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nitarios nunca teme, y avanza ante los mayores peligros para conseguir un dia de gloria y felicidad.

Dona María Josefa Amalia, esposa del Rey, falleció el 17 de Mayo de 1829, y este acontecimiento vino á turbar la calma que se disfrutaba desde la extincion de la rebelion de Cataluña. Los políticos empezaron á echar los cálculos sobre los beneficios ó desventajas que obtendria cada uno de los partidos militantes dado caso que Fernando determinase contraer nuevas nupcias. Si esto sucedia, el partido apostólico veia defraudadas todas sus esperanzas y los contrarios segura la victoria, porque influirian lo suficiente para que se llevase á cabo el matrimonio con una princesa que inspirase confianza al partido liberal. Así sucedió, pues, casándose D. Fernando con Doña María Cristina de Borbon, hija de los reyes de Nápoles, el 11 de Noviembre de 1829.

El 29 de Marzo de 1830 ordenó el Monarca el restablecimiento de la pragmática sancion de 1789, por la cual quedaba derogado el auto acordado por Felipe V en 1713, que introdujo en España la sucesion agnaticia que privaba de la corona á los descendientes del soberano, caso que fueran hembras.

En dicho año 30, una lucha sangrienta entablada entre el pueblo francés y su soberano, vino á ocupar la atencion de Europa y á ser la clave de notables acontecimientos en España. Solo tres dias fueron suficientes para decidir de una lucha en que el pueblo y el Monarca tenian encon tradísimas pretensiones. Triunfó el derecho, y la dinastía borbónica se desplomió, saliendo de sus ruinas la rama de Orleans, que el pueblo francés arrojó tambien despues del trono de los Césares.

Los españoles que se hallaban emigrados en Francia cogieron esta coyuntura para cruzar la frontera y extendiéndose por las provincias del Norte penínsular, de acuerdo con Torrijos y Manzanares, que desembarcaron poco despues en Andalucía, proclamaron la libertad, de la que fueron mártires. Nada se adelantó con esta tentativa más que dar un nuevo pretexto á los enemigos para que pusieran en

juego el espionaje y las comisiones militares, repitiéndose las antiguas escenas de persecucion y sangre.

En 10 de Octubre de 1830 dió Cristina à luz á Maria Isabel Luisa, y ni antes ni despues del nacimiento hubo ninguna protesta contra la legalidad del acta de Fernando VII en que reponia á las hembras en sus derechos à sentarse en el trono de España.

D. Carlos y todo su bando vieron con dolor y rabia que por la enunciada disposicion estaban alejados para siempre del sólio hispano y empezaron á fraguar tramoyas encubiertas, anhelando una coyuntura para conseguir se anulase la tal acta.

Llega el año 1831, que fué extremadamente fecundo en adversidades para los defensores de la libertad y los dere chos del pueblo; pero á pesar de ver estos conducir contí nuamente al patíbulo á infinidad de indivíduos por el solo delito de simpatizar con las ideas de progreso y civilizacion, no cejaron en su noble propósito.

Torrijos, que se hallaba en Gibraltar, publicó una proclama, en la cual demostraba el estado de la nacion y sus ideas de conseguir el triunfo de la libertad sobre la opre sion, para lo cual contaba con la cooperacion de los buenos patricios.

El ex-ministro Manzanares, que trató de secundar los pensamientos de Torrijos, hace una excursion por Andalucía, y un pastor, á quien ofrece 2.000 duros por llevar una carta à Marbella, le delata y guia una partida realista para prenderle; Manzanares mató á aquel de un sablazo y murió á manos de un hermano del pastor.

En Madrid fué ahorcado un zapatero por gritar en la calle de San Anton: Libertad ¿dónde estas que no vienes? al verse maltratado por un realista.

El librero Miyar es tambien ahorcado el 11 de Abril por sorprenderle carta de un emigrado en que se condolia de lo que estaba pasando.

Doña Mariana de Pineda fué ejecutada en Granada por decirse que estaba bordando una bandera para los liberales.

El 29 de Julio fué al suplicio D. Tomás de la Chica, por hallársele unas tarjetas semejantes á otras subversivas, y el 20 de Agosto D. José Torrecilla por unas palabras que pronunció.

No concluyó aquí la senda de crímenes que se habia propuesto seguir el sanguinario poder para sostener un absolutismo que el pueblo español habia decidido aherrojar para siempre.

Hallabase en aquella época de gobernador militar en la siempre liberal Málaga un tal Gonzalez Moreno, de no muy claros antecedentes. Torrijos, que tenia vehementes deseos de venir al pátrio suelo á proclamar la libertad, de que era constante partidario, se puso de acuerdo con Gonzalez Moreno, atraido pérfidamente por las engañifas de este hombre, bajo é inicuo. Confiado Torrijos en los ofrecimientos que le habia hecho el gobernador, y con la confianza de estar de su parte la primera autoridad de la provincia, desembarca con unos cuantos de sus compañeros en un punto llamado la Fuenguirola. Va Gonzalez Moreno á la alquería donde aquellos se albergan, y los sorprende. Pocos dias despues, (el 11 Diciembre), Torrijos y todos los que le acompañaban, entre ellos D. Juan Lopez Pinto, don Manuel Flores Calderon, D. Francisco Golfin y otros, fueron pasados por las armas.

