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con los obispos que por su desobediencia ó desafeccion creáran obstáculos á la consolidacion del sistema; para que los obligára á publicar pastorales, en que clara y terminantemente manifestáran la conformidad de la Constitucion politica con la Religion católica apostólica romana, apremiándolos con la pena de estrañamiento y ocupacion de temporalidades; para trasladar prebendados de unas iglesias á otras; para que hicieran á los jefes políticos y diputaciones informarle mensualmente de los eclesiásticos que observáran una conducta sospechosa, para que con este conocimiento los prelados separáran de las parroquias á los que inspiráran desconfianza; para que no permitiesen que se predicára sermon alguno sin espresa licencia del prelado y conocimiento de sus doctrinas, haciéndolos responsables del abuso que se cometiera en el desempeño de este ministerio; para que preguntáran á los prelados qué eclesiásticos de su diócesis andaban en partidas de facciosos y qué medidas habian tomado contra ellos, exigiéndoles respuesta á vuelta de correo, y documentada.

Y al propio tiempo prescribian las Córtes á los arzobispos y obispos se abstuviesen de espedir dimisorias y conferir órdenes mayores bajo ningun título, hasta que las Córtes, despues de formado el arreglo del clero, y visto el número de ministros del culto que resultára, resolvieran lo conveniente; les daban reglas para las oposiciones y concursos á curatos, y les mandaban que los que vacasen en las ciudades ó pueblos donde existieran muchas parroquias, no se proveyesen, agregándose la feligresía á la parroquia mas inmediata, basta que aquellas se regulasen por el máximum de 4,500 almas y el mínimum de 2,500, ó se determinára otra cosa en el arreglo definitivo del clero.

Continuando en su espíritu de hostilidad al gobierno y de suscitarle conflictos, la comision de señoríos reprodujo en todas sus partes el proyecto de ley aprobado en la anterior legislatura, y devuelto por el rey sin sancionar á las Córtes. Estas, no obstante los esfuerzos del ministro de Gracia y Justicia y de algunos diputados moderados, aprobaron el dictámen con pocas modifi. caciones, poniendo así á la corona en el compromiso, ó de ceder ante la insistencia de la asamblea, ó de producir un desacuerdo formal entre los dos poderes.

Llegó el caso de leer tambien su dictámen (24 de marzo) la comision encargada de redactar el mensaje al rey sobre el estado de desconfianza en que se encontraba la nacion, y la necesidad de dictar medidas para restablecer en ella la confianza, el órden y el sosiego de que carecia. Estaba de lleno la oposicion en su terreno.-«La nacion española, señor (se decia entre otras cosas en «este célebre documento), al ver la lentitud con que camina el sistema cons«titucional, está sumida en la desconfianza más dolorosa. Esta desconfianza,

aque exalta y exaspera los ánimos de los españoles todos, se aumenta de dia «en dia al ver claramente la audacia con que alguna nacion estranjera, ó por mejor decir, su gobierno, influye en nuestros disturbios, proteje y acalora «nuestras desavenencias, y con imposturas y calumnias trata de desacreditar «nuestra santa revolucion.-La nacion española, señor, cree combatida su li«bertad al notar la lentitud con que se procede contra los que la atacan fren«te á frente, y la insolencia con que hacen alarde de sus maquinaciones los «enemigos de la Constitucion jactándose abiertamente de su triunfo.-La na«cion española, señor, es presa del más amargo descontento, al ver en algu«nas de sus principales provincias entregado el gobierno en manos poco es«pertas, en sugetos que no gozan del amor de los pueblos; y la impunidad de «<los verdaderos delitos, y las persecuciones infundadas y arbitrarias, que «en algunas de ellas se advierten con escándalo, tienen á todos los buenos en «una ansiedad y tirantez que pueden tener funestísimas consecuencias.>>

Procedia después á señalar las causas de aquella intranquilidad y descontento, y designaba como una de las principales la conducta de algunos miniзtros del santuario, prelados y religiosos, «que difundian la supersticion y la «desobediencia con máximas y consejos contrarios á la justa libertad asegu«rada en la Constitucion,» y que «perjuros y sacrilegos, fanatizaban y suble«vaban los pueblos, banderizaban á los que seducian, y se amalgamaban con alos foragidos.... Y concluia esponiendo que era menester acudir á su majestad con la energía de diputados de un pueblo libre, rogándole arrancase de una vez con mano fuerte las raices de tantos desastres y peligros, haciendo que el gobierno marchára más en armonía con la opinion pública, que se armára y aumentára inmediatamente la milicia local voluntaria, que se organizára con premura el ejército permanente, que se manifestára decididamente á todo gobierno estranjero, que la nacion española no estaba en el caso de recibir leyes de nadie, ni consentir que tomaran parte en nuestros negocios domésticos, y que aterrára con enérgicas y formidables providencias á los eclesiásticos que promovian el fanatismo y la rebelion.

