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APÉNDICE NÚMERO 10.

DICTÁMEN DE COMISION RELATIVO Á REGULARES.

La comision especial nombrada para examinar las proposiciones del señor diputado D. Vicente Sancho, relativas à regulares y proponer sobre el asunto lo que estime más conveniente al bien de la nacion, ha creido que no debia ocupar al Congreso con largas disertaciones sobre el origen, progresos, multiplicacion y variedades de los institutos religiosos, ni sobre las reclamaciones hechas en épocas bien diversas, ya contra la existencia de los unos, ya sobre la reforma de los otros, ya sobre el mayor ó menor perjuicio de todos. Nada sería más facil que llenar muchos pliegos con citas de concilios, con pasages de muchos escritores eclesiásticos tan eminentes en piedad como célebres por su doctrina, con leyes y providencias de las naciones y de los gobiernos, y en fin, con las pomposas declamaciones de la filosofía. Una sencilla verdad debia siempre tenerse presente, porque bastaria ella sola para decidir un sin número de controversias, y es que la religion cristiana nunca puede estar en contradiccion con la prosperidad de los pueblos. ¿Qué hay, pues, que hacer cuando se trata de investigar si estas ó aquellas instituciones, si estas ó las otras prácticas son necesarias, si son útiles, si son conformes á la sólida piedad? Ver la influencia que han tenido, ver la que pueden tener en el bien ó en el mal general. Cuando hayan contribuido que todas las familias que componen una gran sociedad, tengan amor al trabajo, fundamento de todas las virtudes; á que encuentren en él los medios de una cómoda subsistencia, á que adelanten en todo lo que constituye la verdadera civilizacion de la especie humana, entonces no hay que dudar en que la religion, de acuerdo con la filosofía, se interesa en la conservacion de tales establecimientos. Si por el contrario, lejos de servir à la creacion y progresos de la riqueza general, han sido, por desgracia, una de las causas de la pobreza y de la miseria, fuentes fecundas de calamidades y de males, no debe haber escrúpulo en que dejen de existir

zando sobre motivos poderosos la moral, ha estrechado fuertemente los vínculos sociales, ha querido formar buenos esposos, buenos padres, buenos hijos, buenos parientes, buenos amigos y buenos vecinos; ha establecido una fraternidad entre todos los hombres dando vigor á la dulce simpatía que los une, y ha reprobado todo egoismo que los reconcentra dentro de sí mismos, haciéndolos insensibles á las aflicciones y miserias de los demas.

Cuando los monjes en el tiempo de las persecuciones paganas, y áun mucho despues, habitaron los desiertos de la Siria y del Egipto, se establecian en montañas y rocas estériles sobre que nadie tenía ni pretendia propiedad ni posesion; vivian del trabajo de sus manos, hacian esteras, cestos, canastillos, cuerdas y sogas: lejos de ser gravosos, fueron no pocas veces útiles á los pueblos cuando bajaron á ellos en tiempo de calamidad, y socorrieron algunas necesidades con los ahorros del producto de su trabajo, que eran el efecto de su extremada sobriedad. Con el progreso del tiempo desapareció tan hermoso cuadro, y la historia del Oriente nos presenta otros monjes, que por último contribuyeron tanto á la ruina de aquel imperio, y á las trágicas escenas que fueron consiguientes á ella. En el Occidente, aunque los monjes empezaron despues de la irrupcion de los bárbaros, todavía fué su principal ocupacion el trabajo de manos; pero degeneraron rápidamente por los grandes progresos que hizo la ignorancia, por las equivocaciones de la piedad en tantas y tan ricas fundaciones con que pudieron vivir en el ócio y en el regalo, y por las exenciones y privilegios que sucesivamente se les fueron concediendo. En España, con la invasion sarracénica cayeron en esclavitud y miseria los que habia, y fueron desapareciendo sucesivamente bajo la dominacion mahometana. Las familias godas que se salvaron en un rincon del Norte, y permanecieron allí tanto tiempo, no se hallaban en estado de hacer fundaciones, porque no podia ser su condicion mejor que la de los habitantes del país á donde se habian refugiado y encontrado hospitalidad; y si fundaron algunos monjes, ya de los que se habian retirado, ya de otros á su ejemplo, vivieron del trabajo de sus manos. Cuando los españoles empezaron á salir de aquel punto, y fueron adelantando poco á poco sus conquistas, la nacion entera con sus haberes, con sus brazos y con su sangre fué quien las hizo, y quien al fin recobró todas sus provincias, porque sus jefes durante mucho tiempo fueron electivos, y despues hereditarios, y los agraciados y favorecidos por ellos, no tenian ni podian tener otras rentas ni otras propiedades que las de la nacion. Con ellas fundaron y dotaron tantos y tan ricos monasterios durante los siglos de la reconquista y áun despues, creyendo así redimir sus pecados, salvar sus almas, y perpetuar su

