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LA INFANCIA.

La infancia es el jardin de la vida. Se mece entre flores; tiene delante de sí un horizonte de púrpura, y es feliz porque no conoce todavia los dolores del corazon. Para ella no hay pasado ni futuro; vive solo en lo presente, y su presente es dichoso porque no lo pueden acibarar ni el temor ni el presentimiento. Se desliza como la adelfa que lleva el arroyo entre sus bullidoras aguas, y que besa sin cesar la arena de sus márgenes. La vida del hombre en esta edad, es el sueño del paraiso.

¡Dichosos dias aquellos en que se goza y no se padece, y en que se goza sin acordarse siquiera del precio de los placeres! Para turbar la dicha de un niño, se necesita ser un malvado. Un ser tan inofensivo, tanta pureza en el alma, tanto candor en los pensamientos, tanta inocencia en el corazon, merecen bien que respetemos una ventura que bien pronto se lleva el tiempo.

Pero la vida del ser vegetativo y oscuro, no es la vida del ciudadano. La de aquel es para sí solo; la de este debe ser para su patria. La educacion debe apoderarse de nosotros desde los primeros años; y nada mas profundo que el dicho de aquel sábio, á quien preguntando qué debia enseñarse á los niños, respondió: Lo que deben hacer cuando sean hombres.

¿Pero son por ventura acertados en esta parte nuestros sistemas? Creo que no, porque desconfio de todo lo que no está de acuerdo con la marcha de la naturaleza. Nuestros prohombres, con ese aire de magisterio que solo puede dar la infalibilidad, han sobrecargado á la infancia con una multitud de estudios que esceden en mucho al alcance de su comprension. La lengua de Tácito, la historia con todas sus épocas y con todas sus citas, las matemáticas y otras varias materias no menos dificiles y compli

cadas, son los juguetes que se dan á una edad incapaz de reflexion y detenimiento. La naturaleza lleva otra marcha, y seria á mi entender preferible que á ella nos acomodáramos. Lo primero que se desarrolla en nosotros son los sentidos; despues la memoria; luego la imaginacion, y por último el juicio. Dése, pues, à la primera edad el estudio de las cosas que hieren los sentidos mas inmediatamente, como la geografia y otras de igual índole; á la segunda las ciencias de nomenclatura, como son los idiomas, la botánica, y si se quiere las nociones filosóficas; á la tercera la poesía y bellas letras, y á la cuarta por fin las ciencias mas abstractas y las matemáticas. Estas piden mucha robustez en el entendimiento, y no deben anticiparse, si se quiere que en ellas se trabaje con provecho. Segun esta observacion, se deberia acabar por donde ahora se empieza. Por una inversion de órden, nuestra infancia es el ensayo del resto de nuestra vida. Empezamos á padecer desde que empezamos á estudiar.

Respecto á mí, hubiera sido de todo punto inútil esta polémica. Mi infancia se dividió completamente entre el ocic y los juegos de la niñez. Nacido en un pueblo donde no encontraba ni estímulos ni ejemplos, con tendencias ligeras é inconstantes que me hacian resistir el freno y no convenirme con ninguna ocupacion; y aprovechando la indulgencia tal vez de olvido con que se me trataba, era ya muy crecido cuando ni siquiera conocia el alfabeto. Ahora que puedo ser mas imparcial, conozco que nunca hacia nada bueno, y que tal vez esta fuese la razon plausible que tuvieron mis padres para tolerar mi ociosidad. Ello es que con no poco trabajo lograron que aprendiera á leer pasablemente y á trazar algunos caractéres ininteligibles, que eran á la vez líneas de la ciencia cabalística, taquigrafia y solfa: todo menos letras. Me embebia haciendo cometas y echándolas á volar por los aires; y si entonces se me hubiese dicho que habia de emborronar tanto papel mas adelante con las defensas del foro y con los debates del parlamento, me hubiera alegrado mucho, pensando en tanto caudal de cartapa

cios con que podria fabricar mi diversion. El pais ofrecia pocas proporciones de aprender, y yo las desaprovechaba muy alegremente. Me destinaban á militar, y yo creia entonces que para ser militar bastaba con saber destruir, sin aprender a crear.

Con tan buenas disposiciones pasé á la gramática latina, en que no hice mas progresos por causas independientes de mi voluntad; y ya en la necesidad de salir al mundo y de empezar otros estudios, me hallé frente á frente con mi absoluta ignorancia, y en la precision de trabajar, si no queria esponerme á un contínuo sonrojo y á un continuo ridículo. Esta consideracion fué para mí decisiva. Esperaba y queria, y la esperanza y la voluntad son casi todo para hacer las cosas.

En medio de tantos obstáculos yo contaba con una ventaja, cuyo precio pude conocer bien pronto. Una circunstancia que hubiera podido serme contraria, habia venido á favorecerme. Habia vivido mucho tiempo en el campo casi abandonado á mí mismo. La soledad es un gran maestro, y en ella habian empezado á desarrollarse todas mis facultades. Todavia no acertaba á leer en el libro de la escuela, pero empezaba á deletrear en el gran libro de los cielos: leia en el soplo del huracan, en los gemidos del viento, en el suave beso de las auras, en el murmullo del arroyo, en el canto de las aves y en los quebrados suspiros que partian de entre las ramas de los árboles. Mi alma quedaba absorta y extasiada ante el cuadro de tan espléndidas maravillas, y se afanaba por encontrar el secreto de tantos prodigios y de tanta armonía. Si esto no era ya el pensamiento, era al menos la feliz preparacion que conduce á él.