El pueblo de Málaga vió con dolor verter su sangre á aquellas ilustres víctimas del engaño, de la perfidia y de la tiranía de un hombre que olvidó las leyes del honor y la palabra que tenia empeñada de proteger á los que no eran criminales; á los que lejos de eso, eran partidarios de la libertad y la fraternidad proclamada por Jesucristo en la cumbre del Gólgota, al librar á la humanidad, con su sacrificio, de las cadenas que la oprimian, rompiendo para siempre sus pesados eslabones.

La Providencia, sábia y compensadora, hizo que al año próximamente fuese exonerado el asesino Gonzalez Moreno, para que en adelante no volviese à sacrificar en aras de sus inicuos instintos y sanguinarios deseos á ninguno de

esos hombres que, dotados de elevados sentimientos y noble corazon, juzgan las inclinaciones del ajeno por las del suyo, y confiados se exponen á morir alevosamente.

¡Mártires de la libertad: recibid desde la mansion de los justos el recuerdo que os tributa el autor de estos renglones, de cuya memoria no os apartais jamás! ¡El cielo sin duda os habrá dado el premio que merecian vuestras virtudes!

Reanudemos, pues, nuestra tarea, brevemente interrumpida.

Adolece el Rey desahuciadamente en otoño de 1832, y rodea la ansiada coyuntura al partido retrógrado. Acuden los apostólicos y D. Cárlos al lecho del Monarca moribundo, y se trata de aprovechar el lance para arrebatarle una revocacion del acta de 29 de Marzo de 1830.

Ni el plan ideado ni los medios convenidos corresponden á la nacion española.

Hallábanse reunidos en la Granja varios indivíduos del cuerpo diplomático; conferenciaron intimamente para ver de lograr á todo trance la revocacion de la pragmática sancion en la agonía de Fernando VII. Acordes ya en el rumbo que habian de seguir, Antonini, agente de policía, y á la sazon enviado de Nápoles en Madrid, quedó encargado de tramoyista para la ejecucion; pues, á fuer de ministro de familia, se le franqueaba más el palacio, y luego era de temple muy adecuado para el desempeño de tan rematada iniquidad. Clavado Antonini á las plantas de la reina Cristina en aquel trance de quebranto que traia como enlutado el palacio entero á la perspectiva del Rey moribundo, aprovechaba esta ocasion para entretejer sus maquinaciones á diestro y siniestro. Es de extrañar que la Reina no lanzase de palacio á un ministro de familia que, aparentando gran interés por ella y por su hija, la estaba acosando

con zozobras, ostentándole un cuadro de fracasos horrorosos que iban á experimentar toda la familia al espirar Fernando, si no diligenciaba en precaverlos con la revocacion del acta de 29 de Marzo de 1830. Cercada de enemigos,

sin arrimo y sin consejeros, María Cristina, postrada con el afan y los desvelos dedicados con asombroso extremo al alivio de los quebrantos de su esposo, asustada cón aquella constante descarga de siniestros anuncios, tuvo que amainar á tan redoblado martirio y concedió su anuencia, que era lo que precisamente deseaban los apostólicos.

Apresada una vez aquella adhesion, desentrañada con los quebrantos de Reina y de madre, encargóse Antonini de avenirse con el conde de Alcudia, ministro de Estado, para extender el acta de revocacion; pero el conde, conociendo los males que podia acarrear aquella tropelia, fué poniendo reparos á la forma y la sustancia del documento que le pedian, y paró en negarse á facilitarlo, diciendo que el acta correspondia al ministerio de Gracia y Justicia, y que acudiesen á Calomarde, mal quisto entonces con los conspiradores por ser el autor del acta que deseaban ver anulada.

Antonini se entera delo mucho que podrian esperar del mismo Calomarde en aquella coyuntura; se encaró desde luego con este sujeto, le hace comprender lo infinito que arriesgaba, en muriendo el Rey, para purgar las ejecuciones sangrientas de 1827 en Cataluña, y la fealdad de su delito para con D. Cárlos, promulgando la ley que lo excluia del sólio. Obvio se le hace el demostrar á Calomarde que el único arbitrio para desagraviarle y amistarse de nuevo con el bando al cual debia su encumbramiento, era el extender el acta de revocacion á que la Reina habia accedido. Ufano de entrar nuevamente en relaciones con sus camaradas anteriores, Calomarde se aviene gustoso á la retractacion que abonaba su conducta pasada. Redactada el acta por Cruz Mayor, se encargó el conde de Alcudia de presentarla al Rey, quien la firmó con la mayor dificultad en razon á la gravedad del estado en que se hallaba; pero el partido, ó bando llamado en aquella época apostólico y en la actualidad neo-católico, no ha reparado jamás en los más criminales medios para conseguir el objeto que se propone.

En una obra intitulada Bosquejo de la política inglesa

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