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cívico de manifestar francamente su opinion y aspiracio nes en un país donde todavía el órden político-social carece de estables fundamentos, donde la fuerza inconsciente de la multitud derroca un dia de su pedestal á los ídolos de la víspera, para volver luego á encumbrarlos tan á ciegas como antes los habia pisoteado. ¡Quiera Dios que la instruccion se propague, que la ley descienda á todas las pobres inteligencias que hoy vejetan y agonizan en la noche de la ignorancia, para que el conocimiento armónico del deber y el derecho haga imposi bles esos bruscos trastornos, dando lugar únicamente á modificaciones razonadas y beneficiosas para la nacion.

Abraza el Sr. Alba en su período histórico desde la época en que, libertado Fernando VII de su cautiverio, empezó la triste série de sus arbitrariedades y perfidias, hasta el triunfo de la revolucion de Setiembre en los memorables campos de Alcolea. Propúsose tan solo al principio el jóven escritor narrar sucintamente el hecho de la revolucion citada, con las fases por que hubo de pasar en su desenvolvimiento y los inconvenientes y peligros afrontados y vencidos hasta su triunfo. Pero viendo que este triunfo no era el de un puñado de ambiciosos, sino el de la gran mayoría de la nacion y del libre espíritu del siglo XIX; viendo que no se trataba de un pronunciamiento más entre los innumerables que han turbado y aflijido la Península, sino de una revolucion encaminada á cambiar fundamentalmente. las bases de la sociedad española, comprendió que los grandes acontecimientos son debidos á grandes causas, y así le fué preciso buscar estas en sucesos anteriores, y sobre todo, en el cambio lento, pero contínuo, que viene verificándose en la opinion pública desde la promulgacion del código político dictado por las inmortales Córtes de Cádiz.

Este código político, solemne protesta de la razon contra la tiranía y muy superior en espíritu al espíritu de su tiempo, era un inmenso adelanto sobre las anteriores instituciones políticas, y no hallando al país en

condiciones propicias para la consolidacion y desenvolvi< miento de sus doctrinas, tuvo qué ceder á la presion arbitraria de Fernando el Deseado y á la recrudescencia del sistema teocrático y obsolutista que amenazaba en esta época extender su dominio por toda Europa. Pero aunque la Constitucion de 1812 fuese de real órden abolida y conceptuada en sí y en sus efectos como no hecha, su aspiracion liberal no pudo morir bajo un decreto, y fué propagándose por la clase media primero, como la de mayor ilustracion, y más tarde por la elevada y la humilde hasta llegar á infiltrarse en la gran mayoría del pueblo español.

Sigue el autor paso á paso esta época trabajosa de germinacion de la idea liberal, presentándonos los acontecimientos, ya prósperos, ya adversos que la favorecen ó contrarían en su desarrollo, si bien con la sobriedad de reflexiones propias de esta clase de obras y con la timidez del que por primera vez se adelanta en un campo desconocido. La conducta del rey Fernando á su vuelta del cautiverio, el período de retroceso que inmediatamente la siguió hasta el año de 1820, el grito de libertad dado entónces por el memorable Riego en los Cabezas de San Juan, los trágicos sucesos del 10 de Marzo en Cádiz, el triunfo de las ideas liberales por breve período, la invasion francesa de 1823 y sus tristes resultados; en suma, todos los sucesos dignos de memoria durante medio siglo en nuestro país se hallan trazados con rapidez, pero con un fondo de verdad y de buen juicio que amenizan y hacen agradable la lectura, á pesar de algunas faltas de redaccion escapadas al autor por el aceleramiento con que hoy se escribe y que fácilmente puede corregir, si Hega el caso de reimprimir su obra.

Recorrido á largos pasos el período de lucha de la idea liberal y hecho un bosquejo del orígen é historia de los diversos partidos que aun hoy se agitan en la arena política, presenta el estado de la Península al advenimiento de la revolucion de Setiembre, deduciendo lógica

mente este gran suceso del intolerable sistema represivo del anterior ministerio, de sus violaciones de la constitucion del país y de los derechos mas legítimos y sagrados, y del predominio absorvente que ciertas personas, demasiado conocidas por su reprensible conducta, ejercian sobre el ánimo de la destronada doña Isabel.

El cuadro en que se haya pintado el principio de la revolucion, sus recursos y los pasos sucesivos de su desarrollo hasta propagarle á todas las provincias y elevar á la esfera de Gobierno las ideas censuradas y proscritas, es notable por su sencillez y verdad, tanto como por los minuciosos pormenores y documentos que contiene. El mérito de pormenores y documentos no suele ser tan estimado por los contemporáneos como por los venideros, pues la proximidad de los hechos con que se conexionan hace que abunden y sean de no difícil adquisicion; pero á medida que los acontecimientos se alejan de nosotros, á medida que el tiempo vá cubriéndolos de una sombra densa y ocultándolos en parte á nuestros ojos, adquieren gradualmente un valor inestimable por la luz que arrojan sobre los períodos históricos á que se refieren.

