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hallaba, conocer el absurdo de esta respuesta, que hizo imprimir á título de manifiesto. Los cinco medios que proponia de salvacion en aquellas circunstancias eran otros tantos despropósitos, cuyo análisis repugna al buen sentido. La única salvacion era combatir de todos modos y en cualquier terreno á los enemigos de la libertad é independencia de su patria, en cumplimiento de la mision que habia aceptado voluntariamente; el mas derecho camino era, que sin mezclarse en cuestiones de política, ya inútiles entonces, diese ejemplos de valor y hasta de heroismo á sus subordinados.

Produjo la publicacion de estos dos escritos tan estraños, el efecto que podia imaginarse, y al que aspiraban sus autores. Se oyeron las voces de traicion y de traidor en las filas del ejér cito. Negaron obediencia al general en jefe la mayor parte de los oficiales, unos por sentimientos de lealtad y firmeza de principios; tal vez otros por motivos muy diversos. En el consejo de guerra convocado por el conde para oir su parecer acerca de su publicacion, se manifestaron señales del mas vivo descontento. Algunos jefes, y entre ellos el intendente del ejército, no quisie ron ni aun tomar el asiento con que se les brindaba. Quedó roto desde aquel momento para el conde su baston de mando, y destruidos los lazos de la disciplina del ejército. La desercion se manifestó en sus filas, y los oficiales se dividieron en bandos sobre los medios de alejar las calamidades que se comenzaban á agolpar sobre la patria. ¿Qué medios habia ya de llevar contra el enemigo aquel ejército? El conde del Avisbal se vió obligado á refujiarse, para escapar á las iras de la soldadesca. El general Castel-Dos-Rius, en quien recayó el mando, no tuvo otro arbitrio que sacar sus tropas de Madrid, y tomar con ellas la direccion de Estremadura. Quedó el general Zayas en la capital para contener el desórden de la muchedumbre, mientras llegaba con su ejército el príncipe generalisímo que habia ya pasado de Buitrago.

Entre tanto Besieres, que ya se hallaba á las inmediaciones de Madrid, manifestó á Zayas sus intenciones de entrar antes que los franceses, puesto que les servia de vanguardia. Respondió el TOMO III. 11

general que mediaba un convenio ó capitulacion con el general francés, ajustado por el ayuntamiento de Madrid el 19; mas Besieres sin tener en cuenta dicho obstáculo, se presentó con sus tropas y penetró por las calles de la capital, donde encontraron una viva resistencia por parte de las nacionales. Fué el choque violento y feroz; quedó el suelo sembrado de cadáveres. Ostigados los facciosos y llevados por los nuestros hasta el Retiro donde pensaban hacerse fuertes, tuvieron por fin que abandonar la capital, merced á las acertadas disposiciones de un general tan valiente y entendido como el general Zayas, y á la bizarría de las pocas tropas que estaban á sus órdenes. Al lado de los facciosos perecieron algunos paisanos, deseosos de tomar parte en el saqueo con que sin duda contaban, pues solo con este objeto se habian apresurado tanto á ganar por la mano á los franceses. Apuró con este motivo Zayas al general francés á que cuanto mas antes apresurase la entrada, para libertarla de este desastre. El 23 de mayo se presentó en sus puertas el príncipe generalísimo, mientras se retiraba por la parte opuesta el general español acosado de la plebe, rabiosa por el botin que les habia quitado de las manos.

Fueron recibidos los franceses en Madrid con muestras del mas vivo regocijo por la muchedumbre. Vitores, cantos populares, bailes en las calles de los barrios bajos, celebraban la venida y los triunfos de los enemigos y destructores de nuestras libertades. Si no hubo el saqueo á que muchos aspiraban, se desencadenaron las feroces pasiones de las turbas contra los conocidos por constitucionales. Por no repetir descripciones cuyo fondo es casi el mismo, se vieron iguales escenas á las que tuvieron lugar en el año de 14, y que ya se habian verificado en todos los puntos por donde habian pasado los franceses. ¿Era el mismo pueblo que en el año de 8 se habia alzado en masa, apellidando guerra contra estos estranjeros? Sí; era el mismo pueblo, y la misma muchedumbre, prontos siempre como todos los del mundo á ceder á los impulsos de los que les incitan al esceso y al desórden, desencadenados aquí contra tiranos, corriendo allí á la muerte por forjarse grillos, cebándose mas allá en la sangre de los que

les designa como enemigos de su religion, y en todas ocasiones instrumentos ciegos de los que les imprimen sus pasiones. Los mismos que tanto contribuyeron á que clamasen por su independencia cuando las huestes de Napoleon amenazaban su poder, sus riquezas y su influencia, los incitaron á clamar por los desagravios del trono y del altar, cuando estaban amenazados de igual detrimento por las instituciones liberales. ¿Qué estraño era, pues, que moviesen ahora la masa popular á favor de los franceses, único medio ya que les restaban de volver á lo perdido? Hé aquí la esplicacion natural y sencilla de un fenómeno que parece una contradiccion para los que no suben á sus causas, y que entonces, como nueve años antes, se presentó como un fuerte argumento de las repugnancias del pueblo español contra la Constitucion de Cádiz, como si esta Constitucion fuese conocida de las clases bajas, como si las influyentes que las dirijian, no hubiesen puesto un empeño tenaz en presentársela con el carácter de enemiga de Dios y de los hombres!

