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cerbar las cóleras de partido, y afilar esta vez mas el puñal de la venganza. Se entabló otro sistema de persecuciones: se fulminaron nuevos decretos de proscripcion: se amenazó con la muerte á los que mantuviesen correspondencia con los emigrados. Fué notable el año de 1831 por el rigor con que se trató á los que pasaban por conspiradores, y otros que lo eran en efecto. Varios planes abortaron que llenaron nuevamente las cárceles, aumentaron el número de los refugiados, y llevaron á no pocos al cadalso. Se erigieron en Madrid para el capitan de artillería D. José Torrecilla, y el librero D. Antonio Miyar: en Granada para doña Mariana Pineda, que en la prision y en el patíbulo alcanzó laureles de heroina; en Sevilla para el coronel Marquez, y solo mencionamos á los principales. Un plan, abortado tambien, en que entraron varios individuos de marina procedentes del departamento de Cádiz, hizo nuevas víctimas y costó la vida á D. Salvador Manzanares, ministro que habia sido de la Gobernacion de la Península; quien murió peleando despues de haber atravesado el pecho al primero de los que se le acercaron, enviados á prenderle.

Concluyó el año con una tragedia todavia mas terrible y dolorosa. El general Torrijos se hallaba en la bahia de Gibraltar con varios de sus adeptos, esperando coyuntura de lanzarse al campo del combate. Como su residencia allí no podia ser un misterio para amigos y enemigos, tuvieron estos mil medios de espiarle, de rodearle de falsos confidentes, de fomentar su ilusion, tal vez de armarle un lazo. El 7 de diciembre desembarcó en las costas de Málaga, sin dificultad, seguido de cincuenta y dos hombres, bastantes para animar el espíritu del pais, si hubiesen encontrado en sus playas á los que debian aguardarlos. ¿Mas dónde estaban? En vez de ellos, solo vieron las tropas que el gobernador de Málaga enviaba en su persecucion: ¡tan seguro estaba del punto en que debian de saltar á tierra! Los desgraciados, destituidos de todo ausilio humano, tuvieron que guarecerse en una especie de alqueria, donde no siendo admitidos á ninguna clase de capitulacion, no les quedó otro arbitrio que rendirse á merced de sus verdugos.

La pluma se resiste á bosquejar el cuadro del efecto que produjo tan fatal encuentro, ó mas bien tan negra alevosía. El 11 del mismo mes salieron los cincuenta y dos presos á sufrir la sentencia á que los habia condenado la corte de Madrid, de ser todos pasados por las armas. Presenció Málaga horrorizado tan atroz ejecucion: era domingo, para que tuviese mas realce el espectáculo. Allí regaron con su sangre el suelo que querian hacer libre, el general Torrijos; D. Manuel Florez Calderon, diputado y presidente que habia sido en las últimas Córtes; el anciano D, Francisco Fernandez Golfin, que lo habia sido en las constituyentes de Cádiz y en las de 1820 y 21; D. Juan Lopez Pinto, coronel de artillería; D. Roberto Boid, jóven irlandes que á tan aventurada empresa habia sacrificado su fortuna; D. Francisco de Borja Pardio, y otros varios. Todos murieron con resignacion y valor, como correspondia á hombres que abrigaban tan esforzados sentimientos. Torrijos dió la voz de fuego, á los que le iban á privar de su existencia.

Nos abstenemos de todo comentario.

Alejémonos de estas escenas de barbarie. Otras de gloria nos ofrece el año 1832, donde va á ser Portugal la figura del primer término, en el cuadro de la Europa. En 1831, tuvo que renunciar el cetro del Brasil D. Pedro en favor de su hijo, hoy Emperador reinante. El año siguiente vino á Europa y se dirigió á Inglaterra, donde se hallaba su hija Doña Maria, con los principales sostenedores de su causa.

Quizá muchos la daban por perdida, El gobierno de Doña María se hallaba á la sazon en las Islas Azores ó Terceras, que no habian querido reconocer á D. Miguel; mas ninguna esperanza ofrecia aquella posesion, de que se estendiesen á su favor las ventajas que se habian perdido para siempre.

En estas circunstancias, se encontró un hombre cuyos consejos y resolucion inflamaron los ánimos de los portugueses, haciéndoles acometer una empresa, único recurso que les restaba para reconquistar sus libertades y su patria, Este hombre no era portugues, aunque participaba de su misma suerte de emigrado. El lector habrá pronunciado ya el nombre de D. Juan Alvarez y

Mendizabal, tan enlazado desde entonces con la restauracion de Doña Maria, y la resurreccion de la Carta portuguesa.

Propuso este que se levantase cuanto antes un empréstito, para el que ofreció todos los recursos de su eficacia y su buen crédito, y que se emplease su producto en el equipo de algunos buques de vapor y alistamiento de tropas, que reunidas á las que se pudieran organizar en las Terceras, emprendiesen una espedicion sobre las costas portuguesas.

Habló Mendizabal con el acento de la conviccion, y fue creido. Hombre de espediente y de recursos, les hizo ver que á las palabras, corresponderian las obras. Como no era bastante conocido de los principales personajes portugueses, recurrió á sus amigos D. Agustin Argüelles y algunos otros emigrados españoles, quienes abonaron su persona con el Duque de Palmela, de quien era muy conocido D. Agustin, y corroboraron con sus consejos el plan de conducta que el primero proponia.

