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gar su vida escondiéndose entre unas esteras que habia en las guardillas de su casa. Al cabo de dos dias fue descubierto, corrió la voz como un relámpago; y todos acudieron á insultarle y morderle como perros rabiosos, y los que no podian de obra, se desquitaban con palabras é insultantes denuestos. Llegó á oidos del inocente don Fernando quanto y como pasaba, y el peligro que corria Godoy, y olvidado de todo resentimiento corrió en su caballo, y ayudado de los guardias consiguió el libertarlo de las manos del pue blo, siempre docil á las voces y re flexiones de sus principes y reyes.

Creo que esto sucedió el dia 19 y de san Josef, y sea por ello ó porque el pueblo de Madrid se consideraba como el que ha estado largo tiempo en prision, que

quando logra la libertad, procura compensar aquellos malos ratos con algunos otros desahogos, aquella misma tarde se principió á conmover, mas no del modo que nos han querido pintar los franceses y sus parciales matándose unos á otros, robando y atropellándolo todo; sino desfogando su rabia precisamente contra los muebles; muchos de ellos los mas esquisitos de todos aquellos que eran de la familia de Godoy ó íntimos confidentes suyos. Enfren te de sus casas hacian una grande hoguera, y allí los consumian y quemaban entre mucha bulla y algazara, A lo mas que se estendieron otras quadrillas fue á entrar en las tiendas de mercería y confiterías, y tomar de ellas frascos de aguardiente, dulces, pan demas. Pero cosa de acuchillar

y

se unos á otros es patraña. Todos prorrumpian viva el rey, muera el choricero, muera Godoy. Si acaso dos se cruzaban las manos, al instante acudian otros, y decian: todo el mundo quedo, que hoy no es dia de reñir. No quiero por esto disculpar enteramente al pueblo, que algunas demasías cometeria; sino hacer ver que estos alborotos no fueron tales como despues se han pintado por los franceses y traidores españoles.

Continuó así el dia 20, á que contribuyó múcho tambien ser domingo, hasta cerca de las tres de la tarde, en que el consejo de Castilla anunció por carteles, y como el mejor medio de asegurar el sosiego, que el señor don Fernando habia sido exâltado al trono por la voluntaria y libre cesion del señor don Cárlos IV. No es fa

cil explicar ni poder concebir el singular plecer que tuvo con este motivo la corte y despues todo el reyno por tan plausible noticia. Todos los madrileños prorrumpieron en los mas cordiales vivas: pero singularmente los que andaban por las calles redoblaron sus voces y algazara; sacaron y pasearon el retrato del señor don Fernando; se dirigieron al santuario de Atocha, y pretendieron sacar tambien la Virgen en procesion hasta donde hallasen al nuevo monarca, que se dixo venia aquella noche para que con su presencia se, aquietase enteramente la corte. Ni la salida de la Vírgen, ni la venida del señor don Fernando se verificaron. Aquella porque la disuadieron los religiosos; y esta por que el señor don Fernando creyó mas conveniente dilatarla hasta

dar nuevo órden á las cosas mas precisas. Así que todos quantos fueron á su encuentro se volvieron, y por estar la noche bastante fria y ventosa y ellos mas bien bebidos que comidos, y hartos de andar de calle en calle, casi todos se retiraron á sus hogares y quarteles por manera que á la mañana y dia siguiente 21 apenas aparecian vestigios del alboroto, y fue facil al Consejo por medio de sus providencias y rondas de vecinos honrados volver al pueblo á su antigua tranquilidad.

Como si tal cosa no hubiera pasado continuó hasta el 23, en que al frente del pérfido Joaquin Murat hermano político de Napoleon, entonces gran duque de Berg y Cleves, y ahora ya rey de Nápoles, entraron entraron como unos

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