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y en Roma las vestales, los senadores y la familia imperial, era la parte mejor y más espléndidamente adornada; enriquecíanla estatuas, jarrones, candelabros, balaustres y otros objetos preciosos de arte; ¿muchos de esos despojos, caídos y abandonados en la devastación del monumento, no estarán allí enterrados?

La Academia de la Historia ha publicado una memoria descriptiva del anfiteatro de Itálica, escrita por el arquitecto don Demetrio de los Ríos. Este ilustrado arqueólogo ha medido, estudiado y visto prolija y detalladamente la ruina, cuya restauración acompaña a su memoria.

Director de las excavaciones, a él se debe el descubrimiento de la arena y el podio. Las aserciones aventuradas, los juicios errados de los anticuarios que antes de él han escrito acerca del mismo asunto, caen y se desvanecen ante el análisis lógico y severo, que de ellos hace fundándose en datos nuevos, escrupulosamente compulsados; y hoy, el curioso puede de tener una idea clara y exacta, a mi entender, de la forma, proporciones y disposición de aquel célebre monumento.

El celo del señor Ríos y su amor a las artes no se han limitado al estudio del anfiteatro; ha registrado las cercanías, ha inquirido, investigado, y recogido cuanto de la antigua colonia romana existe: y fruto de una perseverancia y laboriosidad poco frecuentes será la importante obra que dicho señor prepara, donde aparecerán la antigua Itálica con sus murallas, plazas, foro, termas, mosaicos y palacios; y la Itálica moderna, pálida sombra de ésa, escombro doloroso, lamentable ruina más de mano de los hombres que de mano del tiempo.

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Ultimos recuerdos. La procesión del Corpus y los seises.Adiós a Sevilla.-Teorías de caminante.-Nocturnos.-Jerez.-Tinieblas y luces.-Auras marinas.

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L último pretexto que me detenía en las riberas del Betis eran la fiesta del Corpus y los seises de la Catedral.

La fiesta de la Eucaristía es la fiesta española por excelencia; es un día histórico que hace época en la nación y en la familia; en otro tiempo regía las costumbres así en el Estado como en los individuos. Día de gala, de lujo, de esplendidez, de sol, de flores, verdadera fiesta del corazón y de los ojos. En nuestras instituciones consta la parte que el Estado tomaba para contribuir al mayor esplendor del día: en los recuerdos de nuestros padres la solemnidad y el respeto con que se les festejaba.

¡El día del Corpus! ¿Quién no ha oído contar en su casa los preparativos que le anunciaban? Sacábanse los viejos uniformes, las armas, inútiles ya en tan débiles manos, los encajes, las joyas y veneras; la señora preparaba su rica mantilla blanca, sus brincos y collares de pedrería y algún vestido nuevo, que estrenado en tan alta ocasión, iba luego en ofrenda piadosa a vestir la imagen de la Virgen en el altar preferido de la parroquia, o en la pobre iglesia de la aldea solariega.

Cumplidos los deberes de cristiano, para lo cual se madrugaba más de lo acostumbrado, el tocado y vestido eran la ocupación primera; luego, si la casa estaba en la carrera, se tendían los damascos en los balcones y se preparaba el refresco para los amigos que habían de venir; si no, trocando los empleos, se iba a tomar lugar en el estrado de otra casa conocida, mientras llegaba la procesión. Pasaba ésta y se ponderaba, según tradicional costumbre, su lujo y magnificencia; alguna diferencia de etiqueta sobre si llevó el pendón el corregidor, correspondiéndole al general, y sobre si el presidente de la Chan cillería debía o no preceder al consejero de S. M., amenizaban la conversación de los señores; luego en el paseo se lucían las galas y se establecía la competencia de lujo y hermosura.

Sevilla conserva todavía la pompa exterior y bizarra de otros tiempos; los jóvenes aseguran que la ha aumentado, los viejos que la ha empobrecido.

Las Corporaciones, el Municipio, la Diputación, el Gobierno civil, levantan arcos triunfales en varios puntos de la carrera; los particulares compiten en elegancia y visualidad de colgaduras; los mercaderes de calle de Francos subrepujan y eclipsan a todos los demás. Sedas rojas y amarillas con gruesa cordonería y borlas, grandes cortinajes blancos, arañas y candelabros decoran la fachada del célebre comercio de Camino con una ostentación magnífica.

