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nombre de La Celestina, obra portentosa y de las principales en nuestra literatura, tanto por lo ingeniosa y natural, cuanto por espresarse en ella el lenguage de las pasiones con estraordinaria energia y elocuencia; pero aquella composicion solo tiene de drama el título, siendo una como novela en diálogo, Ó para hablar con mas propiedad, debiendo ser tenida por una obra anómala, como suelen serlo las producciones del ingenio mas altas en mérito y nombradia. Pero las tragedias de Argensola, en nada notables sino en lo desatinadas, y los dramas de Cervantes, sin descontar la Numancia, donde, si hay uno ú otro pasage lleno de elocuencia robusta, no aparece talento dramático de ninguna clase, son obras que no honran nuestra literatura. En Lope empezó, pues, nuestro teatro, no porque le crease Lope, quien muchas veces siguió á los dramaturgos anteriores y coetáneos; pero en él empezó como empieza propiamente la vida cuando termina la casi vegetacion de la primera infancia.

Desde entonces tuvo su carácter y fisionomia la poesia dramática española, carácter y fisionomia comun á cuantos dramas produjo el siglo décimo séptimo, y de que participan las comedias de Zamora y Cañizares, compuestas en el siglo décimo octavo, y aun algunas obras de autores contemporáneos nuestros ó de época muy reciente.

Y aqui conviene averiguar por qué razon se elevó tanto el drama en España, cuando, escepto el Quijote, nada singular en mérito producia el resto de nuestra literatura.

El poder de nuestros reyes y la clase de gobierno establecido en la nacion española tuvieron consecuencias que como en todo se dejaron sentir en los frutos del ingenio. Una fué la religion: uno el poder magestades se llamaban entre nosotros la divina y la humana, y el epiteto de ambas que se les daba comunmente las constituya en igualdad casi sacrilega. Uniformes fueron los estudios, y sa solo camino recto y estrecho quedó abierto al entendimiento humano. El gobierno no protegia, pero reprimia; mirando la amena literatura con un tanto de desvío, si bien patrocinaba con munificencia las artes. Eran los literatos pocos, formados todos en una misma escuela, vaciados, por decirlo así, en un solo molde. De aqui la singular uniformidad notable en nuestros líricos y bucolicos, falta de que solo están exentos, y eso en parte y no mas, los compositores de romances por causas parecidas á las que guiaron á los autores dramáticos por diferente senda, llevándolos á mejor y mas feliz paradero.

Por fortuna del drama, no eran de él únicos jueces los doctos. Eralo el público, ignorante, es verdad; pero dotado de sano juicio y capaz de sensaciones; porque nadie deja de conocer qué le fastidia y qué le agrada. Al público, al vulgo hubieron de hablar los autores de comedias, faltos de patrocinio en la corte, pues cuando Felipe IV empezó á favorecer á los poetas dramáticos, ya habian

ellos creado su género, y solo tuvieron que aplicar las grandes dotes de su ingenio y fantasía á cultivarle y perfeccionarle. De aqui nació que fuesen los dramas españoles obras espontáneas, y las de esta clase son siempre las mejores, señaladamente en pocsia. No eran románticos, ni clásicos, porque ignoraban sus autores, no favorecidos por el ciclo con el don de profecia, que habia de llegar una época en que la crítica les averiguase cómo y por qué habian escrito. Eran á la par románticos y clásicos porque lo era España donde los poetas habian estudiado y componian, y donde vivian y pensaban quienes eran sus jueces naturales,

Fué nuestro teatro así como original fecundo. Hay quien encarezca y exagere esta su fecundidad suponiéndola acaso superior á lo que fué verdaderamente, esto es, afirmando que escede en mucho á la manifestada por los ingenios de otras tierras. Pero lo cierto es que el número de nuestras comedias buenas y medianas supera al de que se envanecen las naciones ricas en literatura. Fuera de unas cuantas tragedias de Rotrou, los Corneille, Racine, Crebillon, y Voltaire, hay muchas escritas en Francia hasta mediados del siglo décimo octavo; pero son tales que apenas pueden leerse. Mas feliz es el teatro cómico de la misma nacion; pero tampoco en él lo bueno es muy numeroso. Shakspeare es un prodigio, y Ben Jonson, Marlow, Beaumont y Fletcher, Massinger y Otway son poetas dramáticos de mérito muy subido; pero sus dramas no igualan en número á los que cuenta España como timbres de su gloria literaria. La comedia inglesa no es rica ni por el número ni por el valor de sus producciones. En Italia, donde tanto han abundado escelentes poetas, ha sido pobre el ramo de la dramática. En Alemania es el teatro nuevo, y si ha producido algo muy alto en valor, producido en número escaso. Y de nuestra patria podemos decir, fuera de toda pasion, que aun llamada patriotismo no lo seria ó lo seria de mala clase, que contamos centenares de comedias cuando menos divertidas, y el serlo no es mérito corto en una composicion destinada al público entretenimiento.

