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MIS REFLEXIONES

A LA LUZ DE LA LUNA.

Primera noche.

La noche está suave y serena como la respiracion de un niño, y clara como un cristal. La una acaba de sonar en el reloj de palacio; y sus ecos, que parten de los régios artesonados, pasan resbalando por las hojas de los árboles, y van á espirar en la boardilla del pobre. ¡Qué diversidades se notan en las condiciones de los hombres! Si la naturaleza ha reunido en muy corto espacio todos los prodigios y contrastes que ha sabido formar su mano poderosa, la sociedad ha desnivelado su obra maestra, y ofrece á nuestra vista diferencias sensibles y alternativas dolorosas. Ahí se levanta un magnifico monumento, donde solo se respira fausto y ostentacion, donde solo resuenan palabras de lisonja, y no lejos de él se hallan mil habitaciones relegadas á la miseria, con sus paredes desnudas y sombrías, y sin otros sonidos que los suspiros de la amargura y las quejas sentidas de la pobreza. Y sin embargo, el fausto deslumbrador que forma el elemento de los potentados, se nutre y alimenta con los sacrificios de esos infelices condenados á trabajar para que otros dis

fruten. Ellos no pueden pedir al mundo mientras viven mas que un pedazo de pan, un vestido humilde, y una cama desabrigada y dura, sin pensar siquiera en que á su muerte, tal vez la caridad y la religion les negarán un sepulcro, ó se lo concederán solo por una retribucion que aumente la angustia de los que sobreviven.

En estas noches y á esta hora consagrada á la soledad y al recogimiento; en estas noches y á esta hora que inspira su dulce melancolía al mortal que sufre y medita, es cuando las ideas amargas que afectan á la humanidad se ofrecen al corazon en todo su repugnante relieve. En estas noches y á esta hora dejo yo mi casa muy inmediata á estos jardines, y vengo á ellos para mezclar mis suspiros y mis reconvenciones silenciosas al blando quejido de las brisas y al aliento embalsamado de las flores. Las brisas huyen de nosotros halagándonos á su paso, y las flores nos envian su fragancia, como para mitigar nuestras penas con sus suaves perfumes. En el olor de la flor hay algo a la vez de recreativo y de ideal: algo que habla al alma un lenguaje misterioso, algo que dilata al corazon á la esperanza y al consuelo, algo que nos hace à un tiempo recordar y presentir, algo que nos inspira tristeza y enternecimiento. La muger y la flor; he aquí los dos puntos agradables que se encuentran en el áspero camino de la vida.

Todo ha quedado en reposo, y el mundo que hace poco bullia y se agitaba al compás de sus deseos ó de sus cuidados, duerme ahora profundamente en medio de este silencio universal. Solo la luna vela, y parece guardar el sueño de los hombres desde su trono de azul, como la jóven madre guarda el sueño de su hijo, fija en él la mirada de su interés y de su ternura. La luz viva de lcs faroles contrasta con la luz melancólica del ástro de la noche, y el ladrido lejano del perro, y la voz bronca y monótona del sereno, y el grito repetido que sale de los estanques inmediatos, forma una especie de armonía ruda é insinuante, que despierta en el corazon sentimientos profundos, pero que en nada se parece á esa otra armonía que envian las selvas á los

oidos del viajero. El hombre lo ha desfigurado todo, y hasta la misma naturaleza se ha visto despojada por él de sus secretos y de sus encantos. ¡Ridícula presuncion! Porque la naturaleza es grande y el hombre es pequeño, ella se rige por una ley inmutable y eterna, y este está sometido á accidentes pasajeros, tan efímeros y transitorios como él.

¡Cuántos falsos amores se habrán jurado hace pocas horas en este sitio! Falsos y ciertos á un tiempo mismo, porque el amante no miente cuando jura eterna fé y eterna constancia. El jura lo que siente, pero ahí está su error; porque mañana no sentirá lo que hoy, porque sus afectos son fugaces, y porque bien pronto á los impulsos de un corazon embriagado, y que en medio de sus trasportes cree poder parar el movimiento universal de instabilidad y mudanza, sucederá la apatía de un corazon fatigado y tristemente convencido de su impotencia. Sí, porque la tierra gira sin cesar, y nosotros giramos tambien, aunque sobre ejes mas complicados y caprichosos. Ella tiene movimientos marcados, que repite cada año y cada dia, y nosotros no tenemos un movimiento fijo, sino que somos un bajel que cada instante obedece á un viento diferente, la hoja caida del árbol, que se arrastra en diversas direcciones, segun las pendientes del terreno, ó el soplo del huracan.

