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palmente el obispo Oppas y el conde Julián, ansiosos los primeros de derrocar al que llamaban usurpador, ardiendo el último en ira y aguijado del deseo de hacer expiar á Rodrigo, ó bien la afrenta y deshonor de su hija, ó bien otra grave injuria que de él recibiese, instaron también á Muza á que invadiera la Península, pintándole la empresa como fácil, atendida la inexperiencia del monarca, el disgusto con que le miraba el pueblo, el desconcierto de la nación, los bandos y facciones que la dividían, y el abandono y relajación de la disciplina militar en que habían caído los godos. Tales instigaciones no podían dejar de halagar al emir africano, que acaso llevaba ya en su cabeza el pensamiento de la conquista. Pero tan prudente y sagaz como emprendedor y resuelto, quiso antes consultar con el califa Walid (Al Valyd), que ocupaba el trono de Damasco, el cual, entusiasmado con la idea y esperanza de que se cumpliese la predicción del Profeta que prometía á sus discípulos el Oriente y el Occidente, apresuróse á enviar á Muza amplios poderes, y éste se preparó á realizar la invasión (1).

Circunspecto y cauto todavía el árabe, envió primero á Tarif, caudillo africano, con quinientos hombres (cien árabes y cuatrocientos berberiscos) en cuatro grandes barcas, á hacer un reconocimiento de exploración en la costa. Abordaron estas gentes á la opuesta orilla, desembarcaron en el sitio que del jefe de esta primera expedición se llamó Tarifa (año 91 de la hégira, julio de 710), recorrieron algunos pueblos del litoral, tomaron ganados é hicieron algunos cautivos, y con esto regresaron impunemente á Tánger á dar cuenta á Muza del feliz resultado de su expedición. Convencido con esto Muza de la exactitud de las noticias de Julián, y considerando el éxito de esta primera tentativa como un buen agüero y presagio de la prosperidad de sus armas, preparó otra segunda y más respetable expedición para la primavera siguiente. Todos querían ya pasar el Estrecho y ver con sus ojos un país de que oían contar tantas maravillas. Encomendó el mando de esta segunda flota, en que iban ya doce mil berberiscos y algunos centenares de árabes, al intrépido africano Tarik ben Zeyad. Dicen que el mismo conde Julián los guiaba. Desembarcaron esta vez los sarracenos en una península cubierta de verde, que denominaron Alghezirah Alhadra (isla verde, hoy Algeciras). Desde allí pasaron á atrincherarse en el monte Calpe, que desde entonces se llamó Gebal Tarik (monte de Tarik, ahora Gibraltar). Terminaba el mes de abril de 711. Tres siglos hacía que los godos habían invadido por la opuesta frontera esta misma España que ahora iban á perder.

Vigilaban ya la costa los cristianos, alarmados con el ruido de la primera invasión; y Teodomiro (á quien los árabes nombraban Tadmir), jefe superior de Andalucía, con un cuerpo de mil doscientos á mil setecientos. jinetes que pudo reunir, se presentó intrépido á atacar á los invasores. ¿Cómo con tan escasa gente podía detener el ímpetu de los africanos? Los cristianos se vieron envueltos y acuchillados, y entonces fué cuando Teodomiro escribió al rey aquella célebre carta: «Señor, aquí han llegado gen

(1) Conde, part. 1, cap. VIII.-Al Khatib, Hist. de Granada.-Roder. Toletan. De Reb. Hisp. lib. III.

tes enemigas de la parte de África, que por sus rostros y trajes no sé si parecen venidos del cielo ó de la tierra: yo he resistido con todas mis fuerzas para impedir su entrada, pero me fué forzoso ceder á la muchedumbre y á la impetuosidad suya: ahora, á mi pesar, acampan en nuestra tierra: ruégoos, señor, pues tanto os cumple, que vengáis á socorrernos con la mayor diligencia y con cuanta gente se pueda allegar: venid vos, señor, en persona, que será lo mejor.»>

