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nes de fuera, lejos de cesar ó moderarse para quitar pretestos y conjurar la tormenta que se venia encima, parecian ir en aumento cuanto más se acercaba el peligro. Las sociedades secretas, foco perenne de escándalos y perturbaciones, se hacian la guerra hasta entre sí mismas, sacando mútuamente á plaza sus miserias al mismo tiempo que sus ridículos misterios, publicando sus estatutos y los nombres de sus afiliados, y denostándose recíprocamente con sátiras y sarcasmos en sus respectivos periódicos. El gobierno mismo, como si quisiera que no se olvidase haber salido de ellas, cometió la imprudencia de permitir la que se formó con el título de sociedad Landaburiana, cuyo solo nombre indicaba componerse de los que se decian vengadores del oficial Landáburu, asesinado á las puertas del palacio. Era esta sociedad de comuneros, y presidíala con el título sarcástico de Moderador del órden el diputado Romero Alpuente, el pequeño Danton, como le llama un historiador contemporáneo, que proclamaba frecuentemente la necesidad de que pereciesen en una noche catorce ó quince mil habitantes de Madrid para purificar la atmósfera politica; al modo que Morales, el pequeño Marat al decir del mismo escritor, proclamaba en la Fontana de Oro que la guerra civil era un don del ciolo (1).

(4) Otro escritor contemporáneo, miembro que era, y de los mas infiuyentes, de aquellas sociedades, hace la siguiente pintura del estado en que entonces se encontraban. La de los Comuneros, dice, estaba en guerra abierta con la de los Masones. Seguianse las hostilidades con ardor en los periódicos, y en otros mil campos de batalla de poca nota, dañándose mútuamente de palabra y de obra con empeño incesante. Pero en las Cortes procedian masones y comuneros contra la parcialidad moderada, su comun contraria..... El cuerpo supremo gobernador de la masonería estaba en tanto dividido, allegándose unos de sus miembros á los comuneros, y otros á los moderados, si bien no á punto de confundirse con las gentes á quienes se arrimaban..... Los comuneros vinieron á desunirse, yéndose los más de ellos con la gente desvariada y alborotadora, y los ménos casi confundiéndose entre la masonería, y por último, mezclándose tambien con los enemigos de la Constitucion los moderados ante sus defensores, á quienes repugnaba la union con los exaltados. Esta descomposicion de partidos, lenta, però segura, no produjo amalgamas perfectas;

por donde vinieron á quedas rotos en frazmentos los antiguos bandos, y la sociedad política á cada hora mas confusa y disuelta..

Y hablando de la sociedad Landaburiana dice el mismo escritor: «En Madrid, en vez de la sociedad de la Fontana, con su impropio título de Amigos del órden, se estableció una en el convento de Santo Tomás, llamándose Landaburiana, en honra á la memoria del sacrificado oficial de guardias Landáburu. Abierta, se precipitaron hombres de los varios bandos en que estaba subdividido el exaltado, á contender por los aplausos, y aun por algo mas sólido, que podian conseguir haciéndose gratos en aquel lugar á la muchedumbre. Desde luego los anti-ministeriales llevaron la ventaja, no siendo auditorio semejante propenso á aplau dir más que las censuras amargas y apasionadas hechas de los que gobiernan. No dejó de presentarse Galiano, engreido con sa concepto de orador; pero si bien fué aplau dido en alguna declamacion pomposa y florida contra los estranjeros, próximos ya á hacer guerra á España, cuando quiso oponerse á doctrinas de persecucion y desór

El ministerio mismo, despues de haber intentado por varios medios templar el imprudente ardor de la sociedad Landaburiana, tuvo que cerrarla, so pretesto de amenazar ruina el edificio en que se reunia; mas, como dice otro historiador de aquellos sucesos, «el edificio que venia abajo era el de la patria.

den, ali mismo por otros proclamadas, fué silbado, ó poco menos, y hasta vino á hacerse blanco de ódio, siendo comun vituperar con acrimonia su conducta..

El que asi habla de Galiano es el mismo don Antonio Alcalà Galiano, en su Compendio de la Historia de Fernando VII.

inútil: y lo más que hizo el ministro de Estado San Miguel fué indicar qua agradecería sus buenos oficios, persuadido de que la Inglaterra, no pudiendo mediar, no habia de poner tampoco resistencia, reservándose, segun se espresaba, obrar en adelante como más le conviniese (4).

