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sicas, con himnos, con arcos triunfales y demas actos de espansion que dá el vulgo á su frenética alegría, puede fácilmente suponerse; pero ¡estas cárceles atestadas de presos sin mas delito que el haber cumplido durante tres años las órdenes emanadas del monarca! ¡Esa multitud de desgraciados que despavoridos buscan un rincon que los ponga al abrigo de la ferocidad de las turbas, ó apelan al asilo de los climas estranjeros! ¡Estas escitaciones que se hacen desde el púlpito á la venganza, al esterminio! ¡Estos decretos que se fulminan sujetando á la pesquisa inquisitorial, la conducta pública y privada de los que estaban despojados de sus destinos, del pan de sus familias, que es lo mismo! Este sistema, mas brutal aun que inícuo de depuraciones, en que á veces es necesario probar infidelidades, bajezas y hasta perjurios para volver á la gracia del partido dominante; estos y otros cien mil desacatos mas contra la cuasa de la humanidad y hasta del buen sentido, ¿dónde tenian ejemplares? ¿Qué motivos los justificaban? ¿Qué represalias tomaban? ¿Qué agravios, qué venganzas habia ejercido el partido liberal contra los que le habian oprimido durante un periodo de seis años? ¿De qué los habian despojado? ¿De qué persecuciones habian sido objeto? ¿Qué agravios habia recibido, sobre todo el pueblo bajo, que se mos. traba tan enfurecido? Estaba dado á España el presentar un espectáculo tan ruin, tan degradante, tan indigno de cualquiera nacion que no esté sumida completamente en la barbarie. Se conciben venganzas populares, choques atroces entre masas que se han ofendido mútuamente: se conciben los horrores de las guerras civiles, en que tantas pasiones, tantos intereses se conculcan mútuamente y están en colision abierta; mas ferocidades sin obgeto plausible al menos; venganzas sin motivo; persecuciones sin ninguna resistencia, solo fué dado el presenciarlas á la España de aquel tiempo. Grande debió ser el asombro, el dolor y el despecho de los que fueron tratados de aquel modo, y abrumados con un rigor tan imprevisto; mas ya tenian esperiencia, ó habian oido al menos lo ocurrido hacia nueve años por las mismas causas, sin que las víctimas de entonces hubiesen sido mas merecedoras de castigo; harto bien sabian, que los mismos

ódios habian concitado en los que se creian con derecho de ser omnipotentes. ¡Se fiaban en la proteccion de los franceses, en la fé de las capitulaciones! Harto tarde les venia un desengaño que tan claro se anunciaba, desde el momento que invadieron la península: harto evidente era por los mismos hechos, que aquellos estranjeros con todos los medios de hacer daño, eran inútiles para el beneficio; que si podian, como pudieron en efecto, restituir al Rey su carácter de absoluto, eran del todo impotentes para dar á esta forma de gobierno las que probablemente deseaban.

La política que en efecto inauguró Fernando despues de restituido, á lo que llamaban su libertad, no fué la que tal vez se prometieron los libertadores. Tambien hubo chasco para el gabinete de las Tullerías, cuyas amonestaciones y consejos fueron de que en España se adoptase una conducta templada y conciliadora, que dejando á salvo todos los derechos imprescriptibles del monarca, aquietase los ánimos harto aquejados de dircordia, mostrándose indulgente y generoso, promoviendo las reformas útiles que reclamaba el genio de la época, y se debian á las mismas necesidades de España. Mas aquella corte no queria otra cosa que ser la cabeza de un partido, del intolerante, del feroz, del fanático, del que respiraba venganzas, del que se mostraba enemigo mortal de todo género de reformas y de concesiones. Los mismos soberanos de la Santa Alianza, imitaron el tono del de Francia; pero todo fue perdido para los que ébrios con su triunfo, no conocian límites á sus aspiraciones tan brutales. Si alguna vez hubo veleidades de cambio, pues aquel Rey fluctuaba con frecuencia en sus resoluciones, fueron meras ráfagas de luz, que solo servian para hacer la oscuridad mas espantosa. Inmedia: tamente que percibian alguna mudanza, redoblaban sus ataques las parcialidades furibundas, tronaban los púlpitos convertidos en tribunas demagógicas de la plebe desatada, ó llovian representaciones en contra de cualquiera innovacion, que ofreciese treguas al movimiento reaccionario que tanto brindaba á los desórdenes.

Entonces, como sucede inevitablemente á todos los partidos

TOMO III.

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vencedores, se dividió naturalmente el de los absolutistas puros, entre los que, preciándose de ilustrados querian poner cierto coto á los rigores, y los obstinados, para quienes era lícito cuanto podia promover el desenfreno y las venganzas. Muchas veces se notó esta division en el seno de los ministros; y no fueron pocas las en que una órden que se daba en público con objeto de promover un fin, se revocaba ó modificaba en secreto, para que quedase sin efecto. Cualquiera concibe que debia esta última fraccion ser la mas temible y poderosa, por ser la mas fanática y disponer de mas eficaces instrumentos. El impulso venia de altas regiones; los púlpitos, los voluntarios realistas, eran los brazos que empleaba; organizada por otra parte en sociedades secretas, daba golpes á mansalva, cuyo origen no se descubria. Fluctuaba el Rey entre las dos parcialidades, repugnándole naturalmente el ceder al impulso de ninguna. De la atroz, de la reaccionaria hasta los últimos confines de lo posible, no era en realidad cabeza.

