque de pocos años Alfonso, y teniendo por rival á un príncipe tan avezado á los combates, tan valeroso y resuelto como Mohammed de Córdoba, estaba destinado á dar un gran impulso á la restauración española á merecer el renombre de Magno que se le aplicó y con que le conoce la posteridad. Una escuadra musulmana á las órdenes de Walid ben Abdelhamid se había dirigido á Galicia. Al abordar á la desembocadura del Miño desencadenóse una borrasca, de cuyas resultas se perdieron ó estrellaron casi todos los buques, pudiendo apenas el almirante Walid regresar por tierra á Córdoba, no sin riesgo de caer en manos de los cristianos. Alentado el rey de Oviedo con este desastre, atrevióse á pasar el Duero y tomó á Salamanca y Coria. Verdad es que no pudo conservarlas, porque los walíes de la frontera se entraron á su vez por el territorio cristiano; pero en cambio, habiéndose internado más de lo que la prudencia aconsejara, se vieron de improviso acometidos y envueltos en terreno donde no podía maniobrar la caballería, y una terrible matanza fué el castigo de su temeridad. Los árabes no disimularon su consternación, y Alfonso se retiró tranquilo y triunfante á su capital (868).

Fueron los árabes, capitaneados por el príncipe Almondhir, á probar mejor fortuna por la parte de Afranc y montes Albaskenses. Tampoco fueron felices en esta expedición. Almondhir intentó, pero no pudo tomar

(1) Sampiro, Chron. p. 838.-La tradición vascongada supone que apenas regresó Alfonso & Oviedo los habitantes de Vizcaya, provincia entonces comprendida en Álava, se rebelaron contra Alfonso, y congregados so el árbol de Guernica nombraron por su señor ó jaona á uno de sus compatriotas llamado Zuria: que Alfonso despachó á Odoario á sofocar esta nueva insurrección, y que habiendo encontrado á los sediciosos en la aldea de Padura, no muy lejos del sitio donde más adelante se edificó Bilbao, se empeñó un sangriento combate, en que las tropas reales quedaron completamente derrotadas y muerto su jefe: que en memoria de tan señalado suceso el lugar de Padura tomó el nombre de Arrigorriaga, que en la lengua del país significa piedras bermejas, aludiendo á la mucha sangre de que quedó teñido que Alfonso, ocupado en otras guerras, no pudo ó no cuidó de vengar esta derrota, y que de aquí data la independencia del señorío de Vizcaya, suponiendo á los señores de la tierra descendientes y sucesores de Zuria. Mas como todas estas relaciones no se apoyan en documento alguno histórico de que tengamos noticia, nos contentamos con indicarlas sin admitirlas.-Sobre estoy sobre los demás precedentes en que pretenden los vizcaínos apoyar la antigüedad de su señorío, trató de propósito el erudito Llorente, Noticia de las Provincias Vascongadas, tom. I, cap. IX.-Todo esto acogió con su acostumbrada sinceridad el P. Mariana, y además supone un señor de Vizcaya nombrado Zenón, descendiente de Eudón, duque de Aquitania, de que no nos habla escritor alguno de aquellos tiempos.

á Pamplona, defendida por García, hijo del otro García el yerno de Muza. Levantó, pues, el sitio, y dirigió sus huestes sobre Zaragoza, resuelto á castigar al viejo Muza que aun se mantenía allí. Prolongóse el sitio por todo el año, hasta que habiendo ocurrido la muerte de Muza, no sin sospechas de haber sido ahogado en su misma casa, se rindió la ciudad (870). Pero el espíritu de rebelión estaba ya como encarnado en el corazón de los musulmanes españoles, y á pesar de la muerte trágica de Muza, y de la rendición de Zaragoza, otra sublevación estalló en la siempre inquieta Toledo. Dirigíala Abdallah, nieto del mismo Muza, é hijo de aquel Lupo que había vivido en Asturias en compañía del rey Ordoño. Era hombre de ánimo y de experiencia, y los cristianos fomentaban aquella rebelión. Acudió Mohammed en persona como en tiempo de Lupo, y limitóse como entonces á sitiar la ciudad. Cuando Abdallah conoció que no podía resistir á las numerosas tropas del emir, salió con pretexto de reconocer el campo enemigo, y despachó luego comisionados aconsejando á los toledanos que se sometiesen á Mohammed. Poco faltó para que la plebe indignada despedazase á los enviados de Abdallah; con dificultad pudieron contenerla los hombres más prudentes y de más influjo; al fin, aunque de mala gana vinieron á la capitulación y se estipuló la entrega de la ciudad á condición de que se echaría un velo sobre lo pasado. Muchos generales aconsejaban al emir que hiciese demoler las murallas y torres de un pueblo en que se abrigaba gente tan idómita y díscola, y que sería un perpetuo foco de revolución; pero los hijos de Mohammed fueron de contrario parecer y prevaleció su dictamen (1).

