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no alcanzó á domar una clase de sus súbditos, los ricos hombres de la tierra? ¿Por qué aquel príncipe de levantado y jamás vencido corazon, segun Blancas (1), Monarca político, destronador y humillador de Reyes, que sufrió impávido todo el rigor del poder pontificio, se dejó vencer en la lucha política interior, siempre abierta y permanente, entre la nobleza y el Trono, entre el poder monárquico y el aristocrático y popular, entre los derechos de la Corona y las libertades y privilegios de fuero? ¿Por qué toda la energía, todo el vigor, toda la entereza de los soberanos de más teson y carácter, se estrellaban ante la actitud, siempre imponente, de los ricos hombres; ante las exigencias, siempre crecientes, de los magnates; ante sus fáciles y bien concertadas confederaciones; ante la resistencia activa ó pasiva á todo lo que creian desafuero? Problema es este digno de estudio y meditacion; pero salta á la vista del ménos perspicaz que la causa estaba en la Constitucion misma aragonesa, en sus fueros, en las condiciones mismas de aquella sociedad, hecha expresamente para dar en

(1) Coment., pág. 158.

sanche y latitud al poder de la oligarquía, para amenguar y restringir el de la autoridad Real. Naturalmente altivo y fiero el genio aragonés, sólo necesitaba de los privilegios de su Constitucion foral para ser indomable. Aquel pueblo tan rápido en su material engrandecimiento, á lo cual ayudó esa misma organizacion aristocrática, había corrido tambien demasiado rápidamente por la carrera de la libertad, para lo cual necesitan otros pueblos, si por acaso la alcanzan alguna vez, del trascurso de muchos siglos, y á fuerza de querer cimentar sobre sólidas bases la más amplia libertad, echó al propio tiempo los cimientos de la anarquía (1).

Tal era aquel derecho de los ricos hombres y barones de desnaturalizarse del reino, de apartarse del servicio del Rey siempre que quisiesen, para ir á servir á quien más les agradase, sin mengua de su honor ni de su fidelidad, con sólo participarle por cartas de desafiamiento que se separaban de su obediencia. Así acontecia en Castilla; pero en Aragon

(1) Historia de España, por Lafuente. Tomo III, página 439.

debia añadirse algo que acabara de rebajar y humillar la dignidad Real, y con efecto don Jaime I, aquel conquistador invencible, aventador de moros, á quienes ahuyentaba, como él decia, con la cola de su caballo, hubo de reconocer la obligacion que por fuero se imponia al Monarca de tomar bajo su Real amparo la casa y familia y de cuidar de la crianza de los hijos, de aquellos mismos que le abandonaban, que se iban á los castillos á guerrear contra él ó se salian del reino para servir á un extranjero.

No era por consiguiente extraño que existiese una constante pugna entre la aristocracia y el poder Real, entre los derechos de la Monarquía y los privilegios de la nobleza, en medio de la cual resaltaba un amor instintivo al principio monárquico, un respeto profundo á la sucesion hereditaria, puesto que los mismos magnates se habian cerrado con sus leyes el camino del Trono, ni que las revoluciones se encaminasen, no á usurpar el poder Real, sino á obtener el mayor grado de exenciones y privilegios. Agitada fué la organizacion polí

(1) Cron. de Aragon, páginas 3 y 17.

tica de Aragon; mas para honra suya ni hubo regicidios ni tendencias al regicidio.

El Gobierno de Aragon con el Privilegio General, segun declara el historiador Lafuente (1), venía á ser ya una especie de república aristocrática con un presidente hereditario, que á tal equivalia entonces el Rey. Al ocurrir el fallecimiento de D. Pedro III el Grande, hallábase el Infante D. Alonso, ocupado en reducir á la obediencia la isla de Mallorca, y cuando lo hubo conseguido, se tituló Rey de Aragon, de Mallorca y de Valencia y Conde de Barcelona, lo cual disgustó grandemente á los aragoneses. Nombrada una embajada, que encontró al Rey en Sagunto, comenzaron reconviniendo y humillando la persona del nuevo Monarca para acabar de deprimir la institucion del Trono (2), y le dijeron: «Tenemos entendido, que habeis tomado el título de Rey de Aragon antes de jurar nuestros fueros y libertades y de ser coronado en Córtes; y sabed que hasta que esto hagais y cumplais, ni vos podeis llamaros Rey de Aragon, ni el reino os tiene por Rey. Os re

(1) Tomo III, página 444. (2) LAFUENTE idem.

querimos, pues, que vengais á Zaragoza á otorgar y confirmar los usos, fueros y franquezas de Aragon, pues de otro modo reconociendoos y acatandoos como legítimo sucesor que sois de estos Reinos, no os tendremos por nuestro soberano; y absteneos entretanto de hacer mercedes y donaciones que sean en menguamiento del Reino.» D. Alonso III de Aragon, contestó con gran sentido político, «que no entendia hacer por ello el menor perjuicio al reino de Aragon; que habia tomado el título de Rey, porque ya se lo habian dado los nobles, clero y ciudades de Cataluña y Mallorca; y que no le había parecido bien titularse Rey de estos Reynos, y llamarse al mismo tiempo Infante de Aragon; pero que concluidas las exequias de su padre, iria á coronarse en Zaragoza, para cumplir lo que le aconsejaban, que de razon se debía hacer» (1)..

Cumpliendo la Real palabra, entró D. Alonso III en Zaragoza el 6 de Abril de 1286, y relata Blancas (2), que con gran solemnidad, recibió en la iglesia mayor la Corona de Rey de

(1) ZURITA, Anales, Tomo 1, página 302. (2) Coronaciones, página 21.

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