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Asi lo vió un militar muy distinguido (el general Sarsfield) que dirigió en un principio aquella guerra. Pidió para concluirla ochenta mil hombres, y esta demanda que tan exhorbitante y hasta insensata pudo parecer á algunos, indicaba la capacidad de un hombre que conocia la guerra. Mas aunque la indicacion hubiese sido tenida por prudente, no habia ochenta mil hombres que enviar á las provincias Vascongadas.

Y no hay que culpar al gobierno de entonces y á los que vinieron despues, por no haber enviado al teatro de la guerra las tropas y recursos de que carecian. Mas no hay duda de que por falta de cálculo, ó por no alarmar demasiado el espíritu público, por no dar á entender que el trono de Isabel II tenia adversarios de mucha consideracion, no se dió desde un principio á esta guerra toda la importancia que tanto merecia. Se afectó al contrario despreciar estos enemigos del trono de la reina, y designarlos con apodos, como si ellos no les pudiesen pagar con la recíproca. Siguió la guerra su curso acostumbrado. No pudiendo nosotros ocupar todo el pais, les dejamos necesariamente una parte para organizarse, vestirse, armarse, rehacerse de sus pérdidas. La proximidad á Francia debió de ofrecerles grandes recursos, y no precisamente porque el gobierno francés protegiese ó no la insurreccion, sino porque no está en manos de gobierno alguno impedir absolutamente que los departamentos de la frontera de España, introduzcan en ella sus efectos.

Reducida la guerra á persecucion, ya estaba visto el efecto que debia esperarse. Para perseguir con fruto, es preciso que el perseguidor sea mas ligero de piés que el perseguido; que conozca mejor el terreno; que el perseguido no tenga mas que un punto de refugio, que no pueda nunca dividirse, ni mucho menos dispersarse; que no encuentre ninguna proteccion en el pais, que ningunos vínculos de amistad y parentesco le liguen con sus habitantes. Todo esto militaba precisamente à favor de nuestros enemigos, y por la inversa en contra nuestra; verdad ya de todos tan sabida, que no necesita de ninguna prueba.

Por otra parte existian en Navarra y Provincias Vascongadas, recuerdos muy recientes de guerras parecidas; existian tradi

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ciones que halagaban mucho el carácter independiente de aquellos habitantes; existian muchos veteranos acostumbrados á los trabajos de una campaña, que conocian perfectamente lo que paises tan montuosos convenia. Descollaba entre estos últimos un hombre activo, emprendedor, sagaz, ambicioso (Zumalacárregui), de carácter firme y duro, que supo adquirir sobre aquellos habitantes todo el ascendiente que necesitaba en semejantes circunstancias un caudillo. Gefe de las tropas, regulador de las juntas provinciales, árbitro de los movimientos, dueño de los fondos, dictador en materia de premios y castigos, debia de ser un hombre muy temible para nuestros generales que intentaban terminar aquella guerra. Y tal se presentó en efecto. Las tropas de la insurreccion se organizaron, tuvieron armas y hasta fábricas para elaborarlas, tuvieron gefes para mandarlas segun ocurria el caso, y sobre todo gran confianza en sí mismos, en el terreno que pisaban, en el apoyo de sus habitantes. A los oficiales y gefes del pais, todos hombres de la insurreccion, se unieron varios del ejército que contribuyeron á dar mas importancia al alzamiento, tanto por esta sola circunstancia, como por la positiva utilidad de sus servicios. Así la guerra se hizo militar en todo el rigor de la espresion, y dió lugar á que se hablase de campañas, de sitios, de combates.

Nuestro ejército, es decir, el de la reina, no pudo menos de cumplir con su deber, que era el de sofocar la insurreccion, de destruir los enemigos de la patria. No pudiendo contar con el primer recurso indicado antes de ocupar materialmente todo el pais, de circunscribir, de encerrar á los carlistas en sus montes, necesariamente debieron de apelar al de las persecuciones y batallas. Así se emprendieron las primeras, y se dieron las segundas con muy poco fruto. La parte militar ofreció sin duda grandes rasgos de valor, acciones distinguidas. Escuela de oficiales y soldados fué la guerra de las provincias del Norte, y teatro al mismo tiempo de reputacion y gloria para muchos. Se multiplicaron las acciones: corrió la sangre á mares: ascensos y condecoraciones recompensaron el valor y bizarría; mas la guerra no avanzaba, las victorias no producian fruto alguno: despues de

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tomar un puesto inútil á costa de inmensos sacrificios, habia que abandonarle con la mortificacion de ser los acometedores atacados en la retirada; porque este es el resultado de toda persecucion, de todo ataque de puesto, cuya ocupacion ni es importante ni puede ser de mucha dura. Marchaban nuestras tropas al enemigo, le batian, le arrollaban, le desalojaban de sus posiciones. ¿Y qué tomaban? Peñas desnudas, un puesto inútil de donde tenian que retroceder hácia sus alojamientos. El enemigo arrollado hasta entonces, se convertia en atacador y picaba por la retaguardia; y si la noche estaba cerca, llegaban aquellos á sus cuarteles oyendo los tiros enemigos. Así, cada partido cantaba victoria; el uno, por la primera parte de la funcion: el otro, por la última: observacion que todo hombre curioso podia hacer, leyendo los partes respectivos.

