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laba sin cesar, no tuvo noticia de ellas; añadiendo que repetidamente se acusaba al gabinete de morosidad en las causas, por no querer hacerse cargo los que esto decian, de que la falta dependia de la forma del enjuiciamiento, pues todos los reos estaban entregados á los tribunales, y no del ministerio, á quien con razon se acusaria, si se entrometiese en lo que no era de su competencia: «el gobierno, dijo, ha sido imparcial, pero enérgico, en las providencias que ha tomado. »

Este discurso de Argüelles, lo mismo que el que antes pronunció y cuantos tuvo que dirigir á las Córtes con aquel motivo, fueron firmes y severos contra la demagogia; pero acaso sobrado receloso del Rey, nunca aparecia como ferviente monárquico, falta por desgracia asaz disculpable, conocida la doblez de conducta de Fernando VII, que no podia servir de base segura á los que se esforzaban en aquellos difíciles tiempos, por mantener la tranquilidad pública y arraigar el sistema constitucional en nuestra patria. Igual defecto resultaba del discurso de Toreno que vamos á trascribir, siquiera este, más jóven que su paisano el ministro de la Gobernacion, hubiese ya hecho notables progresos en sus tendencias y en sus ideas en sentido conservador. En efecto, despues de algunas palabras del Sr. Palarea y de otras del secretario del despacho de Gracia y Justicia señor García Herreros, habló el Conde en enérgicos términos que como por la mano le llevaban á ser uno de los más resueltos defensores del órden público, tan seria y constantemente amenazado en su época. Dijo así (1):

«Principio por dar las gracias al Sr. Moreno Guerra, que ha provocado esta discusion, la cual, aunque no tuviera otro efecto que extenderse por los pueblos, habríamos conseguido el grande objeto que debíamos proponernos: ilustrar al público y deshacer errados conceptos. De nada ménos se trata que de consolidar la Constitucion,

(1) Diario de las actas y discusiones de las Córtes de 1820 á 1821: tomo V, pá

establecer el órden y afianzar, en estas verdaderas y no ilusorias bases, la felicidad de España. Admiro ciertamente la moderacion de los señores que me han precedido, unos sosteniendo al gobierno, otros atacándole de un modo muy diverso del que yo lo hiciera. Si tratase de eso, inculparia á los señores secretarios del despacho de no haber tomado por su excesiva moderacion aquellas medidas prontas y enérgicas que requeria el caso, y que en un cuarto de hora hubieran disipado las reuniones de los facciosos. Esos gritos de sedicion, esas voces que sirven como de llamada para perturbar la tranquilidad pública, nunca se han permitido ni en las naciones más libres. Cuanto más sagrado y respetable sea el nombre con que se encubre un proyecto enemigo, tanto más debe llamar la atencion de la autoridad. La voz de religion, más santa que ninguna otra, ha servido para cometer grandes crímenes y horrorosos asesinatos. Los que quieran alterar el órden no se valdrán ahora de nombres ominosos, pero sí de aquellos que reunen todos los corazones y que son caros á todos nosotros. La Constitucion es la sola divisa que llevarán y la capa con que ocultarán sus siniestros designios. El gobierno debia haber disipado esas reuniones sediciosas; para ello está autori. zado y esa es su obligacion. Esos alborotadores que reclaman la observancia de la Constitucion, y que se apellidan por excelencia constitucionales, ¿cómo se atreven a usurpar este nombre, cuando atacan á ciudadanos pacíficos, allanan las casas hasta de las autoridades, y cometen otros mil escándalos y desafueros prohibidos por las leyes de todos los países? De haber permitido ni un momento semejantes excesos, sería de lo que yo acusaria al gobierno y á nosotros mismos. Todos debemos velar porque los ciudadanos hallen seguridad en sus casas, en su tráfico, y puedan ejercer su industria sin que nadie les perturbe, que en eso consiste la verdadera libertad. Lo demas, esas asonadas, sea quien fuere el que las promueva, son verdaderamente asonadas de serviles: el que incomoda á los demas, y con pretexto de observar las leyes las infringe todas, es en mi opinion el mayor servil; entendiéndose por este nombre quien no quiere leyes justas é iguales para todos. En cuanto á lo que se ha dicho de las causas, ha respondido bien el señor secretario del despacho de la Gobernacion. Estas tienen que seguir los trámites prescritos por las leyes. El modo de remediarlo sería haber variado las leyes que prescriben las formalidades de los procesos, ó si se quisiera acusar al ministerio, citando los casos en que se habia apartado de la ley. No soy amigo de las leyes de excepcion; en general no se consigue con ellas el objeto que se desea, ó si se consigue es muy precario. Estoy dudoso si convendrá suspender los artículos de la Constitucion de que ha hablado el Sr. Palarea: en el curso de la discusion

veré si se me convence de la necesidad de tomar esta medida; mientras tanto la apoyo: no sería esta mi opinion si no se nos hubiera pintado el peligro con colores tan vivos. No pienso así respecto de la otra proposicion que ha hecho el Sr. Palarea, y que ha apoyado el Sr. Moreno Guerra, de que se le dé al Rey el título de constitucional. Por alta y elevada que sea una persona, no me gusta que se le den títulos honoríficos mientras viva: á la posteridad toca su juicio. Respeto y venero al Rey: es un deber mio, lo es de todos, como el de conservar á costa de nuestras vidas el trono constitucional: sé que el Rey es constitucional, á todos nos interesa que lo sea y debe serlo; la Constitucion ha legitimado sus derechos al Trono. Así, que apoyo por ahora la primera proposicion del Sr. Palarea, y desecho la última. S. S. hubiera querido que en tres dias se castigase á ciertos delincuentes; pero no se hace cargo que no hay ley alguna entre nosotros que permita tanta celeridad. Cierto que no hace muchos meses no se paraban nuestros perseguidores en tantas delicadezas, pero no habia entonces otra ley que el capricho; ahora las hay, y esa es nuestra desgracia, si desgracia puede llamarse tener que sujetarse á ellas, y haber dado con esto un ejemplo de generosidad y virtud, tal vez nuevo en los anales del mundo.>>