Correspondieron los efectos á las esperanzas. Se levantó el empréstito, se compraron buques, se alistaron tropas. La espcdicion zarpó inmediatamente para las Terceras, donde se organizaron hasta seis mil hombres, tanto portugueses, como estranjeros de varias procedencias. En julio de 1832 dieron la vela á Portugal, y se dirijieron con preferencia á los puntos de la costa mas próximos á Oporto, que designaron como la base de sus operaciones. Era el mismo D. Pedro quien se habia puesto á la cabeza de esta espedicion aventurada.

Fácil les fue apoderarse de esta ciudad, donde contaba la causa de Doña María con infinitos partidarios. Alentados con principios tan prósperos, creian sin duda que todo Portugal se pronunciaria á su favor, cuando se tuviese noticia de su desembarco. Mas D. Miguel noticioso de lo que pasaba, reunió un cuerpo de tropas muy considerable con las que tomó la direccion de Oporto, resuelto á sofocar en su gérmen aquella insurreccion que podria ser para él tan desastrosa. Salieron las tropas de Don Pedro en su recibimiento; pero muy inferiores en número, tuvieron que replegarse á los muros de la plaza.

Todas las ventajas de los espedicionarios, se redujeron, pues,

á la ocupacion de Oporto, que tuvieron que fortificar contra los ataques de los miguelistas. En todo el pais no se verificó movi miento alguno á favor de su partido. Las fuerzas sitiadoras los pusieron por otra parte en grande estrechez, privándolos de sus comunicaciones con el mar, de donde sacaban sus recursos.

Parecia la causa de los espedicionarios perdida sin remedio. Reducidos á un punto solo, hubiesen tenido que entregarse mas tarde ó mas temprano, á no prender la chispa de la insurreccion en algunos otros que llamasen la atencion de las tropas miguelistas. Mendizabal aconsejaba desde Londres, que para conseguir este objeto, se preparase una espedicion para desembarcar en los Algarves. Mas la idea pareció á D. Pedro sobrado temeraria. Sin embargo, tenian que esparcir la guerra por decirlo asi, ó terminarla en Oporto, entregándose á los sitiadores.

Mientras tanto se hacian en Londres los mayores esfuerzos en favor de la causa portuguesa, cuyo impulso principal venia del mismo Mendizabal. Se alistaron nuevas tropas, se armaron otros buques y se brindó con el mando de la escuadra al almirante Napier, quien aceptó el cargo muy gustoso. A bordo de la espedicion se embarcó el duque de Palmela con otros personages, partidarios fieles de Doña María. Tambien lo efectuó el mismo Mendizabal, animado siempre con la idea de la espedicion á los Algarves.

Llegaron á Oporto, sin tropiezo y se desembarazó la comunicacion con dicha plaza. Animáronse de nuevas esperanzas las tropas de don Pedro, y aun que encontró grandísima oposicion, venció en el consejo de generales la idea de llevar la guer ra á las estremidades del pais, para llamar la atencion de D. Miguel por todas partes.

Se dieron en efecto á la vela dos mil hombres, con la direccion que indicaba Mendizabal. Llegaron felizmente á los Algarbes, desprovistos de tropas, donde tuvo lugar su desembarco. No solo el pais quedó por suyo, sino que engrosando sus filas con tropas de D. Miguel, cayeron sobre el Alentejo. Resultó lo que Mendizabal preveia. La guerra se estendió: las tropas de D. Mi

guel obligadás á acudir á varios puntos, se debilitaron: los sitiados de Oporto, libres de enemigos, corrieron asimismo la campaña. El pais aterrado por los partidarios de D. Miguel, respiró y pudo hacer manifestaciones favorables. Las tropas de D. Pedro procedentes de los Algarves, batieron á seis mil miguelistas que habian salido de Lisboa, á las inmediaciones de Setubal. Para que todo favoreciese el viento de la próspera fortuna, se avistaron las escuadras de los dos partidos que hasta entonces no habian tenido encuentro alguno, habiendo quedado la que mandaba el almirante Napier, vencedora y dueña ya de aquellos mares. Son inútiles mas pormenores de una espedicion que hizo en Europa tanto ruido. Quedó victoriosa la causa de Doña María, Lisboa abrió las puertas á D. Pedro. Aclamó la capital á su antigua soberana, restableciendo la Carta constitucional, que todavia se conserva.

y

Mientras estas ocurrencias de Portugal, novedades de no menos importancia tenian lugar en nuestra España. El mal estado de la salud del Rey; los ataques de gota que tan frecuentemente le aquejaban, hacian ver que estaba próximo el fin de su reinado tormentoso. A la inquietud que naturalmente inspiraba este acontecimiento, se reunia la perspectiva de un porvenir preñado de calamidades. La cuestion de la sucesion à la corona, que no podia ser dudosa puesta en el terreno de la ley, y los usos siempre observados, se hizo un problema, gracias á la division de los partidos que entonces aquejaban á la España.

El Rey tenia entonces dos hijas de su cuarto matrimonio. Sus derechos á la sucesion, no podian ser de nadie disputados. En todas las épocas de nuestra historia, se ve á las hembras heredar á falta de varones, sin que hubiese ofrecido ninguna escepcion aquesta ley, que era asimismo la de Portugal, la de Aragon, la de Navarra.

Cuando se ajustó el enlace de María Teresa, hija de Felipe IV, con el Rey de Francia, renunció esta princesa sus derechos á la sucesion de España, por el temor de que recayese en una sola cabeza la corona de los dos paises; y una prueba de que semejante disposicion no tenia otro origen, es que los títulos de pre

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