Imágenes de páginas
PDF
EPUB

en el aire! ¡qué lejanía en el horizonte! La vista se pierde en los tendidos páramos del desierto; y aquella soledad y aquel espacio inmenso justifican la pregunta del divino Maestro a Felipe: «¿Dónde encontraremos pan para tanta gente?» ¿Qué hubiera sido de ellos sin el benéfico milagro?

¿Queréis apreciar adónde llegaba en los efectos del clarooscuro? Pues buscad más abajo, cerca del coro de la iglesia, el cuadro que representa a San Juan de Dios llevando sobre sus hombros un mendigo enfermo. La caridad del santo no alcanza a suplir las fuerzas materiales, y desfallece bajo el peso piadoso que le abruma; un ángel se le aparece y le conforta y guía.

Caravaggio y su discípulo Ribera no tienen más vigor ni más energía; el nombre del primero asalta la memoria a primera vista, pero el examen de la manera fija la paternidad del lienzo. Si el ángel excede en apostura varonil y brío a los que acostumbraba retratar Murillo, nunca la mano violenta y áspera del Caravaggio pintó un rostro de tan suave y beatifica expresión como el del santo.

Después de haber admirado tanta belleza, después de haber sentido el entusiasmo trocarse en recogimiento, cuando de la admiración del artista se pasa insensiblemente a la consideración y recuerdo del hombre, cuando se repasa su vida modesta y pura, su existencia consagrada a la piedad y al trabajo, es natural deseo el de visitar el sitio donde la posteridad agradecida honra sus gloriosos restos.

Preguntad por el sepulcro de Murillo, nadie sabe de él; pero acaso en uno de esos paseos tan gratos al viajero, en que sin rumbo ni objeto determinado vaga al capricho del azar o de su fantasía, llegaréis a una solitaria plazuela, plantada de acacias, que lleva por nombre Santa Cruz, cerca del viejo muro, entre el Alcázar y la puerta de la Carne, y en un lienzo de pared una inscripción reciente os dirá que allí, siendo el solar parroquia del nombre que la plaza lleva, fué enterrado el príncipe de la pintura sevillana.

En su sepulcro pusieron esta inscripción elocuente:

VIVE MORITURUS

Inscripción, losa y restos fueron envueltos y deshechos en la ruina general, al ser demolida la iglesia durante la ocupación francesa.

Hace algunos años, era todavía aquello, según un escritor inglés (1), Weed-covered mound of rubbish, «montón de escombros, cubierto de malezas». Hoy, con más decoro, a la sombra de los árboles y al susurro triste de su ramaje, pueden el artista y el peregrino entregarse allí a las melancólicas ideas que la inscripción despierta.

(1) Stirling.

[graphic][merged small]

Bellas artes.-De las artes a las letras, camino de ociosos.-El Duque y las Sierpes.-Gradas.-La biblioteca colombina.— Una espada.-Los libros de Colón.-Interior del alcázar.Sombras y recuerdos.-El rey justiciero.-La tradición y la historia. Leyendas.

[graphic]

cualquiera iglesia de Sevilla, y son innumerables, se encuentra un lienzo o una escultura que fija la atención del menos inteligente; y en estas obras, a través de una manera general y como de escuela, se descubren numerosas y potentes personalidades. Poco a poco el ánimo se interesa por desentrañar y distinguir lo que en la obra general pertenece a cada artista, los estudia, los compara y procura formar su juicio, hacer la crítica, como se dice ahora.

Para que este trabajo sea un verdadero placer, debe hacerse con absoluta libertad e independencia, olvidando a los preceptistas, dejando obrar al propio sentimiento y la propia concien

cia. Lo cual no debe ser obstáculo para que, ya formada la opinión, ceda el paso a la de jucz más autorizado.

