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hipocresía: Ferreras, más prudente ó más cauto, huye de juzgar de las intenciones, porque los fondos del corazón humano, dice, sólo Dios los puede penetrar, y siendo los hombres capaces de mudarse de la virtud al vicio, los vicios posteriores no prueban que sean hijas de ellos las acciones primeras.

Desde aquí comenzó Witiza, al decir de los historiadores, ó á desenmascararse según unos, ó á cambiar de inclinaciones según otros, dejándose precipitar en una sima de vicios y de crímenes, hasta el punto que Mariana empieza así la biografía de aquel rey: «El reinado de Witiza fué desbaratado y torpe de todas maneras, señalado principalmente en crueldad, impiedad y menosprecio de las leyes eclesiásticas.» Los primeros excesos que le atribuyen son de haberse entregado á rienda suelta al vicio de la sensualidad, empezando á correr desbocado por el camino de la lujuria, á términos que, no contento de mantener en su palacio gran número de concubinas, perdido todo empacho y respeto humano, todo miramiento y pudor, ni los padres contaban sus hijas ni los maridos sus esposas al abrigo de la lascivia del rey, que en su liviandad y desenfreno atropellábalo todo, sin reparar en que las esposas y doncellas fuesen de humildes ó de nobles familias. «Para dar algún color y excusa á este desorden, añade Mariana, hizo otra mayor maldad: ordenó una ley en que concedió á todos hiciesen lo mismo, y en particular dió licencia á las personas eclesiásticas y consagradas á Dios para que se casasen. Ley abominable y fea, pero que á muchos y á los más dió gusto. Hacían de buena gana lo que les permitían, así por cumplir con sus apetitos como para agradar al rey.» Esta dicen que fué la causa de que los grandes comenzaran á conspirar en secreto contra el licencioso monarca, tratando de sentar en el trono á alguno del linaje del rey Chindasvinto, del cual dice Mariana que vivían dos hijos hermanos de Recesvinto, á saber, Teodofredo y Favila, padre el primero de Rodrigo, y el segundo de Pelayo. Añade Mariana, que noticioso Witiza de esta conspiración, mató de un bastonazo á Favila; y aun algunos sospechan, dice, para gozar más libremente de su mujer á quien torpemente amaba (1); que á Teodofredo, aunque retirado en su casa, le hizo sacar los ojos, y que Rodrigo y Pelayo no pudieron ser cogidos por Witiza, por haberse fugado: que perdiendo el rey la esperanza de enfrenar á los descontentos por buenos medios, para que éstos no tuvieran dónde hacerse fuertes, mandó demoler casi todas las fortalezas y murallas de España, á excepción de las de Toledo, León y Astorga (2).

Otros capítulos de acusación y de crimen hacen los historiadores á Witiza. Uno de ellos haber dado licencia á los judíos para volver á España y

(1) Mariana no calculó que habiendo muerto Chindasvinto en 652 á la edad de 90 años, aun suponiendo que hubiera tenido á Favila á los 60, debería contar éste cuando ocurrió el suceso que se supone más de 80 años, edad no muy á propósito para tener una mujer á quien Witiza amase torpemente. En cuanto á Teodofredo, el arzobispo don Rodrigo le hace hijo de Recesvinto, no de Chindasvinto, y esto podía ser ya muy bien.

(2) Esto está en manifiesta contradicción con lo que se sabe ocurrió en la invasión sarracena, puesto que los árabes hallaron muchas ciudades con sus murallas y muchas demolieron en castigo de su resistencia.

