Imágenes de páginas
PDF
EPUB

CAPITULO XLVI.

Descontento.-Agitaciones-Ocurrencia del 18 de enero de 1835.-Debates á que dá lugar en ambos Estamentos.-Ataque á la persona del presidente del consejo de ministros.-Mas debates.-Asuntos del ejército del Norte.-Estipulacion ó convenio llamado de Lord Elliot.-Debate con este motivo en el Estamento de Procuradores.—Ciérranse las Córtes.

Poco

oco nos queda ya que decir de estas Córtes, que tuvieron diez meses de existencia. Algunas sesiones de que habrá que hacer mencion se hallan tan relacionadas con hechos importantes, que para comprenderlas, necesitamos dar de ellos un bosquejo.

El espíritu público seguia en la agitacion que mas de una vez hemos consignado en estas páginas. Cada dia se trazaba mas distintamente la línea divisoria entre los hombres de la situacion, para valernos de una frase usada hoy dia, y los que aspiraban á cambios en consonancia con sus opiniones ó intereses. Perdia terreno, en lugar de ganar prosélitos, el Estatuto Real, á pesar de las alabanzas que le prodigaban sus encomiadores. Para los partidarios de D. Cárlos era un sistema representativo, de reformas y mejoras: bastaba para que fuese objeto de sus ódios. Disgustaban cada vez mas sus estrechos límites á los partidarios de la Constitucion de Cádiz, porque tanto habian sufrido y su

frian todavia; y al poco afecto que inspiraba la cosa, se agregaba la desconfianza con que se miraban las personas. Pasaban los ministros por sobrado pegados á las instituciones que regian, por injustamente desafectos á las que antiguamente les habian dado tanta nombradía, por tenaces en resistir á exigencias que eran de la época, por admitir con conocida repugnacia varias peticiones de los Procuradores, en cuya votacion habian quedado en minoría. De las mas no se hacia uso, y la famosa, que se llamaba de derechos, habia quedado sin efecto alguno. La acusacion y sospecha, por lo menos, de iliberalismo, de apostasía, andaba en muchas lenguas, y ¿quién puede atajar el torrente de la opinion, si llega á desatarse? Por aquel tiempo, es decir, á fines de aquel año de 1834, cambió de manos el ministerio de la Guerra, y el nuevo secretario del despacho (el general Llauder), tan conocido por la parte activa tomada el año 1830 en los acontecimientos de la frontera, cuando habian querido penetrar por ella los constitucionales emigrados, dió pábulo al fuego del descontento, que se hacia ya público en conversaciones, en corrillos; y á pesar de la censura prévia, tenia por órgano la imprenta periodística de cierto colorido. Contribuyó el mal estado de nuestros asuntos militares de las provincias, teatro de la guerra, á aumentar el descontento de los que no la comprendian: y por la poca importancia que se le quiso dar desde un principio, se presentaba para muchos de conclusion muy pronta y fácil. Se atribuia, pues, por una gran mayoría el mal resultado de las operaciones á poca pericia de los gefes, á la flojedad del gobierno en aumentar sus medios de accion, ó á consideraciones y sobrados miramientos al partido de D. Cárlos; y cuando en medio de esta inquietud se oian noticias de las atrocidades cometidas por los facciosos con los que caian en sus manos, llegaba á su colmo la exaltacion, que ya ningun miramiento refrenaba.

Habia, pues, un partido deseoso de un cambio, no solo en el personal de la administracion, sino en los principios de política. De estas aspiraciones á que daba vado la palabra, y en todo cuanto le era lícito la pluma, se pasó á los hechos que vamos á

consignar en nuestras páginas, con la brevedad y concision que en la parte histórica de nuestro escrito hemos observado escrupulosamente. Si estos ejemplos y lecciones no son útiles, servirán al menos para confirmar con toda evidencia una verdad que dejamos indicada en varios pasages de este escrito. Cuantos conflictos, movimientos contrarios á la tranquilidad y el orden público ocurrieron de 1820 á 1825, fueron achacados por los pocos amigos de aquella Constitucion, á su carácter democrático, á la unidad de su Cámara legislativa, á la carencia del veto absoluto, á las pocas facultades del Rey ó sea de los ministros que obraban en su nombre. Nosotros hicimos ver, que era un error achacar á las leyes lo que era efecto de las pasiones y vicios de los hombres; que todas las facultades de que pueda estar un gobierno revestido son inútiles, cuando falta el tino, el don verda. dero de gobierno, ó mas bien, y esto es lo cierto, cuando las cosas son mas fuertes que las leyes y los hombres. Para los detractores del Código de Gádiz, era el Estatuto Real el gran desideratum. Nada les faltaba: dos Cámaras ó Estamentos, nombrados por la corona el uno; sujeto el otro á una ley bastante restrictiva para electores y elegibles: en ninguno de ellos, la iniciativa de las leyes; el veto absoluto; facultad omnímoda en el Rey de abrirlos, de cerrarlos, de suspenderlos, de disolver el popular: revestido el gobierno de todos los poderes para administrar como lo creyese propio, y la imprenta periodística sujeta á la censura prévia. Las tertulias patrióticas no habian vuelto á abrirse habian desaparecido aquellos alborotos y vociferaciones que alarmaron tanto en otro tiempo; y en cuanto a canciones, parecian todas olvidadas. Sin embargo de este órden de cosas, que tan quieto y halagüeño se ofrecia, hubo conflictos mucho mas sérios, movimientos mas graves, de mucho mas compromiso y trascendencia que en la época de los tres años. Con estudio no hemos apuntado en su lugar correspondiente las escenas terribles que tuvieron lugar el 17 de julio en Madrid, de que se hizo mencion en el discurso régio á la apertura de las Córtes, y que resonaron mas de una vez en el seno de ambos Estamentos. No fueron aquellas atrocidades obra

