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ridades de Cádiz de la vida de S. M. y real familia, amenazando pasar á cuchillo á todo viviente, si aquel peligrase. Señor general; la seguridad de la real familia no depende del miedo de la espada del Sr. Duque, ni de ninguno de su ejército; pende de la lealtad acendrada de los españoles, que habrá visto S. A el señor Duque bien comprobada. Cuando V. E. escribia la intimacion, era en el dia 24, dia en que las armas francesas y las españolas que estaban unidas á ellas hacian fuego sobre la real mansion, mientras los que V. E. amenazaba de órden del Sr. Duque, solo se ocupaban en su conservacion y profundo respecto. »

Puede V. E., señor general, hacer presente, que las armas que manda, le autorizan tal vez para vencernos, pero no para insultarnos. Las autoridades de Cádiz no han dado jamas lugar á una amenaza semejante, y menos en la época en que se les hace; pues cuando V. E. la escribió, acababan de dar pruebas bien positivas de que tienen á sus reyes y real familia mas amor y respeto, que los que se llaman sus libertadores; ó quiere S. A. que el mundo diga, que la conducta ordenada y honrosa que tuvo este pueblo cuando las armas francesas lo atacaron, era debida á un sobrado miedo, hijo de una intimacion que V. E. hace de órden de S. A. ¿Y á quién? Al pueblo mas digno de la tierra; dirigiéndola ¿y por quién? Por un militar que nunca hará nada por miedo. Soy de V. E., etc.-Cayetano Valdés. »

El dia siguiente se sublevó abiertamente un batallon que cubria uno de los puntos mas importantes de la isla; y aunque la sedicion recibió un castigo ejemplar, pues fueron pasados ocho soldados por las armas, las armas, ofició el general que allí mandaba, que en vista del espíritu de insubordinacion que dominaba en las tropas, no podia responder de su defensa. Mientras tanto crecian los apuros y arreciaba el bombardeo. Las Córtes se volvieron å reunir el 26, y despues de haber oido en su seno al gobernador de la plaza y al comandante de la isla, que era ya inútil pensar en resistencia, enviaron el 29 un mensage al Rey, dejándole en libertad de avistarse, cuando fuere de su agrado, con el duque de Angulema.

Tales fueron los últimos suspiros de aquellas Córtes célebres,

de que D. Agustin de Argüelles fué uno de los principales ornamentos. Con la misma firmeza de principios y adhesion á la causa de la libertad que las distinguieron desde su presentacion en la escena pública, terminaron la carrera. Conservaron pura,, sin menoscabo alguno, la herencia que les habian dejado las de 1820 y 21, trasmitida con tanta gloria por las constituyentes de Cádiz, y no es hacer pequeño elogio de su abnegacion y patriotismo. Se distinguieron de sus predecesoras por haber atravesado tiempos mas difíciles, arrostrado mas recias tempestades y pasado por mas duras pruebas. Fué su vida política una lucha no interrumpida; primero, contra los embates del poder; en seguida, contra la formidable Santa Alianza conjurada contra ellos. Resolvieron con claridad, y sin arredrarse por sus resultados, una cuestion terrible aunque mas sencilla, que se sometió á su buen juicio; y se adhirieron con constancia á su primer dictámen, profundamente convencidos de que toda otra resolucion era imposible. No fueron tercas ni obstinadas por un sentimiento de amor propio mal entendido; no mil veces. No escribieron en su bandera, el lema descabellado de perezca la nacion y sálvese un principio; obraron al contrario profundamente convencidos, que el único modo de salvar la patria, era adherirse firmemente á sus principios. No consintieron en cambios de Constitucion, porque percibieron bien que con esta añagaza, se queria sepultar á la nacion en un mar de confusiones; porque fué claro como la misma luz del dia, que los cambios que se querian no eran otros que el restablecimiento simple del absolutismo; porque se necesitaba una enagenacion total de la razon para suponer que tuviesen intenciones de entrar en arreglos, los que comenzaban insultando; porque saltaba desde luego á los ojos, que los coligados en Verona aspiraban á presentarlas á la faz del mundo, como usurpa doras de las prerogativas y derechos del monarca. Por lo demas, no faltaron estas Córtes á su puesto, aunque rodeadas de peligros, en la línea de las reformas que parecian necesarias; se movieron con resolucion, como fieles al mandato de los pueblos. Ni pidieron ni obtuvieron gracias, guiadas siempre por el mismo espíritu de sus predecesoras. Llevaron las cosas hasta donde

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podian ir; no desconfiaron de la salvacion de la patria, mientras contaron con soldados. Cuando estos faltaron; cuando de la defensa no se podia sacar otro partido que abrir mas y mas un abismo de calamidades, bajaron su pabellon sin mancha, y se resignaron á la ley de la necesidad que condenaba á su patria á las cadenas, y á ellos á lamentar en climas estranjeros sus desgracias.

Manifestó el Rey al duque de Angulema su intencion de salir de Cádiz con direccion al Puerto, el 1.° de octubre. El 30 de setiembre se estendió una especie de manifiesto, cuya idea salió del mismo Fernando, como deseoso de dejar en Cádiz una prenda de confianza y seguridad, å fin de que los liberales no temiesen. Y tan sincero pareció en este pensamiento, que cuando le presentaron los ministros la minuta, hizo en ella algunas correcciones y adicciones de su mano, añadiendo: «asi no debe quedar duda de mis intenciones.» Hé aquí el testo literal de esta alocucion ó manifiesto.

