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EL MAR.

mirado desde la montaña en los baños de Busot.

Cuando se contempla el mar desde la cubierta del buque en que cruzamos sus caminos, la impresion es grande, pero vá mezclada de un temor secreto que à la vez dilata el alma y la oprime. Cuando lo miramos desde tierra colocados en una montaña que domina las olas, el cuadro que se ofrece á nuestra vista es imponente y magnifico, y ningun recelo, ningun presentimiento pavoroso detiene los vuelos de nuestra imaginacion. Así el caminante perdido en medio de las selvas oye con estremecimiento el rugido del leon, pero lo mira sin susto cuando lo vé pasearse sosegadamente en su jaula de hierro. En calma y en serenidad te miro yo, oh mar, desde esta elevacion, y te miro ne toda tu belleza sublime, porque antes de llegar á aquí, se han recibido mil impresiones que nos preparan para presenciar el último y el mas grandioso de todos los espectáculos.

Saliendo de la morada de los baños, lugar en que se han reunido la comodidad, el aseo y el gusto, sigue hacia la parte del Mediodia un paseo solitario y ameno, rodeado por todas par tes de vistas encantadoras.. Arboles corpulentos y de inmensas copas hacen contínua sombra á los pretiles del puente por donde

se entra al establecimiento, y que es el sitio donde se venden las frutas, donde se entretienen los bañistas en las horas de ocio y de calor, y donde vienen á descansar los que convidados por la amenidad del paraje acaban de hacer largas correrías.

Sentados en estos poyos, si se levanta la vista, se ven mecerse las hojas de los árboles formando un ruido agradable que convida á la meditacion y á la molicie; si las miradas se dirigen á un lado, encuentran los edificios con una sorprendente regularidad y elegancia; si se vuelven á otra parte, se halla la cortina de follage que forman miles de arbustos y las hojas y racimos de las parras entretejidas con ellos; y si, por último, miramos al frente á poca distancia, se ve un mar estenso, alegre como la esperanza y sereno como un estanque. El corazon se apega naturalmente á este lugar aspirando su mágia, y rehusaria dejarlo, si no le moviese la curiosidad de presenciar nuevas maravillas.

Siguese, pues, la ruta con una admiracion siempre creciente. A la derecha escarpadas montañas, coetáneas del mundo y destinadas á desafiar el poder de los siglos. El hombre, sin embargo, ha invadido sus dominios, y ha poblado sus gargantas y sus crestas con bosques de algarrobas, que ofrecen en lontananza su oscuro y melancólico verdor. A la izquierda se ven millares de frutales con vides enlazadas, y por los claros que dejan se descubre el mar, que parece dormir y tenderse muellemente sobre su lecho de arena. A los dos lados del paseo, el olmo, la acacia, el terebinto, el sauce lloron, el pino, la palma, la adelfa y el mústio ciprés, inspiran con su mezcla caprichosa sentimientos encontrados, y hacen parar contínua y alternativamente al corazon en medio de una serenidad deleitable, de la espansion á la inmovilidad, de la alegría que no atolondra á una melancolía apacible, y de la admiracion al enternecimiento. Bájase una pendiente suave, y á la derecha como robada á la vista de los hombres por la mano de la naturaleza, mas poderosa que ellos, se vé la casa del propietario, cuya idea me hizo

recordar á Adan cuando en las horas de su inocencia era señor

del Paraiso.

Continúa el camino que parece terminar en unos arcos de ciprés, á que la tijera ha dado formas esbeltas y graciosas. Alli nos acordamos involuntariamente de las tumbas en que viene á esconderse la vida del hombre, y que tambien suelen estar rodeadas de cipreses, y creemos que hemos acabado nuestra escursion como la existencia acaba al pie de estos árboles compañeros de los sepulcros. Pero bien pronto se descubre una colina guarnecida de pinos nacientes, de romeros con sus azuladas flores, y de tomillos con su consoladora fragancia. Trepa el pie la anchurosa senda que adelanta en forma espiral, atraviesa aquel laberinto de flores silvestres y de plantas que son remedios, y al llegar en pocos minutos á la estensa esplanada. en que concluye la cuesta, se encuentra en un balcon mágico, desde donde se le ofrece el cuadro de la omnipotencia con todos sus encantos y portentos.

Cuando he llegado aquí, mi admiracion se ha convertido siempre en estupor. Tanta grandeza anonada nuestro espíritu, como la luz viva del sol no puede resistirse por el que acaba de sufrir la operacion de la catarata. ¡Qué mapa tan asombroso, qué líneas tan inmensas, qué matices tan vivos, qué obra tan acabada y pasmosa! En la periferia de que es punto céntrico esta esplanada, picos de montañas volcánicas, tan secos y elevados que parece querer arrojar sobre las estrellas su lava, en medio de la noche apacible y muda. Un poco mas abajo, la vegetacion de la naturaleza en toda su lozanía. A la derecha, Alicante con sus jardines, con sus palacios y con sus buques, que se balancean anclados en su puerto. A nuestros pies una alfombra de verde, tejida por tantas ramas, que se inclinan con el peso de sus frutos. Y delante de nosotros... Delante de nosotros, una llanura inmensa de mar, sin otro límite que el de la union aparente del cielo y de las aguas.

