Imágenes de páginas
PDF
EPUB

causa de Cruz se juntasen á la que se seguia por separado al titulado mariscal de Campo don Joaquin Capapé, el de la conspiracion ultra-realista de Zaragoza, de que dimos cuenta atrás. Sin duda no se hizo en vano aquella, real advertencia. Los jueces de esta causa condenaron al sargento mayor de la plaza á un castillo, y á presidio á varios voluntarios realistas; pero el jefe de la conspiracion, Capapé, fué absuelto por los votos de ocho vocales del tribunal, con cuyo dictámen se conformó el rey, no obstante que otros seis de ellos le sentenciaban á encierro perpétuo, y otros tres á la pena de muerte. Así se neutralizaba á los ojos de los realistas el efecto de la libertad del ministro Cruz, calumniado é inocente, con la absolucion de Capapé, pública y reconocidamente criminal.

Quiso el rey, ó por mejor decir, quiso el ministro Calomarde solemnizar el dia de San Fernando (30 de mayo, 1825) con un indulto, acto que siempre tiende á dar honrosa idea de la clemencia de los monarcas. ¿Pero en favor de quiénes fué otorgado el indulto de 30 de mayo? En favor de los autores y propagadores de unos folletos que circulaban con profusion por todo el reino con el título de ¡Españoles, union y alerta!» En estos folletos se intentaba persuadir al pueblo de que en palacio mandaban ó influian los masones, y era la causa de que no se castigase á los liberales con el rigor que los realistas exigian, y de que no se restableciese el Santo Oficio. A pesar de que la Junta reservada de Estado habia calificado estos folletos de altamente subversivos, torpes é infames, y de consignarse que se propagaban y espedian por medios criminales y oscuros, como se descubriese en muchas provincias que los autores y cómplices de esta abominable propaganda eran los realistas mas exaltados, funcionarios públicos y clérigos, y así lo espresaba la real órden, se quiso echar sobre esto el manto de la indulgencia y del perdon con el objeto de no disgustar á los ultra-realistas y apostólicos. Mas lo que se consiguió fué alentarlos con la impunidad, atribuyendo la indulgencia á debilidad y miedo del gobierno.

Aunque fatigue y repugne hablar tanto de procesos, de prisiones, de comisiones ejecutivas y de suplicios, no es posible pasar en silencio (culpa es del horrible sistema de aquel tiempo, no nuestra) una de las épocas que más se señalaron por el terror y por estas sangrientas ejecuciones. La horca funcionaba casi sin descanso, y eran frecuentes los fusilamientos por la espalda. Conócese este funesto periodo en la historia con el nombre de la Epoca de Chaperon, que este era el nombre del personaje que le dió esta triste celebridad. Era Chaperon el presidente de la comision militar de Madrid, y el que entre todos los jueces descollaba por sus sanguinarios instintos, y como mereciese el aborrecible honor de ser puesto por modelo á los tribunales de

las provincias, que eran acusados de tibios, propagóse á ellos el furor sanguinario que en el de Madrid predominaba. No se libraban de las prisiones ni el sexo, ni la juventud, ni la hermosura, y no era raro que señoras de educacion y de virtud expiasen en la galera el gran crímen de usar abanicos ó prendas de los colores proscritos. Dos ciudadanos fueron condenados en ausencia á ser ahorcados, ó fusilados si no habia verdugo, por el delito de haber pinchado con la punta de un cuchillo un letrero que decia: «¡Viva el rey absoluto (4)!» Cuéntase que Chaperon solia asistir á las ejecuciones, luciendo delante de la lúgubre comitiva todos los grados é insignias que adornaban su uniforme militar; y atribúyesele haber tirado de las piernas al desgraciado don Juan Federico Menage pendiente de la horca, apresurando así la obra del ejecutor de la justicia. Resistese el corazon y la pluma á continuar estampando horrores táles.

Semejante estado de cosas era insostenible: y sobre ser insoportable tanta tirantez por un lado, exigian por otro pronto remedio los trabajos de conspiracion que por todas partes se vislumbraban, y los manejos de los apostólicos, en que andaban envueltos altos funcionarios, protegidos y alentados por el furibundo ministro de la Guerra Aymerich. Trabajaban por fortuna en contrario sentido los hombres moderados, á cuya cabeza estaba el ministro Zea, aunque decidido y celoso realista, pero enemigo de la tiranía y de las sangrientas venganzas; y ayudábanle en esta obra hombres como don Luis Fernandez de Córdoba, que indignado contra los escesos de las comisiones militares, en una esposicion al rey le decia: que la justicia administrada por aquel odioso tribunal tomaba el carácter de una venganza horrible y furiosa, que tenia consternado al país y afligidos á sus buenos servidores; y que el decoro de las insignias militares que S. M. mismo vestia pedia con urgencia la supresion con tanto anhelo deseada (2). Lograron, pues, los que así pensaban abrir los ojos al rey, mostrándole el peligro que el trono mismo corria, y resolvióse Fernando á mudar de sistema, desprendiéndose del terrible ministro de la Guerra Aymerich, nombrándole gobernador militar y politico de la plaza de Cádiz (13 de junio, 1825). Fué conferido el ministerio interinamento á don Luis Maria de Salazar.

