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de la familia reinante habia hecho necesarias, fácil será concebir que aquel ejército era muy distinto del que habia llevado las águilas del Imperio á tantas naciones de la Europa. Se componia la infantería de nuevos conscriptos en su totalidad, sin ninguna instruccion ni hábitos de disciplina, y casi en igual caso se hallaba la caballería. Se habian sacado para hacer esta campaña de la oscuridad en que yacían, muchos oficiales veteranos y aguerridos; mas esta misma heterogeneidad, era ya un gérmen de division, y un principio de desórden en caso de cualquier revés debido á las inevitables vicisitudes de la guerra. Veia, pues, la nacion francesa con disgusto y aprension, que se organizaba un ejército destinado á objeto tan repugnante, como acabar con las instituciones liberales de la nacion vecina: marchaban las tropas sin ilusion, sin entusiasmo, con el recuerdo siempre vivo de las calamidades y desastres que habian padecido las legiones francesas en la guerra de la independencia. Para aumento de dificultades, se vió reunido el ejército francés en la frontera sin ningun servicio organizado, sin medios de asegurar la subsistencia de las tropas en el pais enemigo, donde era posible que de todo careciesen. Fue preciso que el ministro de la Guerra se trasladase á Bayona para dar un impulso á este negocio, y que un famoso contratista, hombre de recursos y genio, que habia negociado el empréstito de la regencia de la Seo de Urgel, hubiese tomado sobre su responsabilidad é inmenso crédito, haeer frente á todas las dificultades. Reunido el ejército en la frontera, era ya urgente para el gabinete francés ponerle en movimiento, tanto para mostrar al mundo que no habia desplegado en vano este aparato de poder, como para atajar en gérmen elementos de sedicion, que comenzaban á notarse ó sospecharse entre sus filas.

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El 7 de abril atravesó el Pirineo el ejército francés formado en cinco cuerpos, compuesto de cien mil hombres escasos, entre los que se contaban los facciosos de las provincias Vascongadas y Navarra. Acompañaba al generalísimo, duque de Angulema, en clase de consejero, un comisario régio;, detrás del ejército francés marchaba una nueva regencia recientemente organizada

en Bayona, compuesta del general D. Francisco Eguia, baron de Eroles, D. Antonio Calderon y. D. Juan Bautista Erro. Su primer documento público, despues de recibir la investidura, fue anunciar á la nacion española, que todas las cosas volvian al mismo estado en que se hallaban el 7 de marzo de 1820.

Por fortuna, no ha sido nunca nuestro plan entrar en pormenores de ninguna guerra, ni describir operaciones militares. Por fortuna, lo decimos en las actuales circunstancias; si alguna vez nos aplaudimos de este pensamiento, es al ocuparnos en la nueya invasion de la Península. ¿Cómo nos resolveriamos á individualizar la lid ó simulacro de la lid que se ofrece á nuestros ojos, sin que en muchas ocasiones se nos cayese la pluma de las manos de dolor y de vergüenza? ¡Harto feo es el cuadro contemplado en grande! ¡ Harto escandaloso el espectáculo de una nacion que preciada de ser el móvil y el centro de la civilizacion del mundo, envia sus ejércitos á España con el objeto de restablecer el despotismo en sus formas mas odiosas! ¡Harto horrible el de este ejército manchando su gloria adquirida en tantos combates en obsequio de la libertad, convertido en socio, en auxiliar, en instrumento de los Mosen Anton y los Trapenses, de la canalla y de los frailes fanáticos que, á todos los crí, menes brindaban! ¡Jamas se habia cubierto de tanta, mancha gabinete alguno, como el de las Tullerías, á cuya cabeza se hallaba el famoso Chateaubriand, que vimos en estos años vender-+ se por acérrimo campeon de las ideas liberales! ¡Jamás se habia allanado el camino a la invasion con astucia mas engañosa y mas ratera, con pretestos mas odiosos, con hipocresía mas baja y mas indigna de una nacion fuerte! A tener intenciones de es tablecer en España un gobierno regular, de librarla como proclamaban de los enemigos del reposo público, de sustituir las instituciones que llamaban democráticas con otras mas análogas á las suyas propias, lo hubiesen anunciado con alguna claridad, hubiesen dado algunas garantías, rodeándose de hombres, de sentimientos moderados y conciliadores; no hubiesen, sobre todo, nombrado una regencia, cuyas personas conocidas todas por sus servicios á favor del despotismo, cran ya un presagio

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de la espantosa reaccion que á España amenazaba. Mas el gabinete francés se mostró fiel observador de los compromisos contraidos en Verona, de destruir en todas partes el sistema representativo. Era su objeto solo restablecer en España el despotismo, cualesquiera que fuesen las formas de que iba á revestirse, y hacer que este golpe de fuerza debido al poderío de sus armas resonase en Francia, donde la sombra de las instituciones liberales que aun regian, eran objeto de tanto ódio, de tan profunda enemiga para los apoyos fanáticos de la legitimidad de los Borbones. Soldados, habia dicho en Bayona el 3 de abril el duque de Angulema; no ha puesto las armas en nuestras manos el espíritu de conquista; motivo mas generoso nos anima: vamos á restituir un Rey á su trono, á reconciliar al pueblo con su monarca, á restablecer en un pais, presa de la anarquía, el órden necesario para la ventura y la seguridad de ambos Estados. Soldados: respetad y haced respetar la religion, la ley y la propiedad: así facilitareis el cumplimiento del deber que he contraido, de mantener las leyes y la mas exacta disciplina. Hé aquí todo lo que en momentos tan solemnes de una invasion en España ocurria al príncipe generalísimo, y al grave consejero que le acompañaba.

