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sin el génio que las suple con ventaja, pero que la naturajezą, no les habia concedido.

En el claustro alto examinaba detenidamente los cuadros, que lo adornan de Guereccino, Basan, Barrocci, Jordan, Ti-. ciano y Verrones. Uno de los que mas me encantaban era el del mudo, que representa à la Virgen, teniendo al niño en, sus, brazos y dirigiéndole una de aquellas miradas, que solo pueden encontrarse en los ojos de una madre. Hay en ese cuadro tal, suavidad de tintas, y en la espresion tanta dulzura, tanta, bon-. dad y tanto enternecimiento, que puede decirse que el pincel, ha sacado á la fisonomía toda el alina y todo el corazon con to-, dos sus afectos.

Despues de contemplar estos portentos del arte, solia irme á la biblioteca para examinar las obras del estudio y del talen-, to: 36,000 volúmenes se hallan colocados en una preciosa es-, tantería de órden dórico, trabajada por Flecha. Los cielos.es-.. tán pintados al fresco por Peregrin, Tibaldi, y lo demás por Bartolomé Carducho. A los costados se ven los retratos de, Cárlos I, Felipe II, Felipe III y Carlos II, pintados los tres primeros por Pantoja de la Cruz y el último por, Carreño Mi-, randa.

Alguna vez pasaba tambien al palacio y su pieza llamada, de madera finass, en que los pavimentos, frisos, contraventa, nas, ventanas, puertas y molduras, son delicadísima obra de ebanistería, con el herraje de hierro abrillantado con embuti dos de oro: la sala de las batallas, que representa, entre otros, asuntos la que D. Juan II de Castilla dió á los moroș de Granada en 1431, llamada de la Higueruela, todo, pintado por los, hermanos Fabricio y Granelio: el aposento de Felipe II, lleng de cuadros de Velazquez y otros famosos: pintores,, todo esto me representaba la lucha de la opulencia, real con la opulencia monástica.

Pero á donde.. mas repetia mis paseos era á, la galeria del convento, llamada de los convalecientes. Desde este sitio abrigado y cómodo como lo indica su nombre, miraba, yo, fijamente á

Madrid, y me entretenia en formar paralelos. ¡Válgame Dios, decia para mí, y qué diferencias en tan corto espacio! Allí tanto ruido, y aquí tanto silencio; allí tanto movimiento, y aquí tanta quietud; allí tantas ambiciones é intrigas, y aquí tanta abnegacion; allí tanto cinismo, y aquí tanta compostura, que puede que yo confunda con la hipocresía.

A mis pies miraba el gracioso jardin del monasterio. Bajo la superficie del terreno sostenido por filas de arcos, se esconden varias bóvedas, y sobre sus espaldas descansa el parterre, y crecen los bordados de la murta, las flores y los árboles. Esto me recordaba los pensiles que Semiramis hizo colgar de los terrados de Babilonia.

Alguna vez queria yo estenderme en mis escursiones, y me iba á recorrer los jardines de los casinos del Príncipe y del Infante. Alli me detenia delante de las flores que empezaban á abrirse, y no volvia la cabeza á los edificios que encierran tantas preciosidades. Para mí tenia mucho mas encanto la escena que se desplegaba á mi vista llena de matices y de aromas, que los alardes del lujo amontonado por la mano del poder. El tiempo estaba apacible, y ni una hoja se movia al soplo suave de las auras. No sé que secreto encierra esta semana de los misterios, que aun cuando venga en el mes de las tempestades, la naturaleza se muestra en ella absorta y callada. Al horrible estremecimiento que sintió al espirar el Salvador, parece que quiera ahora oponer una quietud sublime y miedosa, como si se preparase á recibir el último suspiro del Crucificado.

Otras veces fatigado de ver por todas partes la obra del arte, me dirigia á los bosques que se dilatan en el centro de estas soledades. Para llegar á ellos atravesaba posesiones pobladas de frutales, que cargados de flor, parecia que tuviesen sábanas estendizas sobre su ramaje, ó mas bien se asemejaban á castas virgenes que asistian á una fiesta, cubierta la cabeza y el rostro con el blanco velo. Un paso mas y me encuentro en la espesura. Los árboles se elevaban con una magestad triste; y como aun no habian brotado sus hojas, parecian fantasmas que habitaban

el desierto y que estaban de centinela en él con rostro denegrido y con ropajes mortuorios.