A mediados de mayo de 1824 se espidió un decreto de amnistía, que si bien promovido por la primera parcialidad, recibió tantas modificaciones de la mano de la segunda, que se pudo mas bien llamar de nuevas persecuciones y venganzas. Se concedia por el artículo 1.° indulto y perdon general, á cuantos desde el año 1820 hasta 1.° de octubre de 1823, hubiesen tomado parte en los disturbios y escesos cometidos para conservar la Constitucion gaditana: mas pasemos á los esceptuados. 1.° Los autores de las rebeliones de las Cabezas, Isla de Leon, Coruña, Zaragoza, Oviedo y Barcelona, que habian jurado aquel código antes del 7 de marzo de 1820: 2. Los autores de la conspiracion fraguada en Madrid, que obligaron al monarca á espedir el referido decreto de 7 de marzo: 3.° El conde del Avisbal y los demas gefes militares del pronunciamiento de Ocaña: 4.° Los individuos de la junta provisional creada en 9 de marzo, y los que obligaron á crearla: 5.° Los que en los tres años firmaron ó autorizaron representaciones para que se suspendiera á S. M. de sus augustas funciones, se le destituyera, nombrara una regencia ó se sujetara á juicio algun individuo de la familia real,

y los jueces que hubiesen dictado providencias á este fin: 6.° Los que en sociedades secretas hicieron proposiciones para los objetos anunciados en el artículo auterior, y los que hubiesen asistido á las mismas despues de abolida la Constitucion: 7.° Los impugnadores de lareligion católica: 8.° Los autores de las asonadas de Madrid, de 16 de noviembre de 1820, y de 19 de febrero de 1823: 9. Los jueces y fiscales de las causas de Elio y de Goiffieux: 10. Los autores y ejecutores de los asesinatos de Vinuesa y del obispo de Vich, y de los cometidos con los presos en Granada y en la Coruña: 11. Los comandantes de guerrillas, levantadas despues de la entrada de los franeeses en España: 12. Los diputados á Córtes que votaron en 11 de junio de 1823 la destitucion del Rey, los regentes entonces nombrados, y el comandante general de las tropas que acompañaron la familia real á Cádiz: 13. Los que en América tuvieron parte en el contrato celebrado entre O-Donojú é Iturbide: 14. Los liberales que abolida la Constitucion, se trasladasen á América á apoyar su indepencia: 15. Los refugiados que en pais estranjero hubiesen tramado contra la seguridad y derechos del Rey.

Fáciles son de suponer los resultados de tantas, tan vagas y tan comprensivas escepciones. Se aumentó el número de los perseguidos, de los presos, de los encausados, de los que corrian presurosos en busca de un asilo en paises estranjeros. Los que se mandaron poner en libertad, no quedaron por esto menos sujetos al sistema tiránico de las purificaciones, como si no fuese ya bastante purificacion y hasta acrisolamiento, haber salido libres de la red enmarañada de las escepciones.

Hemos dicho que el Rey no era la verdadera cabeza del partido que le queria mas absoluto, y mas intolerante; del partido que se preciaba de ser mas monarquista que el monarca mismo. Cuanto emanaba del trono con algunos visos de tolerancia y de blandura, era objeto de las censuras mas amargas. Lo fue este decreto de amnistía, á pesar de sus duras escepciones. La idea, la voz sola de perdon é indulto, le indignaba. Pronto debia de llegar el tiempo de que este descontento se tradujese en actos mas sérios y formales. No olvidemos que uno de los capítulos de acu

sación contra el partido que llamaban moderado, era negativa y resistencia á la restauracion del Santo oficio.

Decidió, pues, este partido, encomendar sus agravios á la suerte de las armas. Era el destinado á dar el grito en Aragon el brigadier Capapé, tan conocido en las filas de los ejércitos facciosos. Mas descubierta la trama de la conjuracion, fue preso, sumergido en un calabozo y procesado.

Lo que con el brigadier Capapé no pasó de mero plan, llegó á ser hecho positivo bajo los auspicios de Besieres, tan famoso ya por mas de un título. La trama era vasta, y sin duda tenia ramificaciones dentro de Palacio. Que Besieres se creyó instrumento de planes sábiamente combinados y contaba con ausilios poderosos, aparece muy probable. A principios de agosto de 1825 alzó su pendon en Guadalajara, y recorriendo varios pueblos de toda la provincia, se vió rodeado de muchísimos voluntarios realistas que acudian con entusiasmo á sus banderas. Algunas tropas del ejército se movieron con objeto de engrosar sus filas; mas habiendo caido en sospechas sobre la indole de aquella insurreccion, mudaron de intento y se alejaron de sus rea, les. Pronto conoció Besieres que habia dado un golpe en vago. Desmayados sus parciales al ver que el ejército no secundaba el alzamiento, se retrageron y abandonaron al infeliz, caudillo al rigor del gobierno, quien espidió una órden mandando que fuesen pasados por las armas cuantos no las rindiesen á la primera intimacion, sin darlas mas tiempo que el necesario para morir como cristianos. La providencia surtió efecto: poco á poco fueron abandonando los voluntarios realistas las banderas de su nuevo gefe, declarado traidor y condenado al último suplicio en virtud de nueva órden.

Perseguido vivamente por las tropas, seguido solo de sietė, todos oficiales, cayó en su poder cerca de Molina, á donde fueron todos conducidos y en seguida pasados por las armas. Los ocho sufrieron la muerte con sereno rostro. A Besieres se le to, mó declaracion sobre su alzamiento, mas no sobre los motivos que le habian impulsado ¡Cuántos cómplices respiraron al saber que la losa del sepulcro guardaba su secreto!

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