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morar en ella libremente. Otro haber hecho aprobar y confirmar en un concilio, que sería el XVIII de Toledo, sus leyes á favor de la poligamia y el concubinato y del matrimonio de los clérigos. «Los decretos de este concilio, dice Mariana, ni se ponen ni andan entre los demás concilios, ni era razón por ser del todo contrarios á las leyes y cánones eclesiásticos.>> Y sobre todo, el gran crimen que acaba de poner el sello al proceso ruidoso de Witiza, fué haber negado la obediencia al papa Constantino que le envió un legado conminándole con que le privaría del reino si no se corregía en sus desórdenes y retractaba los decretos publicados contra los sagrados cánones, á lo que dicen respondió Witiza amenazando al papa que iría con un ejército sobre Roma. «Que fué, dice el citado Mariana á este pro

CAESAR AVGVSTA

EMERITA

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WITIZA

pósito, quitar el freno del todo y la máscara, y el camino derecho para que todo se acabase y se destruyese el reino, hasta entonces de bienes colmado por obedecer á Roma, y de toda prosperidad y buena andanza (1). »

Dicen que de los metropolitanos que hubo en Toledo en el reinado de Witiza, llamado el primero Gunderico, y el segundo Sinderedo, el uno no tuvo bastante valor para refrenar la desarreglada conducta del rey, y el otro fué de tan buena conformidad, que hasta consintió en que Oppas, metropolitano de Sevilla y hermano del rey, fuese trasladado á la silla de Toledo, viéndose así dos obispos simultáneamente en una misma ciudad contra las leyes y cánones eclesiásticos. Y que, por último, dicen unos, no pudiendo los grandes tole

(1) Pudo Witiza ser tan imprudente, y tan reprensible como se quiera su proceder para con el papa, pero no sabemos cómo pudiera deber el reino godo á la obediencia de Roma su prosperidad y buena andanza y los bienes de que hasta entonces había sido colmado, cuando el mismo Mariana que esto asegura nos ha dado cuenta de tantos y tan famosos concilios celebrados sin la intervención del pontífice, de tantos y tan virtuosos y sabios prelados elegidos y consagrados por el pueblo, el clero y los obispos españoles, cuando ha visto, en fin, regirse á sí misma por siglos enteros la Iglesia hispano-goda.

rar tantas injurias y desafueros, hicieron parcialidad con Rodrigo, le alzaron rey en las partes de Andalucía, el cual, ayudado de los imperiales romanos (que no sabemos cómo resucitaron aquí), se apoderó del trono, é hizo sacar los ojos á Witiza, como él lo había hecho con Teodofredo, padre de Rodrigo, no conviniendo los autores en si Witiza murió preso ó desterrado, si de muerte natural ó violenta, si en Córdoba ó en Toledo: añadiendo otros, que antes de esto había determinado Dios ver si con un amago de castigo se detenía el impetuoso torrente de las culpas de Witiza y el desenfreno y relajación del clero, y que al efecto permitió que los sarracenos, con una armada numerosa, infestasen las costas de España y aun hiciesen en ellas algunos daños; pero que habiendo salido contra ella Theudemiro ó Teodomiro, general de Witiza, y uno de los más principales entre los godos, la desbarató y deshizo haciendo retirar sus restos á África, cuya victoria dicen se debió á la piedad y cristiandad de Teodomiro.

