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alegría en las lágrimas mismas que les enviara la aurora; aves que volaban de uno en otro árbol repitiendo mil gorjeos de amor; la naturaleza toda extasiada; tantos pueblos poco antes mudos y casi escondidos, bañados ahora por un vapor refulgente; el mar que arrullaba á la tierra con un halago indefinible; y delante de nosotros una antorcha que enviaba la luz y la animacion á todas las esferas. En mi asombro creí que me encontraba en el Sinaí, en el Horeb ó en el Araat, y que presenciaba uno de los misterios que tuvieron lugar en aquellas montañas sagradas.

Nada me quedaba ya que ver, y bajando la cabeza empecé á descender del monte con gran lentitud, apoyándome en un palo y á veces en la mano del guia, para no eaer en una de tantas sinuosidades. Reparé en que el baston que llevaba habia sido de mi padre, y mi hijo lo habia traido por casualidad. ¡ Sol! esclamé. Las generaciones pasarán como sombras, pero tú nunca pereces; y notando el peligro continuo de nuestro camino, añadi: ¡Válgame Dios lo que es el hombre! Por todas partes está amenazada su existencia. Si cae de cualquiera de estos árboles, muere; si rueda por estos precipicios, muere; si se arroja á ese mar, muere. ¿Dónde vive? En pocas partes con seguridad, y en ninguna con contento. Es el desterrado del Eden, y no puede menos de ser su peregrinacion por la tierra anhelante y triste.

Henchida el alma de tantas sensaciones, quise trasladarlas al papel, antes de que escaparan de mi recuerdo. Aun no habia concluido cuando resonó la tempestad. Raudales de agua caian del cielo y de los peñascos, y el trueno que atemorizaba el valle, parecia hacer rodar su voz espantosa por las llanuras del mar. Vi cerrar la noche con indecible angustia. Ningun conocimiento intimo tenia para buscarme una distraccion en aquellas horas melancólicas, porque nunca me han gustado esas aristades rápidas que forma la casualidad de un encuentro, y que nacen y mueren en el mismo dia. Dejé la pluma abrumado por el tedio, y esclame :-Esta es la vida. Aun no ha acabado el hombre de escribir una escena de placer, cuando ya tiene sobre sí otra de amargura y dolor.--

AL ESCORIAL.

Mansion espléndida de reyes vivos; morada reducida, pero ostentosa, de reyes muertos: yo te saludo. Apenas he puesto el pie en tu recinto, apenas te han divisado mis ojos, un sentimiento melancólico se ha apoderado de mi alma, porque aqui todo respira el tétrico y sombrío carácter de tu fundador. Vengo á examinar dentro de tus muros las obras maravillosas del hombre, las lecciones de la historia, la filosofía de la vida, la amarga enseñanza de la naturaleza: á contemplar el contraste mas elocuente que puede ofrecerse á nuestras meditaciones: el poder en todo su brillo, y el poder reducido á polvo.

¿Qué es un esplendor que tan pronto se disipa? ¿De qué sirve un cetro que al fin se rompe? ¿De qué una corona que la mano descarnada de la muerte ha de arrancar un dia de la frente que cine para pasarla á otra cabeza, que á su vez será tambien despojada? Toda esta gloria pasa como la rápida exhalacion que cruza el espacio; y cuando ya se ha escondido en los senos de la eternidad, el hombre, á cuya palabra se alzaron los monumentos, se levantan estos todavía por entre los sepulcros. Leamos, pues, en estas memorias de piedra que reflejan á nuestra vista la historia de lo pasado, é inspiran á nuestra alma saludables cuanto tristes reflexiones.

Aquí todo es grande y perfecto, y no se dirigen los ojos á ningun punto que no sea para admirar una nueva maravilla; pe

ro entre tantas obras acabadas del arte, el templo es lo que mas llama la atencion, y lo que antes que todo visitan los viajeros. Entrase á él por el patio llamado de los reyes, de doscientos treinta pies de largo y ciento treinta y ocho de ancho. Su arquitectura es severa, y dispone ya al alma para la solemne impresion que va á recibir. La estátua de San Lorenzo se halla colocada sobre el pórtico, y sobre la fachada seis estátuas colosales de otros tantos reyes del antiguo Testamento. Todas ellas son obra del escultor Juan Bautista Monegro, que las sacó de una sola piedra. Los restos de esta se hallan abandonados en un valle inmediato, pero publica su orgullo la siguiente inscripcion:

Seis reyes y un santo salieron de este canto,

y aun quedó para otro tanto.

