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EN EL SIGLO XIX.

REINADO DE FERNANDO VII,

Luchas de los liberales por sostener la Constitucion de 1812.-Invasion extranjera. Trabajos de los reaccionarios por oprimir al pueblo, á quien quieren tiranizar.-Ingratitudes, absolutismo y apostasías de este Monarca desde que ciñó la corona de España hasta su muerte.

ESDE la subida al poder de Fernando VII, el más descado de los principes y el que más hizo padecer á su pueblo, lucha España sin tregua ni descanso por deshacerse del fuerte yugo que le impusieron reyes, tales como Carlos IV y Cárlos III, á quien dirigió por espacio de diez y ocho años un Ministro, cuyas luces y política se reducian á hacer poderoso al Monarca á fuerza de hacerlo absoluto.

Al sentarse en el trono de la Católica Isabel el rey Fernando, obtuvo el afecto y simpatías de todos sus súbditos, pues unos le señalaron como la víctima modesta escapada de las arbitrariedades de Godoy; otros le consideraron como el hombre destinado á encaminar la nacion por un nuevo derrotero de prosperidades y de venturas sin cuento, y los más políticos creyeron ver en su advenimiento al poder las mayores seguridades para estar á cubierto de cualquier plan que se fraguase en el extranjero contra nuestra independencia. Desgraciadamente todos se equivo caron, y muy presentes están aun en la nacion los sucesosde entonces.

La ambicion sin límites de Napoleon y el mal régimen gubernamental del padre de Fernando, el más nulo y estúpido de que hay ejemplo en la historia, pues en los veinte años que reinó no cometió un solo acto de virtud y justicia, proporcionaron á España muchos dias de luto.

Los ejércitos de Napoleon invadieron á principios del año 1808 nuestro territorio sin causa que lo justificase; pero fiados en el predominio que ejercia la Francia sobre la córte de España y con las siniestras miras de apoderarse de la Corona que ciñó San Fernando. Llegó á conocerlo el pueblo español y bastaron solo las breves líneas del Alcalde de Móstoles en que decia «La Pátria está en peligro; Madrid perece víctima de la perficia francesa» para que despertase el leon del letargo en que yacia y demostrase que aun podia hacer trizas la bandera que triunfante habia recorrido casi toda la Europa.

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Daciz y Velarde fueron los primeros mártires de la libertad de su pátria.

¡Oh dignos hijos de la noble Iberia! Los corazones de todos vuestros conciudadanos ofrecen eternos holocaustos de gratitud á vuestros manes, y pronuncian vuestros nombres á sus hijos, siempre que tienen que recordarles modelos de virtud y honradez. Sin más órdenes que las que os dictaba el honor y destituidos de toda esperanza de auxilio, jurásteis, y cumplisteis, morir antes que consentir fuesen instrumentos de la muerte de vuestros conciudadanos los mismos, que habian sido fabricados para su defensa. ¡Sabiais, que erais las primeras víctimas de la libertad de la pátria; no dudábais, que necesitaba otras infinitas, y quisísteis sacrificaros para servir de ejemplo á las que debian sucederos, y cuando, no, para huir de un suelo que no era digno de almas como las vuestras!

Ahora bien; sería poco ménos que imposible comprender en el angosto cuadro que nos hemos propuesto bosquejar, todos los grandes hechos que en aquella guerra santa ejecutaron los invictos españoles, conquistando brillantisimas páginas para la hispana historia. Baste saber que,

cuando esta nacion heróica se hallaba en la situacion más crítica y apurada; cuando los franceses, despues de sus amaños é intrigas, por una parte, y por otra de sus cien encarnizados combates, habian logrado apoderarse de todos nuestros castillos y plazas fuertes; cuando el mismo Napoleon en persona, al frente de 150.000 combatientes y disponiendo de los mariscales Bassieres, Moncey, Ney, Lefebre y otros, y los generales Junot, Saint-Cir, Soult y Lannes, habia atravesado la frontera y derramándose á manera de torrente impetuoso por toda la España, esta se levantaba en masa como un solo hombre contra el orgulloso conquistador, le oponia cada dia nuevos ejércitos á quienes no siempre era fácil combatir, ancianos, mujeres y niños contribuian muy eficazmente á la destruccion de los enemigos de la pátria; y por último, que despues de un contínuo guerrear por espacio de seis años contra los mejores soldados del mundo y conquistadores de toda la Europa, los esclarecidos hijos de la Iberia arrollaron las legiones invasoras y las obligaron á tornar allende los Pirineos sin cesar de perseguirlas hasta el interior de su territorio.

La poderosa Albion coadyuvó eficazmente al logro de nuestros deseos, pues fué nuestra aliada contra la Francia, hasta que la aurora alumbró el último dia de la guerra de la independencia de España.