De ellas se levantan á lo lejos blanquecinos vapores, que hacen estos confines oscuros é indeterminados. Así son los cami

nos de la vida, bordados de flores, claros y animados en la juventud, mústios, helados y cubiertos de sombras en la edad adelantada de los desengaños y de los dolores. Bien lo sé por mí mismo. Aun esta escena tan deleitable tiene para mí algo de fúnebre, algo de melancólico y siniestro, bien diferente de aquella alegría bullidora, y aun de aquel placer de éxtasis con que la veia en otro tiempo. Y es, que es un grande mal tener jóvenes los ojos, mústio y desgarrado el corazon. Y es, que yo llevo la melancolía dentro de mí, y la derramo sobre todos los objetos que me rodean; y es, que me encuentro ya en el invierno de la vida, y que en él nuestros dias, como los árboles, no tienen ni hojas, ni flores, ni frutos. Tienen en su base la escarcha que los hiela, y en su cabeza el ramaje de los sueños y esperanzas tronchado por la furia de los aquilones. ¡Qué miserables somos! En una edad no sabemos vivir, y en otra no podemos vivir. La vida es un enigma que no comprendemos, sino cuando ya no podemos gozar de ella.

Pero dime, oh mar: ¿cuál es tu poder, que encadenas hasta el pensamiento de quien te comtempla? En estos primeros instantes de sorpresa y arrobamiento, yo quiero pensar, y no puedo. Tu vista ha paralizado mis facultades, como la mirada de la serpiente fascina y entorpece al ave medrosa. Siento la vida, y no puedo medirla ni calcularla. Tengo vacío de cabeza y plenitud de corazon. He aquí todo. Esta es la única esplicacion que puedo dar de mí mismo.

Tú estás ahí desde que el Océano en uno de sus esfuerzos te sacudió sobre tierras antiguas, á la manera que la ballena arroja en sus estremecimientos el agua que ha tragado en el piélago en que vive. Acaso las olas que ahora vienen á quebrarse á nuestros pies, han lamido otras veces las abrasadas arenas del Africa. Decidme, pues: ¿qué queda de Cartago, de esa heróica competidora de Roma, de esa ciudad vencedora de los Régulos y de las gigantescas montañas de los Alpes? No lejos de aquí se divisa Denia, nombre degenerado de Diana, por el templo que en ella habian erigido los romanos, y tampoco de sus antiguos seTOMO VI.

ñores conserva mas que un nombre la historia, ni otra cosa la naturaleza que el mons angoris, monte de la agonía, suplicio parecido al de la roca Tarpeya. Tú, mar, te hallas estendido como una cinta de piata entre este monumento vivo de un poder que se hundió, y aquellas ruinas cailadas que recuerdan grandes hechos, y arrullas ó azotas igualmente al vencedor que al vencido, al verdugo que á la víctima.

¡Cuántos horizontes parecidos al que desde aquí se descubre seguirán y se reemplazarán hasta llegar á las playas opuestas! Así navegamos todos por el mar de nuestras quimeras. Guiamos nuestro rumbo en la direccion de nuestros deseos, llegamos al término en busca de la felicidad, y vemos que no está allí: otra vez hinchamos la vela y aprestamos el remo hácia otro punto lejano y presentido, y nuestros afanes nos llevan á igual resultado; hasta que rendido el espíritu, seco y quebrantado el corazon, mueren las esperanzas y se abate el alma en la conviccion dolorosa de la inutilidad de sus fatigas. Y sin embargo, esta es la vida. Afanar contínuamente. ¿Y para qué? Para correr tras de una sombra; para adquirir una gloria que es el humo; para asegurar la fortuna que es el viento con todas sus mudanzas; para conquistar afectos que el tiempo y la inconstancia destruyen; y para adquirirnos, por último, una fosa, que es el término y el fin de todas las inquietudes y de todas la vanidades.

¡En cuantas cosas, oh mar, te asemejas al hombre! Tú tienes tu fondo profundo é insondable: es tambien el del corazon humano en sus cálculos y designios: tú tienes tu inmensidad, que se parece, aunque lejanamente, á la inmensidad del pensamiento: tú tienes tus borrascas, semejantes á las tempestades que nos agitan, principalmente en los años de la juventud: tú tienes á las veces un oleaje furioso que te revuelve entre espumas, como el soplo del infortunio combate con frecuencia al mortal desventurado: tú tienes tus momentos de apacibilidad y de calma, parecidos á los fugaces instantes de amor y de ventura que se conceden al hombre en la tierra: tú, finalmente, te diriges con el rizo de tus aguas hácia la costa que te encarcela, como la vida

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