Pasado este patio y el átrio, se llega al templo. El cuerpo inmenso de la iglesia es un cuadrado perfecto de arquitectura de órden dórico. Cuatro pilares fortísimos de á treinta pies de grueso se levantan en medio de la planta, otros ocho resaltados de las paredes les corresponden de frente, y sobre todos ellos jiran veinte y cuatro arcos, de modo que por cualquier parte que se mire aparecen dos anchas naves que forman la cruz griega, y las otras cuatro que dan vuelta al edificio. Las bóvedas están pintadas al fresco con asuntos sacados del antiguo Testamento, y los altares y paredes cubiertos de cuadros magníficos pintados por Juan Fernandez Navarrete, conocido por el mudo, por Federico Zucharo, por Luqueto, por Carvajal, por Juan de Urbina, por Rómulo Cincinato, por Alonso Sanchez Coello, por Juan Gomez y otros. Los púlpitos son de mucho gusto y de un esmerado trabajo; pero de construccion moderna, si bien tienen elegancia, carecen de aquel sello de grandeza que se ve en todo el conjunto, y solo sirven á debilitar la impresion sublime que sentia el alma en medio de un indefinible arrobamiento. En la capilla del altar mayor el talento

apuró sus recursos. En las paredes laterales se vé la estátua del emperador Carlos V, vestido con el manto imperial y arrodillado con su familia, y en el costado opuesto la de Felipe II, con la suya, en igual actitud, todo de bronce dorado á fuego, en que se ve embutida finísima piedra.

El coro es magnífico, y su bóveda pintada al fresco por Luqueto, que murió al concluirla por lo improbo é incómodo del trabajo su sillería, el Cristo de mármol blanco ejecutado por Venvenuto Zelini en Florencia, y que se halla colocado tras de la silla prioral, su grande araña de cristal de roca, que cuando se ilumina presenta á la vista un solo y desmesurado brillante, vienen á completar la idea de magestad que da el cuadro entero de aquel colosal edificio. Ocho órganos esparcen por sus bóvedas esos sonidos acompasados que anuncian la casa de Dios y sirven de intérpretes al lenguaje místico de la religion y de sus sacerdotes.

Al entrar en esta iglesia, la sorpresa, la admiracion y el respeto se apoderan de nosotros. Su ámbito estraordinario, sus columnas jigantes, sus bóvedas con frescos que parecen moverse y hablar como los ángeles desde la altura, su pavimento de mármoles blancos y oscuros, la brillante y elevada escalera que conduce al altar mayor, y que nos recuerda la escala misteriosa del sueño de Jacob, las paredes vestidas solo de magestad, y en medio de aquel recinto la cúpula que se eleva sobre los hombros de toda la obra dando paso á la luz, semejante al heroismo que destella del corazon fuerte del justo para recibir los consuelos de la resignacion ó de la esperanza, todo esto impone y convida á la piedad, al recogimiento y á la oracion.

En este templo asisti á los oficios divinos del Jueves Santo. El órgano resonaba durante la misa, no con la brillante y profana ejecucion que distrae en vez de hacer pensar, sino con sonidos lentos y solemnes que entristecen al corazon y lo oprimen, que dan á las ideas y á los afectos una sublimidad desconocida, y que se parecen al plañido acompasado de las olas, ó á los quegidos que exhalan los bosques por intervalos desiguales.

Concluida la procesion, el ministro subió al santuario para depositar en él la hostia consagrada. Yo le veia á distancia desde uno de los costados del coro, y apenas le distinguia por el reverberante brillo de sus vestiduras entre la nube de incienso que salia de las manos del asistente. El monumento era pequeño y sencillo. ¿Pero qué puede haber que no sea pequeño al lado de la grandeza del Criador? ¿Ni de qué sirve el aparato donde solo se necesita la fé? El humo que salia del altar de céspedes en que sacrificaban los patriarcas, no era menos grato á la divinidad que los grandes alardes con que despues han revestido á la plegaria la riqueza y el orgullo.

Oianse en lontananza los cánticos que entonaban dulces y delicadas voces, y sus ecos llegaban á mí como el blando suspiro de la brisa de la tarde, como el acento entrecortado de un alma conmovida y doliente. Si en aquellos instantes de emocion tan tierna y profunda hubiese entrado un Ateo en el templo, hubiera visto doblársele las rodillas, á pesar suyo, y correr en abundancia las lágrimas de sus ojos en medio de su porfiada y fria incredulidad.

Como apéndice á este inmenso espacio, se encuentra la sacristía, que llama la atencion por sus cuadros de Tintoreto, de Alberto Durero y otros, y con especialidad por el de la santa forma que brotó del pincel de Ciaudio Coello.

Bajo la capilla del altar mayor está el panteon de los reyes, y yo quise visitar este lugar sombrio, depósito de las cenizas. de personajes ilustres, que otro tiempo hicieron tanto ruido, y que hoy permanecen tan callados. Bájase á él por una escalera de jaspes y mármoles con adornos de bronce dorado. La forma del panteon es ochavada, y en medio hay, como para alumbrar á unos ojos que ya no ven, una araña hecha á propósito en Génova por Virgilio Saneli. Vénse varias urnas de mármol negro sostenidas por enormes garras de leon de bronce dorado. Las que contienen cuerpos de reyes están separadas de las que encierran los despojos de reinas que fueron madres, como si en ello se hubiera querido espresar la verdad triste de que todo lo separa la muerte

TONO VI.

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