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cacion sobre el asunto con el Rey, que manifestaba mirar esta medida con estrema repugnancia. Hasta entonces habian vencido sin gran dificultad cuantas resistencias les habia presentado en varias ocasiones; mas esta vez se hallaron con una tan positiva y espresada en términos tan fuertes, que no daba lugar á subterfugios. Los ministros vieron que habia llegado la hora de dar su dimision, y se retiraron de su presencia, sin tratar de llevar mas adelante este negocio. Dos horas despues volvieron á solicitar audiencia, no para entablarle de nuevo, si no para tratar de los efectos de la primera conferencia; mas no fueron admitidos. El dia siguiente, 19 de febrero, debian terminar sus sesiones las Córtes estraordinarias. El Rey no quiso asistir á cerrarlas en persona. Los ministros difirieron naturalmente el paso de dar su dimision, para despues de concluido dicho acto.

CAPITULO XXXVI.

Ciérranse las Córtes estraordinarias.-Exoneracion del ministerio.-Es repuesto con violencia.-Abrénse las Córtes ordinarias.-Resolucion de estas sobre su salida y la del gobierno.-Consultas.-Se decide definitivamente el punto. Salida del Rey.—Id. de las Córtes.-Llegada á Sevilla.-Continúan las Córtés sus sesiones.-Leen los ministros sus memorias.-Fin de su administracion.-Consideraciones sobre su conducta.

Fué fria la ceremonia de la clausura, preocupados como es

taban los ánimos con la ocurrencia de la noche antecedente. El presidente (Sr. Ruiz de la Vega) leyó el discurso del Rey, del que nada copiamos; ¡tan en contradiccion estaba con sentimientos é intenciones de que se hacia poquísimo misterio!

Pocos momentos despues de su vuelta á las secretarías, recibieron los ministros su exoneracion en toda forma, á escepcion del de Hacienda, á quien se encomendó el cargo de comunicarles el decreto.

Los depuestos se hallaban personalmente en una posicion satisfactoria, á la que habian aspirado desde su entrada en los negocios. Caian por haber querido llevar adelante una medida de salvacion, considerada como tal por cuantos no escuchaban la voz de su pasion particular, ó no abrigaban torcidas intenciones. Caian con la reputacion de hombres adictos á sus principios, y que en todo el tiempo de su administracion, no habian

desmentido las opiniones ni el carácter con que eran conocidos. Si para algunos de mas moderados sentimientos, ó no bien penetrados de la importancia de la cuestion política que entonces se agitaba, pudieron pasar por demasiado inflexibles ó poco diestros en el manejo de un negocio que ninguna sagacidad necesitaba', sobre su honor y patriotismo, no podia caer la menor mancha. Ya con pocas ilusiones de las cosas y los hombres, no podian salir de la escena en mejor conyuntura para ellas, unas personas de su carácter, antecedentes y compromisos, que no habian aspirado á favor ninguno de la corte.

Al anochecer del mismo dia 19 hubo un alboroto en Madrid, con objeto de pedir la reposicion de los ministros. Se llenó de gente la plazuela de Palacio, y se oyeron vociferaciones y gritos en el sentido que llevamos dicho. Los enemigos del ministerio no se descuidaron despues, en pintar esta escena con los colores mas odiosos y mas negros. El que escribe estas líneas se hallaba muy lejos de ella, para que pueda entrar en ninguno de sus pormenores. No dió lugar á golpes ni efusion de sangre. Bastante y harto fue el desórden, cuando para calmarle se vió obligado el Rey á revocar los decretos espedidos algunas horas antes. Los ministros recibieron á eso de las once de la noche el oficio de su reposicion provisional, acompañado de una órden que los llamaba á sus puestos inmediatamente.

¿Qué harian los ministros en situacion tan nueva y tan estraordinaria? De cualquiera modo que se condujesen, iban á ser blanco de amargas invectivas. Resistiendo la reposicion, se les hubiese acusado de dar nuevo pábulo á la efervescencia de los ánimos: aceptándolas, de estar en connivencia con los alborotados. En aquel conflicto, verdaderamente amargo, se decidieron por el partido que les pareció mas patriótico, y que les fue sugerido por los individuos mas influyentes y mejor intencionados de las Córtes; á saber, el de aceptar, y de volver por el momento á la direccion de los negocios. Pasada poco mas de media noche, quedó enteramente terminado este negocio, y restaurado el órden á las inmediaciones de palacio.

