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de Astúrias y Galicia. Bourmont batió en Talavera la rotaguardia de las tropas que Castelldosrius habia sacado de Madrid, y que por Extremadura se ro tiraron á Andalucía. Bordessoulle se apoderó de la Mancha, y derrotado Plasencia en Despeñaperros, quedaba el suelo andalúz abierto á las tropas de estos dos últimos generales franceses, en número de 47,000 hombres, á les cuales no habia que oponer sino los escasos restos de La-Bisbal, cuyo mando se dió á Lopez Baños, relevando de él á Zayas, y la menguada fuerza de Villacampa, que no bastaban á contener al enemigo, ni á librar de un golpe de mano á Sevilla, ciudad populosa, pero abierta, y que encerraba además en su seno muchos desafectos al sistema constitucional.

Grande alarma y cuidado produjeron en el gobierno y en las Córtes las nuevas de estos sucesos, que llegaron el 9 de junio á Sevilla.

Tratose inmediatamente de la traslacion del rey y de las Córtes á punto más seguro, idea contra la cual se levantó gran clamoréo. La milicia de Sevilla no inspiraba ni confianza ni temor. Los dos batallones de la de Madrid que habian acompañado al gobierno, sobre ser sinceramente adictos á la Cons. titucion, se conducian con admirable juicio y disciplina. Pero un tercer batallon que llegó después, compuesto de gente inquieta, alborotadora y de todo punto desconsiderada, con noticia de los desmanes cometidos por los realistas de Madrid, amotinóse queriendo tomar venganza, ó lo que llamaban represalias, en los absolutistas sevillanos de los escesos de los madrileños. Comenzó el alboroto con insultos, siguió el asesinato de un hombre desconocido, y el allanamiento y saquéo de algunas casas, entre ellas una en que vivia un eclosiástico diputado. Flojos en la represion el capitan general y el jefe político, el ministro Calatrava separó por lo menos á este último de su empleo. Por fortuna el motin se sosegó, pero traslucióse que se tramaba en contrario sentido una conjuracion en favor del rey.

En tál situacion llegó un parte suscrito por un militar en funciones de jefe político, redactado en medroso lenguaje, participando haber franqueado los franceses el suelo andalúz, y añadiendo que en el trance de la derrota todo, hasta el honor, se habia perdido. De la pavorosa sensacion que se revelaba en el autor de la noticia participó tambien el gobierno, el cual se apresuró á convocar á sesion secreta. En ella reinó el mismo estupor silenciosos y pensativos, más que resueltos los diputados, se separaron sin acordar providencia alguna, y en esta situacion congojosa se pasaron la tarde y la noche (10 de junio, 1823). Los diputados fuera del recinto de las sesiones, andaban inquietos, tristes y zozobrosos. Divisaban todos la negra nube que encima se venia, todos se quejaban de que nada se hacia para conjurarla, pero no acertaba nadie á proponer lo que debia hacerse. Verdad es que las dos sociedades, maso

nica y comunera, alma entonces de la política, en vez de unirse en el comun peligro, seguian haciéndose una guerra sañuda y rencorosa, exasperados algunos con ver á otros ponerse del lado del rey, solo por ver si por este medio triunfaban de sus rivales, cuyos rivales eran á veces los miembros de su misma sociedad, llegando la locura de algunos á echar á volar la idea de que se discurriese el medio de acabar con Fernando y su real familia, acaso solo por hacer méritos con el rey, revelándole un secreto, que no pasó de ser anónimo, y que habia sido recibido con general indignacion.

Llegó así el que habia de ser terriblemente memorable 11 de junio (1823). Antes de abrirse la sesion, las tribunas del Congreso se hallaban cuajadas de espectadores, en cuyos semblantes se retrataban á un tiempo la incertidumbre, el temor y la ira; mientras los diputados, reunidos fuera del salon, convencidos de no haber otro remedio que la traslacion del rey y de las Córtes á la Isla Gaditana, pero tambien de la resistencia del rey, conferenciando á voces entre sí y con los ministros, pero sin atreverse á abrir la sesion, hasta poder proponer en ella un plan determinado, oian á su vez los murmullos y gritos de las tribunas, impacientes por que se abriese. Costaba trabajo á los diputados hacerse oir de los demás. Una fuerte exclamacion de ¡Silencio! proferida por Alcalá Galiano, seguida de otra de Riego: ¡Oigamos á Galiano!, produjo el que todos calláran para oir al exaltado y elocuente orador, el cual procedió á indicar el plan que habia concebido: el cual consistia, sin acusar al rey ni á los ministros, en hacer que constase de oficio la resistencia del rey á salir de Sevilla, y en tratar de vencerle hasta hacerle consentir en pasar á Cádiz, como único medio de salvar á un tiempo su persona y el régimen constitucional, con lo demás que luego le verémos ir desenvolviendo. Como el ánsia de todos era encontrar un remedio que pudiera sacarlos de cualquier modo del apremiante conflicto, se acordó abrir ya la sesion, comprendiéndose desde luego que el alma de la de aquel dia habia de ser el mismo Alcalá Galiano.