Desde una de las eminencias que forma la desigualdad del terreno, veia yo el monasterio, sobre el cual descollaban sus torres, cual si fuesen gigantes que tuvieran asentados sus pies en la cima de una altísima montaña. A lo lejos divisaba el puerto de Navacerrada cubierto de nieve, que los ojos creian al pronto fuesen bandadas de blancas palomas, posadas sobre la yerba del declive. Cerca de mí resonaba la cascada del agua que suelta la presa, cuyos ecos añadian al lugar nuevos encantos. Y el suave olor del tomillo, y el canto variado de tantas aves, y el repetido monótono del cuco, que me recordaba los campos y los años de mi infancia, y el calor del sol que se mostraba por primera vez despues de muchos dias, y el silencio esparcido en aquellas regiones, y un enternecimiento profundo que parecia suspirar blandamente al recorrerlas con su palabra de amor y con su frente melancólica, todo esto embriagaba al alma de felicidad, y hacia latir al corazon con una vibracion indefinible de serenidad y de placer.-¡Dios mio! esclamaba yo entonces: ¿qué es el hombre para la naturaleza? ¿Qué es ese templo fabricado por la mano de un rey poderoso, comparado con este otro templo que desplegó en el espacio la mano del Hacedor? ¿Qué son las melodías de nuestras afamadas cantatrices, comparadas con el variado canto de estos ruiseñores? ¿Qué son las colgaduras de que se rodea la opulencia, comparadas con esta cortina de luz, ni qué son las alfombras tejidas en Oriente al lado de este pavimento bordado de flores silvestres que embalsaman el aire con sus perfumes? Entonces bajaba la cabeza confundido, y me dirigia pensativo á la poblacion.

Poniame por la noche en una de mis ventanas para ver rodar á la luna en sus azuladas llanuras y quebrarse sus rayos sobre las agujas de las torres del monasterio. Entonces pensaba en las variadas escenas que alumbraria en aquella hora su luz nacarada y tínida, y cómo caerian sus resplandores igualmente sobre los cuadros de amor que sobre el llanto del infortunio,

sobre los chapiteles de los palacios que sobre las cruces de los cementerios.

Estaba ya concluyendo la Semana Santa, y solo aguardaba la funcion que celebraba la Iglesia el sábado. Me dirigí al templo á la hora oportuna. La escasa claridad que en él habia le comunicaba un aspecto triste y sombrío. Hallábanse corridas las cortinas de todas las comunicaciones con la parte esterior del edificio, y en él solo se notaban sombras que vagaban de una parte á otra, y que reflejaba el pavimento en el incierto. tránsito de los concurrentes. La voz lúgubre de los sacerdotes en las salmodias del dia, recorria las bóvedas como un acento penoso de luto y de dolor.

Al fin se oyó el Gloria in excelsis, y de repente cambió toda la escena. Súbito se corrieron los velos que cubrian las imágenes y cuadros colocados en los altares: rasgáronse al mismo tiempo las cortinas que impedian el paso à la luz, y el sol estampó su beso en el granito de las cornisas. Los órganos anunciaron la resurreccion con estrepitosas cadencias, y una nube de incienso se elevó del altar, como la columna que guiaba en su peregrinacion al pueblo de Israel. Yo me sentia trasportado á la mansion de los ángeles, y seguia con mi imaginacion su raudo vuelo y sus celestiales coros.

No quise esperar á que se dilatase una impresion tan solemne y sublime. Vamos, dije, á cambiar la vida del alma y del corazon por la vida de los sentidos y de los negocios: vamos á trocar estas horas de soledad y recogimiento por otras de bullicio y de agitacion: vamos á renunciar al pensamiento para correr neciamente tras las sombras fugitivas de una felicidad engañosa, y en busca de las frívolas emociones del drama.. Eché la última mirada al edificio y á los bosques que le rodean, y emprendi con secreta pena el camino de la córte.

DICTAMEN

de los fiscales del Tribunal Supremo de Justicia, con motivo de la reclamacion del Vicegerente del Nuncio, sobre la division eclesiástica de Madrid en 1840 (1).

Los fiscales han examinado la esposicion dirigida á la Regencia del Reino por D. José Ramirez de Arellano, que se titula Vicegerente de la Nunciatura Apostólica; y pasada en consulta á V. A. por el Gobierno de S. M., en que se opone á la nueva division de veinte y cuatro parroquias, practicada en esta córte, y aunque quisieran manifestar los fundamentos de su dictámen con la brevedad y laconismo que son de apetecer en lo comun, no pueden dispensarse de dar alguna latitud á sus observaciones, ya por la real importancia de la materia, y ya tambien por la manera en que se presenta la cuestion en el escrito á que tienen que contraerse.

En él, como en todos los que traigan igual origen, hay una observancia capital, que hasta cierto punto pudiera decirse escusa entrar en cualquiera otra, á saber: que el titulado Vicege

(1) Insertamos este dictámen escrito por el señor Lopez, y que merece la atencion por mas de un concepto.

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