Ciertamente no leemos con tanta atencion los empolvados cronicones de la Edad media por la elegancia de lenguage, por lo elocuente de su estilo, ni por las reflexiones filosóficas destinadas á investigar y poner en claro dia la nuturaleza de los hechos, pues carecen absolutamente de tales requisitos, sino por las preciosas minuciosidades con que nos trasladan en espíritu á los tiempos pasados, haciéndonos conocer sus instituciones, leyes, tendencias, trajes y costumbres. Aun en obras de carácter mucho más elevado en donde campean juntamente la elocuencia y la profundidad de la doctrina, apreciamos en extremo tales pormenores, y llaman con justicia nuestra atencion en medio de tantas bellezas; así nadie que haya leido á Tácito puede olvidar la descripcion que el insigne historiador latino presenta de los usos y costumbres germánicas; ninguno deja de agradecer á Salustio el

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magnífico retrato de Catilina, ni á J. César las noticias sobre la organizacion y disciplina del ejército romano en campaña.

La narracion histórica del Sr. Alba, á pesar de hallarse escrita con mucha copia de datos y con el mayor deseo del acierto, no puede eximirse de la suerte comun á todas las historias de sucesos contemporáneos; esto es, de hallarse envuelta en el torbellino de encontradas pasiones é intereses que agitan la sociedad, y por tanto, de ser juzgada sin imparcialidad, creyéndola tibia en sus elogios y pálida en el relato de los acontecimientos los amigos de la situacion actual, mientras que los adversarios la tendrán por sobrado benigna en sus apreciaciones, aunque nunca podrán desmentir las pruebas y documentos que encierra.

No es ciertamente el autor, ni ménos todavía quien escribe estas líneas, el llamado á juzgar de un modo decisivo la situacion política, económica y moral de España antes de la memorable revolucion de Setiembre, ni las fundamentales alteraciones de la Nacion; aun está abierto el período revolucionario, y muchas innovaciones inspiradas en el espíritu de los tiempos modernos han de hallar cabida en nuestras leyes, en nuestra administracion y en nuestras costumbres. A los hombres del siglo venidero, á los que recojan el fruto de las semillas hoy sembradas, corresponde apreciar su sabor y calificarlos en definitiva. No verán ellos turbada ni oscurecida la serenidad de su pensamiento, ni la imparcialidad de sus juicios por el choque violento de las pasiones actuales, ni heridos en sus aspiraciones ó intereses caerán en el error de valuar personajes y hechos, examinándolas á través del prisma de su conveniencia particular, sino que cual verdaderos filósofos elogiarán lo bueno y censurarán lo malo, solo por serlo, y no por consideraciones extrañas y bastardas.

Pero mientras llega ese dia de la luz y la justicia, mientras que el frio y desinteresado raciocinio llama se

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veramente á su tribunal hechos y personas, permítase á un español, amante siempre de la libertad y el progreso, lanzar una mirada retrospectiva sobre el cuadro que esta nacion generosa presentaba ayer, y que hoy parece haber olvidado los que lanzan estériles lamentos, prefiriendo la inmovilidad y la degradante calma de la esclavitud á las manifestaciones del pensamiento y á la agitacion, dolorosa á veces, pero siempre benéfica de la libertad. ¿Qué bienes disfrutábamos ayer, y cuáles son los funestos, los incurables males que, segun moderados y absolutistas, ha venido á traernos la revolucion de Setiembre?

En la esfera intelectual teniamos el pensamiento encadenado: eran sus espías y opresores el Gobierno y la Iglesia: cl uno, por medio de sus fiscales, acusaba á los escritores, lanzándolos luego á la emigracion ó al presidio, mientras la otra, absorviendo la enseñanza, procuraba estacionarla y aun hacerla retroceder á los tiempos del escolasticismo. Se obligaba á la juventud á que aprendiese errores, imponiéndola obligatoriamente obras de texto disparatadas y absurdas; se hacian quemas de libros como en el siglo XVII: se prendia y deportaba á los liberales arbitrariamente, sin dejarles el legítimo derecho de defensa, ni aun manifestarles la causa de tan brutal atropello: el espionaje y la traicion se premiaban con grados, cruces y empleos; teniamos la inmoralidad arriba y la servidumbre abajo; un malestar profundo y comprimid o en lo interior, y más allá de nuestras fronteras la desdeñosa lástima y el menosprecio de las naciones extrañas. A veces los déspotas procuran compensar su tiranía con el bienestar y la tranquilidad material de sus oprimidos; mas entre nosotros, lejos de suceder así, todos temian, todas las fuentes de produccion se agotaban, y solo ciertos hombres funestos medraban de una manera insolente y escandalosa, siendo su conducta un amargo sarcasmo contra la general miseria.

Hoy el pensamiento puede extenderse sin trabas, y llevar su ley y su benéfica influencia á todas partes en

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