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tán pocas y débiles armas, que el perverso Murat, sus generales y consejeros atemorizados y temiendo mayores males, escogitaron el especioso pretexto de hacer tomar parte á los Consejos, como el me. dio mas seguro de aquietar al pue-. blo.

Con efecto, luego que hicieron varias descargas de artillería y fu silería, y la columna apostada en la plaza de Palacio venia haciendo fuego por la calle Mayor, se presentaron á caballo los ministros delante del consejo de Castilla, é hicieron que saliesen tambien los individuos de los otros, y en grandes partidas con sus pañuelos blancos en las manos fuesen persuadiendo al pueblo que se aquietase y retirase á sus casas. Y á esta solemne propuesta, harto mejor que á sus

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armas, debió Murat que el pueblo se retirase, y al indulto que publicaron los Consejos, mediante el que aseguraban que terminado el alboroto, las tropas francesas no se meterian mas con los paisanos, si éstos no lo hacian con aquellas. Pues por lo demas, y á pesar de lo que despues se ha querido por algunos desfigurar esta defensa, fué tan general la conmocion, y llegó á tomar tal incremento por todos los barrios, que acorbadado Murat al saber la intrepidez tan general del pueblo, y temiendo no cediese á las insinuaciones de los Consejos, y que la poca tropa española saliese de sus quarteles, dió las érdenes mas estrechas para tomar todos los caminos y puentes, y en caso necesario sitiar á Madrid, y á mayor abundamiento envió pos.

tas al famoso Dupont que estaba en Toledo, para que retrocediese con su division.

Pero el pueblo se aquietó á las exhortaciones de los Consejos, y las miras de los malvados, abusando de tan loable obediencia, pasaron mas adelante al ver que la burla ideada para sujetar al pueblo y apoderarse del mando, les habia salido mucho mas cara de lo que jamas pudieron imaginar. Ya se ha dicho que como los paisanos disparaban y daban sus golpes á pie firme, por decirlo así, desde las esquinas ó ventanas mataban ocho ó diez franceses, antes que éstos á uno de ellos. Y entretanto en los barrios baxos no se descuidaron con los que pasaban con armas ó sin ellas, y desarmaron á grandes patrullas que sin mucha dificultad

entregaban las armas diciendo: Viva el Rey de España, y muera Napoleon.

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Visto y sabido todo esto por Murat y sus generales, y que los soldados muertos no baxaban de 1500 incluyendo un general de division, y mas de 80 oficiales (á los que apuntó con mas teson el paisanage, como á los queridos mamelucos de Napoleon), y que el número de heridos, extraviados y desarmados era tres veces mayor, se encendieron mas y mas en cólera, y cuales tígres rabiosos idearon saciar su rabia en las inocentes entrañas de los paisanos de Madrid. Sin preceder bando, pregon niedicto alguno plantaron en la casa de Correos una comision militar presidida por el capitan general español. don Francisco Negrete, y el fran

ces Manuel Gruchi, y mandaron á las infinitas patrullas francesas que por haberse retirado ya el paisa nage andaban con libertad por las calles, que registrasen con el mayor escrúpulo á todos quantos encontrasen, y si era con armas, aunque muy despreciables, los conduxesen á la casa de Correos y á su vivac, desde donde sin mas apela. cion, recurso, auxilios espirituales, ni otra prevencion eran conducidos al Prado, y allí arcabuceados despiadadamente. Á mas sacaron de aquellas casas desde donde se les figuró les habian hecho fuego, sin mas exámen ni distincion, á otros varios que allí mismo ó poco despues sufrieron la mis

ma suerte.

Hubo de todas clases entre estas inocentes víctimas, como sacer

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