Por el contrario, activa y diligente la Regencia realista de Urgél, aquella Regencia instalada en agosto con autorizacion de Fernando, rey constitucional, para gobernar en nombre de Fernando, rey absoluto (2), habiase adelantado á dirigir una representacion á los plenipotenciarios reunidos en Verona (12 de setiembre, 1822), en la cual pedia por conclusion, que el primer paso por ahora fuese el de restablecer las cosas en el estado que tenian el 9 de marzo de 1820. Después, decia, por disposicion de VV. MM. y con su intervencion, será oida la voz verdadera de la nacion. Y por último pedia alguna fuerza armada, por si la necesitaba para auxiliar sus providencias. Ya antes habia enviado la misma Regencia, á la cual ciertamente no se podria tachar de inactiva, comisionados á cada una de las córtes de la Santa Alianza, los cuales fueron recibidos por la de Rusia con muestras de cordialidad y simpatias: y en cuanto à la de Francia, baste decir que consiguió negociar un empréstito de ocho millones de francos, siendo el primer negociador el conocido y célebre Mr. Ouvrard. Pero sus diputados no fueron admitidos en las conferencias do Verona.

A pesar de la enemiga con que los gobiernos de la Santa Alianza miraban las libertades españolas, ni los aliados, ni el ministro mismo de Francia Mr. de Villèle estaban por que se declarase la guerra á España. Austria y Prusia no la querian. Villèle en sus instrucciones sobre el asunto, se limitaba á decir: «No estamos resueltos á declarar á España la guerra.... La opinion de nues«tros plenipotenciarios sobre la cuestion de saber lo que conviene hacer al «Congreso respecto de España, será que siendo la Francia la única potencia «que debe operar con sus tropas, tambien será la sola que juzgue de la nece«sidad de tál medida (3).» Pero declaráronse partidarios de la guerra, primeramente el conde de Montmorency, revolucionario en su juventud, y en su edad madura celosísimo monárquico; y después el vizconde de Chateaubriand, hombre de florido ingénio como literato y escritor, no del más sólido criterio

(1) Correspondencia entre Wellington y Canning.-Despacho del ministro San Miguel al representante de España en Londres. Papeles hallados en el archivo de la Regencia de Urgél, Legajo 54.

(2) La primera autorizacion del rey fué en 1.o de junio (1822), dirigida al marqués de Mataflorida por conducto de dop José Vi.

llar Frontin, secretario de las encomiendas del Infante don Antonio.-Las otras fueron de enero y marzo de 23, como verémos mas adelante.-Papeles de la Regencia, Legajo núm. 25.

(3) Congreso de Verona, tom. 1., nume.

ro XX.

como político, que en su poética imaginacion veia en la guerra de España una buena ocasion de adquirir las glorias militares de que carecia y necesitaba el blanco pendon de los Borbones. Esta idea le habia preocupado mucho tiempo hacia, y de haberla acariciado y trabajado hasta realizarla hace é alarde en sus escritos, como de cosa que habia de resultarle gloria y fama póstuma.

Y aunque él queria hacer de Fernando un rey tolerante, templado y prudente, tál como las circunstancias del siglo y del mundo, y las especiales del pueblo español exigian, aun para esto creia indispensable devolverle el lleno de su dominacion, y sustituir el principio monárquico al popular, siendo el pueblo el que recibiera la forma de gobierno de mano y por voluntad del rey, al modo del sistema que en Francia regía. Para esto halló un auxiliar poderoso en el emperador Alejandro de Rusia, que soberbio y orgulloso, de veleidoso carácter; tan resuelto absolutista ahora, como ántes habia blasonado de liberal, gustaba aparecer como el regulador de las cosas de Europa. Montmorency, injusto siempre con España, presentaba al Congreso la cuestion de una manera hipócrita, como si fuese nuestra nacion la que provocaba y amenazaba invadir la Francia, y suponiendo á ésta en la necesidad de sostener una guerra defensiva, cuando sabia y le constaba de sobra que trabajada España por la guerra civil en los campos, en lucha los partidos políticos en las poblaciones, enemigas entre sí las sociedades secretas, y en desacuerdo el rey y los constitucionales, no estaba en disposicion de invadir otras naciones, sino en el caso de aspirar á ser respetada por ellas en su independencia y en todo lo que á su gobierno interior pertenecia.