Combatió Alcalá Galiano en un largo discurso el dictámen por poco esplicito en la censura contra el ministerio, del cual dijo que se hallaba en un absoluto trastorno. Declamó contra la guerra que decia estarse haciendo á los exaltados; quejóse ácremente del ministro de la Gobernacion, á quien atribuia el designio de acabar con la milicia nacional voluntaria, «pues si algun dia puede ser conveniente, decia, que no haya mas que una sola milicia, no es llegado aún el de arrancar las armas de las manos de la valiente juventud, que es la que puede sostener ahora nuestras libertades, y no las fuerzas heladas de la vejez;» y pedia tambien que en el ministerio de la Guerra «no se conservase

ese influjo aristocrático, contrario á la gloriosa revolucion del año 20.» Impugnó Argüelles á Alcalá Galiano, saliendo á la defensa del ministerio, y principalmente del ministro de la Gobernacion, que habia sido el mas duramente tratado por aquél; y en cuanto al mensaje, deseaba que se modificára una parte de él, y aprobaba todo lo que en él se decia acerca de apadrinar el gobierno de la nacion vecína los enemigos interiores de la libertad española. Despues de una interesante discusion, el mensaje fué aprobado sin modificacion alguna, por 81 votos contra 54; y aunque envolvia una censura ministerial, votaron en pró Argüelles, Valdés, Gil de la Cuadra, y otros que de ordinario votaban del lado del gobierno.

A vista de este oscuro cuadro que ofrecia la nacion, de este choque continuo entre las Córtes y el poder ejecutivo, de la guerra de facciones en los campos, de los disturbios en las ciudades, del desbordamiento de la imprenta, de la incesante conspiracion dentro y fuera del reino, de los soberanos estranjeros y del monarca propio, divididos entre sí los liberales, indiscretos los moderados, imprudentes los exaltados y sin cabeza y sin bandera conocida, sin fuerza el poder, y todo en inquietud, en inseguridad y en zozobra asídua, comprendíase bien que no era esta situacion por mucho tiempo sostenible; y no podian menos de esperarse sucesos violentos, y de augurarse compromisos graves que no podian dejar de sobrevenir.

No se hicieron por cierto esperar. El 30 de mayo (1822), dias del rey, habia acudido gran afluencia de gentes al real sitio de Aranjuez donde aquél se hallaba, y donde corrian rumores de que iba á estallar un movimiento. Las señales que desde luego se observaron lo persuadieron más. Por la mañana, en los jardines mismos, cuando ya estaban concurridos de gente, se dieron vivas al rey absoluto, que sin duda pudo oir el mismo monarca, y que se aseguraba haber salido de los lábios de sus mismos sirvientes, y de los soldados de su guardia. Pero prevenidas la milicia nacional y las tropas leales, y solicito y activo el general Zayas, contuviéronse los gritos sediciosos. Sin embargo, se reprodujeron éstos por la tarde; temíase una séria insurreccion; mas, fuese por cobardía, ó por la vigilancia de los destinados á reprimirla, quedaron burlados los que la deseaban.

Cuando en Madrid traia preocupados los ánimos y se comentaba con indignacion el amago y la frustrada intentona de Aranjuez, llegaron noticias de otro más grave acontecimiento ocurrido en Valencia en el mismo dia, que por esta circunstancia se supuso efecto de un plan combinado, y acabó de llenar Ja medida del disgusto en los liberales. Tratóse de dar libertad al general Elio, preso en la ciudadela, y ponerle á la cabeza de la insurreccion. Un piquete de artillería que pasó al citado punto á hacer las salvas de ordenanza

por el dia de San Fernando, prorumpió en vivas al rey absoluto y al mismo Elio, penetró en la ciudadela, y levantó el puente levadizo. El jefe político y el comandante general acudieron á la puerta de la fortaleza, y trataron de disuadir de su empeño á los sublevados; desoyeron éstos sus consejos, pero tambien los desoyó á ellos Elío, que, ó más previsor, ó más conocedor del estado de la opinion, encerróse en su calabozo, y se negó á tomar parte en el proyecto de los amotinados, que confiaban en que se pronunciaria en favor suyo la ciudad. La milicia nacional, el regimiento de Zamora y otras tropas circunvalaron la ciudadela, tomaron los puntos que la dominaban, se publicó la ley marcial, y se concedió el plazo de media hora á los rebeldes para someterse. Mantuviéronse indóciles à la escitacion; á las cuatro de la mañana del 34 se rompió el fuego contra ellos; varios paisanos y nacionales escalaron la ciudadela y penetraron en su recinto; los artilleros se entregaron sin condiciones. Buscábase con ansia al general Elío, pero el gobernador halló medio de ablandar á uno de los jefes de los asaltadores (4), y le salvó la vida, entregándole para su custodia al regimiento de Zamora. Formóse consejo de guerra entre los oficiales que habian asaltado la ciudadela, y condenados á ser arcabuceados los artilleros rebeldes, murieron unos tras otros. Verémos mas adelante lo que fué del general Elio, envuelto en aquel proceso.