Llenó la nueva de espanto á Rodrigo, que según Al Makar se hallaba ocupado en sujetar á los inquietos cántabros, y reuniendo á sus parciales, apresuróse á hacer levas de gente con ayuda de los condes y prelados, á los cuales se agregaron, á lo que se cree, los mismos hijos y parciales de Witiza con el metropolitano Oppas, fingiendo deponer sus rivalidades y querellas interiores para resistir á los invasores extranjeros. No puede suponerse, en verdad, que hubieran llevado los enemigos de Rodrigo su despecho y su perfidia á tal extremo, que fuera su ánimo causar la ruina y pérdida total de España, pérdida y ruina en que al cabo se vieron envueltos ellos mismos, y entregarla á los musulmanes. Creerían, y acaso lo concertaran así, que destronado Rodrigo, su principal objeto, habrían de contentarse aquéllos ó con un tributo ó cuando más con la posesión de alguna parte del territorio español, como en tiempo de Atanagildo había acontecido con los griegos imperiales, buscados como éstos por auxiliares para destronar un rey. Consolémonos, mientras otra cosa no se pruebe, con fijar límites al encono y la traición, que también suelen tenerlos.

Entretanto los musulmanes difundían el terror por las tierras de Algeciras y Sidonia, llegando hasta las márgenes del Anas (Al Uady Anas, el río Anas); y noticioso Tarik de los preparativos de Rodrigo, había pedido también refuerzos á Muza, que le envió otros cinco mil jinetes africanos, á los cuales se incorporaron algunos judíos. Con este socorro, habiendo hecho quemar Tarik las naves para que no quedara á los suyos ni otra esperanza ni otra elección que la victoria ó la muerte, salió denodadamente en busca del ejército cristiano, que en número de noventa á cien mil hombres, mandados por el monarca en persona, pero gente la mayor parte allegadiza y mal armada, llenaba ya los campos de Andalucía. Incorporóseles Teodomiro con el resto de los suyos. Encontráronse ambos ejércitos á orillas del Guadalete, cerca de donde hoy está Jerez de la Frontera. Allí era donde iba á darse la batalla sangrienta que había de decidir del destino de la nación godo-hispana. Eran los últimos días de julio del año del Señor 711.

Godos y sarracenos, cristianos y musulmanes se miran de frente. La religión de Jesús se halla en presencia de la religión de Mahoma. ¿Por qué va á permitir Dios que el acero haya de decidir cuál de las dos ha de triunfar en España? Inescrutables son sus juicios y podemos á veces presumirlos, pero no penetrarlos. Los árabes. á quienes el Profeta había prometido la herencia de toda la tierra, marchaban al combate con el entusiasmo de una religión á que creían deber todos sus triunfos: los españoles iban á pelear en defensa de sus vidas, de su patria y de su fe. Los sarracenos eran muy inferiores en número: había cuatro cristianos para cada musulmán, dicen sus crónicas. Pero los godo-hispanos habían perdido su antiguo vigor

con las dulzuras de una larga paz: los sarracenos estaban aguerridos con cien recientes campañas. El uno era un pueblo viejo y debilitado; el otro un pueblo vigoroso y joven. Los cristianos, vestidos de lorigas y armados los unos de lanzas y espadas, los otros de hondas, hachas, mazas y guadañas cortantes, lo primero que habían podido haber á las manos: los musulmanes, con sus turbantes en la cabeza, su arco en la mano, su alfanje colgado al cuello, su lanza al costado, sus albornoces blancos, encarnados ú oscuros, montados en alazanes ligeros como el viento: á la cabeza de los cristianos el rey Rodrigo, en su carro bélico incrustado de marfil, con corona en la cabeza y clámide de púrpura bordada de oro sobre los hombros.

Dió principio la pelea al despuntar el día: cristianos y sarracenos se arremetieron con igual brío y coraje: temblaba, dicen los historiadores árabes, bajo sus pies la tierra, y resonaba el aire con el estruendo de los tambores y añafiles, con el sonido de guerreras trompas y con el espantoso alarido de ambas huestes. Mantúvose igual la lid todo el día, hasta que la noche vino á poner tregua á tantos horrores. Recomenzó la lucha al rayar el alba del siguiente, «y el horno del combate permaneció encendido desde la aurora hasta la noche.» Al tercero comenzaban á flaquear los sarracenos. Tarik recorrió las filas á caballo, y arengó á los suyos diciendo: «¡Oh muslimes, vencedores de Almagreb! ¿á dónde vais? ¿dónde pensáis encontrar asilo? El mar está á vuestra espalda, y delante tenéis el enemigo: no hay remedio sino en vuestro valor y en la ayuda de Dios. ¡Guallah (por Dios)! Yo acometeré á su rey, y le quitaré la vida, ó moriré á sus manos.» Y arrimando el acicate á su caballo partió en busca de Rodrigo, siguiéndole ya reanimados los musulmanes ¿Qué fué lo que les infundió tanto aliento cuando iban ya de caída? ¿Fué sólo la arenga de Tarik, ó fué acaso la defección de los hijos de Witiza, del prelado Oppas y sus parciales, que vieron llegado el caso de consumar su traición y su venganza, y abandonaron á Rodrigo ó se pasaron á los árabes? Muchas crónicas lo afirman, y así inducen á sospecharlo los antecedentes, aunque otras lo nieguen, y algunas de los árabes lo omitan. Con esto los africanos arremetieron á manera de torbellino las primeras filas cristianas: Rodrigo, sin embargo, no desmaya, antes crece su arrojo, y pelea con bravura: ¡inútil esfuerzo aunque laudable! ¡En aquel momento se cumplía el destino fatal de España! El desventurado monarca perece en el calor de la pelea herido por la lanza misma de Tarik, y ahogado con su caballo en las aguas del Guadalete. Los escritores árabes añaden que su cabeza fué enviada á Muza como testimonio y trofeo de la victoria (1).