memoria con emplear los productos y sudores de la nacion en hacer fundaciones que la empobrecian, en vez de consagrarlos al establecimiento de muchas familias y al alivio de todas. ¿Y cuál es el estado de esta desgraciada nacion? El que apenas en otro tiempo se hubiera creido posible. No tenemos siquiera los instrumentos, los utensilios, los edificios, los animales que son necesarios para ejecutar con facilidad y ventajas las operaciones agrícolas; porque todo lo que hay es pobre y mezquino. Tomamos del extranjero varios productos de su agricultura; y si hay éste ó aquel artículo sobrante en alguna de nuestras provincias, falta en otras, y áun en las primeras quedan frecuentemente sin valor por la dificultad y coste de los trasportes, de modo que cuando llega á los puertos más inmediatos, ya el precio impide la salida para otros paises que lo compran más barato en diferentes puntos de Europa y Africa.

La industria manufacturera apenas puede nombrarse, porque es necesario crearla en casi todas las provincias, pudiendo decirse lo mismo de la mercantil; pues la mercancía que antes nos daban las minas de América, igualmente que los ricos productos de aquel país, dos principales alimentos de nuestro antiguo comercio, se reducen á tan poco, que dificilmente pueden sostener el miserable y moribundo que nos queda. Y como si tanto atraso y pobreza no bastasen para desalentar la nacion, se ve oprimida de una deuda enormisima de más de 14.000 millones, que no puede extinguir, y cuyos réditos le es imposible pagar sin recurrir á medios extraordinarios. Estos no puede hallarlos en su poblacion, porque de los 10 millones que la componen apenas uno goza de comodidades, y de los nueve restantes unos gimen más ó ménos en la escasez, y los demas en aquella desnudez y pobreza que los impele fuertemente al abandono Ꭹ á los vicios, crímenes y desórdenes que siempre trae consigo la miseria. Y estos nueve millones de habitantes pobres que componen la nacion, y que no pueden soportar el peso que los oprime, ¿no tendrán un derecho de justicia á ser socorridos, á que se les quite carga tan pesada, y á reclamar para ello lo que salió de los pueblos, sea cualquiera el destino que se le hubiese dado? La razon, la religion y la verdadera piedad dicer que sí; y ni los clamores del interés ni los pretextos de la devocion, ni las funestas preocupaciones del error podrán persuadir lo contrario. A lo ménos la comision lo ha creido así, despues de haber examinado este negocio con el más sincero deseo del acierto, y por eso propone la supresion de los monacales y de algunos otros institutos, calificados tiempo há por la opinion pública, cuando ménos, de muy gravosos.

