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puestos sin adquirir condecoraciones ni titulos, empleos ni riquezas. Es una justicia que se debe sin escepcion á todos ellos. La política no era todavia un cálculo, una especulacion para correr en pos de la fortuna. Por lo regular hubo rectitud en la conducta, elevacion en los sentimientos, amor al bien por el bien solo, y patriotismo sincero á toda prueba. La falta no estuvo en el corazon: la parte que flaqueó, fué la cabeza.

Casi al mismo tiempo que espiraban en España las instituciones liberales, cubria la lápida del sepulcro las de Portugal; mas sin grandes pugnas, sin ninguno de los choques que preparan sangrientas reacciones. No fué precisa aquí la intervencion de la política estranjera, ni mucho menos la de la fuerza de las armas. La Constitucion cayó á fuer de pocos esfuerzos de algunos mal avenidos con sus disposiciones, que se conjuraron contra ella. Era una planta mas nueva, menos arraigada en aquel suelo que en el nuestro. Las reformas habian sido pocas: en la mayor parte de los abusos, no se habia puesto la mano todavia. Aunque las potencias aliadas nada habian dicho á Portugal, se dieron aquí por entendidos: el edificio se derribó sin ningun ruido, y sus ruinas sepultaron á muy pocos, comparando este número con el de los caidos en España.

El gabinete de las Tullerías debió de quedar muy satisfecho de su triunfo por muchas que fuesen sus aspiraciones, habian sobrepujado los resultados, por lo prontos, á las esperanzas. Habia restablecido al Rey Fernando en sus derechos de absoluto; mas tenia la mortificacion de no ejercer en sus consejos, la influencia á que se creia deber aspirar por sus servicios. No entendian el absolutismo del mismo modo el Rey de Francia y los consejeros que rodeaban á Fernando. Queria aquel revestirle de ciertas formas de moderacion y de templanza; estos gozarse en su triunfo, con todos los rigores de lo que les parecia una justa represalia. No estaba el ejército francés satisfecho con una conquista tan original y tan estraña. Las ventajas habian sido po

cas; el botin, ninguno. Muy poco agradecidos se les mostraban los que habian rescatado, pues censuraban su conducta, tachándola de sobrado complaciente para los vencidos. Poco á poco se volvian á encender las animosidades, á revivir los recuerdos de la guerra tan fatal para ellos de la independencia. Vieron, pues, con placer la hora de salir del suelo español, los que tuvieron esta suerte. Menos satisfecho tal vez que todos ellos el duque de Angulema, se apresuró á tomar la vuelta de su pais, donde le aguardaban fiestas y arcos triunfales por campaña tan gloriosa. El gabinete francés, libre por fin de la pesadilla que le causaba la España constitucional, pudo mas tranquilo continuar la obra de mermar cada vez mas los derechos políticos de los franceses, consignados en la Carta. La imprenta no era libre: el parlamento, era hechura del gobierno.

Las inquietudes de la Inglaterra sobre la invasion de la Península, fueron, como se ve, de corta duracion. No hubo guerra, en la que se habria visto precisada á intervenir mas tarde, ó mas temprano. La caida de la Constitucion de 1812, debió de serle tan indiferente en 1823, como en 1814. Los cuarenta y cinco mil franceses que por entonces debian quedar en la Península, no se podian considerar como un ejército de ocupacion: la política del gabinete inglés se hallaba en esta parte satisfecha. Estaban entonces sus ojos fijos en América, como lo manifestó tres años despues el mismo Jorge Canning en la Cámara de los Comunes. Muy pronto entraron en negociaciones de comercio con las que habian sido nuestras posesiones, echando abajo de una vez cuantas barreras se oponian á su libre tráfico.

La Italia permanecia sumisa y pacífica; al menos, callada. Ni Nápoles ni el Piamonte, habian vuelto á resollar desde marzo de 1821. Parecia haber echado el Congreso de Verona un clavo á la rueda de la próspera fortuna de la Santa Alianza.

Una guerra se habia encendido muy pocos años antes entre la Grecia y los turcos sus señores, cuyo acto rompieron del modo mas solemne. Parecia llegado el tiempo de sustraer un pais de tan gloriosos recuerdos en todos los ramos de la civilizacion humana, á una feroz dominacion que todavia se mostraba

su terrible azote. Apoyaba este alzamiento la Rusia, tanto por fraternidad religiosa, como por política de menguar las fuerzas de la Puerta, su enemiga natural en todas épocas. Cuando espiró la libertad de la Península, era todavia un problema el triunfo de la independencia de la Grecia.

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CAPITULO XXXIX.