Pero acaso no se hubiera desarrollado en mi esta anhelacion creadora, si mi corazon no hubiera estado preparado por la mano de mi madre. Mi madre tenia á la vez talento, piedad é instruccion. Una madre es siempre el mejor preceptor para sus hijos. Tal vez no podrá enseñarles á pensar, pero les enseñará á sentir, y el sentimiento es todo en la vida. Es el alma del corazon, la fuente de las emociones, el resorte que nos lanza á regiones elevadas é innotas, el manantial inagotable de todo lo

que es bueno, noble y generoso. ¿Quereis un poeta? No lo busqueis entre aquellos que no saborearon los besos maternales, cuya cuna se meció pór manos estrañas: habrán crecido, se habrán hecho hombres, tendrán si se quiere llena la cabeza, pero vacio el corazon. El entusiasmo les será desconocido, porque en su pecho estará seca ó ciega la fuente del sentimiento, de donde brota todo lo que arrebata y todo lo que conmueve. ¿Quereis un orador? Sin la sensibilidad se tendrá la elocuencia de las ideas, pero no se parece á la elocuencia de los afectos; se llegará á alcanzar una palabra árida, descarnada, fria por lo razonadora, premiosa tal vez por los esfuerzos impotentes que se hacen para animarla, pero no se consigue la elocuencia arrebatadora y entusiasta, cuyo gérmen solo puede inspirar en la infancia el soplo vivificante de una muger. ¿Buscais, por último, un hombre de bien? Hasta la virtud se inspira por el aliento materno; y el que no lo haya percibido sobre sus labios, tendrá esa virtud adusta, inflexible, casi salvaje, que se practica pensando solo en que es una obligacion, pero sin acordarse de que es un placer. Es necesario haber sonreido á la vista de la sonrisa materna, haber estampado muchas veces nuestras manos infantiles sobre los labios de aquella que nos dió el ser, para que el corazon adquiera esa sensibilidad, esas espansiones de amor, de que nace luego la virtud con todos sus encantos y con todo su enternecimiento.

Si; porque una madre es el simbolo y la personificacion de la Providencia. Es el ángel que el Señor envia á cada niño para que cuide de su vida, para que lo cobije bajo sus alas y le muestre con su dedo el rumbo que debe seguir en los tortuosos senderos de la vida.

Si pensáramos en lo que es una madre; si recordáramos los sacrificios, las penas y las lágrimas que debemos á su tierna solicitud, viviríamos siempre pegados á su sombra, como antes hemos vivido pendientes de su pecho. Pero sopla luego el viento abrasador de las pasiones, olvidamos lo que merecia una gratitud mas permanente y mas oficiosa, y trocamos un cariño tan in

tenso y tan dulce por los halagos tal vez mentidos de otras mugeres, que empiezan por quitarnos el reposo y alguna vez acaban por robarnos para siempre la felicidad. La ingratitud es la marca que el génio del olvido ha impreso sobre la frente del hombre, como antes el Dios de la creacion imprimió sobre la de Cain la señal execrable de su pecado.

Yo perdí á mi madre cuando mas podia necesitar de sus consejos: perdí al práctico, cuando mi nave estaba mas espuesta á romperse contra los escollos, porque entraba en la juventud, y sentia la agitacion que anuncia las grandes borrascas. A la primera noticia de su enfermedad crucé los mares, y vine á colocarme al lado de su lecho mortuorio. Sus pesares y la idea de mi peligro precipitaron su muerte. Yo no habia venido á buscarla sino para cerrarle los ojos y recibir las últimas lecciones de sus labios moribundos.

Despues de ocho dias pasados en la inquietud de mi dolor, quise volver á verla. Hubiera mirado como una profanacion sacrilega aquella tentativa si se hubiera tratado de otra muger y de otros amores; pero se trataba de mi madre, y creí que lo piadoso y tierno del designio purificaba el hecho, y hasta lo santificaba. Removí la tierra que cubria su cadáver, abrí su ataud, y contemplé por la última vez con un estupor sombrio aquel rostro que la muerte no habia desfigurado todavía. Yo estaba casi pegado á él; pero nos hallábamos separados por un mundo entero. La eternidad habia estendido entre los dos su velo impenetrable. Las lecciones mudas de la muerte son las mas persuasivas; las de una madre convertida en polvo tienen una elocuencia terrible, cuyos ecos no borra el tiempo con sus alternativas ni con sus rumores. Cuando se pisa una tierra sembrada de tumbas á la claridad de la luna, y en el pavoroso silencio. de la soledad, un temor religioso se apodera de nosotros, y nuestras ideas son á la vez espanto y presentimientos; pero cuando lo que se registra con ojos ávidos y henchidos de lágrimas es el féretro de una madre, no puede decirse lo que se siente, porque el dolor ahoga al sentimiento.

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