Juntamente con este decreto aparecieron los siguientes: exonerando á don 'Blas Fournás del mando de la guardia real de infanteria, y nombrando para este empleo al teniente general conde de España; para la capitanía general de Aragon á don Luis Alejandro Bassecourt; para la de Valencia á don José

(1) Don Emeterio Landesa y don Fran- conciudadanos el general Córdoba. Macisco de Uncilla. drid, 1837.

(2) Memoria justificativa que dirige á sus

María Carvajal y Urrutia; para la de Castilla la Nueva á don Joaquin de la Pezuela; para la de Granada á don Juan Caro; para la de Cataluña al marqués de Campo-Sagrado; para la de Guipúzcoa á don Vicente Quesada; para el gobierno de Málaga á don Cárlos Favre Daunois, y para la inspeccion de infantería á don Manuel Llauder.

A los pocos dias (27 de junio, 1825) fué elevado al ministerio de la Guerra el honrado marqués de Zambrano, conservando la comandancia general de la Guardia Real de caballería. Y de este modo, y arrancado el mando de las armas de las manos de los más comprometidos en el plan reaccionario, y trasladados otros á diferentes puntos, pareció haberse conjurado la tormenta preparada, y entrar las aguas de la revuelta política en un cauce más suave y tranquilo. De contado ya las desgraciadas viudas y huérfanos de los militares que habian muerto en las filas del ejército constitucional comenzaron á esperimentar que se habia templado la rigidez del desapiadado sistema anterior, declarándoles los beneficios del Monte pío, si bien solo por lo correspondiente á los grados anteriores al 7 de marzo de 1820, y relevándolos del odioso trámite de la purificacion.

Mas lo que hizo resaltar la transicion que de una á otra política produjo el triunfo de los hombres templados sobre los apostólicos intolerantes y crueles, fué la real cédula de 4 de agosto (1825), espedida despues de oido el Consejo de Castilla (que fué cambio notable, atendidas las antiguas opiniones de este cuerpo), mandando cesar y que quedaran desde luego suprimidas todas las comisiones militares, ejecutivas y permanentes, creadas por real órden de 13 de enero 1824, y que todas las causas en ellas pendientes se pasáran á los jueces y tribunales respectivos para que las sustanciáran y falláran con arre glo á derecho. Fué éste el mayor, y se puede decir que el primer respiro quo se dió á los desdichados que habian estado siendo blanco y objeto de viles delaciones y ruines venganzas, y víctimas de la inexorable cuchilla de aquellos adustos jueces. Al menos pareció haber cesado el reinado del terror y del exterminio, y asomar al horizonte español aurora más bonancible.

Pero tanto como esta disposicion consoló á los perseguidos, otro tanto irritó á los terroristas, que sospechando escapárseles su influencia, metidos en conspiraciones, y menos amigos ya del rey que del príncipe en cuyos sentimientos y opiniones encontraban más afinidad y más calor para sus planes, creyendo que éstos estallarian á un tiempo en todos los puntos en que tenian ramificaciones, levantaron al fin la bandera de la rebelion, siendo el primero á tremolarla el general don Jorge Bessières, aquel aventurero francés, antiguo republicano en Barcelona, furibundo realista después, audaz y bullicioso siempre, que al efecto habia enviado delante emisarios, pregonando que palacio estaba

dominado por los masones, y que se habia vuelto á poner la lápida de la Constitucion. Hallábase la córte, cuanto esto sucedia (15 de agosto, 4825), en San Ildefonso. Tomando el rebelde la voz del monarca, y fingiendo obrar por orden suya, acudieron á su llamamiento grupos de voluntarios realistas, y aun tres compañías del regimiento de caballería de Santiago, acantonando en Getafe, fueron á incorporársele por órden de su comandante; si bien los soldados, luego que conocieron dónde se los llevaba, retrocedieron abandonando á sus jefes, y solo algunos de éstos se unieron al de los insurrectos.