Tal es, en resumen, el famoso proceso de culpas que la mayor parte de los historiadores españoles han formado al rey Witiza, y con que por espacio de muchos siglos ha aparecido ennegrecida su memoria, atribuyendo á su relajación y desenfreno, tanto como al de su sucesor Rodrigo, la pérdida de la monarquía goda, y haciéndole causa de que ésta cayese bajo el dominio y poder de los moros. Pero he aquí que después de tan larga y constante tradición en que tan horriblemente abominable se nos presenta el retrato de Witiza, y muy especialmente en la historia del P. Mariana, la más difundida por España, aparecen otros no menos respetables y sabios, que ó nos pintan á Witiza como uno de los reyes mejores y más justos, ó por lo menos descargan su retrato de la mayor y más oscura parte de las sombras que le ennegrecían y anublaban. En el último tercio del siglo XVIII vinieron á disipar muchas de las nieblas que envolvían algunos puntos importantes de la historia de España los luminosos escritos del sabio español D. Gregorio de Mayáns y Ciscar. Pues bien, el celebérrimo y elegantísimo Mayáns, como le llama Heicneccio, el Nestor de la literatura española, como le nombra el autor del Nuevo viaje á España en 1777 y 1778, ha hecho la vindicación y defensa del rey Witiza, pintándole como un monarca justo y benéfico (1). El erudito Masdeu, en su Historia crítica de España (2), califica de fábulas, locuras y falsedades la mayor parte de los excesos que se atribuyen á Witiza. «Añaden á esto los modernos, dice en una parte, un largo tejido de fábulas injuriosas, no sólo á la memoria de este príncipe, sino también al buen nombre de la Iglesia española, y á los derechos y regalías de nuestros soberanos.» «Estas locuras que deshonran la mente humana, dice en otra parte, se hallan esparcidas, ya de un modo, ya de otro, etc.» «Toda esta narración, concluye, debe tenerse por fabulosa ó á lo menos por incierta, pues su mayor antigüedad es del siglo XIII, y los testimonios con que se ha pretendido fortificarla más modernamente son los de Luitprando y otros semejantes.» Excusado es decir que los historiadores y críticos extranjeros de nuestro siglo convierten en actos plausibles, si hubieran existido, algunos de los que Mariana y otros autores

(1) Mayáns, Defensa del rey Witiza.

(2) Tom. X, pág. 220 y sig.

aplican á Witiza como iniquidades, tales como la ley de libertad en favor de los judíos, y la entereza en rechazar la omnipotencia de Roma.

En vista de tan encontrados juicios y opuestos retratos, ¿cuál será el que nosotros podremos formar del rey Witiza? ¡Fatalidad es que cuanto más se aproxima alguna de las grandes revoluciones que cambiaron la faz del país, más se echa de ver la falta de documentos y de datos y escritos fehacientes! Desaparecieron las actas del concilio de Toledo, que pudieran esclarecer muchas dudas, acaso porque convino en tiempos posteriores hacerlas desaparecer. En la crónica misma de Isidoro de Beja está lejos de figurar Witiza como un príncipe tan desacertado, tan disoluto, tan licencioso, tan desbordado é impío como nos le retratan las crónicas posteriores. Al ver que el primero que nos le pintó con estos colores fué el autor de la crónica Moissiacense, extranjero, y que escribió un siglo después de la muerte de aquel monarca; al ver que al paso que los escritores se iban alejando de la época de los sucesos, cada cual fué añadiendo un nuevo capítulo de acusación al catálogo de los crímenes de aquel príncipe, hasta llegar al P. Mariana, que acabó de sombrear el cuadro en los términos que hemos visto, no podemos dejar de inclinarnos á sospechar que en este acrecentamiento progresivo de desórdenes atribuídos al penúltimo monarca godo influyeran mucho las ideas de los tiempos y de los escritores, que al paso que crecía en España la preponderancia de Roma, tenían más interés en exagerar los vicios de un príncipe que había rechazado, acaso con violencia, aquel influjo, y en achacar todos los males que sobre España vinieron á la desobediencia de Witiza al papa, á los decretos de aquel concilio que acaso una mano interesada hizo quemar, y á la permisión que suponen de casarse los eclesiásticos: todo lo cual afirma Mariana con la formalidad de quien lo sabe de seguro, y con el espíritu propio del hábito que vestía.

No nos atreveríamos nosotros, sin embargo, á ir tan adelante como el erudito Mayáns en la defensa de Witiza: respetamos las razones de este sabio español, y sospechamos que aquel rey ha sido en mucho calumniado: pero respecto á su vida licenciosa, y al ejemplo que hizo cundir en sus súbditos eclesiásticos y seglares, hallámosla tan confirmada en todas las crónicas desde la Moissiacense, que por nuestra parte no intentaremos libertar su memoria de este cargo, mientras algún testimonio contemporáneo no aparezca que de esta nota pueda eximirle.

