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católica en asegurarla de que la religion inmaculada que profe samos, su doctrina, sus templos y sus ministros, serán el primero y mas grato cuidado de mi gobierno. »

Tengo la mas íntima satisfaccion de que sea un deber para mí conservar intacto el depósito de la autoridad real que se me ha confiado. Yo mantendré religiosamente la forma y las leyes fundamentales de la monarquía, sin admitir innovaciones peligrosas, aunque halagüeñas en su principio, probadas ya sobradamente por nuestra desgracia. La mejor forma de gobierno para un pais, es aquella á que está acostumbrado. Un poder estable y compacto, fundado en las leyes antiguas, respetado por las costumbres, consagrado por los siglos, es el instrumento mas poderoso para obrar el bien de los pueblos, que no se consigue debilitando la autoridad, combatiendo las ideas, las habitudes y las instituciones establecidas, contrariando los intereses y las esperanzas actuales, para crear nuevas ambiciones y exigencias, concitando las pasiones del pueblo, poniendo en lucha ó en sobresalto á los individuos, y á la sociedad entera en convulsion. Yo trasladaré el cetro de las Españas á manos de la Reina, á quien lo ha dado la ley, íntegro, sin menoscabo ni detrimento, como la ley misma se le ha dado. »

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Mas no por esto dejaré estadiza y sin cultivo, esta preciosa posesion que le espera. Conozco los males que ha traido al blo la série de nuestras calamidades, y me afanaré por aliviarlos: no ignoro, y procuraré estudiar mejor los vicios que el tiempo y los hombres han introducido en los varios ramos de la administracion pública, y me esforzaré para corregirlos. Las reformas administrativas, únicas que producen inmediatamente la prosperidad y la dicha que son el solo bien de un valor positivo para el pueblo, serán la materia permanente de mis desvelos. Yo los dedicaré muy especialmente á la diminucion de las cargas que sea compatible con la seguridad del Estado, y las urgencias del servicio; á la recta y pronta administracion de la justicia; á la seguridad de las personas y de los bienes; al fomento de todos los orígenes de la riqueza.

Para esta grande empresa de hacer la ventura de España,

necesito y espero la cooperacion unánime, la union de voluntad y conato de los españoles. Todos son hijos de la patria, interesados igualmente en su bien. No quiero saber opiniones pasadas; no quiero oir detracciones ni susurros presentes, no admito como servicios ni merecimiento influencias y manejos oscuros, ni alardes interesados de fidelidad y adhesion. Ni el nombre de la reina ni el mio son la divisa de una parcialidad, sino la bandera tutelar de la nacion: mi amor, mi proteccion, mis cuidados, son todos de todos los españoles.»

Guardaré inviolablemente los pactos contraidos con otros estados, y respetaré la independencia de todos; solo reclamaré de ellos, la recíproca fidelidad y respeto que se debe á España por justicia y por correspondencia.»

Si los españoles unidos concurren al logro de mis propósitos y el cielo bendice nuestros esfuerzos, yo entregaré un dia esta gran nacion, recobrada de sus dolencias, á miaugusta hija, para que complete la obra de su felicidad, y estienda y perpetúe el aura de gloria y de amor que circunda en los fastos de España, el ilustre nombre de Isabel. »

En el Palacio de Madrid á 4 de octubre de 1833.-Yo a Reina Gobernadora.

Era este decreto, como se ve, segunda edicion, en parte, del de noviembre anterior, espedido con igual fin y bajo la influencia del mismo ministro Zea Bermudez. Como fué el primero que abrió el actual reinado, merece un exámen detenido. Se proclamaba el despotismo, pero ilustrado: la autoridad real ejercida en su pleno poder, mas con las mejoras que reclamaba la eivilizacion, y sobre todo la situacion angustiosa en que à vuelta de tantas vicisitudes y trastornos se encontraba España. Se invocaban las leyes fundamentales de la monarquia. ¿De que monarquia? ¿De la goda? ¿De la de los siglos medios? ¿De la de los modernos, tomando por principio el XVI? Porque nadie ignora ni ignoraba entonces, que si el nombre era el mismo en tan diversas épocas, no representaba en rigor las mismas cosas Asi la espresion de leyes fundamentales era vaga, susceptible de mil diversas acepciones.

¡El despotismo ilustrado! Sabemos por esperiencia que suena muy bien esta frase en los cidos de muchísimos. Tambien concebimos que cansados otros de las vicisitudes y á veces desórdenes que causa el sistema de gobierno llamado liberal ó represent ativo, y atribuyéndolos al efecto de las mismas leyes, suspiran por la calma y el reposo, y conciben la posibilidad de hermanar los beneficios de la civilizacion, con la obediencia pasiva de todos á un supremo gobernante. ¿No parece estraño que en los tiempos que alcanzamos sea punto cuestionable? Sin embargo, lo es por desgracia; tal es la veleidad é inconstancia de los hombres que pasan de un estremo á otro; la ligereza con que se examinan los objetos solo por el lado que halaga á là pasion, ó á las ideas arraigadas; la falsa lógica que atribuye el llamado efecto á lo que no es la verdadera causa; la costumbre inveterada de confundir el abuso con el uso.

¡El gobierno de uno solo! ¿De uno que no esté sugeto al error ó á las pasiones, de un ser celestial, natural regulador y árbitro de todo por la superioridad de sus luces, por los sentimientos mas acendrados de virtud? En este caso tambien seriámos partidarios del absolutismo puro.