Abrióse aquella en medio de un profundo é imponente silencio, significativo de la inmensa importancia que á juicio de todos habia de tener. El diputado Galiano presentó su primera proposicion, para que, llamado el gobierno, espusiera cuál era la situacion del país y las medidas que habia tomado para poner en seguridad á la persona del rey y á las Córtes, á fin de deliberar en vista de lo que contestára. Apoyóla brevemente, comenzando por decir: «Más es tiempo de obrar que de hablar.» Y aprobada por el Congreso, acordó éste continuar en sesion permanente hasta oir la contestacion del gobierno. Llegados los ministros, el de la Guerra hizo una relacion de todos los acontecimientos militares de que el gobierno tenia noticia hasta aquel momento, no

ocultando los peligros que se corrian. El de Gracia y Justicia (Calatrava) manifestó que el gobierno habia consultado con una junta de generales y otros jefes militares si habria medio de resistir la invasion francesa en Andalucía, á

lo

que habia contestado que nó, y consultada á qué punto convendria trasladar el gobierno y las Córtes, habia respondido unánimemente que no habia otro que la Isla Gaditana. Que puesto todo en conocimiento del rey, y consultado por éste el Consejo de Estado, este alto cuerpo habia convenido con los generales en la absoluta necesidad de trasladarse las Córtes y el gobierno, variando solo en el punto, siendo de opinion el Consejo que debía ser Algeiras.

Estrechados y apurados los ministros con preguntas por Galiano, sobre si creian poderse sostener la Constitucion sin que la traslacion se verificase, si ol viaje estaba dispuesto, si ellos podian seguir siendo ministros en el caso de que el rey se negase, concluyó por rogarles que no tomasen parte en la discusion, porque ésta habia de llevar necesariamente un giro violento, en quo ellos no podrian hablar sino en nombre del rey. Hecho lo cuál, presentó la segunda proposicion, reducida á que una comision llevase un mensaje á Su Majestad suplicándole que sin demora se pusiese en camino con su real familia, y acompañado de las Córtes y del gobierno, añadiéndose á propuesta de Argüelles «á la Isla Gaditana, y mañana al medio dia.» La comision se nombró: presidíala don Cayetano Valdés, hombre severo y de todos respeta do: el rey señaló la hora de las cinco de la tarde para recibirla; mientras la comision fué á cumplir su delicado encargo, el Congreso se quedó en una respotuosa y casi muda espectativa. Regresó la comision, y en el semblante mústio del presidente se leyó que no traia constestacion satisfactoria. «Señor, di«jo Valdés, la comision de las Córtes se ha presentado á S. M.: ha enterado <«<al monarca de que el Congreso quedaba en sesion permanente: que habia <<resuelto trasladarse dentro de 24 horas á Cádiz, en virtud de las noticias «que tiene de la marcha del enemigo; pues aumentada su velocidad, podia el «jército invasor impedir la partida del gobierno, y de este modo dar muer"te á la libertad y á la independencia de la nacion; y por lo tanto era urgenate y necesario que la familia real y las Córtes saliesen de esta ciudad.-El <<rey ha contestado que su conciencia y el interés que le inspiraban sus súb«ditos no le permitian salir de Sevilla: que si como individuo particular «no hallaba inconveniente en la partida, como monarca debia escuchar el «grito de su conciencia.-Manifesté à S. M. que su conciencia quedaba «salva, pues aunque come hombre podia errar, como rey constitucional <<<no tenia responsabilidad alguna; que escuchase la voz de sus conseje«ros v de los representantes del pueblo, á quienes incumbia la salvacion

ade la patria.-Su Majestad respondió: He dicho; y volvió la espalda.» Siguieron á esta relacion momentos de profundo silencio, como presagiando todo el mundo que trás lo que se habia oido, algo terrible restaba oir. El guante estaba arrojado, y suponíase que no faltaria quien le recogiera. De contado estaba conseguido uno de los propósitos de Galiano, que era saber oficialmente la resistencia del rey. Levantóse en efecto de nuevo este diputado, y con ademan solemne y mostrando cierta tristeza hipócrita (usamos su misma espresion). «Llegó yá, dijo, la crísis que debia estar prevista hace mucho tiempo. Y despues de breves palabras para probar que S. M. no podia estar en el pleno uso de su razon, sino en un estado de delirio momentáneo, pues de otro modo no podia suponerse que quisiera prestarse á caer en manɔs de los enemigos, propuso que se declarára llegado el caso de considerar á Su Majestad en el del impedimento moral señalado en el artículo 187 de la Constitucion, y que se nombrára una Regencia provisional que para solo el caso de la traslacion reuniera las facultades del poder ejecutivo. Declarado el asunto urgente, y puesto á discusion, hablaron en contra Vega Infanzon y Romero, aquél en un discurso cansado, aunque vehemente: defendiéronda Argüelles y Oliver; y sin votacion nominal, porque así se procuró que fuese, se aprobó una proposicion que declaraba nada menos que demente al rey, y suspenso del poder real (4).

