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debió, pues, el nuevo académico Sr. Romero Ortiz, repetir apreciaciones insostenibles ante la verdad histórica.

Cierto es, que se pidieron socorros á Cataluña y á Valencia, que se convocó á las universidades y ciudades de Aragon, y á los señores de vasallos; que á todos se excitó á la rebelion; pero los auxilios no vinieron, porque en el ánimo de la generalidad estaba el convencimiento de que la declaracion de guerra era injusta y sólo conducia á grandes desventuras. Zaragoza, sin embargo, continuaba bajo el imperio del terror; pero Aragon se negó á seguir tan peligroso camino, pues aunque Teruel se adhirió al movimiento, sólo consiguió aumentar la gravedad de la reparacion. El Padre Murillo consignó terminantemente, que ninguna universidad, ninguna ciudad, ninguna villa, ningun lugar se movió á enviar gente á Zaragoza. Era el desaliento de la sinrazon que nunca ha producido más que desgracias y lágrimas. Valencia y Cataluña, tan celosas como Aragon por sus fueros y libertades, contestaron á los revoltosos, excusándose del compromiso con palabras más ó ménos explícitas, y aconsejándoles que, en vez

de intentar una empresa temeraria, se acogie sen á la clemencia y benignidad del Rey (1). A otros, que hubieran tenido más experiencias Y más años que el Justicia y más docilidad que D. Juan de Luna, el éxito fatal de sus gestiones dentro y fuera del reino les hubiese demostrado que era inútil prolongar la resistencia; mas éstos no lo comprendieron así, y pronto tocaron los resultados de su descabellada rebeldía.

En el dia 7 de Noviembre se reunió en el campo de Toro escasa fuerza armada; presentóse el Justicia precedido del Pendon de San Jorge y de los caudillos principales, y, al mandar abrir la puerta del Portillo y disponer que la revista se realizase en el campo, D. Diego de Heredia, uno de los parciales de Perez, jefe principal del proyectado ejército, se precipitó sobre el Justicia y sobre el diputado D. Juan de Luna con la gente más alborotada que traia, y les dijo: «Estos traidores vienen apercibidos para engañarnos. Irse y no cumplir con la obligacion de su ley y de sus Fueros, y dejarnos á nosotros para carnage.» Ambos señores

(1) Procesos. Tomo iv, folio 290, y vi, folio 1120.

huyeron, gracias á los briosos corceles que montaban. El de Luna fué alcanzado en la calle de la Victoria, y sin respecto á sus años, le derribaron del caballo, le llenaron de golpes, de injurias y de afrentas, y á no haber sido por los frailes de la Victoria, que le entraron en el convento, hubiese sufrido indigna muerte. El Justicia de Aragon fué alcanzado tambien en la Plaza de Predicadores, donde le hirieron el caballo, y allí recibió muchos y fuertes golpes con un asta de lanza, y sin duda hubieran acabado con él, sin el auxilio del labrador llamado Falces, que por entonces le salvó la vida. En tal situacion regresó á su casa el supremo Magistrado de Aragon, afrentado, maltratado y herido, y para colmo de ignominia, el único que podia autorizar la resistencia, cediendo á la pretension de los amotinados de que no huyese, tuvo que salir á la ventana á entregarles el resto de autoridad que le habian dejado. Al dia siguiente 8 de Noviembre, le hicieron montar de nuevo á caballo, llevando en su mano el antiguo y respetado Pendon de San Jorge, y salir con toda solemnidad á resistir al ejército del Rey, llegando aquella noche á Mozalbarba al otro dia á Utebo, desde donde dirigieron

y

la primera intimacion al general Vargas, acampado en Agreda, que la hizo fijar en las puertas de un monasterio para no recibirla personal

mente.

Reunidos en Utebo el Justicia y D. Juan de Luna, en la situacion de ánimo que se desprende de los hechos anteriores, resolvieron abandonar aquella tropa insubordinada, y con pretexto de ir á conferenciar en Casetas con el general Vargas, pusieron espuelas á sus caballos y se escaparon á Epila. El 12 entraban las tropas Reales en Zaragoza, y Antonio Perez, segun ha confesado en sus Relaciones, tomó el camino de Sallen. Todo parecia indicar que los acontecimientos habian concluido por la disolucion de las fuerzas que acaudillaban el Justicia y el de Luna, y que libre el primero de la presion de las turbas, se hubiese unido al ejército Real para seguir los consejos de sus buenos amigos y hasta de su propia sangre; pero contra lo

que todos esperaban, publicaron un manifiesto en Epila en que explícitamente declaraban, que no por falta de voluntad, sino por la flaqueza é indisciplina de la gente que mandaban, habian dejado de continuar la resistencia, dictaron varias disposiciones, cuyos resulta

y

dos cuando menos, serian hacer de Epila un nuevo foco de oposicion á los intentos del Rey y dejar á D. Alonso de Vargas aislado y sin ningun género de contacto con los Consistorios forales. Además remitieron cartas y mensajes á diversas ciudades y universidades del reino, indicándoles la resolucion de acogerse á ellas para la mejor defensa de los Fueros y leyes del reino, mientras estuviese dentro de él el ejército castellano. El general procedió como buen político, y dió tiempo para que el Justicia y el diputado Luna se convenciesen, de que así como les habia abandonado la razón, les abandonó tambien el que solo buscó al pueblo zaragozano para poder escapar al extranjero á conspirar contra su patria. El Justicia Lanuza regresó por fin á Zaragoza, y creyendo sin duda, que no habia ocurrido nada, se encargó de nuevo del despacho ordinario de los negocios.

Todos deseaban un arreglo satisfactorio (1), pero estos propósitos se fueron dilatando por ciertas gestiones oficiosas, hasta que la Junta de Estado, constituida en Madrid, resolvió: «que perdonando á la multitud debia castigarse se

(1) ARGENSOLA. Informacion, pág. 134.

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