Para precisar las cuestiones, el plenipotenciario francés en Verona hizo á los de las otras cuatro potencias las preguntas siguientes (20 de octubre, 1822):—1.a En el caso de que la Francia se viese en la necesidad de retirar su ministro de Madrid, y de cortar todas las relaciones diplomáticas con España, ¿están dispuestas las altas potencias á adoptar las mismas medidas, yȧ retirar sus respectivos ministros?--2.a En el caso de que estallase la guerra entre Francia y España, ¿bajo qué forma, y con qué hechos suministrarian las altas potencias á la Francia aquel auxilio moral que daria á sus medidas el peso y la autoridad de la alianza, é inspiraria un temor saludable á todos los revolucionarios de todos los paises?-3.a ¿Cuál es, finalmente, la intencion de las altas potencias acerca de la estension y forma de los auxilios efectivos (secours matériels) que estuviesen en disposicion de suministrar á la Francia, en el caso de que ésta exigiese la intervencion activa, por creerla necesaria?

El 30 de octubre (1822) se leyeron las contestaciones de los aliados á las TOMO XIV. 20

. inútil: y lo más que hizo el ministro de Estado San Miguel fué indicar qua agradecería sus buenos oficios, persuadido de que la Inglaterra, no pudiendo mediar, no habia de poner tampoco resistencia, reservándose, segun se espresaba, obrar en adelante como más le conviniese (1).

Por el contrario, activa y diligente la Regencia realista de Urgél, aquella Regencia instalada en agosto con autorizacion de Fernando, rey constitucional, para gobernar en nombre de Fernando, rey absoluto (2), habiase adelantado á dirigir una representacion á los plenipotenciarios reunidos en Verona (12 de setiembre, 1822), en la cual pedia por conclusion, que el primer paso por ahora fuese el de restablecer las cosas en el estado que tenian el 9 de marzo de 1820. Después, decia, por disposicion de VV. MM. y con su intervencion, será oida la voz verdadera de la nacion. Y por último pedia alguna fuerza armada, por si la necesitaba para auxiliar sus providencias. Ya ántes habia enviado la misma Regencia, á la cual ciertamente no se podria tachar de inactiva, comisionados á cada una de las córtes de la Santa Alianza, los cuales fueron recibidos por la de Rusia con muestras de cordialidad y simpatías: y en cuanto á la de Francia, baste decir que consiguió negociar un empréstito de ocho millones de francos, siendo el primer negociador el conocido y célebre Mr. Ouvrard. Pero sus diputados no fueron admitidos en las conferencias de Verona.

A pesar de la enemiga con que los gobiernos de la Santa Alianza miraban las libertades españolas, ni los aliados, ni el ministro mismo de Francia Mr. de Villèle estaban por que se declarase la guerra á España. Austria y Prusia no la querian. Villèle en sus instrucciones sobre el asunto, se limitaba á decir: «No estamos resueltos á declarar á España la guerra.... La opinion de nues«tros plenipotenciarios sobre la cuestion de saber lo que conviene hacer al «Congreso respecto de España, será que siendo la Francia la única potencia «que debe operar con sus tropas, tambien será la sola que juzgue de la nece«sidad de tál medida (3).» Pero declaráronse partidarios de la guerra, primeramente el conde de Montmorency, revolucionario en su juventud, y en su edad madura celosísimo monárquico; y después el vizconde de Chateaubriand, hombre de florido ingénio como literato y escritor, no del más sólido criterio

(1) Correspondencia entre Wellington y Canning.-Despacho del ministro San Miguel al representante de España en Londres. Papeles hallados en el archivo de la Regencia de Urgél, Legajo 54.

(2) La primera autorizacion del rey fué en 1.o de junio (1822), dirigida al marqués de Mataflorida por conducto de dop José Vi,

llar Frontin, secretario de las encomiendas del Infante don Antonio.-Las otras fueron de enero y marzo de 23, como verémos mas adelante.-Papeles de la Regencia, Legajo núm. 25.

(3) Congreso de Verona, tom. I., nême.

ro XX.

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