(1) Por no multiplicar notas y aglomerar citas, interrumpiendo y cortando á cada paso el hilo de la narración, no hemos ido anotando la multitud de variantes que se observa en los autores sobre cada incidente y circunstancia de este memorable suceso. Además de lo que hemos indicado acerca de los célebres amores de Rodrigo y la Cava, hay quien pretende eximir de la culpa y nota de traición al obispo Oppas, y al mismo conde Julián. Cuéntase de diferentes maneras la embajada y consulta de Muza al califa Walid. Cuestiónase si fueron una ó dos las expediciones exploratorias que precedieron á la invasión formal: si Tarif y Tarik, ó Tarek, fueron dos distintas ó una misma persona. Se ha disputado mucho y variado no poco sobre el año de la invasión y sobre el mes en que se dió la famosa batalla: si duró sólo tres días ó duró ocho: si acompañaban TOMO II

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Privados los cristianos de su rey y caudillo, desordenáronse descorazonados y llenos de pavor. Los árabes y berberiscos hicieron entonces espantosa carnicería en los hispano-godos, cebáronse en ellos por mucho espacio, y murieron tantos, «que sólo Dios que los crió, dice un escritor arábigo, los podría contar.» La tierra quedó cubierta de cadáveres, y las aguas del río tintas de sangre noble. Por mucho tiempo se vieron en los campos los despojos, las rotas armaduras y los huesos blanquecinos de los godos.

¡Cuánto yelmo quebrado!

¡Cuánto cuerpo de nobles destrozado! (1)

Fué esta última batalla memorable en viernes 31 de julio de 711, el 5 de la luna de Xawal del año 92 de la hégira. Acabó en las riberas del Guadalete la monarquía goda; desplomóse el trono de Ataulfo, de Recaredo y de Wamba; perecieron su libertad y sus leyes: sopló el viento de África, y cayó derrumbado el imperio de tres siglos: el estandarte de Mahoma tremolará en los templos cristianos, y costará ocho siglos de lucha el abatirle. En todos los ámbitos de España resonó un quejido de dolor. Cinco siglos después de la catástrofe pintaba el rey sabio el Llanto de España con los siguientes tiernos y elocuentes rasgos en el idioma de su tiempo:

«Despues que la batalla fué acabada, desventuradamente fueron muertos los unos é los otros..... E fincara toda la tierra vacía del pueblo, bañada de lágrimas, complida de apellido, huéspeda de los extraños, engañada de los vecinos, desamparada de los moradores, viuda é asolada de los sus fijos, confondida de los bárbaros, desmedrada por llanto é por llaga, fallescida de fortaleza, flaca de fuerza, menguada de conorte, asolada de los