Por lo que toca á los demas, sean mendicantes, clérigos ó canó

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proponer las reglas convenientes para minorar el número, para mejorar su gobierno, para evitar viajes, traslaciones, ruidos y gastos de capítulos generales, ademas de otros inconvenientes, en cuyo remedio se interesan mucho las buenas costumbres, y finalmente, para facilitar á los individuos que la reclamen, la proteccion del gobierno si no quieren permanecer en un género de vida que muchos abrazaron sin conocer las obligaciones que les imponia. Ello es cierto que por más que se quiera, ya no puede dilatarse la reduccion del número de fundaciones de esta especie, áun cuando se pudiese prescindir de que se han hecho unas veces sin contar con lo prevenido por las leyes, otras imponiendo silencio á las protestas y reclamaciones del celo, y casi siempre sin considerar el lastimoso estado de los pueblos. Un testigo no sospechoso, y el hombre de las confianzas de los Reyes Católicos antes que lo fuese el cardenal Jimenez de Cisneros, D. Pedro Gonzalez de Mendoza, llamado el gran cardenal de España, «fué muy importunado (dice su cronista) el tiempo que estuvo en Toledo, á fin de que diese licencia para que se fundasen algunos monasterios en aquella ciudad y en otras del arzobispado. Nunca se pudo recabar que lo hiciese; que fué muy detenido en esta materia. Defendíase con que habia muchas fundaciones en todas partes, dañosas á los pueblos que las sustentaban.» Cualquiera que sepa en qué tiempo se lamentaba del daño que sufria la nacion por tantos conventos un cardenal arzobispo de Toledo, y reflexione sobre la enorme diferencia del número que habia entonces al que ha resultado de tantas fundaciones de conventos de todas especies, hechas en el largo espacio de casi tres siglos y medio que han corrido desde aquella época, no podrá ménos de confesar la necesidad de las medidas que se proponen. El cronista del Cardenal fué canónigo penitenciario de la iglesia de Toledo; y habiendo mencionado el privilegio que aquella ciudad tenía de D. Alonso el Sabio para que no se labrase en ella monasterio de religion alguna, añade: «Despues que murió el Cardenal, se han tomado para conventos y obras pías más de diez casas del Rey, Infantes y caballeros, y de las menores más de seiscientas. Los que han gobernado la ciudad (observa el mismo cronista) tuvieron mucha culpa, no considerando el daño que ha recibido, estrechándose y disminuyéndose en calles, plazas y vecindad.»

Religioso del Cister, y obispo de Badajoz, fué fray Angel Manrique, quien despues de sentar la proposicion de que el extinguir muchos «monasterios y prebendas estaba tan lejos de ser contra piedad, que antes la misma piedad pedia que se hiciese,» se pone á referir la espantosa despoblacion que habia sufrido Castilla la Vieja en el espacio de los últimos cincuenta años hasta el de 1624 en que

escribia, mientras que se habian multiplicado en ella tan excesivamente religiosos y clérigos.

La comision se abstiene de acumular pruebas de un hecho, que por incontestable no necesita ni áun las que se acaban de dar; pero estas pueden servir para los débiles de buena fe que se asustan al oir lo que tantas veces y durante tres siglos se ha dicho y repetido. Tampoco se detendrá en justificar cada uno de los artículos del proyecto de ley que propone, porque sobre no juzgarlo necesario para la instruccion del Congreso, la simple lectura manifestará bastante los motivos, igualmente que el objeto á que se dirigen, y la generosidad, los miramientos, consideraciones y aprecio con que la comision quiere sean tratados así los regulares de monasterios, conventos y colegios suprimidos, como los demas que continuando en los no suprimidos necesiten de la proteccion del gobierno, sea para mudar de situacion, sea para ocupar un puesto en la gerarquía del clero secular.

Por todo presenta el siguiente proyecto de ley:

«Art. 1. Se suprimen todos los monasterios de las órdenes monacales, inclusos los de la claustral benedictina de Aragon y Cataluña, como asimismo los conventos y colegios de las cuatro militares de San Juan de Jerusalen, de comendadores hospitalarios, y hospitalarios de San Juan de Dios.

>>2.° Los beneficios curados que están unidos á los conventos de los monacales, quedan restituidos á su primitiva libertad, y provision real y ordinaria.

»3.o Los méritos contraidos en sus respectivos institutos, y las graduaciones que en ellos hayan obtenido los religiosos, serán atendidos muy particularmente en la provision de los arzobispados, obispados, prebendas y demas beneficios eclesiásticos.

»4.o A todo monje ordenado in sacris que no pase actualmente de cincuenta años, se abonarán anualmente trescientos ducados; á los que tengan de cincuenta á sesenta, cuatrocientos, y seiscientos á los que pasen de sesenta.

>>5. Los demas monjes profesos disfrutarán cien ducados anualmente si no llegan á cincuenta años, y doscientos si pasan de esta edad.

>>6. Los dos artículos anteriores se aplicarán en su caso á los freiles de las órdenes militares de San Juan de Jerusalen, á los comendadores hospitalarios, y á los hospitalarios de San Juan de Dios.

>>7.° Las asignaciones señaladas en los tres artículos anteriores, sólo se pagarán mientras los que las disfruten no tengan otra renta

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