Dió ocasion y motivo este suceso á discusiones borrascosas en las Córtes, y á palabras y escenas tan ardientes como no se habian oido ni pronunciado. Los ministros fueron llamados al Congreso (3 de junio): el diputado valenciano Bertran de Lis, despues de quejarse de que no hubiera sido relevado el segun do regimiento de artillería, y pasando á deducir consecuencias, «la consecuen«cia es, dijo, que el ministro de la Guerra está complicado en el plan (aplauso «en las galerías, y varios diputados reclamaron el órden.) Yo me presento «aquí, continuó, como un diputado que acuso al ministro de la Guerra, y me «dirijo contra S. S. La consecuencia que yo saco es ésta; y si sobre esto no le «hago cargo, es porque no tengo más que sospechas, porque no tengo los da«tos justificativos para el efecto. Mas sí le haré un cargo terrible, de haber sido el autor de todas estas desgracias que han sucedido en Valencia, y de <«<cuantas puedan ocurrir. La sangre que se ha derramado en aquella ciudad,

(1) Segun un Manifiesto que se publicó el año 1823 en Valencia, y que se decia es crito en su calabozo por el general Elío, el medio de que se valió el gobernador para ablandar al que le salvó entonces la vida fué entregarle veinte onzas de oro que llevaba en un cinto.

no, que los oficiales de artillería habjan publicado por aquel tiempo varios folletos, zahiriendo con acrimonia, pero con donaire, á los que dirigian los motines, ó los promovian y atizaban desde detrás de un mostrador; y que entre ellos habian sobresalido dos con los titulos de: La Cimitarra del soldado Dice un escritor, que creemos valencia- musulman, y Las despabiladeras.

sea de los artilleros disidentes, sea de quien fuere, es de españoles, y pesa asobre la cabeza del ministro de la Guerra; y esta sangre pide su sangre.....>>

Enfureció este lenguaje al ministro de Estado, el cual, despues de unas breves palabras en defensa del gobierno, añadió: «Si los diputados son invioclables por sus opiniones, no lo son por sus calumnias, y el secretario del «Despacho públicamente desmiente esta calumnia.» Varios diputados reclamaron el órden, y asimismo las galerías; y como el presidente mandára leer el artículo del reglamento relativo al modo como deben estar los que asisten á las sesiones, el diputado Salvá, valenciano tambien, esclamó: «Esto quiere «decir que el Congreso sigue los mismos pasos que el gobierno, á saber, de oprimir el espíritu público.» El presidente le llamó al órden. Las galerías murmuraban, como suelen, cuando hablaban los ministros, y aplaudian las ideas y las frases mas exageradas. Apoyó Alcalá Galiano á Bertran de Lis, pero este mismo diputado volvió á confesar que carecia de datos para sostener la acusacion contra el ministro, y la proposicion que tenia hecha pidiendo la responsabilidad de aquél como autor de las desgracias ocurridas en Valencia, la reformó limitándose á que se le exigiese por no haberlas evitado. Al fin vo taron otro dia las Córtes que no habia lugar á deliberar sobre la proposicion, y el público quedó poco satisfecho del resultado de aquellas discusiones, despues de haber presenciado escenas lamentables, en que la pasion parecia haberse propuesto no dejar lugar alguno á la templanza.

Tampoco la habia fuera de aquel recinto. Al contrario, las pasiones politicas arreciaban, y las turbaciones crecian. Las bandas realistas se multiplicaban en los campos; los alborotadores inquietaban las grandes ciudades. En Madrid y en Zaragoza quemaban públicamente el proyecto de Milicia Nacional presentado por el gobierno, y entregaban tambien á las llamas el retrato del ministro de la Gobernacion. En Barcelona el jefe político Sancho se veia precisado á cerrar la tertulia patriótica. Los manejos del rey y de la córte con el monarca francés y su gobierno en contra del código de Cádiz, así como los de sus discordes agentes en el estranjero, adquirian una publicidad irritante. Las facciones hallaban amparo, y aun proteccion y fomento en la frontera y dentro de la nacion vecina. Acabaron de alarmarse los unos, de envalentonarse los otros, con la noticia de haberse apoderado los facciosos de la Seo de Urgél en Cataluña (21 de junio, 1822). Acaudillábalos el famoso Trapense, siendo él mismo el primero que subió la escala, con el crucifijo por bandera en la mano, segun costumbre, y sin que le tocasen las balas, lo cual acabó de fanatizar y enloquecer á los catalanes, que le consideraban invulnerable por especial privilegio y providencia del cielo. Encontraron allí los rebeldes sesenta piezas de artillería, y ensañáronse tanto con los prisioneros, que á todos

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