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Mina asomada al pretil, miraba la ciudad tendida a nuestros pies en el fondo del valle; las luces de la noche iban esmaltando poco a poco el confuso laberinto de las calles. Los ruídos sordos y desiguales de la población subían hasta nosotros como un rumor lejano de mar inquieta.

La dulce y poética niña alzaba a veces sus claros ojos a las estrellas, pero la atracción de los ruídos terrenos se los hácíá bajar ál valle.

Así está ella asomada al borde de la vida; sus grandes y cándidos ojos interrogan llenos de curiosidad sus arcanos, su oído espía sus confusos rumores.

¡Oh, por qué no es posible dilatar el día de la revelación! ¡Por qué no puede una alma permanecer en esa aurora de inocencia y de deseo!

Nelly en tanto descansaba en los escalones del mirador con la mejilla sobre la mano o levantándose paseaba lentamente la azotea; miraba al cielo, y su respiración disimulaba a veces un suspiro; estaba más adelantada en la vida y parecía preguntar al cielo si era en él donde se escondía algo que ella había buscado inútilmente en la tierra.

¡Tarde inolvidable! ¿Qué podré referiros después de haberla recordado?

Los ocho días que viví en Granada los pasé en la Alhambra. Sentado en el patio de los Leones, junto a la fuente de los Abencerrajes o sobre el sepulcro de la sala del Tribunal, absorto en aquella luz mágica que lo inunda y en el nacarado y suavísimo color que viste las paredes, meditando sobre los que fueron, y viendo surgir del olvido y de la muerte sus sombras y sus recuerdos, ni sentía el paso de las horas ni los pensamientos amargos que la soledad engendra. Hay infortunios tan grandes, que a su vista los propios males o se olvidan o parecen llevaderos.

Allí solía encontrar a Rafael Contreras, amable compañero, arquitecto encargado de las restauraciones. Conversábamos y uníamos nuestros recuerdos; la idea de la ruina completa de la

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Alhambra venía a menudo a nuestros labios, y revolvíamos los modos de retardarla, que el evitarla es imposible.

Id pronto al noble alcázar; daos priesa los que queréis verle y saludarle, los que buscáis impresiones y recuerdos para enriquecer vuestro corazón y vuestra memoria; daos priesa, artistas y poetas, antes de que cese de existir y quede cegada una de las más ricas venas de inspíración y de poesía.

Otras veces subía con Wyon al Generalife; los reyes moros rodearon aquellos jardines suyos de laureles y cipreses; abajo en una hondonada bulle la ciudad; los rumores de las pasiones humanas, ardientes, inquietas y peligrosas, pasando a través de aquel follaje, símbolo de la eternidad y de la gloria, pierden su mala levadura terrestre y llegan al oído como las puras e inocentes voces de la naturaleza.

Al pie de un muro están dos viejísimos cipreses, uno de ellos decrépito ya y caduco cede al peso de los años; el otro lleva nombre de «Ciprés de la Sultana». ¿Por qué no «de la calumnia?» Calumniadores supusieron que cerca de su tronco, al amparo de los arrayanes y rosas, veía la reina, esposa de Boaddil, a su amante Abencerraje, y esa calumnia engendró la sentencia de muerte de la tribu entera.

Un río, encerrado en estrecho cauce de piedra, ruge y corre a lo largo del jardín. De terrado en terrado se sube por el flanco de la montaña hasta cerca de la cumbre, coronada de gigantescas huellas de edificios: desde ella los ojos abarcan la vega; luz nieve, frescura, hojas, color, vida, armonía, el paisaje sublime, sin igual, sin semejante, que arroba el alma y hace brotar en ella el himno de admiración y de alabanza, la hermosura de la creación y la gloria del Criador.

También vagué solo por la orilla del Darro, siguiendo el camino del Sacromonte y de la fuente del Avellano. Aquella vista no se olvida; el cerro de la Alhambra se alza tajado sobre el río, que mina poco a poco sus cimientos y concluirá un día por abatir su orgullo; en la escabrosa y áspera pendiente crecen los gallardos chopos piramidales, ondulando al aire y mezclan

do sus ramas cercanas cuando el viento los sacude, y sobre su fresca y plácida verdura, la robusta torre de Comares alza su tostoda mole entre el mirador de la sultana y los adarves que van a la torre de la Vela.