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Pero llegó la mala hora à la comedia española, y hubo de morir por razones en que tuvo parte la politica, influyendo como suele en la literatura, porque influyó en la sociedad. Con la subida al trono de Felipe de Borbon vino á España el influjo francés, el cual fué grande, como debia serlo, por ser Francia entonces la nacion mas ilustrada y juntamente la mas poderosa del mundo. Mas afortunados los poetas dramáticos franceses que sus antecesores los clásicos italianos, habian empleado en sus composiciones mejores materiales porque habian aprovechado muchos de los usados en las comedias españolas. Habian gozado de muy señalada proteccion dispensada por un trono tan brillante cuanto robusto. Por fin tuvo Francia la fortuna de que sus autores trágicos y cómicos fuesen hombres de ingenio, fantasia y sensibilidad, los cuales al copiar se empaparon en el espiritu de los originales, y lograron sacar no

imitaciones de las formas esternas antiguas, sino cuadros donde vivia el alma de la poesía griega.

Las buenas tragedias y comedias francesas empezaron á ser conocidas en España cuando era francés el monarca, francés el gusto en todo, cuando los que leian, leian con especialidad libros franceses. Desde entonces los literatos, á quienes empezaba á patrocinar el gobierno, se dedicaron á recomendar en teórica la imitacion del drama transpirenáico, y aun hubo algunos que intentando reducir la teórica á práctica escribieron tragedias y comedias á la francesa; mezquinas y malhadadas copias hechas sin brio ni conocimiento del espiritu de los modelos copiados. Pero es de notar que semejantes ensayos mas eran para los doctos que para el público, el cual siguio por largos años aficionado à las comedias antiguas, viéndolas representar con gusto, y casi ignorante de las modernas, rara vez trasladadas de los estantes de libros al teatro.

Pero no fueron los autores quienes mas contribuyeron á transformar nuestra poesia dramática. Los preceptistas hicieron la transformacion. Al mismo tiempo que habia venido à España la poesia del reino vecino pidiendo cédula de naturaleza, y bien apadrinada en su pretension, vino con ella la crítica, recien nacida en Francia misma, porque, como es sabido, los criticos y su ciencia empiezan á conocerse mucho despues de los buenos autores. La crítica de aquellos tiempos solo examinaba las formas esternas de las obras, para cuyo fin reconocia y daba reglas fijas é imprescindibles. Al drama, género al cual se dedicó con preferencia (1), le señaló una forma tan bien demarcada, y con tan claras divisiones y proporciones que el hecho de componer ó juzgar una comedia ó tragedia vino á ser así como un esfuerzo del ingenio, fantasia y criterio; una obra de mecanismo.

Tuvo la crítica buena acogida en nuestra tierra por su mérito intrinseco, y juntamente por el de la novedad. Sujetáronse de buena gana á su jurisdiccion los escritores, y aunque el público anduvo mas reació en someterse, quizá por no conocer la legislacion ni el tribunal, ni si era conveniente que hubiese jueces y leyes en esta materia, al cabo admitió y obedeció el código critico, sino por otra razon por costumbre, cuando empezó á leer y despues á oir representados dramas compuestos segun las reglas.

De este modo vino á ser clásica nuestra poesía dramática ; clásica se entiende, como lo era la francesa, ó lo había sido la italiana moderna y acaso la antigua ó latina, pero no como lo fué la griega, ó como lo deberia ser si fuese de un clasicismo verdadero.

Por fortuna ó por desgracia; por casualidad ó porque asi debia

(1) Lutan, aunque trata mucho del poema épico, todavía se detiene nias que en otra cosa en los preceptos de la poesia dramática. Tambien en la poética de Aristóteles ocupa el principal lugar la tragedia. Lo que hacia un clásico lo hacian todos, y mas que ningunos los preceptistas.

suceder, no contó la tragedia moderna española composiciones de primera clase. Sin agravio de nuestros poetas trágicos puede decirse por ser la verdad que el público español, si oia con gusto algunas tragedias de nuestros dias, á ninguna de ellas acogia con grande entusiasmo; que si algunos criticos celebraron las tragedias de Cienfuegos, no hubo auditorio que las tolerase; y que traducciones eran las piezas mas aplaudidas en el teatro donde lucia y era justamente admirado el estraordinario talento de Maiquez.

Algo mas afortunada ha estado la comedia castellana en los últimos tiempos. Moratin, sobre todo, es autor de mérito y fama, superior esta á aquel, y mayor antes que lo es hoy y que lo será andando el tiempo; pero sin duda poeta cómico de dotes aventajadas: Compararle con Molière es á nuestro entender temeridad, pero tenerle en muy poco nos pareceria injusticia.