Mas este supremo gobernante es un hombre que paga tributo á los errores, á las pasiones de la humanidad, rodeado tal vez de otros que tienen interés en estraviar su voluntad, en pervertir su juicio. ¿Quién responde de sus estravios? ¿Dónde está la mano que los refrene ó los corrija? ¿Qué voz se eleva que ilustre á este monarca, que le dé consejos, que le enseñe la recta via de que se va alejando, que aparte con sus amonestaciones los males que están cayendo ó van á caer sobre la nacion, si este hombre solo que gobierna ó los que gobiernan en su nombre, se obstinan en seguir la misma línea de conducta?

¡Las leyes fundamentales de la monarquia! En tiempo de los reyes godos intervenian en los grandes negocios del Estado, las famosas asambleas conocidas con el nombre de concilios nacionales. Andando el tiempo, se presentaron en la escena pública las Córtes. Sin entrar en el análisis de las facultades de estos cuerpos, siempre se ve en ellos un contrapeso á la voluntad li

mitada del monarca; siempre se ve a la nacion mas o menos á bien representada, tomando alguna parte en la administracion de los negocios públicos. Sabido es que á escepcion de Inglaterra, desaparecieron en Europa á últimos del siglo XV estos cuerpos representativos. Las monarquias, de mistas que eran antes, se convirtieron en puras, en simples: un hombre solo quedó con el pleno ejercicio del poder, rigiendo los destinos del estado

entero.

Se dió y dá todavia á estas monarquias el nombre de templadas. ¿Dónde quedó el contrapeso al ejercicio del poder? ¿Quién ó quiénes tuvieron la facultad legal de poner coto á las voluntades del monarca? Contraigámonos sin buscar mas ejemplos, nuestra nacion y á la vecina.

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Nos citarán los Parlamentos de Francia como un elemento moderador: se alegará tambien que habia en aquel pais algunas provincias que se llamaban de estados, porque de cuando en cuando se reunian en ellas asambleas que tenian este nombre; mas era verdaderamente el Rey quien allí ejercia tambien sus supre mas voluntades. En cuanto á los Parlamentos tenian el derecho de representar sobre algunos asuntos de Estado, y bajo ciertas formas registraba el de Paris todos los decretos y edictos ema nados del trono, ejercia cierto derecho de censura, negándose á esta formalidad, sin lo cual no eran valederos. ¿Mas que significaba esta resistencia? ¿Cuándo dejó de ceder el Parlamento á las iras, á las amenazas, á los rigores del monarca, que muchas veces los desterraba de Paris, cuando la tenacidad se prolon gaba? Díganlo los reinados de Luis XIII, de Luis XIV, de Luis XV y aun de Luis XVI, cuando ya se tocaba á la convocacion de los famosos Estados generales.

Tambien nosotros tuvimos un consejo de Castilla, corporacion de autoridad, de peso, cuyas consultas influian mucho en varios asuntos del Estado. Mas no todos los de grave trascendencia iban á buscar sus luces, y aun los mismos consejeros carecerian de la esperiencia necesaria para resolverlos. Que no tenian ni la fuerza, ni la autoridad, ni la independencia para el remedio de los males del pais, lo patentiza la historia á cada pá

so. Es una quimera buscar un contrapeso á los desaciertos del poder en cuerpos colegiados, nombrados por el monarca mismo, de cuya buena voluntad dependen, para seguir el camino que lleva á la fortuna. Jamas estas corporaciones sirvieron de freno á la fogosidad de la ambicion, à la imprudencia de empeñarse en guerras perjudiciales al pais, á la sed de empleos, de riquezas que aquejan á los cortesanos, á los vicios y desórdenes que en esta atmósfera se nutren.

El mejor gobierno, decia el manifiesto, es aquel á que los pueblos están acostumbrados. No combatiremos hasta cierto punto esta asercion: al contrario, estableceremos el principio de que la opinion general, la opinion pública, es la base mas sólida en que se apoya todo sistema de gobierno.

Concebimos que el depotismo puro se apoyó en las opiniones del pueblo español durante el dominio de la casa de Austria, y si se quiare de la casa de Borbon, hasta el último tercio del siglo próximo pasado. Los pueblos no conocian nada mejor en materia de gobierno; se creia entorces en el derecho divino de los reyes; se veia en ellos el principio de toda ley, de toda institucion, y á estos principios se arreglaba en todo la conducta. El gobierno estaba en armonia con las ideas, con las opiniones, con los hábitos; los principios que se adquirían con la educacion, eran los mismos que se llevaban al sepulcro. ¿Cómo habia de parecer pesado un yugo con que se nacia, se vivia y se moria? No estaban los ánimos atormentados con ideas de reformas ó mejoras; la ignorancia hacia inposible las comparaciones. Los hombres que salian de la esfera comun eran pocos, y tenian gran cuidado en ocu ltar sus sentimientos. Eran buenos bajo mas de un aspecto aquellos tiempos. Eran sin duda felices, porque se vivia en calma, con tranquilidad, sin convulsiones.

Vinieron otras épocas. Por los progresos de las luces ó por otras causas que mermaron el brillo de la ilusion, se disminuyó el prestigio de la autoridad: abrieron los hombres los ojos, observaron, discutieron, censuraron: llegaron las épocas críticas como dicen los Sansimonianos. ¿Quién puede prescindir de grandes cambios, cuando son productos de grandes aconte

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