Cada uno debe ver por sí, sentir por sí, no por ojos y sentidos ajenos: este sistema conduce a pensar, y sin la vida del pensamiento, sin la generación de la idea, sin la actividad mental que crea y produce, ¿qué significa nuestra miserable existencia material? La mayor parte del tiempo, lo que nosotros creemos pensar es únicamente recordar.

La luz espléndida, la limpia transparencia del cielo, son los accidentes principales del paisaje de Andalucía. Así el color, la imagen son el elemento primero del genio de sus hijos. Imagen en la poesía, color en la pintura: ahí están, por ejemplo, Herrera y Góngora y todo el largo y glorioso catálogo de la escuela sevillana.

Pero aquel sol magnífico no se limita a iluminar generosamente el espacio, fecunda también la tierra, y a su energía luminosa corresponde su energía vivífica y creadora. A sus ardientes caricias el suelo se cubre instantáneamente de flores, en breve término de días lanza al áloe su gigantesco tallo a los aires, abriendo sus brazos como si ofreciera al cielo la primicia de sus flores; y el cardo escultural, el acanto de los artistas góticos, levanta sus rizadas hojas, tejiendo enramadas donde se oculta y esconde el más corpulento toro de Utrera.

Ese fuego, esa energía tienen el numen y la mano de sus artistas. Por esas cualidades sobresale entre ellos Herrera el viejo; los escorzos de sus figuras llegan casi a la violencia, los tipos de sus obispos y mártires pertenecen a una raza más varonil que la nuestra; y hasta el movimiento de sus cabellos y barbas, y el plegado de las ropas, denuncian la robustez del numen y el vigor extraordinario de la mano. Pintor que podrá no ser simpático, pero que a nadie será indiferente. Nadie pasará delante de sus obras sin detenerse, sin hacer aprecio de ellas, sea favorable o contrario el juicio que de su examen resulte. Los franceses dirían de su estilo que es saisissant, y yo no encuentro ahora una palabra castellana que satisfaga como

esta extranjera mi idea. Según los inteligentes su obra mejor es el Juicio final en San Bernardo: en la galería de San Telmo hay valentísimas cabezas de su mano.

Con no menores cualidades, aunque templadas por un ánimo más sereno, por un instinto más recto, por una obediencia y sujeción más hulmildes a los principios y al estudio, pintaba Zurbarán. Parece a veces que en sus cuadros luchan la fantasía desbocada y el sano criterio, y que no siempre triunfa el segundo. Sus nueve lienzos del retablo de la capilla de San Pedro en la Catedral son excelentes: pocas veces iluminó con tanta viveza sus figuras, y huyendo del camino trillado, dando intención hierática a la pintura, representó al Pontífice, cabeza de la Iglesia, en vez del rudo pescador galileo.

Más célebre por su humor incisivo y rencoroso que por sus trabajos, Herrera el mozo no tuvo la energía y la transparencia de color del viejo. En la apoteosis de San Francisco, en la Catedral, campea su estilo. Brío y desembarazo en la composición, tintas pálidas, dibujo incorrecto y atrevido.

Roelas es el más frío de todos, pero acaso también el más cuidadoso y prolijo en el trabajo. Sus composiciones parecen bien estudiadas: deslumbra menos, pero tal vez satisface más, y resiste mejor el análisis de una crítica desapasionada y recta.

Valdés Leal acertó con su inspiración en los dos célebres cuadros de la Caridad. Carácter tétrico, misántropo por la violencia de sus pasiones, un siglo después hubiera caído en el escepticismo; su época y su nacionalidad le salvaron, pero no vió en la muerte más que el castigo de la humanidad, el término de su ambición y vanagloria, y desahogó su odio a esa humanidad pintando la muerte con verdad pavorosa y lúgubre energía.

Un esqueleto se adelanta hacia el espectador derribando y pisando mantos y coronas, cetros y armaduras; bajo el brazo izquierdo lleva un ataúd, y posando la palma derecha sobre una vela encendida, sofoca su luz y la apaga. Este es el asun

« AnteriorContinuar »