Tal es, sobre poco mas o menos, la historia en grande de nuestras operaciones en Navarra, Provincias Vascongadas y demas que fueron teatros de tan fatal contienda. La guerra que nos hacia el carlismo era la antigua, la tradicional, la que habian hecho nuestros famosos guerrilleros en la de la Independencia, la que nos habian hecho los ejércitos de la fé en la época de los tres años. Para juzgar con exactitud sus operaciones, es preciso estar bien penetrado de los infinitos medios que se ofrecen á un gefe de actividad y robustez, práctico del pais, conocido y respetado de sus habibitantes, enterado de sus usos y costumbres, que cuenta con los recursos que le son necesarios, que se ve apoyado en la aspereza del pais, dueño de sus operaciones, sin plan fijo á que le sea necesario sujetarse; sobre todo, sin grandes trenes ni material que le embaracen. ¡Quién ignora todas las ventajas que de esta situacion saca un caudillo inteligente! Colocado en los paises que sirven de comunicacion á cuerpos ó divisiones diferentes; aprovechándose de la confluencia de los caminos; del paso de los rios; de los bosques y desfiladeros que conoce, le es fácil dar golpes seguros sin esponerse á grandes descalabros. Por sus espías, está enterado á tiempo de los movimientos de los enemigos. Si tienen que atravesar algun parage peligroso; si algun

convoy, si algun refuerzo debe reunirse al cuerpo del ejército, aprovecha el tiempo, se pone en acecho, sorprende á los que no percibieron su proximidad, intercepta víveres y correspondencia, hace prisioneros á los rezagados, origina pérdidas que si no son numerosas, pueden tener grande influencia física y moral en el ejército que las padece. El gefe de semejantes tropas, tiene siempre la ventaja inapreciable de no verse obligado á dar acciones; y de presentarlas, cuando están las probabilidades de su parte. Si le favorece el número y se le presenta la ocasion, ataca; sino se ve con fuerzas, se retira al abrigo del terreno que conoce á palmos. En caso de ser mas viva la persecucion, se divide: en el último apuro se dispersa, y cada hombre toma su camino, sahedor ya del nuevo punto donde deben todos reunirse. Hé aquí lo que esplica el que despues de tantos partes dados de la derrota, de la destruccion total de un cuerpo de carlistas, volvian á aparecer nuevamente con el mismo vigor que antes.

A esto se reduce cuanto tenemos que decir por ahora sobre una guerra fatal, que fué por tanto tiempo nuestro azote.

De los pormenores de las operaciones no es nuestro objeto hablar, pues exigen una historia aparte. En algunas ocasiones volveremos á esta guerra, tratándose de los movimientos de importancia que influyeron vitalmente en la política.

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El levantamiento de los carlistas era demasiado sério, para que el gobierno dejase de hablar á la nacion y esplicar sus consecuencias. Hé aquí el decreto que con fecha del 17 espidió la Reina Gobernadora.

Por una série de hechos plenamente comprobados y demasiado decisivos, tengo la funesta certidumbre de que el infante D. Cárlos María Isidro ha tomado una resolucion hóstil, aspirando á usurpar el trono de mi augusta hija Doña Isabel II, en menosprecio de la ley fundamental y vigente del Estado, de la suprema voluntad del Rey mi esposo (Q. E. E. G.), y del reconocimiento de la nacion testificado solemnemente en Córtes por los prelados, grandes, títulos y procuradores de las ciudades, á que han unido sus protestaciones de fidelidad á la primogénita del

Rey, los ayuntamientos y autoridades civiles y militares de la monarquía. Esta conspiracion temeraria, sumiria á la nacion fiel española en un abismo de males y horrores, despues de tantos y tan amargos padecimientos, como ha esperimentado en este siglo. Y no siendo esto justo, ni pudiendo yo tolerar en grave daño de los pueblos que se distraigan á fomentar la discordia civil, los medios destinados á la decorosa y pacífica subsistencia de una persona tan obligada por su alta clase, como por los estrechos vínculos de la sangre, á respetar los derechos reconocidos de la augusta hija de su hermano, y á mantener en el reino la paz que ha menester para las mejoras y alivios que espero procurarle, he determinado y mando por el presente decreto, que inmediatamente se proceda al embargo y adjudicacion al real Tesoro de todos los bienes de cualquiera especie, frutos, rentas y créditos, así procedentes de las encomiendas, como de cualesquiera otras fincas pertenecientes en propiedad, posesion ó disfrute del espresado infante D. Cárlos. Y estando segura de la inteligencia y celo por el real servicio del ministro del Consejo y Cámara de Castilla, D. Ramon Lopez Pelegrin, le nombro comisario régio con todas las facultades que sean necesarias para la ejecucion de este decreto en todas sus partes, y para nombrar y remover depositarios, administradores y cualesquiera otras personas que le parezca conveniente al mas cumplido desempeño de esta soberana resolucion. Lo tendreis entendido, etc. Palacio 17 de octubre de 1833.-A D. Francisco Zea Bermudez..

En 23 del mismo mes de octubre se amplió el decreto de amnistía que se habia espedido el año anterior, en el que estaban comprendidos muchos diputados á Górtes, que asistieron á la sesion del 11 de junio, cuando suspendieron al Rey de sus funciones. Deseando yo (así termina el decreto) en obsequio de la memoria inmortal de mi augusto esposo, cumplir sus magnánimas intenciones, respecto de los que se habian atraido su benevolencia soberana, y celebrar ademas la solemne proclamacion de la Reina Doña Isabel II mi muy amada hija, como una merced la mas grata á mi corazon, concedo por el presente decreto la

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