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lico, fué el que por vez primera se coronó en Roma, en 1204, bajo el pontificado de Inocencio III. Describiendo ambas ceremonias y continuando la relacion de las que tuvieron lugar en años sucesivos, escribió el cronista del reino Jerónimo de Blancas un libro, en 1585, que por su muerte publicó su sucesor Uztarroz, y trata de las coronaciones y juras de los Reyes y Príncipes de Aragon. En esta obra, que es el reflejo fiel de las costumbres de este reino, léjos de encontrarse la confirmacion de la fórmula del juramento, que la suspicacia de algunos quiso notar en los términos fabulosos del primitivo Fuero de Sobrarbe, se ve bien claramente lo que ese juramento fué debia ser desde los más remotos tiempos.

El renombrado cronista Blancas, robusteciendo su opinion con el ejemplo de otros países y otras edades, recuerda que al principio de la reconquista y en aquellas primeras empresas, cuando alzaron Rey, prometieron con juramento obedecerle, y es fácil de creer se haría lo mismo despues con sus sucesores; pero esto sería á la usanza de guerra y segun las reglas de la disciplina militar, más que en forma de reino. Esta costumbre se reprodujo en

D. Jaime I, á quien el reino verdadera y legitimamente le competía, y acordaron los aragoneses jurarlo por su Rey y Señor natural, ofreciéndole serle fieles y leales vasallos hasta la muerte. Estas juras debian hacerse en Córtes convocadas por el Rey, y reconoce Blancas, que en todos los registros que de ellas tratan y habia visto, siempre que el Rey proponia, pidiendo á los Brazos lo jurasen, respondia éstos que eran muy contentos de hacerlo, >> jurando primero S. M. de guardar las leyes » en la manera acostumbrada. » Añade este cronista, que en las Córtes de Egea y año de 1265 y en presencia del obispo de Zaragoza, juró guardar los Fueros, presumiendo lo hacía en manos del Justicia; pero los del reino tambien juraron entónces guardarlos y defender la real persona, no indicándose otra cosa digna de ser mencionada.

En la ceremonia de la coronacion del Rey D. Pedro II se notan circunstancias que deben recordarse, por lo mismo que fué el Monarca. que primeramente usó de esta solemnidad. Habia comenzado la Santa Sede á extender su poder temporal y declarado que aquel era verdaderamente Emperador á quien el Papa man

dase que debia darse la Corona del Imperio. El Monarca aragonés se presentó en el Vaticano, donde el Pontifice le esperaba con toda su corte, y tuvo lugar la coronacion con la singularidad de que, segun el cronista Beuter, la corona se construyó de pan centeno para que el Pontifice la colocara por su mano, como así sucedió. La fórmula del juramento era sencillamente de fidelidad á la Iglesia, y al armarle caballero fué cuando se constituyó censatario perpetuo de ella, mediante el privilegio de que cuando los Reyes de Aragon quisieren coronarse, lo pudiesen realizar en la ciudad de Zaragoza por manos del metropolitano, que era entonces el arzobispo de Tarragona.

La concesion del patronazgo y la imposicion del derecho de monedaje, movió á los aragoneses á impedir de hecho lo que el Rey habia intentado, juntándose todos en voz de union, á cuyas exigencias tuvo que ceder el Monarca. Despues de relatar estos hechos, pone el cronista Blancas por nota, que fué costumbre antigua de los Reyes godos de la Península coronarse y ungirse, y que, cuando en España coronaban á sus Reyes en el principio de sus reinados, los ponian sobre un pavés sosteniéndo

los los ricos hombres, cuya ceremonia refieren el padre Mariana y Estéban de Garibay, al describir la coronacion de Cárlos, Rey de Navarra tercero de los de este nombre. El libro antiguo de los Fueros de Sobrarbe, título I, donde se trata cómo se debe levantar Rey en España, y cómo se deben jurar los Fueros, despues de referirse algunas cosas pertenecientes á la coronacion, dice así: «E despues comulgue et al levantar suba sobre su escudo, teniendo los ricos hombres.» D. Prudencio de Sandoval, cronista del Emperador Cárlos V, niega que los Reyes de Aragon se ungieran ni coronaran; pero esta opinion no se funda, como las anteriores, en hechos ciertos y conocidos. Y basta lo expuesto para deducir que la fórmula consabida no resultó ni en tiempos de D. Pedro II el Católico ni en el reinado de D. Jaime I el Conquistador (1).

(1) En la Biblioteca nacional existe un libro en folio titulado La ceremonia de alzar pendones en España por el nuevo Rey, que es un discurso escrito por D. Pedro de Ulloa Golfin y Portocarrero. En los primeros capítulos se trata de la eleccion de los Reyes godos en la ciudad imperial de Toledo y privilegios de ella; del modo de aclamar

Entró á gobernar el reino su hijo y sucesor D. Pedro III, el cual no quiso tomar las insignias reales ni usar el título de Rey hasta que fuese coronado. Tuvo esto lugar, en 1276, ante Córtes reunidas en Zaragoza, donde fué ungido y coronado por manos de D. Bernardo

les y darles la obediencia despues de elegidos, levantándoles en hombros en el clipeo ó escudo de ricos hombres, repitiendo las voces Real, Real, Real, por el Rey D. Fulano, de la ilustracion del Fuero de Sobrarbe, y de la costumbre de la elevacion de los que entraban á reinar, recibida por casi todas las gentes; de la significacion y vestigios de esta costumbre en las Leyes de Partida; de la uncion y solemne coronacion de los Reyes godos, de los del pueblo de Dios y otras naciones; de los de Francia, Sicilia, Jerusalen, Inglaterra y Aragon; cómo la continuaron y observaron muchos de Castilla, y de la razon de haberse dejado de observar esta ceremonia comun á todos los Reyes en ella; cómo á la ceremonia de aclamar los nuevos Reyes en España, elevándolos en el clipeo ó pavés, se siguió la de levantar por ellos los pendones y estandartes reales, repitiendo la voz Real, Real, Real, y de la razon de esta antigua ceremonia conforme era observada en Portugal y despues lo fué por el Rey D. Alfonso, con otros datos sumamente curiosos. En todo este discurso, que es bastante extenso é ilustrado, no se menciona el juramento, cuya fórmula vulgar combatimos, nueva confirmacion de que jamás existió.

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