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Visto esto pasé á Sanz, y á poco rato of sonar una trompeta que venia del lado de Barcelona. Era la compañía de caballos ligeros de Perpiñan que salian á encontrar á S. M. Pasados estos, á poco rato oí otra trompeta que venia hácia Barcelona. Tras ella seguian algunos hombres armados. de punta en blanco, que venian custodiando un rico coche. En él venia una sola persona; era un hombre grueso, de bella barba. Pregunté quién era, y supe ser el conde de Olivares, que á poca distancia de Sanz, dejando el coche, montó en un caballo, y desde una eminencia miró si venia el Rey, y viendo que no venia, se volvió á su coche, y muy despacio hácia Barcelona. Yo seguí sus mismos pasos, y en esto vi venir de la ciudad al duque de Cardona, que en un coche salia con sus hijos á recibir al Rey, llevando su familia riquísima librea. Volvíme con él hácia Provenzana, y cerca de allí vi las compañías de caballos ligeros de Perpiñan que habian hecho alto. A poco rato oí sonido de clarines; siguióse despues multitud de gente armada de punta en blanco con sus lanzas, que venia custodiando un coche tirado por seis mulas, y seguido de otros. En el último venia la Real persona de Felipe IV con algunos grandes dentro del mismo coche. Yo no pude ver á S. M. sino al paso, porque iban los coches á la posta. Al pasar delante de las compañías de caballos, rindieron estos las armas, y llegando cerca de la cruz cubierta, se halló ya dispuesta y en órden la guardia del Rey con su librea amarilla, colorada y blanca; los soldados de ella traian, unos alabardas y otros cuchillas. Tenian ya prevenido para S. M. un hermoso caballo blanco, tan dócil y bello como requeria la ocasion. Dejó S. M. el coche, y con mucho donaire montó el caballo. Traia un capotillo de terciopelo negro, manga de brocado, una rica cadena, sombrero y pluma de color leonado, con una hermosa joya de la cual pendia una gruesa perla del tamaño de una nuez. El duque de

Cardona iba al lado siniestro, á pié, pero cubierto, si no es en las ocasiones en que el Rey le preguntaba alguna cosa, y en habiendo respondido, se volvia á cubrir. Otros muchos señores venian tambien á pié, pero descubiertos. Seguia despues el de Olivares á caballo, con otros grandes. >> Continúa el autor describiendo dicha entrada y las costosas luminarias, tramoyas, máscaras y encamisadas con que Barcelona solemnizó la venida de su vigésimooctavo conde, sin omitir las poesías que en dicha ocasion se escribieron; y pasa despues á referir con la misma escrupulosa minuciosidad el auto general de la Fe celebrado el 21 de Junio de 1627; la traslacion del cuerpo de Santa Madrona á la Seu; las fiestas celebradas en conmemoracion de los mártires del Japon, en 1628; la llegada de los duques de Alcalá, Feria y Lerma, marqueses de Santacruz y Espínola; los festejos que en el año de 1629 se hicieron al nacimiento del príncipe D. Baltasar Cárlos, hijo de Felipe IV; y por último, la segunda jornada de este monarca, en 1632, para continuar las Córtes del año 1626. Mostróse Barcelona mas ostentosa que nunca en esta nueva entrada de su príncipe, solemnizándola con un lucido torneo, juego de cañas en el Borne, saraos y mascaradas, demostraciones todas de júbilo que el autor describe con manifiesta complacencia hasta en sus menores detalles.

En 1634 comenzaron los disgustos de Cataluña causados por el poco cuidado que en la conservacion de sus fueros parecen haber tenido los funcionarios reales. Deseando Felipe IV volver á Castilla, donde le llamaban graves atenciones del Estado, y la necesidad de proveer á la defensa de las fronteras amenazadas por el Francés, dejó á su hermano Don Fernando, mas conocido como el Infante-Cardenal, para que presidiera las Córtes en su ausencia. Al exigirle el acostumbrado juramento, el Protonotario de Aragon D. Jerónimo de Villanueva, obedeciendo

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órdenes venidas de la Corte, dispuso que los presentes, incluso el virey duque de Cardona, se quitasen los bonetes, y el conseller en cap D. Bernardo Sala, olvidando su gran preeminencia y lo que prevenian los fueros, se descubrió; los demas siguieron su ejemplo. «Perdióse (exclama el autor) en un instante la joya que á costa de mucha sangre y penosos servicios en largas edades habia comprado (1) esta nobilísima y leal ciudad del ánimo y cariño de sus famosos condes. >>

Vino poco despues el célebre motin de los segadores; la traslacion de la Audiencia y demas ministros reales desde Barcelona á Gerona; la declaracion de guerra y la entrada del ejército francés en el Rosellon; las pendencias entre soldados y paisanos por la cuestion de alojamientos; y por último, los graves disturbios y muerte del virey Santa Coloma en Barcelona; sucesos todos que el autor narra muy detalladamente y con menos pasion de la que pudiera esperarse de un natural del Principado. Los varios acontecimientos de aquella lucha fratricida y sangrienta que la tortuosa política de Richelieu supo encender y fomentar; los movimientos y marchas del ejército francés, auxiliar de aquella rebelion; los actos civiles de Brezé, La Mothe y Harcourt, vireyes sucesivos de Barcelona en nombre de Luis XIII, están descritos muy por extenso, mostrando el autor, como era natural, mayor aficion y preferencia á lo ocurrido dentro de aquella capital.

Aun tenemos que hacer otra advertencia á nuestros

(1) No sé si deste dia (dice), y con esta herida se llagaron algunos tan en lo mas sensible, que no seria error muy grande persuadirse que de los lances futuros tuvo parte este suceso; y despues añade: "Reunióse el Consejo de Ciento; intentaron desnudar la gramalla al conseller en cap y deponerle de las bolsas para siempre. Tomose el acuerdo de no concurrir en público con el Cardenal, ni ir juntos por la ciudad tres conselleres, á pié ni en coche mientras fuese virey de Cataluña el Infante - Cardenal, &c.

lectores. En la introduccion al tomo primero de esta correspondencia (pág. XIX) ofrecimos publicar por via de apéndice y sumario de toda ella, cierto diario, muy detallado que de los sucesos de esta Corte, entre los años de 1636 y 1639, escribió un anónimo madrileño. No habiéndonos sido posible por ahora cumplir nuestro compromiso por las irregulares dimensiones de este tomo, aumentado como está con un índice general de toda la obra, dejaremos para mas adelante la publicacion de un documento que ha de contribuir eficazmente á ilustrar la historia nacional en este reinado.

P. de G.

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