Moratin dice con gracia que intentó vestir la comedia española de basquiña y mantilla, y en intentarlo acertó, pudiendo tambien afirmarse para su gloria que se salió con su intento. Pintó bien algunas costumbres de su tiempo; las de la gente llamada de medio pelo; las de los viejos con predileccion y fiel semejanza. De la sociedad culta o no conoció los usos y modales, ó no supo representarlos. Ignoró la indole y lenguaje de las pasiones, pues para él era el hombre interno una arca cerrada. Un solo concepto filosófico, un carácter ideal aparece bosquejado en sus comedias, y es la Doña Mariquita del Café en quien está personificada la sencillez hasta rayando en tontería, pero acompañada de cierto buen discurso, aunque vulgar, y con esta sola dote venciendo en razon á talentos muy superiores al suyo, si bien viciados por la pedantería à punto de parar en necios completos. Otros caractéres en Moratin son retratos de personas ó de clases, semejantes alguna vez, y nunca cuando son de estilo un tanto noble. La parte mecánica es mala en sus dramas, pobrisimos en nudo, y aun no muy. bien hilados. El diálogo es la perfeccion principal en sus comedias, pues sobre ser naturalisimo, abunda en chistes con frecuencia muy oportunos. Sus dramas mueven á risa al oyente ó al lector; pero no le suspenden, no le empeñan ; y el buen critico los aprueba, gusta de ellos, y no los admira ni señala como obras maestras del arte.

Ha tenido Moratin imitadores, ó ha habido autores de la misma escuela, cuyas producciones son dignas de aprecio. Casi á la misma altura se mantenia la tragedia guardando consonancia y proporcion con el estado del mismo arte en Francia, cuando alli florecia la poesía dramática, hoy llamada por su fecha, del imperio.

Pero era llegada la hora de un trastorno que habia de desquiciar la critica, y con ella todo el arte poética, introduciendo en la república literaria una libertad anárquica, precursora, segun creemos y fiamos, de un órden futuro, y en su indole muy diferente del antiguo.

Empezaron los criticos la revolucion literaria asi como los escri

tores anunciaron y en parte trajeron la gran mudanza politica, cuyas consecuencias está sintiendo y sentirá probablemente por dilatados años el mundo.

Examinemos la historia y carácter de este trastorno.

Sabido es que en Inglaterra jamas llegó á dar fruto sazonado la planta del clasicismo francés. Alemania quiso tener un teatro, y le tuvo aunque tarde, y le fundó en reglas conformes al estado de su sociedad y á sus tradiciones Italia admiraba á Alfieri, autor mas clásico que los franceses en cierto modo, pero autor de un género peculiar suyo. Y en España, aunque estaba el clasicismo sentado de firme, era solo obligatorio para cuanto se componia ó habia de componerse, pues nunca dejaron de representarse y oirse con aplauso las comedias antiguas.

En el mundo politico habia tenido Francia dos épocas de gran poder: una la de Luis XIV cuando hizo el primer papel en Europa, y amenazó avasallarla, y otra la del imperio cuando llegó á ejercer el mismo siempre codiciado señorio. Concitó su dominacion por si, y por las demasias á ella consiguientes, resentimiento y ódio, dando márgen á la resistencia hecha por una liga con lo cual cayó vencida, si bien sin desdoro « la señora de las gentes. ›

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Lo que en el orbe político aconteció en el intelectual. Tambien dominó Francia en este último con menos resistencia y por mas largo plazo que en el primero. Pero vino el dia de la rebelion preparada y llevada á feliz término por una alianza. Y lo que no sucedió en politica, la antes conquistadora y dominadora recibió hasta cierto punto la ley de los rebeldes vencedores; solo que, diestra y fuerte, aceptando de buena gana esta ley nueva, lo que ella recibió de otros lo ha impuesto y va imponiendo á sus satélites literarios, entre los cuales puede contarse, sin ofensa, á nuestra patria (1.

Nueva ha venido á ser, y es aquí como en todas partes la crítica, nueva la práctica así como la teórica, en el arte dramático tanto cuanto en todos los ramos de la poesía. La nueva critica filosófica atiende poco á las formas esternas, y, ambiciosa y osada al juzgar una obra, pretende y á menudo consigue esplicar la indole del ingenio que la ha producido. Tiene esta critica comparada con la antigua una desventaja notoria, pues como no trata de formas materiales visibles y palpables, no puede darse á entender tan

(1) Es verdad que en España nunca habia faltado quien defendiese la causa de nuestra comedia antigua y del romanticismo contra el clasicismo francés. En 1818 se distinguió en esta lid, como campeon de nuestra literatura, don Juan Nicolas Bohl de Faber, caballero aleman de vastos conocimientos, que como quien más ama y entiende los libros españoles. Abogaba entonces por las reglas francesas el escritor de este artículo, lleno de preocupaciones que hoy ha abjurado, á no ser que ahora yerre y entonces acertase. Quedó indecisa la victoria, y triunfante el clasicismo en la práctica corriente de nuestra tierra, hasta que los románticos en Francia llegaron à ver representados sus dramas aun en el teatro, dicho por antonomasia francés, santuario de la literatura clásica. De Francia, pues, nos vino el drama sin reglas que renovaba los antiguos usos de España. En 1829 se representó en Paris el Hernani, y hasta 1834 no se sacó á las tablas en Madrid drama alguno por el mismo estilo.

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