Acto contínuo se nombró una comision que propusiera los individuos quo habian de componer la Regencia; y á propuesta suya recayó el nombramiento en don Cayetano Valdés, don Gabriel Ciscar y don Gaspar Vigodet, los cuales prestaron el correspondiente juramento, mediando luego entre el presidente del Congreso y el de la Regencia, Valdés, breves pero muy sentidos discursos, sobre la necesidad terrible en que se habia puesto á la representacion nacional de tomar una medida de tál naturaleza, y á los regentes en la de aceptarla. La nueva Regencia salió para palacio, acompañada de la diputacion de las Córtes, entre aplausos y vivas de diputados y espectadores. Fernando recibió la noticia del atentado que contra él acababa de cometerse, sin inmutarse al parecer. O se alegraba de tener más agravios de que vengarse en su dia, ó en aquel mismo esperaba verse libre de sus opresores. Porque en efecto, había tramada una conjuracion con ese objeto, pero traslucida su existencia por algunos constitucionales, y sorprendido el lugar en que se hallaban

(1) Después pidieron varios diputados que constase su voto contrario á la declaracion de inhabilitacion del rey; otros que constára el suyo en contra del nombramiento de regencia provisional. Antes, creyendo TOMO XIV.

que la votacion iba á ser nominal, andaban muchos diputados como escondiéndose detrás de los bancos. Cuando vieron que era ordinaria, volvieron los más á sus puestos.

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reunidos los conjurados, aquella misma noche fueron presos, incluso su jefa, que era á la sazon alcaide del alcázar (4).

Regresó la comision del Congreso, y su presidente Riego anunció que la Regencia quedaba instalada, y que los aplausos y demostraciones de alegria con que habia sido acompañada manifestaban que el pueblo español queria que se adoptasen medidas enérgicas en las circunstancias actuales. Lúgubre y sombrio aspecto presentó el salon de sesiones el resto de aquella noche. En sesion permanente, más por precaucion que porque hubiese de qué tratar, pues ya no quedaba que hacer sino disponer el viaje, cosa de la Regencia y del rey; escasa la luz; pocos y cansados los diputados; durmiéndose en los escaños, ó departiendo en voz baja entre sí sobre el gran suceso del dia; en la tribuna algun otro espectador, cuya curiosidad le hacia compartir la vigilia con los diputados; inmóviles el presidente y secretarios en sus sillones, aguardábase con ansiedad y desazon el siguiente dia. Pero vino el dia deseado, y pasaban horas, y ni se advertian síntomas, ni se recibian noticias de próximo viaje. El rey, que se habia sujetado sin replicar á la decision del Congreso, parecia oponer ahora la peor de las resistencias, la resistencia pasiva. La hora acordada del medio dia se pasaba; conforme avanzaba la tarde crecia la zozobra en los ánimos. La milicia nacional de Madrid se impacientaba y bullia. Llegó á creerse que ya no se verificaba el viaje del rey; grande era la agitacion, y hubo proyectos estremados para hacerle salir violentamente, porque los realistas en Sevilla, con ser en gran número, habíanse mostrado tan cobardes que no se los temia.

Aproximȧbase ya la noche; cuando á eso de las siete de la tarde (2 do junio, 1823) se recibió en el Congreso un oficio del ministro interino de la Gobernacion, participando que á las seis y media habian salido SS. MM. y AA. påra Cádiz, sin que hubiese habido alteracion alguna en la tranquilidad pública, y añadiendo que la Regencia provisional del reino se disponia á salir inmediatamente. En su virtud á las ocho de la noche levantó el presidente la sesion, que habia comenzado á las once del dia anterior, anunciando, conforme á una proposicion aprobada, que las Córtes suspendian sus sesiones para continuarlas en Cádiz. Sin molestia ni contratiempo, marchando á cortas jornadas y haciendo pausas, llegaron el rey y la real familia la tarde del 15 á la Isla de Leon (2).

(1) Esta trama tenia por objeto impedir hombre estrafalario y de desarreglada conla salida del rey, y aun proclamar su liber- ducta, que acaso por salir de ciertos comtad, arrebatándole y llevándole á punto don-promisos se metia en los de estas aventurade pudiera empuñar libremente las riendas das empresas. del Estado. Debia ponerse á la cabeza de esta empresa el general escocés Downie,

(2) Algun disgusto hubo en el camino, por parecerles á los milicianos de Madrid, y

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