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estrellas pequeñísimas que lucen lejos, muy lejos en el cielo, sin ser jamás ofuscadas por nube ni tormenta.

> Entonces había entre esas gentes una niña cuya patria era la tierra de Occidente; una tierra más allá de los mares, donde se crían diamantes en la arena y perlas en las aguas: transparente y firme como el diamante era su corazón; suave y hermosa como la perla era su figura.

» Alli vinieron los muchachos con el pájaro; vió la niña que lo maltratraban, y les ofreció tanto oro por él, que desde luego se lo dieron.»

¡Iba a deshacerse el sortilegio! El príncipe iba a recobrar su forma y su ser primeros.

Yo esperaba con ansia la transformación; esperaba ver al galán afortunado en toda su prístina belleza arrojarse agradecido a los pies de su libertadora. ¡Hermoso cuadro! ¡Peregrina escena!

Pero el tiempo pasaba, y el mirlo no salía de mirlo; empecé a dudar de mi leyenda; principié a creer que soñaba. Después de acariciarlo buen rato la niña quiso darle libertad, y tendió al cielo su mano abierta, donde yacía el mirlo; el mirlo sacudió las alas. se levantó sobre los pies, miró a un lado y otro, y agachándose, partió con raudo vuelo y desapareció entre las hojas.

Entonces me persuadí de que la leyenda era cierta; no había llegado el momento de su desenlace todavía; pero dentro del pájaro había un alma de hombre.

Un mirlo hubiera sido menos ingrato... y menos tonto. No hubiera huído.

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La Alhambra.-El guarda de la torre de la Cautiva.-Al pie del cerro. Por la tarde.-Torres Bermejas.-Ocaso.-Despedida.

L siguiente día, bien temprano, llamé de nuevo a la puerta del alcázar de Boabdil. El mismo portero que la víspera, me abrió, pero esta vez su consigna era otra y me dejó entrar.

Me encontré en el patio de la Alberca. Un estanque, donde brillan al sol las escamas de los peces encarnados, ocupa la mayor parte de su anchura; dos setos de espesos arrayanes le bordan a lo largo, y su perenne verdura templa la ardiente monotonía de la cal y el mármol.

El mármol y la cal son dos materiales que la vista encuentra en el interior de la Alhambra. La piedra, empapada de sol, ha tomado un color de ámbar, la cal tiene suavísimo color de rosa. Estas tintas varían de intensidad, según la hora; a la del mediodía se funden en un tono general opalino..

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Aquel estanque era el de las abluciones, tan usadas en la ley mahometana, en sus dos extremos, dos tazas con saltador le alimentan. En el costado sur del patio, dos galerías sobrepuestas con arcos y columnas, son el único resto del palacio de invierno; en la superior, el rompimiento del arco central representa líneas que recuerdan las de la arquitectura indostánica. En el costado septentrional, otra galería baja, semejante a la opuesta, abre paso a la torre de Comarech, según los sabios, Comares según el pueblo.

A dos causas se atribuye esta denominación: a haber trabajado en su adorno artífices naturales de la villa de igual nombre, y a que el estilo de su adorno pertenece al llamado por los orientales Comarragia.

Las galerías anteriores están prolijamente labradas al gusto árabe. Inscripciones cúficas fáciles de reconocer por la forma rectangular de sus caracteres, otras africanas, de contornos indecisos y curvos, enlazadas con nudos y flores, formando medallones y cenefas, recordaban al creyente los principios fundamentales de su fé: - La gloria a Dios: la omnipotencia a Dios, la eternidad a Dios: sólo Dios es vencedor.

La torre de Comares está ocupada por el salón de Embajadores, estancía magnífica, soberbia, donde, a pesar del tiempo, brillan el oro y los colores: su aspecto de riqueza y esplendidez no puede describirse, ni caeré yo en la tentación de detallar su adorno. En ella, como destinada a cortesanas y pomposas ceremonias, a deslumbrar los ojos de los enviados extranjeros, o persuadirlos de la gloria y grandeza de los soberanos granadinos, al lado de los motes religiosos aparecen inscripciones encomiásticas del rey fundador.

¿Quién no conoce el estilo poético y grandilocuente de esas inscripciones?:

«¡Oh, hijo de rey, y descendiente de reyes, y a quien las estrellas en alteza no igualan si a tí se comparan!...»

En esto convienen todos los arabistas, no así en la interpretación literal de las palabras, lo cual a mi modo de ver se

explica por lo alterado de los caracteres con remates, adornos y enlaces para la simetría y visualidad de la inscripción.

Pero la pompa y altisonancia del estilo literario árabe, lejos de parecer ridículas, armonizan maravillosamente con la solemne gravedad de sus actos, con la audacia intrépida de sus empresas, con la bizarría caballeresca de sus costumbres. Así lo comprendemos nosotros, y cualquiera otro retrato, nos parecería infiel y defectuoso.

La idea de Dios es la primera que figura en sus composiciones murales; luego, el elogio del príncipe o del héroe, con la hiperbólica enumeración de sus virtudes, y en fin, las bellezas de la naturaleza y del arte celebradas en imágenes y comparaciones; pero refiriéndolo siempre a todo Dios, calidades del corazón, producciones de la inteligencia, bellezas de la creación, como a único principio y origen de todo bien y de toda hermosura.

Los árabes son los coloristas del estilo. Lo que su ley les vedaba trazar con el pincel, lo escribían con la pluma.

De la sala de Comares pasad al patio de los Leones, del palacio a la casa. Ignoro el destino que el célebre patio tendría, pero al compararle con la anterior estancia, parece que debió ser el de morada y habitación de los monarcas.

Rica y espléndida su arquitectura, es más cariñosa, más familiar, digámoslo así; no impone, pero ¡ay! enamora. Aquellas ligerísimas columnas, que a trechos se aparean, como si una sola no bastase a sostener el peso de las bóvedas; estas bóvedas mismas de menudas pechinas, de afiligranados arcos que cuelgan del aire, como sostenidas por ocultos imanes, aquel matiz tornasolado de las paredes, aquel color ambarino del mármol forman un conjunto tan ligero, tan frágil, tan delicado, que no hay alma indiferente a su encanto, no hay pecho sordo a su halagüeña armonía.

Se ocurre al ver aquello, que los que lo hicieron, recordando su origen primitivo, conservaban algo de sus instintos y hábitos primeros: lo frágil, deleznable y transitorio de la construc

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