ó no á Rodrigo los hijos de Witiza y el metropolitano Oppas, y si le abandonaron ó no en el combate y se pasaron á los sarracenos. Niegan algunos que se presentara el rey en la batalla en lujoso carro y con todo aquel aparato de majestad. Hácenle unos morir alanceado por el mismo Tarik, otros ahogado con su cabal.o Orelia en las aguas del Guadalete, y aun no falta quien crea lo de haberse salvado y huído á la Lusitania, donde pasó el resto de sus días haciendo penitencia; á lo cual ha contribuído aquello del sepulcro hallado dos siglos más tarde en Viseo. con la inscripción: Hic requiescit Rudericus, ultimus Rex Gothorum. Conviniendo todos en el hecho principal, difieren lastimosamente en cada uno de sus antecedentes, circunstancias y pormenores. Nosotros hemos cotejado detenidamente las historias arábigas con las cristianas, y basado nuestra relación en lo que nos ha parecido más autorizado y también más verosímil: teniendo presentes entre las crónicas é historias cristianas las del continuador del Viclarense, de Isidoro de Beja, de Sebastián de Salamanca, del monje de Silos de Rodrigo de Toledo, la general de Alfonso el Sabio, las de Morales, Mariana, Ferreras, Flórez, Mondéjar, Pellicer, Masdeu, con los anotadores é ilustradores de unos y otros; y entre las arábigas, los autores de Casiri, Conde, Gayangos y Lembke, creyéndonos dispensados de citar las discordancias que se notan en Ebn Hhayan, Ebn Kaldun, Abulfeda, Abu Abdalla, Abul Hasan, Ebn Khalkan, Ebn Al Khatib, etc., que prolijamente mencionan los historiadores extranjeros. En cuanto al año de la invasión y tiempo en que se dió la batalla, creemos que se marcha ya de acuerdo desde que se ha fijado bien la correspondencia y relación de los años de la hégira con los de la era cristiana.

(1) Fr. Luis de León, Oda.

suyos..... España, que en otro tiempo fué llagada por espada de los romanos, despues que guaresciera é cobmenzára por melezina é bondad de los godos, estonces era quebrada, pues que eran muertos é aterrados quantos ella criara. Olvidados le son los sus cantares, el su lenguaje ya tornado es en ajeno, ó en palabra extraña... España mezquina cató la su muerte; fué cuitada, que solmente non fincó aquí nenguno que la llantée: llámenla dolorida, é mas muerta que viva. Suena la su voz así como en el otro siglo, é sale la palabra así como de so tierra; é diz con la gran cuita: Los omes que pasades por la carrera, parad mientes, é ved sy hai cuita nin dolor que semeje con el mi dolor. E llantos dolorosos é alaridos España lloró. Los sus ojos non se pueden conortar, porque ya non son. Las sus casas, é las sus moradas todas fincaron yermas é despobladas. La su honra, é la su prez tornada es en confusion, ca los fijos é los sus criados todos murieron á espada. Los nobles fijodalgos cayeron en captivo. Los príncipes é los altos homes idos son en deshonra é en denuesto: los buenos combatientes perdiéronse en extremo, é los que antes estaban libres, estonces se tornaron en siervos..... El que fué fuerte y corajoso murió en la batalla; el corredor é ligero de pies non guaresció á las saetas..... ¿E quién daria á mí agua, con que toda mi cabeza fuese bañada, é mis ojos fuentes, que siempre manasen lágrimas, porque llorasen é plañiesen la pérdida, é la muerte de los de España, é la mezquindad, é el aterramiento de los godos? Aquí se remató la santidad é religion de los obispos é de los sacerdotes; aquí quedó é menguó el abondamiento de los clérigos que servian las igresias; aquí peresció el entendimiento, é el enseñamiento de las leyes de la santa fe, é los padres é los señores todos perescieron en uno..... Toda la tierra astragaron los enemigos, é las casas hermaron, los homes mataron, las cibdades robaron é tomaron..... Cuanto mal sufrió aquella Babilonia, que fué la primera é mayoral en todos los reinos del mundo, cuando fué destroida del rey Ciro é del rey Darío..... é cuanto mal sufrió Roma, que era señora de todas las tierras, cuando la tomó é la destruyó Alarico, é despues Ataulfo, rey de los godos, é despues Genserico, rey de los vándalos; é cuanto mal sufrió Jerusalen, que segun la profecía de nuestro Señor Jesuchristo fué derribada é quemada, que non fincó piedra sobre piedra; é cuanto mal sufrió aquella nombre de Cartago, cuando la tomó é la quemó Scipion, cónsul de Roma; dos tanto mal, é mas que aquesto sufrió la mezquina de España, desamparada, ca en ella se ayuntaron todas estas coitas, é tribulaciones..... (1).»

Antes de proseguir la historia de la fatal desgracia, hagamos aquí un descanso, y examinemos la condición del pueblo godo en lo religioso, en lo político y civil, y lo que legó á España para su vida futura cuando fué destruído.

(1) Crónica de España por don Alfonso el Sabio, pág. 202 y sig.

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