Estas ideas me recordaron mi primera juventud, y me entregué á este recuerdo, como se entrega uno á la memoria de un sueño agradable que le ha durado poco tiempo. Y repasando la lista de todas las mugeres que habia amado mas ó menos fijamente, encontraba que una gran parte estaban ya borradas del catálogo de los vivos, y mis párpados se humedecian con una lágrima que enviaba en alas del pensamiento à envolverse en una tumba. ¡Despedazador contraste! Las gracias, la juventud y el amor han desaparecido para siempre, y aquellas palabras apasionadas no resonarán ya nunca, porque los labios que las pronunciaban entre ósculos ardientes se han cerrado para no volverse á abrir. ¿Por qué nos encontramos en la vida, si nuestras amistades han de durar tan poco? Hacemos en este triste y bre

ve crucero lo que los barcos que se encuentran en alta mar. Nos detenemos algunos instantes, cambiamos algunas palabras, y en seguida nos separamos para no volvernos á ver.

Estaba yo embebecido en estas reflexiones, cuando me sacó de ellas el ruido de los pasos de una persona que se acercaba. Era un hombre que al anunciarse los primeros albores del dia marchaba sin duda al trabajo. Le seguia un niño como de unos diez años, que por los ademanes y el tono y espresion de su voz entrecortada, comprendí que le pedia con instancia alguna cosa. El padre nada respondia, apresuraba su marcha como para alejarse de aquel ruego importuno, y á la dudosa claridad del alba me pareció ver que se enjugaba con la vuelta de la mano las lágrimas que rodaban por sus megillas.-¡Infelices! esclamé. ¡Qué desgraciada es vuestra suerte! Os afanais para vivir en la indigencia, vuestros juegos en la infancia son las penalidades y tormentos, el amor y el matrimonio es para vosotros un suplicio en vez de ser un placer, y despues... despues ois llorar á vuestros hijos con el lloro del hambre, y su llanto os parte el corazon, porque no podeis partirles pan. Naceis para trabajar, trabajais para no gozar nunca; vivís para sufrir, y morís para ser prontamente olvidados, porque la miseria mata hasta los nacidos.

Los poderosos no han pasado jamás por ese martirio. Sus hijos son mecidos en cunas de oro; despues tienen siempre à sus órdenes numerosos criados que sirvan á sus caprichos y hasta á sus vicios espléndidos, y no saben lo que es verlos alargar sus manos escuálidas sin poderles dar mas que lágrimas é imprecaciones.

Esta comparacion me aterró, porque la noche, la soledad y la luna dan un colorido mas solemne y mas lúgubre a las ideas que evoca nuestra reflexion. Quise buscar en mi casa un refugio contra mis pensamientos, y dejé aquel sitio sobre cuya tierra crecian los árboles y las rosas, pero cuyo espacio estaba para mí habitado por la melancolía que oprime el corazon y por el dolor que lo despedaza.

A LA LUNA.

Segunda noche.

Esta noche quiero alejarme con el pensamiento de la tierra, y preguntarte, oh luna, para penetrar tus arcanos. Tú debes ser nuestra amiga, aunque solo sea por la proximidad, porque ¿qué son sesenta y siete mil leguas que distas de nosotros, en comparacion de los veinte y siete millones que nos separan del sol, y de la distancia infinitamente mayor á que están algunas estrellas fijas, cuya luz tarda mas de tres años en cruzar ese inmenso espacio, en tanto que la de tu hermano llega á nuestro planeta en poco mas de ocho minutos? Tan cerca de esta mansion de infortunio, acaso nos ves arrastrarnos por el lado de nuestras miserias, y acaso tambien llegan á tí los ecos de nuestros dolores. Tú nos ves y nos escuchas, ostentando tu frente apacible y melancólica en medio de la serenidad de los cielos, como una jóven modesta fija su lánguida mirada á través del velo que cubre su rostro. ¡Pero qué consuelo y qué tristeza contemplativa inspiras al corazon! No das la alegria estrepitosa de los festines, ni el brio y atolondrador placer de una bacanal; pero haces sentir al alma un recogimiento profundo, abres el corazon á todas las impresiones y á todos los recuerdos dulces, y das al pensamiento ese secreto de tierna sensibilidad, que hace encontrar deleite

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