Fernando VII, que habia sido conducido voluntariamente á Bayona el 4 de Abril de 1808 en compañía de toda su familia, volvió á España el 24 de Marzo de 1814, recibiéndole el general Copons al frente del ejército de Cataluña y poniendo en sus manos un escrito de la Regencia, al que Fernando contestó de un modo muy oscuro y ambiguo en el mismo dia. El Monarca demostraba con este solo acto que en nada tenia los servicios prestados por la nacion ni los sacrificios hechos por los patriotas que habian conservado su corona mientras este miserable la entregaba en manos de Napoleon por conducto de su padre.

El 4 de Mayo de este mismo año dió un decreto en Va

lencia disponiendo que todo volviese al ser y estado en que se hallaba en 1808; anuló la Constitucion del 12, mandando prender los regentes, algunos ministros y los diputados más notables, para matar del todo el Código de Cádiz. Se restableció el abolido Consejo de Castilla, se dió vida al supremo tribunal de la Inquisicion, deshaciendo el Monarca la obra consumada por unas Cortes que, convocadas en los momentos de mayor peligro, habian procurado sostener con la mayor decision y arrojo la corona de un Rey ingrato.

Rodeado Fernando VII de personas tan ineptas como dañinas, no debia oir otro lenguaje que el de las pasiones, cuando no pensó en utilizar las reformas planteadas por las Córtes, sino que todo corrió la misma suerte que los legisladores. Los bienes fueron devueltos al clero: los conventos fueron inundados de frailes: los jesuitas, que tan sábiamente fueron expulsados por Carlos III en 27 de Febrero de 1767, volvieron á España, siendo Fernando VII el protector de su establecimiento; una perseverancia sin limites en la persecucion de los hombres que suponian liberales, tenia atestados los castillos, las cárceles y los presidios, y despues de cuatro años de padecimientos, aun se presentaban diariamente listas para que se proseribieran más españoles: lo notable en aquella época de triste recordacion cra el que los ministerios se sucedian con rapidez, efecto del poder superior oculto de los palaciegos que cercaban al Monarca. Como imparciales en este relato debemos salvar á la nobleza, pues se les suponia como camarilla á unos cuantos eclesiásticos de tramoya, ayudados por tres ó cuatro de la infima servidumbre. Estas fueron las heridas que se cicatrizaron. El estado iba caminando hácia el abismo, sin que la Inquisicion con todos sus crímenes pudiera contenerle: el ejército veia con dolor que no se premiaban las heridas recibidas en campaña, y sí con profusion á los partidarios de opiniones exageradas: la marina estaba entregada al más terrible abandono, el clero gozaba de sus bienes devueltos: recurrióse á impuestos,

arbitrios, á derechos exorbitantes de aduanas, y en fin, á empréstitos sin condicion alguna que los hiciera llevaderos: la fé de los contratos y la inviolabilidad de los fondos estaba profanada, las obligaciones más sagradas dejaban de pagarse, y en esta situacion tan precaria nombróse para ministro de Hacienda al célebre Garay, quien trató de plantear el sistema de Hacienda de la que se decia revolucion; pero apenas fué presentado al Monarca, quedó Garay depuesto del ministerio: de este desconcierto general procedió el descontento de los pueblos, y esos fueron los esfuerzos paternales de aquel mal aconsejado Monarca para aliviar á sus vasallos. En este estado de irritabilidad se arroja Porlier en Galicia el 19 de Setiembre de 1815 á pedir con las armas en la mano, al frente de 1.000 hombres de infantería y algunas piezas de artillería, el abolido sistema, y pagó con su vida el malhadado empeño, y su infeliz esposa fué condenada á presidio despues de haber sufrido grandes amarguras. El pueblo y el ejército, cansados de guerra, conocedores de lo que pasaba en palacio, y de que el Rey era mal aconsejado, no contribuyeron al éxito de aquella tentativa, esperando con ánsia la reunion de Córtes, que el Monarca habia ofrecido convocar segun su decreto de 4 de Mayo: los hombres más sensatos, ¿podrán creer que el Gobierno tomó con esta ocurrencia un indicio de la pública opinion? Pues fué muy al contrario; engreido con su triunfo, redobló las persecuciones, y continuando el descontento se repitió la escena en Madrid el año 1816, y Richard pereció á manos del verdugo. El inolvidable general Lacy, cuya memoria será eterna entre los españoles, á fuer de honrado ciudadano quiso en 1817 romper las cadenas que verdaderamente estaban oprimiendo al pueblo, y trata de hacer un levantamiento en Barcelona en union del general Milans; fracasa la conspiracion y Milans huye; Lacy se niega á imitarle y es preso y conducido á la ciudadela. El general Castaños, virey de Cataluña, trata de salvarle; pero al fin el ilustre Lacy es fusilado en el foso del castillo de Bellver en Palma de Mallorca, el 5 de Julio, á los tres me

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