«Siendo el primer cuidado de un Rey el procurar la felicidad de sus súbditos, incompatible con la incertidumbre sobre la suerte futura de la nacion y de sus súbditos, me apresuro á calmar los recelos é inquietud que pudiera producir el temor de que se entronice el despotismo, ó de que domine el encono de un partido. »

Unido con la nacion, he corrido con ella hasta el último trance de la guerra; pero la imperiosa ley de la necesidad, obliga á ponerle un término. En el apuro de estas circunstancias, solo mi poderosa voz puede ahuyentar del reino las venganzas y las persecuciones; solo un gobierno sabio y justo, puede reunir todas las voluntades; y solo mi presencia en el campo enemigo puede disipar los horrores que amenazan á esta isla gaditana, á sus leales y beneméritos habitantes, y á tantos insignes españoles refugiados en ella. ›

«Decidido, pues, á hacer cesar los desastres de la guerra, he resuelto salir de aquí el dia de mañana; pero antes de verificarlo quiero publicar los sentimientos de mi corazon, haciendo las manifestaciones siguientes: 1.° Declaro de mi libre y espon

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tánea voluntad, y prometo bajo la fé y seguridad de mi real palabra, que si la necesidad exigiere la alteracion de las actuales instituciones políticas de la monarquía, adoptaré un gobierno que haga la felicidad completa de la nacion, afianzando la seguridad personal, la propiedad y la libertad civil de los españoles: 2.° De la misma manera prometo libre y espontáneamente, y he resuelto llevar y hacer llevar á efecto, un olvido general completo y absoluto de todo lo pasado, sin escepcion alguna, para que de este modo se restablezca entre todos los españoles la confianza y la union, tan necesarias para el bien comun y que tanto anhela mi paternal corazon: 3.° En la misma forma prometo que cualesquiera que sean las variaciones que se hagan, serán siempre reconocidas, como reconozco, las deudas y obligaciones contraidas por la nacion, y por mi gobierno bajo el actual sistema. 4. Tambien prometo y aseguro que todos los generales, gefes, oficiales, sargentos y cabos del ejército, en cualquiera punto de la Península, conservarán sus grados, empleos, sueldos y honores. Del mismo modo conservarán los suyos, los demas empleados militares, civiles y eclesiásticos que han seguido al gobierno y á las Córtes, ó que dependan del sistema actual; y los que por razon de las reformas que se hagan no pudiesen conservar sus destinos, disfrutarán á lo menos la mitad del sueldo que en la actualidad tuviesen. 5.° Declaro y aseguro igualmente, que asi los milicianos voluntarios de Madrid, de Sevilla y otros puntos que se hallan en la isla, como cualesquiera otros españoles refugiados en su recinto que no tengan obligacion de permanecer por razon de su destino, podrán desde luego regresar á sus casas ó trasladarse al punto que les acomode en el reino, con entera seguridad de no ser molestados en tiempo alguno por su conducta política, ni opiniones anteriores; y los uilicianos que los necesitasen, obtendrán en el tránsito los mismos ausilios que los individuos del ejército permanente. Los españoles de la clase espresada y los estranjeros que quieran salir del reino, podrán hacerlo con igual libertad, y obtendrán los pasaportes correspondientes para el pais que les acomode. Fernando. Cádiz 30 de setiembre de 1823.,

Si bien este documento tranquilizó á muchos que abren fácilmente su corazon á la esperanza, que meditan poco sobre lo presente y menos sobre lo pasado, no debió de dejar satisfechos á los que piensan, á los que conocian bien el carácter del Rey, á los que no ignoraban lo que pasaba en Madrid, y tan vivas memorias conservaban de los resultados que habia traido el famoso decreto de Valencia. Se puede decir que el desasosiego y descontento predominaron en Cádiz, á proporcion que se acercaba el fatal desenlace de la escena: con presentimientos tristes se vió lucir el 1.° de octubre, que abria una época nueva para España. Innumerable gentio concurrió á presenciar el embarco de la real familia, con labio silencioso, con semblante inquieto, como quien ve ya encima el instante de consumarse un sacrificio. No faltaban salvas de artillería, ni las demas manifestaciones y aparato con que se celebran estos actos. El mismo gober nador de Cádiz llevaba el timon de la falúa real; verdadero carro fúnebre de la Constitucion de 1812, que dentro de sus muros habia nacido tan radiante.

No describiremos las demostraciones de algazara y triunfo con que fué recibida en el Puerto de Santa María la familia real, por los individuos de la regencia, los ministros, los embajadores, los principales magnates de España, por el duque de Angulema, por sus tropas que habian venido á rescatarla. ¡Celebraban sin duda una gran fiesta! Para solemnizarla mejor, aquella misma tarde, cuando se circulaba en Cádiz el manifiesto del Rey del dia anterior, se espedia el decreto, que sin ningun comentario, copiamos en seguida :

«Bien públicos y notorios fueron á todos mis vasallos los escandalosos sucesos que precedieron, acompañaron y siguieron el establecimiento de la democrática Constitucion de Cádiz en el mes de marzo de 1820: la mas criminal traicion, la mas vergonzosa cobardía, el desacato mas horrendo á mi real persona y la violencia mas inevitable, fueron los elementos empleados para variar esencialmente el gobierno paternal de mis reinos en un código democrático, origen fecundo de desgracias y de desastres. Mis vasallos acostumbrados á vivir bajo leyes sábias,

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