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ELISA Y EL ESTRANJERO.

Novela original.

INTRODUCCION.

Cuando la imprenta no puede escribir de politica, llena las columnas de los periódicos con cosas entretenidas. Yo, en el silencio, ó por mejor decir, en la mudez de la tribuna, escribo. novelas.

Dos géneros de novelas han servido hasta ahora de objeto á nuestra lectura. Unas apasionadas, de grandes rasgos, de brillantes imágenes, como las de Chateaubriand; otras de una indole descriptiva, que corre suavemente, y alguna vez con emocion; y á este género pertenecen las de Alejandro Dumas y las de otros escritores de la actualidad. Estas últimas entretienen y deleitan por lo complicado, vario y sostenido de la narracion; en tanto que las primeras se mueven sobre un argumento muy sencillo, y solo por la fuerza de los pensamientos y de las imágenes producen vivas impresiones y fuertes sacudimientos en el alma y el corazon.

Melancólico y muy impresionable por carácter, y acaso tambien por las contínuas amarguras que han trabajado mi vida, he preferido siempre el sentimiento á la evaporacion del espíritu, y el lloro á la risa. Hé aquí por qué doy á luz en forma de novela un manuscrito que una casualidad triste me proporcionó del modo que voy á referir.

Hace algunos años que viajando por la parte del Mediodia de Francia, se nos incorporó en una de las paradas de diligencias un viajero, que desde luego llamó nuestra atencion. Era jóven, de unos 25 años, bello como una de las vírgenes de Murillo, y de una espresion tierna y melancólica, cual pudiera tenerla el ángel de la tristeza y de las tumbas. Un mancebo que atraia y se recomendaba á la primera mirada, y así fué recibido por todos con muestras de marcada benevolencia, bien diferente de esa esquivez ó disgusto que se esperimenta à la llegada de un nuevo compañero de viaje, que vá á quitarnos una parte de nuestra comodidad.

El recienvenido guardaba casi siempre silencio; y si alguna vez se mezclaba en nuestras conversaciones, se conocia que le costaba trabajo salir de su habitual retraimiento para pronunciar algunas palabras de pura cortesanía. No habia, sin embargo, en su semblante y en sus ademanes ni desden ni nada que pudiera repararse y menos ofender. Su fisonomía era tan dulce, su mirar tan simpático, su voz tan agradable y sonora, que cada instante se aumentaba la estimacion y el interés que nos habia. inspirado. Yo por mi parte le queria ya como si una amistad antigua uniera nuestros corazones. No recuerdo por qué incidente hube de decir que era español. Al oir mi frase, noté que se coloreó la tez del desconocido, que palideció de nuevo, y que una lágrima desprendida de sus rasgados ojos, corrió lentamente por sus megillas marchitas. No me era dado penetrar en los secretos de aquel sentimiento tan rápido como profundo; pero comprendi que aquel hombre debia sufrir mucho, y resolvi consagrarle un afecto cordial y duradero. Yo tambien era entonces desgraciado y proscripto, y la desgracia forma lazos mas estrechos entre los seres que la prosperidad y la dicha.

Despues del descanso de aquel dia, y al ir á emprender de nuevo la marcha en el siguiente, noté que el desconocido no parecia, y supe por el conductor que quedaba en aquel pueblo enfermo, no pudiendo por su dolencia continuar el viaje.-Desgraciado y enfermo, y en un pais estraño, dije para mí.... Yo no debo abandonarle.-Mandé descargar mi equipaje, me despedí de los demás viajeros, y me dirigi al aposento de aquel jóven, esperimentando á un tiempo secreta complacencia é inquietud.

Al verme entrar me preguntó:-¿ Vá á partir la diligencia? -No, le respondí; ha partido ya.-¿Era este el punto en que pensábais quedaros?-No, le dije: mi direccion era à Italia; pero iré despues. He sabido que estábais enfermo, y no he querido entregaros á los accidentes que pueden sobreveniros, y en los cuales espero no os sea enteramente inútil la compañía de un amigo. Al escuchar mis palabras, el jóven se enterneció. Despues de una breve pausa, me dijo con una voz todavía mal

segura:

-¿Por qué alterar por mi causa vuestro plan?

