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quince mil hombres de tropas francesas, y la mayor parte de caballería escogida y de aquellos granaderos y coraceros, que con sus morriones, colas de caballo y petos eran capaces de espantar á otros que no fuesen españoles y madrileños. En los dias siguien tes entraron tambien ó se acercaron á Madrid hasta el número de sesenta mil hombres con tantos cañones, carros, caballos, coches, trenes y criados de la guardia imperial y del mismo emperador, que todo daba á entender ser cierta su venida.

Como el señor don Fernando y todos los buenos españoles creían que dichas tropas habian venido de buena fe, y á defender tan buena causa, y lo mismo decian varios generales y oficiales franceses; se dieron las mas estrechas

órdenes para que se las mirase y tratase con el mayor cariño y agasajo. Así los madrileños no veían entonces mas que unos hermanos, unos amigos y finos aliados. A porfia procuraban aliviar su hambre y desnudez, y todas las penurias que son consiguientes á unas marchas tan largas y forzadas como algunas habian hecho. Muchas de las tropas se alojaron repentinamente en los conventos;

Ꭹ ni aun esto estrañaron ni llevaron á mal los madrileños sin embargo de no estar acostumbrados á verlo.

Al siguiente 24 hizo su entrada á caballo el señor don Fernando comenzándola desde el paseo de las Delicias junto al Canal por todo el Prado arriba, calles de Alcalá y Mayor hasta su real palacio. Qual fue el deseo y entusias

mo de este pueblo por ver á su jóven rey en tiempo que creía haberle perdido: quan inumerables los vivas y aclamaciones; ni yo tengo palabras ni expresiones para ponderarlo, ni mi tosca pluma vale para describirlo. Bastará decir para dar alguna prueba de ello que si en aquel dia tenia Madrid doscientas mil almas las

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ciento noventa mil dexaron sus oficinas, sus talleres, sus comercios y hogares para acudir á la carrera á ver á su tan deseado monarca. ¡Admirable exemplo de lo que puede en el corazon de los pueblos la sola esperanza de un príncipe justo! Bien lo conoció así un oficial italiano de los de Bonaparte, que ignorante sin duda de su pérfida intencion, no dudó decir que aquella entrada daba mas honor y gloria á nuestro don Fernando

que á Napoleon todas sus victorias, conquistas y entradas en París.

Siguió así la corte contenta con la presencia de su nuevo soberano; y todas las provincias escribian tambien alborozadas y fuera de sí, y como quien despierta de un pesado sueño ó sale de una penosa enfermedad, que luego que recobra sus fuerzas co· mienza á desenrollarlas, y se olvi da de todo lo pasado.

Así se vió súbitamente reanimada la España por el feliz y deseado advenimiento al trono de tan amado soberano. Y no contribuyó poco para lo mismo un brevísimo manifiesto que publicó el señor don Fernando 6 de su órden el consejo de Castilla. Reducíase á dar al pueblo español una razon de la causa por qué habia si

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do arrestado en el Escorial con los que se decian sus cómplices. Y todo el resultado era que instruido el señor don Fernando por personas fidedignas de que Godoy queria usurparle el trono, y que para conseguirlo mejor le tenia oprimido y casi sin comunicacion, no permitiéndole á su lado otras personas que las puestas por él; habia determinado por medio y consejo de su maestro don Juan Escoiquiz implorar la proteccion de Bonaparte, y para obligarle mas pedirle por esposa una de sus sobrinas ó hijas adoptivas; á cuyas propuestas habia convenido muy gustoso el mismo Napoleon, como se lo habia hecho saber por medio de su embaxador: y que en el hallazgo de estos papeles ó cifras, de que se valian para entenderse tan augusto discípulo y

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