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la España oriental, para abrir esta nueva patria á los nuevos pobladores, los cristianos. Deseoso además de dar unidad política y civil al reino, al mismo tiempo que conquistó, organizó y mandó ordenar en las Córtes de Huesca la antigua y dispersa jurisprudencia del país, y bajo su influjo y mandato se formó una compilacion de leyes en que se refundió toda la legislacion de los anteriores tiempos, por el obispo de Huesca D. Vidal de Canellas, corrigiendo los antiguos Fueros del reino y formando un volúmen, para que de allí en adelante se juzgase por él; declaró solemnemente que en las cosas que no estaban dispuestas por ese Fuero, se siguiese la equidad y razon natural.

La division del reino entre sus hijos, que el Rey acordó en 1247, y la declaracion de que á falta de línea masculina admitía los varones de la femenina, publicada en Valencia el 19 de Enero de 1248, fué causa de guerras y violencias interiores que hubieron de resolver las Córtes generales de Alcañiz, y que se reprodujeron entre los Infantes D. Pedro y D. Jaime y los ricos hombres, por el fallecimiento del Infante primogénito D. Alonso.

A tal punto llegaron las violencias y los excesos, que las principales ciudades de Aragon se constituyeron en hermandad, prescindiendo todas ellas de la autoridad Real, lo cual hizo reflexionar á D. Jaime sobre las disidencias de sus hijos y el lamentable estado del reino, y procedió á nueva particion de éste. Despues, en las Córtes de Egea, en Abril de 1265, se vencieron las desavenencias entre el Rey y la nobleza, estableciendo varios privilegios en favor de los ricos hombres, caballeros é infanzones, á quienes libertó de inquisicion ó pesquisa; mandó que en todos los pleitos ó causas que mediasen entre los Reyes y los ricos hombres, hijosdalgo é infanzones, fuese siempre juez competente el Justicia mayor de Aragon, prévio consejo de los ricos hombres y caballeros que asistiesen á la curia, con tal que no fuese parte interesada; y ordenó que el Justicia perteneciera siempre á la clase de caballeros; á pesar de lo cual, las disensiones se reprodujeron en 1274, sin que pudiera terminarlas el Rey á su fallecimiento en 1276.

La Monarquía, hereditaria en esta época, no tenía verdaderamente súbditos, pues éstos, lo mismo que la fuerza pública, residía en la

aristocracia, nunca satisfecha de dádivas y privilegios. Las continuas revueltas que afligian al país terminaban casi siempre con detrimento de la autoridad Real, que, no pudiendo resistir á cada momento, tenía que ceder frecuentemente á las imposiciones de los ricos hombres. Cada uno de éstos era un verdadero rey, y á pesar de la intrepidez y valor de Monarcas como Jaime I el Conquistador, tuvieron que deponer la dignidad Real á los piés de las hermandades, convertidas por la nobleza en escabel de sus insaciables ambiciones.

El espíritu religioso se desarrollaba bajo una nueva forma, destinada á influir y á dar nueva fisonomía al sentimiento religioso de los españoles. No se consideraba bastante para el triunfo de la fe combatir á los infieles con las armas en España y en Palestina, y á la austeridad monástica de San Benito y del Cister, á la actividad bélica de las Órdenes militares, y á la peregrinacion armada de los cruzados, se agregó la creacion de iglesias y comunidades, que tanto impulso recibiera durante el reinado de D. Jaime I, donde se refugió el saber y la ciencia que tan poderosamente había de contribuir más tarde á la civilizacion de

este pueblo. Las comunidades de los frailes de la Merced, que ostentaban el hábito blanco con el escudo de las antiguas armas de los Condes de Barcelona, fueron aprobadas y confir madas por los Pontífices; y, como dice el señor Lafuente, refiriéndose á los Anales y Crónicas de Aragon, sintióse muy inmediatamente la influencia de algunas de estas nuevas milicias espirituales, llamadas á ejercerla cada vez mayor en España con el trascurso de los tiempos. Sin embargo, á pesar del establecimiento de la antigua Inquisicion en Cataluña, la historia de D. Jaime I el Conquistador presenta dos .hechos que sirven para apreciar cuán poco influia en su tiempo el poder eclesiástico. Es el primero, el propósito que abrigó dicho Monarca de asistir al segundo Concilio general de Lyon, una de las Asambleas más numerosas y más interesantes de la cristiandad, convocada en tiempo del Papa Gregorio X, quien hizo en ella á D. Jaime un recibimiento tan honorífico como suntuoso. Tan extraordinarias consideraciones alentaron al Rey D. Jaime á solicitar su coronacion ante una Asamblea que se componía de quinientos obispos, setenta abades y hasta mil dignidades eclesiásticas, y si bien el

Papa Gregorio se mostró benévolo á este deseo, fijó como condicion, que primero ratificase el feudo y tributo que su padre Pedro II había ofrecido dar á la Iglesia al tiempo de su coronacion, pagando lo que desde aquel tiempo debia á la Sede apostólica. Desagradó al Monarca aragonés esta indicacion, y con gran energía y dignidad envió á decir al Papa, que habiendo él servido tanto á la Iglesia romana y á la cristiandad, más razon fuera que el Pontífice le dispensase á él gracias y mercedes, que pedirle cosas que eran tan en perjuicio de la libertad de sus reinos, de los cuales, en lo temporal no tenía que hacer reconocimiento á ningun Príncipe de la tierra; que él y los Reyes sus mayores los habian ganado de los infieles derramando su sangre; «que no había ido á la corte romana para hacerse tributario, sino para eximirse más, y que mejor quería volver sin recibir la corona que con ella, con tanto perjuicio y disminucion de su preeminencia Real» (1). Este lenguaje, tan distinto del que el Monarca aragonés usaba con sus ricos hoindica bien claramente la escasa influen

mes,

(1) Zurita. Anal., lib. 3. cap. 87.

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