Sea que realmente esta rebelion indignára al monarca, sea que los cortesanos más comprometidos en el plan viesen que se habia frustrado, y quisiesen alejar toda sospecha de connivencia á fuerza de mostrar rigor contra los rebeldes, es lo cierto que el 17 de agosto (1825) se espidió el terrible decreto siguiente: «Art. 1.o Si á la primera intimacion que se haga por los generales, «jefes y oficiales de mis tropas no se entregasen los rebeldes á discrecion, «serán todos pasados por las armas: 2.o Todos los que se reunan á los rebel«<des y hagan causa comun con ellos serán castigados con la pena de muerte: «3,0 No se dará más tiempo á los rebeldes que se aprehendan con las armas «<en la mano que el necesario para que se preparen á morir como cristianos: «. Cualesquiera personas, fuesen ó nó militares, que en otro diverso punto «cometiesen igual crimen de rebelion incurrirán en la pena señalada en los «artículos anteriores: 5. Serán perdonados los sargentos, cabos y soldados «que entreguen á sus jefes y oficiales rebeldes. Tendreislo entendido, etc.>>

[ocr errors]

Una vez abandonado Bessières por los mismos que acaso desde la córte le habian excitado á la rebelion, y tál vez los más interesados ahora en ahogarla, dióse á los cuatro dias (21 de agosto, 1825) otro decreto declarándole traidor, concebido en los siguientes términos: «Declaro á don Jorge Bessières «traidor, y que como tál ha perdido ya su empleo, grados, honores y conde«coraciones. Igual declaracion hago respecto á los jefes y oficiales que le acompañen, y á los que cooperen con las armas en la mano á su criminal tentativa.-Todos ellos serán, inmediatamente que sean aprehendidos, pa«sados por las armas, sin más demora que la necesaria para que se preparen <«<cristianamente á morir.-Todos los que favorezcan ó auxilien, aunque sea «indirectamente, los que comuniquen avisos, mantengan, conduzcan ó encu«bran correspondencia con dicho jefe rebelde, serán presos y juzgados breve ey sumariamente con arreglo á las leyes del reino..... Mi alcalde de Casa y «Córte don Matías de Herrero Prieto procederá á instruir una sumaria infor«macion para averiguar los cómplices en este alzamiento revolucionario, arres«tando á los que resulten implicados, cualquiera que sea su estado, clase ! «condicion, etc.»

Bessières entretanto habia intentado, aunque infructuosamente, apoderarse de Sigüenza. Sorprendióle la noticia de los terribles decretos fulminados contra él; conocióse perdido, despidió la mayor parte de su fuerza, que no era ya mucha, y trató de salvarse con unos pocos metiéndose en los pinares de Cuenca; pero acosábanle ya las columnas del ejército, cuyo mando habia tomado el mismo conde de España, que habia ofrecido dar breve cuenta de los sediciosos, y creíase por muchos que así convenia á sus compromisos personales. Alcanzólos en el pueblo de Zafrilla la columna de granaderos que guiaba el coronel don Saturnino Albuin, y hechos prisioneros, fueron trasladados á Molina de Aragon, (25 de agosto, 1825). A la hora de haber llegado,. intimóles el conde de España los decretos del rey, y púsolos en capilla. En vano alegó Bessières que ellos se habian sometido á la primera intimacion de la tropa, conforme al primer real decreto. Sin atender el de España á esta escusa, ni querer oir declaraciones sobre las causas del alzamiento, á las ocho y media de la mañana del 26 fueron pasados por las armas Bessières y los oficiales que le babian seguido (4). Acto contínuo quemó el conde de España los papeles encontrados en el equipaje del caudillo rebelde, y voló á la córte á ofrecer á los piés del trono los trofeos y á recibir el galardon de su triunfo. Agracióle el rey con la gran cruz de Isabel la Católica. Pero no fué él solo el premiado: confirióse la de San Fernando al conde de San Roman, comandante de los granaderos de la guardia real, al marqués de Zambrano, ministro de la Guerra, que mandaba la caballería, y al conde de Montealegre, capitan de guardias. Dispensáronse otras gracias á los cortesanos, y acaso participaron de ellas algunos de los mismos que habian soplado el fuego de la sedicion.

De los demás puntos en que se esperaba que estallaria al mismo tiempo la revolucion, solo en algunos saltaron chispas, que habrian podido ser llamas á no haberse apagado tan pronto la hoguera principal. Perdieron la vida en Granada tres oficiales que intentaron sublevarse, y no fueron seguidos de los de su cuerpo. En Zaragoza debióse á la vigilancia y á la firmeza del capitan general Bassecourt que se contuvieran los sediciosos; y en Tortosa la lealtad del comandante de la guardia del castillo evitó que se apoderasen de él los conjurados, que eran tambien oficiales de la guarnicion, y que tenian el proyecto de revolucionar la ciudad, de arrojar á un pozo al gobernador, y de asesinar á todos los negros como ellos decian, y á los demás á quienes les pareciese bien. Tres de aquellos oficiales fueron arrestados, si bien dos de ellos

(1) Fueron estos desgraciados los siguientes: don Francisco Baños, coronel; don Va. lerio Gomez, comandante del escuadron de Santiago; don Antonio Peranton, coman. TOMO XIV.

dante; don Francisco Ortega, ayudante; don
José Velasco, don Miguel Cisvona y don
Simon Torres, tepientes.
31

« AnteriorContinuar »