Terminado este discurso, dijo el Sr. Moreno Guerra (1):

«El apoyar la parte de indicacion del Sr. Palarea, en que propone que en todos los casos que deba darse la voz de viva el Rey se use de la palabra constitucional, no debe ni puede entenderse jamas que contenga un ápice de adulacion; por el contrario, yo la apoyo en el concepto de que el Rey, en el sistema de las nuevas instituciones, no puede serlo sino por virtud de la Constitucion, y por consiguiente, opino que debe darse á entender así, apellidándole Rey constitucional.»

Rectificando Toreno, se expresó en estos términos (2):

«He dicho que conocia muy bien la idea, así del Sr. Palarea en hacer la proposicion, como del Sr. Moreno Guerra en apoyarla; y nunca he podido suponer que en ninguno de los dos dignísimos diputados cupiese la menor sombra de adulacion ó bajeza; pero me he opuesto á la indicacion en esa parte, porque los que ven las cosas

(1) Diario de las actas y discusiones de las Córtes de 1820 á 1821: tomo V, página 22.

(2) Diario de las actas y discusiones de las Córtes de 1820 á 1821; tomo V, pá

fuera de este sitio, no se atienen más que á las resoluciones y no al espíritu que anima á hacerlas, y cuanto más elevada es la persona ú objeto á que se dirigen, más fácilmente se supone que sea adulacion el móvil de ellas.»

Despues de rectificar de nuevo el Sr. Palarea, habló Romero Alpuente (1), excitando al gobierno para que expusiese con claridad los fundamentos y las causas de los sucesos de la víspera, precisando los términos de su peticion en una forma resuelta y enérgica, á lo que contestó el secretario del despacho de Gracia y Justicia (2), suponiendo que las palabras del preopinante envolvian una acusacion grave al gabinete, por lo que solicitaba que con arreglo á la Constitucion y al reglamento, se formalizara, haciéndose los cargos para exigir la responsabilidad al ministerio, quien contestaria como era su deber.

No conforme Argüelles (3) con su compañero, manifestó, que á pesar de lo que este acababa de decir, y de lo que las Córtes tuviesen á bien resolver, preciso era analizar ciertos principios emitidos por el Sr. Romero Alpuente. Desde luego, á su juicio, debia reprobarse que se hicieran públicas las cosas que exigiesen reserva, pero á pesar de todo, deseaba que aquel diputado fuese más explícito, para serlo él tambien. Dijo, expresándose con gran calor, que no examinaria la doctrina expuesta, de que el pueblo por sí debiera hacerse justicia, pues en este punto el Sr. Romero Alpuente estaba en contradiccion con sus opiniones de otras veces; que admitir esta teoría fuera la mayor desgracia posible para un pueblo. Indicó que si alguien tuviese dudas acerca de la conducta de los secretarios del despacho, que lo dijera con claridad y que se satisfarian; añadiendo para terminar: «Si el señor diputado quiere que haya

(1) Diario de las actas y discusiones de las Córtes de 1820 á 1821: tomo V, página 23.

(2) Diario de las actas y discusiones de las Córtes de 1820 á 1821: tomo V, página 26.

(3) Diario de las actas y discusiones de las Córtes de 1820 á 1821: tomo V, pá

aclaraciones, las habrá, en la inteligencia de que el gobierno no viene á acusar á persona alguna. Pero hay cierta notoriedad en los hechos que excusa toda justificacion de parte del mismo gobierno, y basta para dar á los señores diputados y á todos los españoles la luz necesaria para juzgar de ellos con acierto. Sin embargo, si las Córtes quisieren que se abran las páginas de esta historia, el gobierno está pronto á hacerlo por mi boca,» (que se abra, que se abra, dijeron á una voz y repitieron varios señores diputados.)

Estas últimas palabras del ministro, que dieron lugar á que aquella sesion se llamara la de las páginas, produjeron un fuerte tumulto en la Cámara. Desde luego se pidió que se declarase el Congreso en sesion permanente, hasta concluir el debate, y que se tomaran las resoluciones que se creyesen oportunas; á lo que contestó el Presidente, Giraldo (1), que no era preciso hacer aquella declaracion para que se diese por hecha, prometiendo al paso que no levantaria la sesion hasta que amaneciera el dia siguiente «con sol claro y sin eclipse,» añadiendo que permaneceria allí (cuantos dias más se considerasen necesarios para consolidar la seguridad de la patria, primero de nuestros deberes. Abrase muy en buen hora la página que nos ha anunciado el señor secretario del despacho, y descúbrase á los ojos de la nacion entera el misterio que la tiene envuelta en confusiones. >>

Conveniente es trascribir lo que se dijo á continuacion, por ser la base del debate que sobrevino, que fué en extremo importante por el gravísimo giro que tomó desde luego (2).

«El SR. ROMERO ALPUENTE: No se qué proposicion es la que quiere

(1) Diario de las actas y discusiones de las Córtes de 1820 á 1821: tomo V, página 27.

(2) Diario de las actas y discusiones de las Córtes de 1820 á 1821: tomo V, pá

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