-No tengo ninguno, le respondí, que no pueda modificarse sin que en ello se haga un gran sacrificio. No esperimento ansiedad por llegar donde nadie me espera, y donde yo tampoco espero encontrar nada que me sea grato y querido. Me es de todo punto indiferente permanecer ó marchar. No me encuentro del todo mal, puesto que tengo seguridad, que no podria prometerme entre mis conciudadanos, ni tampoco bien, porque no reflejan sobre mi frente los rayos del sol de la patria. Mi corazon vaga por el vacío desde que perdi de vista los lugares en que se meció mi cuna. Aquí todo me es estraño, como yo soy estraño á la vez á cuanto me rodea. Te he encontrado, y he sentido por ti un interés y una simpatía irresistibles. ¿Quieres ser mi hermano? Este será un parentesco sagrado contraido entre las amarguras y las lágrimas del destierro. Cuando recobres tu salud, nos separaremos, y yo seguiré mi peregrinacion impelido como siempre por el soplo del destino. Los soberbios palacios de Roma y

los polvorosos restos del Herculano, creo que me esperarán en pié aunque yo retarde algunas semanas mi visita.

-Sí, contestó el jóven incorporándose en su lecho y abrazándome con una violencia estraña. Amigos y hermanos hasta la muerte. El plazo no es largo, añadió tomando de nuevo su actitud meditativa, y se reclinó sobre la cama, volviendo el rostro á otra parte para que yo no viera el llanto que le inundaba.

Detuvímonos en aquel punto hasta que se repusieron algun tanto las fuerzas de mi amigo, y despues seguimos nuestro viaje hária donde tenia su familia, reducida ya solo á su madre. Despues de una marcha lenta y fatigosa, al declinar de una tarde apacible del otoño, llegamos á una altura, desde la cual descubrimos un dilatado y hermoso valle. La vista de aquel sitio produjo en el jóven una conmocion estraña, y yo temi por un instante un retroceso funesto. A poco detuvo su caballo, y dirigiéndome una palabra persuasiva y suplicante:

-Oye, me dijo: vas á hacerme un favor, para mí de mucho mas precio que cuantos pudieras dispensarme. En aquel edificio aislado habita mi pobre madre, y la infeliz no me espera ni está preparada para el golpe que vá á recibir. Ella no podria creer que el destino le enviara de nuevo a su hijo por los cortos dias que la muerte quiera dejárselo al infortunio. Tú, amigo, no puedes formarte una idea de cuánto quiero yo á mi madre. Aun siento en mis labios con cierto estremecimiento los besos suaves ó arrebatados de los suyos, y aun resuenan en mis oidos sus dulces palabras acompañadas siempre de caricias. No creia entonces que estos labios se mustiaran tan pronto, ni que tan pronto se paralizaran los latidos de un corazon que tantas veces ha palpitado contra el seno maternal. Adelántate y prepárala para mi vista. Presta este servicio á la amistad y á esa desvalida anciana, á quien amo sobre todas las cosas de la tierra.

Aquí vaciló, se detuvo un instante como si estuviera arrepentido de lo que acababa de decir, y con marcado rubor añadió:

-Prepara á esa pobre anciana, á quien amo entrañablemente.

Este cambio de espresiones fué para mí una revelacion. Me dispuse à partir, estrechié la mano que mi amigo me alargaba, y me estremecí al notar en su contacto la fiebre de la tisis. Ya me habia separado algunos pasos cuando me llamó de

nuevo.

-Entra, me dijo, por la puerta del jardin; porque asi tu aparicion puede tener un pretesto y parecer menos estraña. Todas las flores y todos los arbustos que hay allí han sido plantados por mi mano. Yo me embriagaba con el perfume de las primeras cuando me entregaba á los placeres de la infancia, y á la sombra de los segundos he sentido mas de una vez las emociones delirantes y los éxtasis ardientes de mi juventud. Diles que les traes el cadáver del amigo que las cuidaba.

Cada palabra que salia de aquella boca moribunda era una flecha que atravesaba mi corazon. Llegué al jardin; la casualidad hizo que encontrára en él á aquella señora venerable sentada á la sombra de un plátano, y sumida al parecer en hondas meditaciones. Acaso en aquel instante pensaba en su hijo, que tenia tan cerca sin poderlo presentir. Empecé mi conversacion con mil rodeos sin que me fuera dado calcular á dónde me llevarian. Pero el amor maternal lo adivina todo.

-Mi hijo ha muerto, esclamó con una voz entera y casi desesperada. Su fisonomia tomó de pronto una animacion increible, pusose en pie con un movimiento rudo y casi salvaje, y sus ojos lanzaron un resplandor siniestro parecido al fulgor del rayo en medio de una noche tempestuosa.

-No ha muerto, le contesté cogiendo sus manos trémulas y descarnadas, que hubiera creido ser de una muerta, si no me hubiera abrasado su contacto.-No ha muerto, repetí: vive y está muy cerca de vos, aunque débil y convaleciente de una grave enfermedad; y solo ha retardado su llegada para que yo viniese á prepararos con esta nueva.

-Bendito seais, Dios mio, dijo en alta voz y bañada en lágrimas.

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