de un instante, como sucedió en el asesinato de Vinuesa, sino que duraron horas antes que las autoridades locales con sus grandes medios de accion, pudiesen ó supiesen refrenarlas. No achaquemos, pues, á falta de las leyes, lo que solo son faltas de los hombres.

Desde principios de enero se susurraba en Madrid, que estaba próximo un movimiento dirigido contra los hombres y las cosas que entonces dominaban. Se decia que el plan era muy vasto, y hábilmente combinado entre personas de grande influencia política y nombre conocido. El rumor no pasaba de aquí para los estraños al negocio, entre los que se hallaba el autor de aquestas líneas. Que llegó á oidos del gobierno, es evidente, puesto que en la noche del 17 de enero, víspera del movimiento, se mandó poner piquetes de seguridad en las casas de los ministros y otros personages de importancia. Por una rara casualidad, la tropa que debia abrir este servicio pertenccia al regimiento de infantería ligero 2.° de Aragon, con quien se contaba para operar el dia siguiente. Fué, pues, fácil hacerle salir del cuartel con este pretesto á eso de las dos de la mañana; mas observando el oficial de la guardia de prevencion que la gente era mas que la que podia exigir el servicio de los piquetes, entró en sospecha, é inmediatamente la comunicó á su coronel en un parte por escrito. Este papel fué interceptado en el camino, lo que permitió á la columna emprender su movimiento sin oposicion y llegar tranquilamente á su proyectado destino, que era la casa de correos, de cuyo edificio se apoderó en el acto, desarmando la guardia del Principal, incapaz de resistir á embestida tan inesperada.

Ascendia esta fuerza invasora de 600 á 700 hombres, sin mas oficiales que D. Cayetano Cardero, ayudante del batallon, gefe de ella, y el abanderado del mismo D. Marcelino Rueda. Solo los sargentos sabian algo del plan, aunque no todo; los otros obraban meramente por adhesion ciega á las voluntades de su nuevo comandante. Se estableció militarmente Cardero en aquella posicion, tomando las precauciones que las circunstancias requerian, sin ruido, sin estrépito, sin que se oyese un

solo tiro. Sucedió esto á las seis, casi al momento de rayar el alba. Una hora despues, mandó tocar la generala.

Grande fué la sorpresa con que se oyó en Madrid y se supo el motivo, á saber; que estaba ocupada militarmente y con violencia, la casa de correos. Inmediatamente se supuso que otros puntos lo estarian tambien. ¿Quién se habia de imaginar que 600 ó 700 hombres se habian de ir á encerrar en un punto aislado, donde dentro de una hora se les podia reducir todos á cenizas? La casa de correos, era sin duda, uno de los diferentes puestos ocupados militarmente por el alzamiento; asi debió de ser; mas tardó poco en saberse que era él solo.

Entre las siete y las ocho de la mañana se presentó delante de la casa de correos el capitan general, á pie y solo; tal era su confianza de que bastaba su persona para sofocar aquel movimiento sedicioso. Intimó la rendicion al gefe de la tropa, mas no hizo la impresion á que creyó le daba derecho su presencia. Los soldados que se hallaban á la puerta del edificio permanecieron silenciosos: Cardero le hizo ver que habiendo ya cumplido con lo que exigia su autoridad, le era forzoso ceder á la fuerza de las circunstancias. Parecia natural que aquel gefe superior se retirase entonces, para volver con fuerzas que le asegurasen la de. ferencia que no habian tenido sus palabras; pero insistió de nue. vo, comprometiendo cada vez mas el prestigio de la obediencia militar, ya tan vulnerada en su persona. Que entre él y Cardero mediaron espresiones agrias, parecia natural; que el general perpetró algunos actos de violencia, y que dió gritos á la guardia para que matasen al oficial, se dijo entonces, y parece verosímil. De esta pugna y conflicto que se pudo haber evitado, resultó la muerte del general que cayó en el suelo de un balazo. ¿Partió el tiro de los soldados de Cardero? ¿Cometió este asesinato alguno de los varios paisanos, ó milicianos urbanos que la curiosidad ó sentimientos mas vivos habian atraido á las inmediaciones de la casa de correos? Es imposible decidirlo. Mas el general no habia sido blanco de desacato alguno á su primera presentacion, y para Cardero nada podia, por otra parte, ser mas desagradable, que comenzar sus operaciones con una atro

« AnteriorContinuar »