Los ministros no podian conservarse en sus puestos, bajo el

régimen constitucional que concedia al Rey, del modo mas espreso, la facultad de nombrar y remover los secretarios del despacho. No debian, pues, considerarse en tal capacidad los que habian sido repuestos por una violencia, con tanta repugnancia suya. Los que se hallaban en este caso, sintieron todo el peso de la gravísima responsabilidad que sobre ellos recaia, y se decidieron á salir cuanto mas antes de aquella situacion estraordinaria. Asi lo espusieron francamente al Rey dando su dimision, y manifestándole al mismo tiempo de palabra, que era imposible hiciesen ya servicio alguno, colocados en circunstancias tan equívocas. Habia espirado de hecho su poder el 19 de febrero. Reconoció el monarca lo justo de su esposicion, y los exoneró en los términos mas honoríficos y mas satisfactorios; pero aplazando su salida, para cuando en las Córtes ordinarias que iban á abrirse de allí á pocos dias, hubiesen leido las memorias de sus ramos respectivos. Al mismo tiempo nombró el ministerio que debia sucederles, compuesto de D. Alvaro Florez Estrada, para Estado; D. Antonio Diaz del Moral, para Gobernacion; D. José Zorraquin, para Gracia y Justicia; D. Lorenzo Calvo de Rozas, para Hacienda; D. José María Torrijos (ausente entonces en Navarra), para Guerra; y D. Ramon Romay, para Marina. Todos pertenecian á las filas de los mas acendrados liberales.

Se abrieron las Córtes ordinarias el 1.° de marzo, como de costumbre; mas tampoco se presentó el Rey á solemnizar la ceremonia. Nada diremos del discurso régio leido por el presidente (el Sr. Flores Calderon), pues variaba muy poco del del 19 de febrero. El 2 fueron llamados á su seno los ministros. Luego que se presentaron, se les interrogó sobre los movimientos del ejército de observacion francés situado en las provincias fronterizas, y lo que teníamos que temer de aquella parte. Respondió el ministro de Estado, que nuestras relaciones estaban interrumpidas como era público; que el ejército de observacion francés tomaba una actitud hostil, que era de temerse la realizacion de las amenazas de todos conocidas; mas que para enterar mejor á las Córtes de cuantos pormenores deseaban saber relativos al asunto, iba á tener el honor de leer la memoria de oficio relativa á su ra

mo, en que estaban todos consignados. No permitieron las Córtes que se procediese á su lectura; y partiendo de este asunto el de la situacion en que podia verse la capital en caso que se verificase la invasion, se trató nuevamente del punto tan debatido en otras sesiones, y recayó una resolucion formal de que se suspendiese por entonces la lectura de las memo rias de los secretarios del despacho, de que se invitase de nuevo al Rey á dar cuanto mas antes un paso tan indispensable, como era el de su traslacion á un punto mas seguro; autorizando al gobierno, para tomar cuantas medidas juzgase necesarias al efecto.

La sesion se levantó en el acto; los ministros quedaron envueltos en nuevos embarazos. Convencidos de la necesidad de la partida, por la obstinada resistencia que ponian sus contrarios, se resolvieron á pasar por todo á fin de corresponder à la confianza de las Górtes, á no volver atras de su firme intencion de conseguir á toda costa un fin tan deseado. Las voces de los que en diversos sentidos motejaban la traslacion, fueron desoidas: se allanaron poco á poco obstáculos que se tenian por insuperables. Cedió algo el Rey en su resistencia personal: á los dictámenes de los facultativos contrarios al viage, por creerle incompatible con el estado de la salud del Rey, se opusieron otros en sentido inverso, haciendo ver que su mal mejoraria visiblemente, con un viage benigno á cortas jornadas. Quedó este resuelto, á pesar de tantas intrigas que se pusieron de por medio; el Rey fijó el 20 de marzo para su partida. Los contrarios hicieron esparcir la voz de que el movimiento seria acompañado de desórdenes y turbulencias, de que el dia que tuviese efecto seria uno de los mas críticos y aciagos de cuantos nos habian hasta entonces afligido. El gobierno sordo, siguió adelante con sus preparativos; se buscaron recursos para sufragar los gastos, indispensables á un movimiento que comprendia tantas cosas y personas. Se nombraron las tropas del ejército y milicia nacional que debian de servir de escolta de honor y de seguridad en aquella larga marcha, y á las 8 de la mañana del dia prefijado, se verificó la salida del modo mas pacífico y solemne, en medio de un concurso estraordinario, sin que se hubiese alterado en lo mas mínimo

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