Esas decoraciones se iluminan de noche la víspera, y al panocturno de la carrera afluye la población de Sevilla y de todą su comarca.

La procesión se parece a la de Semana Santa, más suntuosa quizás, más imponente.

Antes de salir, en el trascoro, delante de la Custodia, en medio del clero y las autoridades reunidas, ejecutan los seises su danza. Estos bailes, contra lo que la imaginación supone, no tienen nada de irreverentes; son unas mudanzas lentas y graves hechas con cabal precisión al compás de una música hermosa y de un coro cantado por los mismos seises.

Su traje, a usanza del siglo XVII, consiste en trusa con mangotes sueltos, y gregüesco largo de raso listado blanco y carmesí, media y zapato blancos, gorguera de cañones, sombrero con plumas y ala recogida de un lado y una banda de los coores de la ropa cruzada de izquierda a derecha,

Durante la octava repiten sus mudanzas a vísperas en el presbiterio.

Estas últimas impresiones de Sevilla me bullían en la mente, a tiempo que tomaba el tren para Cádiz, a las seis de la tarde de un domingo.

Mi único compañero era un señor mayor, soltero, indiano. No extrañe el lector la facilidad y el aplomo con que le califico. En todo el camino no hablamos una palabra, y, sin embargo, estoy seguro, sin que dadie me lo haya dicho, que el señor era soltero e indiano.

El matrimonio modifica de tal manera, imprime tal sello al carácter, que el hombre casado, el padre de familia sobre todo, se revelan en cuanto hacen y dicen. Asimismo se revela el célibe, pero las revelaciones son distintas y de distintos efectos.

El célibe tiene ciertos movimientos bruscos y duros, no está acostumbrado a tomar niños en brazos, a tener reclinada en el seno la frente pura de una esposa querida, se precipita a coger el mejor lugar o el mejor bocado, no está acostumbrado a desear lo mejor para otro; se alarma en los riesgos, se enfurece y habla siempre con el yo por delante, no está acostumbrado a pensar en los suyos antes que en sí propio. Y si abre el saco de noche o desembanasta la merienda, entonces la última duda

desaparece, y queda el estado del individuo llana y explícitamente declarado. ¿Qué ojos, no siendo ciegos, confunden los paquetes y fiambreras dispuestos con tanto esmero por una esposa o unas hijas, con los envoltorios hechos de prisa por un ayuda de cámara o una patrona?

Ninguno de estos indicios mostró mi compañero, Sin embargo, yo quedé persuadido de su celibato: ¿en qué consisten estas súbitas inspiraciones y la tenacidad con que subsisten? Díganlo los moralistas y fisiólogos, si lo tienen averiguado, que sí lo tendrán. Yo soy un caminante que piensa en alta voz, y cuenta al paso cuánto le inspiran los objetos que ve y las personas que encuentra.

En cuanto a lo de indiano, sin el pisar entre pulido y difícil y el tinte subido de la tez, en el chupar del tabaco se lo hubiera cualquiera conocido.

Fuese efecto de genio o de melancolía, era tan poco locuaz como he indicado. Así me dejaba libertad completa de abandonarme a mis meditaciones, y yo usaba ampliamente de ella. A ratos me asomaba a las ventanas y veía la Giralda que se levantaba como un brazo colosal para saludarnos y despedirnos.

Es lo primero que se ve de la ciudad al llegar y lo último que deja de verse al partir; por eso la memoria guarda cariñosamente su imagen. Fué primero faro que nos halagó con alegría y esperanzas, después será piedra miliaria, que señale un lugar de predilección en el horizonte querido de nuestro pasado.

En Roma y en Florencia os cuentan siempre historias de viajeros que habiendo venido a pasar una temporada de curiosos, han fijado sus hogares y vivido allí hasta el fin de sus días...

Yo recordé todas esas historias en Sevilla. Historias que si oídas de lejos hacen encoger los hombros, oídas en los lugares mismos parecen tan naturales que ni por casualidad se duda de ellas, Dad a un hijo del norte, triste como su cielo, el cielo

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