Realizóse en este tiempo un suceso que había de ejercer grande influjo en la posición respectiva de los cristianos entre sí y en sus relaciones con los musulmanes. Los vascones navarros, que desde la derrota del ejército de Luis el Benigno en 824 en Roncesvalles habían sacudido la tutela forzosa en que querían tenerlos los monarcas francos, se habían sostenido en una situación no bien definible, ni enteramente sujetos á los reyes de Asturias, ni del todo independientes, aliándose á las veces con los sarracenos para libertarse del dominio, ya de los cristianos de Aquitania, ya de los de Asturias, y gobernábanse por caudillos propios, condes ó príncipes, que ejercían entre ellos una especie de autoridad real. Los monarcas asturianos solían domeñarlos de tiempo en tiempo, pero manteníase siempre viva una rivalidad funesta para los dos pueblos, y funesta también para la causa del cristianismo. Ejercía esta especie de soberanía en aquel tiempo aquel García gobernador de Pamplona y de Navarra, hijo del otro García Iñigo, acaso el conocido con el sobrenombre de Arista. Viendo Alfonso III la dificultad de someter á García, y deseoso de robustecer el poderío de los cristianos, hizo con él una alianza política, que quiso afianzar con los lazos de familia, y pidió y obtuvo como prenda de seguridad la mano de su hija Jimena. De este modo esperaba reunir todas las fuerzas cristianas de España contra el común enemigo. De cuyo principio nace que los caudillos, condes ó soberanos del Pirineo, comenzaran á obrar como reyes, considerando como separados de la corona de Asturias los

(1) Conde, cap. LIV.

territorios de Pamplona y Navarra, que hasta entonces se habían mirado como anexos, agregados ó dependientes (1).

Hacia esta época se refiere la conjuración que al decir del cronista Sampiro tramaron contra el trono y la vida de Alfonso sus cuatro hermanos ó parientes, Fruela, Nuño, Veremundo y Odoario; conjuración que castigó el monarca haciendo sacar á todos cuatro los ojos, horrible pena que las bárbaras leyes de aquel tiempo autorizaban; añadiendo el obispo cronista la circunstancia difícilmente creible, de que Veremundo ó Bermudo, ciego como estaba, logró fugarse de la prisión de Oviedo, y refugiándose en Astorga, se mantuvo independiente en esta ciudad por espacio de siete años, aliado con los sarracenos (2).

Si fueron estas disensiones domésticas las que animaron al príncipe Almondhir á penetrar en los Estados de Alfonso, engañáronle sus esperanzas, pues pronto las márgenes del pequeño río Cea que riega los campos de Sahagún quedaron enrojecidas con la sangre de los más bravos caballeros muslimes de Córdoba y de Sevilla, de Mérida y de Toledo (873). Limitáronse con esto los árabes por algunos años á guardar sus fronteras, si bien no pasaba día, dicen sus crónicas, en que no hubiese vivas escaramuzas entre los guerreros de uno y otro pueblo. Y hubiérales sido muy ventajoso mantenerse en aquel estado de defensiva, puesto que habiendo tenido Almondhir la temeridad de penetrar más adelante en Galicia, país (dice su historiador biógrafo) el más salvaje y el más aguerrido de los pueblos cristianos, no sólo le rechazó Alfonso hasta sus dominios, sino que invadiéndolos á su vez, tomó el castillo de Deza y la ciudad de Atienza, arrojó á los musulmanes de Coimbra, de Porto, de Auca, de Viseo y de Lamego, empujándolos hasta los límites meridionales de la Lusitania, y poblando de cristianos aquellas ciudades (876). En una de estas expediciones fue hecho prisionero el ilustre Abuhalid, primer ministro de Mohammed, que rescató su libertad á precio de mil sueldos de oro, teniendo que dejar en rehenes hasta su pago á un hijo, dos hermanos y un sobrino (3). Tampoco fué más dichoso Almondhir en el ataque de Zamora. Alfonso había fortificado y agrandado esta pequeña ciudad del Duero. La importancia que con esto había tomado movió al príncipe musulmán á ponerle sitio en 879. Apurada tenía ya la ciudad cuando supo que el rey de Asturias venía en su socorro con numeroso ejército. Y como durante el sitio se hubiera eclipsado una noche totalmente la luna, tomáronlo los supersticiosos musulmanes por mal agüero, y cuando salieron al encuentro de Alfonso, y Almondhir los ordenó en batalla para la pelea, negábanse todos á combatir, y costó gran trabajo y esfuerzo al príncipe Ommiada y á sus caudillos hacer entrar en orden á los atemorizados muslimes.

Vinieron, por último, á las manos los dos ejércitos en los campos de Polvararia, orillas del Orbigo, no lejos de Zamora. También aquellos campos como los de Sahagún quedaron tintos de sangre agarena: quince

(1) Sampiro, Chron. c. I.-Rózase esto con el oscuro y cuestionado origen del reino de Navarra, de que volveremos á hablar luego.

(2) Id. 1. c.

(3) Cron. Albeld. n. 61 y 62.-Conde, cap. LV.

« AnteriorContinuar »