En cuanto al término del reinado de Witiza, lo que de la crónica de Isidoro Pacence se deduce es que fué lanzado del trono por una revolución que colocó en él á Rodrigo; revolución en que debieron tomar parte en favor de éste los españoles que por no ser de origen godo llamaban todavía romanos, pues sólo en este sentido podemos tomar las palabras del historiador: «Por consejo ó á persuasión del senado romano; hortante senatu romano (1).» Acaso Rodrigo, como descendiente de Recesvinto, cuyas leyes habían establecido la igualdad de derechos para españoles y godos, tenía más partido entre los indígenas que Witiza, de familia que se

(1) Rodericus tumultuose regnum, hortante senatu romano invadit. Isid. Pac., capítulo XXXIV.

había señalado por un exclusivismo en favor de los godos que no podía menos de agriar á los españoles. Poquísimos pormenores dan las historias sobre el destronamiento de Witiza y la elevación de Rodrigo: ni aun se sabe con certeza, como hemos apuntado, cómo y dónde fué la muerte del primero. Tal es la escasez ó falta de datos de aquel tiempo. El cronicón Moissiacense dice que reinó siete años y tres meses; por cuya cuenta debió morir en febrero de 709.

CAPÍTULO VIII

RODRIGO, ÚLTIMO REY DE LOS GODOS (1)

De 709 á 711

Bandos Ꭹ discordias que dividían el reino.-Los hijos de Witiza.-El metropolitano Oppas.-Causas que fueron preparando la ruina de la monarquía.—Desmoralización de los monarcas, del clero y del pueblo.-Discúrrese sobre la autenticidad de los amores de Rodrigo y la Cava.-Situación de los árabes en Africa.-Sus tentativas de invasión en la Península.-Instigaciones de los judíos -Idem de los partidarios de Witiza.-El conde Julián.-Conducta de Muza.-Resuélvese la invasión y se realiza.-Primer choque entre el africano Tarik y el godo Teodomiro.-Preparativos de Rodrigo para la resistencia.-Memorable y funesta batalla de Guadalete.— Triunfo de los mahometanos.-Muerte de Rodrigo y destrucción del reino godo.— El llanto de España.

Tócanos referir en este capítulo uno de los acontecimientos más graves, una de las catástrofes más terribles, una de las más espantosas revolucio

(1) No sabemos por qué nuestros historiadores comienzan á dar al último rey godo el título de honor Don, con que no han nombrado á ninguno de sus predecesores. Aplícanle ya, no sólo á Don Rodrigo, sino también á Don Oppas, á Don Julián, á Don Pelayo, etc., sin que podamos explicarnos la razón de esta novedad. Un historiador antiguo, Trelles, dice haberle sido dado este tratamiento á Pelayo por primera vez cuando reunió sus gentes para resistir á los sarracenos. Creemos, no obstante, que no tuvo uso en España por lo menos hasta el siglo x. El antenombre Dom, contracción del Dominus, comenzaron á usarle los papas por humildad, reservando á Dios el apelativo entero. De los papas pasó á los obispos, abades y otros dignatarios de la Iglesia, de los cuales descendió á los monjes. En Francia le usaron los cartujos y benedictinos, y así son conocidas las obras de Dom Poirier, Dom Bouquet, Dom Calmet, etc. Afirman varios autores haber comenzado á aplicarse en España el Dom los judíos, de donde vino á hacerse en algún tiempo dictado de humillación y afrenta. Mas luego lo fué de nobleza y jerarquía, y aun se elevó á los santos y al mismo Jesucristo. Así hallamos en el poeta Gonzalo de Berceo:

En el nomne del Padre que fizo toda cosa,

et de Don Jesucristo, fijo de la Gloriosa.

Y también se aplicó á las divinidades paganas, como se ve en el Arcipreste de Hita:

Señora Doña Vénus, mujer de Don Amor,

Noble dueña, omillome yo vuestro servidor.

De todos modos creemos haberse aplicado inoportunamente al rey Rodrigo, así como á los demás personajes que figuran en su época.

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