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El ejército francés atravesó sin inconveniente ni resistencia alguna la frontera: ninguna encontró en sus marchas sucesivas hasta el Ebro: con la mayor calma y desembarazo pasó este rio, y continuo su marcha camino de la capital sin tropezar con un solo enemigo. Los soldados franceses aterrados con los recuerdos de la guerra anterior, que en cada bosque, en cada garganta, en cada eminencia que dominaba el camino contaban al menos con partidas de guerrillas, se asombraban de hacer marchas tan fáciles, tan cómodas, sin ninguna clase de conflictos. Tal vez esta misma facilidad se les hacia sospechosa y creian seguramente que la verdadera resistencia se hallaba en sitios mas distantes, donde un revés tan lejos de la frontera, pudiese ser para ellos de las mas calamitosas consecuencias. ¡Vanos miedos! Poco se imaginaban que el fusil que habian cargado en Bayona, le irian á descargar á Cádiz..... por via de limpieza."

Ballesteros que tenia mas de veinte mil hombres á su disposicion, que contaba las provincias Vascongadas y Navarra entre las confiadas á su mando, no se presentó delante de las tropas invasoras, ni trató de embarazar su marcha en parte alguna. Lo mismo le sucedió en Aragon á donde se trasladó en seguida, marchando delante del general Molitor como sirviéndole de itinerario, hasta que al fin se trasladó á Valencia, libertándola de un sitio que la tenia puesto el paisanage de los alrededores.

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El general Morillo se hallaba organizando sus fuerzas entre las provincias de Galicia y de Leon: lo mismo hacia el conde del Avisbal con las suyas en Castilla la Nueva, dándose los aires de ir á disputar á los franceses el punto importantísimo de Somosierra. Asi al menos lo esperaba el público, cuando por una de las veleidades tan frecuentes en la conducta de este personage, se introdujo el desórden y desorganizacion moral en un cuerpo de tropas que tan halagüeñas ilusiones inspiraba.

El conde de Montijo, de tan triste celebridad en toda aquella época de nuestra historia, fué el principal agente de una trama en que so color de reformas en el código constitucional, tendia nada menos que á paralizar los esfuerzos de las armas nacionales. Con este objeto escribió una carta fecha 11 de mayo al gene-; ral en gefe, haciéndole ver lo temerario y loco del compromiso en que le veia empeñado, peleando en favor de una Constitucion que el pueblo aborrecia: que el entusiasmo con que la muchedumbre acogia en todas partes á las tropas invasoras, le hacia ver bien claro la enorme diferencia de aquellos tiempos á los de 1808, en que se habia alzado en masa contra los mismos es-' tranjeros que la intencion de estos no podia ser de ningun modo restablecer el antiguo absolutismo, ya imposible en España como la misma Constitucion de Cádiz; y que por último haria un servicio insigne á España y apreciado en Europa, declarándose independiente de un gobierno que tenia prisionero al Rey, protector de un órden de cosas que ni fuese el antiguo absolutismo, ni tampoco la Constitucion de Cádiz que no era practicable.

El conde del Avisbal que habia cambiado tantas veces de

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divisa, y que sin duda estaba en inteligencia con el de Montijo, contestó á este el 15 de mayo: «que como jefe del ejército y de aquel distrito debia cumplir las órdenes del gobierno á củya cabeza existia el monarca, no obstante, que estaba convencido de que por desgracia de la nacion, el ministerio actual no podia sacarla del abismo en que la habia sumido la impericia del anterior. Que como á ciudadano español que puede sin faltar á lás leyes pensar lo que le parezca sobre la situacion del reino, opi naba que la mayoría de los españoles no queria la Constitucion de 1812, sin entrar en el exámen de las causas que hubiesen producido el descontento. Que los hombres honrados únicamente deseaban una Constitucion, que reuniese la voluntad de todos los españoles; que el vulgo carecia de opinion; que obraba por la costumbre inveterada que le hacia respetar lo mas antiguo como' lo mas justo, y que los medios que en su concepto debian emplearse para restablecer la paz y union, eran: primero, anunciar á los invasores que la nacion de acuerdo con el ejército y con el Rey, convenia en modificar el código vigente en todos los puntos que fuesen necesarios para reunir los ánimos de los españoles, asegurar su felicidad y el esplendor del trono, y que por consiguiente debia retirarse á la otra parte de los Pirineos, y negociar allí por medio de sus embajadores. Segundo, que S. M. y el gobierno regresasen á Madrid, para que no se dijese que la familia real permanecia en Sevilla contra su voluntad. Tercero, que para verificar las reformas anunciadas, se convocasen nuevas Córtes pará que los diputados no careciesen de los poderes necesarios. Cuarto, que S. M. nombrase un minis terio que no perteneciese á ningun partido, y mereciese la confianza de todos, inclusa la de las potencias estranjeras. Y quinto, que se decretase un olvido general de todo lo pasado. Concluia asegurando que deseaba á costa de su sangre propia, evitar el derramamiento de la agena..

Toda esta fraseológia tan trillada y manoseada entonces, solo probaba una cosa, á saber: que el conde queria dar un coloridopolítico cualquiera, á la defeccion que meditaba. No le dejaba este desco de salir á toda costa del compromiso sério en que se

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