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que tenian escopetas, por lo regular mal compuestas y municionadas.

Esto no obstante, únos disparaban desde las ventanas, esquinas y postes con el mayor tino y denuedo. Ótros ciegos de rabia y furor se abanzaban hasta sus mismas filas con sus chuzos, cuchillos ó palos, y herian ó mataban tres ó quatro franceses: ótros hacian lo mismo desde los balcones con piedras y trastos de casa y cocina: ótros, y hasta las mugeres, les echaban agua hirbiendo, lo que les obligó al momento á disparar á lo alto, no solo con la fusilería, sino á quanto alcanzaba la artillería y todos en fin parece que estaban dispuestos á regar las calles con sangre francesa, aunquè fuese á costa de la suya, antes que sujetarse á tan vil canalla.

Al barrio de las Maravillas acudieron dos valientes oficiales de artillería, D. Luis Daoiz, y D. Pedro Velarde. No sé qual dixo al otro: Compañero, ¡esta es la ocasion de morir ó vencer! ya estamos cansados de sufrir tantas infamias y abatimientos de estos viles y cobardes franceses! y forzando el parque de artillería, hicieron sacar dos cañones, que tirados por las mismas mugeres, y disparados unas quantas veces por aquellos dos diestros y valientes oficiales, desbarataron dos gruesas columnas que á toda priesa venian del campamento de Chamartin para apoderarse del mismo parque.

Los lances de valor que executaron en este dia los hombres y mugeres de Madrid, los grandes y los chicos, y hasta algunos sol

y

dados, que se fugaron de los quarteles, ni tienen cuento, ni es fácil ponderarlos. Pero no puedo pasar en silencio dos de ellos á qual mas heróicos y atrevidos. El primero fué el de un carbonero. Viendo éste en medio de la columna de caballería uno, que por el plumage uniforme se le figuró que era Murat, se lanzó, como un rayo, entre las líneas con un solo palo ó estaca de las buenas que éllos acostumbran llevar, y le dió tan fuerte golpe, que consiguió derribarlo. En seguida hizo lo mismo con otros tres, de los que dos queda. ron muertos. Y quando ya volvia zafándose de tantos como le rodeaban y asestaban, tuvo la desgracia de ser muerto en la última línea. Este hecho tan notorio no lo presenció el autor, pero sí el si

guiente no menos heróico y atrevido. Junto al portillo de Embaxadores venia un disforme coracero á dar parte á los del Prado que ya llegaba en su socorro la gran columna de caballería que tenian en los lugares inmediatos, y le salió al encuentro un hombre, al parecer despreciable, con su simple cachiporra y monterilla. El coracero al punto se tiró á él como un leon, ó mejor, como un demonio en figura de hombre, porque así lo parecia; y quando yo pensaba ver á aquel infeliz hecho pedazos de un instante á otro, con admiracion observé que le jugó por tres y quatro veces tambien la suerte, que al fin le dió tan fuerte cachiporrazo en la mano que le hizo soltar la espada. Á este golpe, y al espanto del caballo cayó el coracero, y'el paisa

no sin turbarse lo acabó de matar. Montó luego en su caballo, y se dirigió ácia el puente de Toledo á tiempo que venian otros dos coraceros y un oficial de graduacion en socorro del anterior. ¡Cobardes! comenzó á gritarles, ¡aguardad! aguardad! Pero ellos en vez de ha cerlo se retiraron á galope por aquellos derrumbaderos ácia el embarcadero del canal. Y así este español pudo gloriarse de haber quedado mas ufano y triunfante que qualquiera de los griegos en Platea y Maraton, pues aunque luego que divisó la gran columna se retiró ácia Madrid, ¿quien sabe el estrago que antes y despues haria?

Finalmente, por todas partes y barrios fue tal y tan general la conmocion del pueblo, y su empeño en hacer frente á los franceses con

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