Emigracion de los diputados.-Argüelles en Gibraltar.-Su salida para Lóndres. Su género de vida.-Breve reseña de los sucesos de España durante aquella época.--Vacilaciones en política.-Intrigas.-Disensiones.-Amnistía.-Capapé en Aragon.-Alzamiento de Bessieres.-Su suplicio.-Valdés en Tarifa.-Bazan en Guardamar.-Castigos.-Fin horrible del Empecinado. -Asuntos esteriores.-Muerte de Luis XVIII-Sucesos de Portugal.-Destierro de D. Miguel.-Muerte de D. Juan VI.—Renuncia de D. Pedro.-Carta portuguesa.-Actitud del gobierno español.-Vuelta de D. Miguel.-Usurpa la corona.-Emigracion de los cartistas.-Su vuelta y espulsion.-Siguen las intrigas.-Agraviados en Cataluña.-Viage del Rey á este pais.-Su regreso por las provincias Vascongadas.-Sucesos de Francia.-Revolucion de julio y sus causas.-Luis Felipe.-Emigrados españoles en los Pirineos.Descalabros de estos.-Nuevas persecuciones en España.-Torrecilla.-Miyar.-Marquez.-Manzanares.-Desembarco de Torrijos.-Su suplicio y de sus compañeros.-D. Pedro de Portugal -Su desembarco en Oporto.-Ventajas que consigue.—Pasa á Lisboa.-Restauracion de Doña María de la Gloria.-Enfermedad del Rey.-Testamento y codicilo.-Noticia falsa de su muerte. Regencia de María Cristina.-Decreto de amnistía.-Se retira á Portugal el Infante D. Cárlos.-Jura de la Princesa de Asturias por heredera de la corona.-Muerte de Fernando VII.-Consideraciones sobre su carácter y reinado.-Estado de España y de las otras naciones de Europa á su fallecimiento.

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o fueron tan desgraciados los representantes de la nacion que sobrevivieron en 1823 al código fundamental, como los que en 1814 quedaron envueltos en sus ruinas. Protegidos en cierto modo por las autoridades francesas, no fueron objeto de vivas pesquisas por las españolas en un pueblo á donde no habia alcanzado aun en todo su rigor el látigo del despotismo. Unos se embarcaron al instante: otros se ocultaron, para hacerlo algunos dias despues. Los mas se dirigieron desde luego á Gibraltar, donde fueron favorablemente recibidos. Se hallaba incluso en este número D. Agustin de Argüelles, cuya vida pública va á dejarnos

cerca de once años de vacío. A fines del 1823 se trasladó á Inglaterra, cuyo rumbo tomaron asimismo la mayor parte de los emigrados.

¿Qué diremos de la vida de este personage durante su residencia en aquel pais, objeto de sus predilecciones, donde fué recibido como lo merecia la ilustre fama de su nombre, donde renovó amistades que habia contraido en tiempos para él, sin duda, mas felices? A la vida privada de un hombre de su carácter, de sus ocupaciones y sus hábitos, no podemos consagrar sino muy pocas líneas. Lo mismo nos ha sucedido con motivo de su confinacion en Ceuta y en la Alcudia. Leer, pasear, conversar con sus amigos, hé aquí lo que sobre poco mas o menos debió de absorver, y absorvió efectivamente su existencia, como la de la mayor parte de sus compañeros de infortunio, mientras su patria era escena de desgracias, de calamidades, de actos de ferocidad y de venganza, que con tantas páginas feas manchan sus anales.

Por fortuna no entra en nuestro plan trasladarlas á las nuestras. Solo fue dado á la pluma de Tácito, y de otros pocos sublimes pintores de los vicios y crímenes de la humanidad, derramar interes en sus horribles cuadros. Tal vez al tropezar con las mezquindades, miserias, bajezas y necedad que imprimian su sello en los actos públicos de aquel periodo, se hubieran retraido del propósito de trasmitirle á la posteridad, imposibilitados de imprimirle algun realce; porque hasta para los vicios y crímenes hay cierto carácter de elevacion y grandeza que inspirando ter. ror, impone el tributo de la admiracion y del asombro.

Ninguna grandeza, hasta en su negrura, ofrece aquella época malhadada de diez años; lo feo, fue bajo; lo atroz, vulgar; y hasta la misma ferocidad de las venganzas, no estaba exenta del ridículo. ¿De qué se trataba, pues? ¿De restituir al Rey á la condicion en que se hallaba en 7 de marzo; á que todas las cosas volviesen asimismo al estado en que se hallaban con aquella fecha? Se habia conseguido con muy poca ó ninguna resistencia. Que este suceso como si hubiese sido un triunfo de regeneracion y de ventura, se celebrase con aplausos, con vivas, con mú

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