El rojo de los muros, el verde de los árboles y el azul del cielo son los tres colores del paisaje granadino, colores intensos, crudos, desapacibles, pero templados tan admirablemente por las veladuras de aquella luz sublime, que la vista del paisaje, entrando por los ojos, llega hasta el alma, y se graba amorosamente en ella.

Bien poco visité la ciudad, y eso que los nombres de sus calles y los restos de muros y el barrio entero del Albaicín, encaramado en su cerro de San Miguel, y las casas y las gentes, y la tribu de gitanos viviendo en soterradas ruinas, despiertan y provocan poderosomente la curiosidad y el interés de viajero.

Pero ¿no sabéis, y he repetido yo mismo, que en la Alhambra hay sombras cautivas, encerradas en sus torres, prisioneras en sus patios, cuya suerte es vagar silenciosas y contemplar las ruinas sin poder quebrantar nunca los misteriosos hierros que las encadenan? Pues esa era mi suerte.

Y meditando en ella, los árboles y las piedras tomaban a mis ojos mayor precio, porque penaba cuánto de vida en recuerdos y aspiraciones, en miradas y suspiros, habían dejado en ellos los que me han precedido.

Y ahora, lector curioso e indulgente que me has acompañado, sólo me resta darte las gracias por tu condescendencia.

El término de la jornada es grato al peregrino, que puede sentarse a la sombra del hogar, donde encuentra oídos atentos a su relato, y corazones que simpatizan con sus recuerdos. Distraído por esta ilusión halagüeña, he dejado sobradamente acaso aparecer en la escena al viajero, objeto indiferente para el público que ha de leer sus impresiones.

Perdóname este egoísmo, sin el cual estas hojas no tendrían razón de existir. Más atrevido o menos preocupado que otros

he referido un viaje que tantos han hecho y que tantos pudieron haber escrito mejor.

Hallarás que paso harto de ligero por todas partes; lo hice por temor de serte enojoso o parecerte pedante. Mi objeto no era ni podía ser enseñarte; sólo aspiraba a entretener tus ocios un momento.

Pero si por un azar que no espero, mi pobre relación moviese tu voluntad a visitar la noble tierra que describo, para bien tuyo y en pago del favor que me has hecho, te deseo que la halles tan buena y tan hospitalaria como lo fué conmigo.

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CAPÍTULO I.-En marcha.-Compañeros de viaje.-Aran-
juez.-La tierra de Don Quijote.—Mal'aria.-Re-
cuerdos de Cervantes.-Argamasilla de Alba.-La
ciega de Manzanares. - Una zahareña....
II.-En diligencia.-Montiel.-El alba.-Torre de Juan
Abad.-Sierra Morena.-Navas de Tolosa.-Car-
los III.-Bailén.-Un rapaz de 1808 en 1863.-Cues-
tiones internacionales.-Crepúsculo.-¡Cielo de An-
dalucía!-De noche

....

III.-Córdoba.-Recuerdos clásicos.-Riberas del río.
-Ojos negros.-La mezquita.- Una intervención.
-Paseos.-Historia y fantasía.-La torre de la
Mal-muerta.-La sierra.-La Arizaba.- Un filósofo
de azada..
IV. Sevilla.-Primeras impresiones.-La Giralda.-
Plaza nueva. -Exteriores. Casas Consistoriales.
Catedral, Consulado y Alcázar.-La puerta de Jerez.
-Las cigarreras.-San Telmo.-Un recuerdo de Vi-
llaamil. Los jardines.-Byron, Shakespeare y Don
Juan Tenorio.-Las Delicias.-Horizonte.-El puer-
to.-Puerta de Triana.....
V.-Semana Santa.-Ceremonias y oraciones.-La
Catedral por dentro.-El Monumento.-Capilla de
Reyes.-Procesiones y cofradías.-Roma y Sevilla.

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