Uno de los primeros actos del príncipe generalísimo fue el nombramiento de una nueva regencia, cuyo encargo confiara á los consejos. Los principales pasages de su proclama, dirigida á la nacion con fecha de 23 de mayo en Alcobendas, fueron los siguientes: «Españoles: si vuestro Rey se hallase aun en su capital, estaria muy cerca de acabarse el honroso encargo que el Rey mi tio me ha confiado, y que sabeis en toda su estension. Despues de haber vuelto la libertad al monarca, nada me quedaria que hacer sino llamar su paternal cuidado hácia los males que han padecido sus pueblos, y hacia la necesidad que tienen de reposo para ahora y de seguridad para lo futuro. La ausencia del Rey me impone otros deberes. El mando del ejército me corresponde; pero las provincias libertadas por nuestros soldados aliados, no pueden ni deben ser gobernadas por estranjeros. Desde las fronteras hasta las puertas de Madrid, su administracion ha sido encargada provisionalmente á españoles honrados, cuya fidelidad y adhesion conoce el Rey; los cuales en estas escabrosas circunstancias, han adquirido nuevos derechos á su gratitud y al aprecio de la nacion. Ha llegado el momento de establecer de un modo

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firme la regencia que debe encargarse de administrar el pais, de organizar un ejército y de ponerse de acuerdo conmigo sobre los medios de llevar á efecto la grande obra de libertar á vuestro Rey. Este establecimiento presenta dificultades reales, que la honradez y la franqueza no permiten ocultar; pero que la necesidad debe vencer. La eleccion de S. M. no puede sabersc. No es posible llamar á las provincias para que concurran á ella, sin esponerse á prolongar dolorosamente los males que afligen al Rey y á la nacion. En estas circunstancias difíciles, y para las cuales no ofrece lo pasado ningun ejemplo que seguir, he pensado que el modo mas conveniente, mas nacional y mas agradable al Rey, era convocar el antiguo consejo de Castilla y el de Indias, cayas altas y varias atribuciones abrazan el reino y sus provincias ultramarinas, y el conferir á estos grandes cuerpos independientes por su elevacion y por la situacion política de los sugetos que los componen, el cuidado de señalar ellos mismos á los individuos de la regencia. A consecuencia he citado á los precitados consejos, que os harán conocer su eleccion. Los sugetos sobre quienes hayan recaido sus votos, ejercerán un poder necesario hasta que llegue el deseado dia en que vuestro Rey, dichoso y libre, pueda ocuparse en consolidar su trono, asegurando al mismo tiempo la felicidad que debe â sus vasallos.—¡Españoles! Creed la palabra de un Borbon. El monarca benéfico que me ha enviado hácia vosotros, jamás separará en sus votos la libertad de un Rey de su misma sangre, y las justas esperanzas de una nacion grande y generosa, aliada y amiga de la Francia. Cuartel general de Alcobendas, á 25 dẹ mayo de 1823.-Luis Antonio.-Por S. A. R., el príncipe generalísimo, el consejo de Estado, comisario civil de S. M. Cristianísima-De Marting.

En vista de esta alocucion, que realmente era una órden, propusieron los consejos reunidos al duque del Infantado; al duque de Montemar; al baron de Eroles; al obispo de Osma, y á D. Antonio Gonzalez Calderon; quienes con la aprobacion del príncipe generalísimo, tomaron con toda solemnidad las riendas del Estado á últimos del mes de mayo.

Organizada la regencia, se nombró el ministerio compuesto de D. Victor Saez, para Estado; D. Juan Bautista Erro, para Hacienda; D. José Aznarez, para el Interior (creacion nueva); Don José García de la Torre, para Gracia y Justicia; D. Luis Salazar, para Marina, y D. José San Juan, para Guerra.

La misma dureza, la misma intolerancia, la misma estrechez de alma y de principios desplegó esta regencia que las anteriores. Por nuevos decretos y manifestaciones volvió todo al pié antiguo del 7 de marzo de 1820, como en el año 14, al de 1808. Volvió á funcionar la antigua máquina mohosa y carcomida, como si fuera el non plus ultra de la perfeccion humana. Aboliéronse todas las reformas que se habian hecho en los tres últimos años, en términos que mostraban bien el horror de que eran objeto para aquellos flamantes pilotos del Estado. Para coronar dignamente el edificio se crearon los voluntarios realistas, de tan odiosa celebridad en los diez años siguientes de nuestra malhadada historia.

Algunos grandes de España que abrigaban ciertos sentimientos liberales, á quienes disgustaba ó tal vez amedrentaba tanto retroceso, hicieron en 27 de mayo una representacion al príncipe generalísimo, contra manifestaciones tan marcadas con el sello del absolutismo, «Nosotros, esclarecido príncipe, decian entre otras cosas, ponemos al cielo por testigo é invocamos con noble y denodado esfuerzo la memoria de la fidelidad y del patriotismo de nuestros progenitores, y aún nuestra misma conducta durante el otro cautiverio, en crédito de la uniformidad y de la energía de nuestros votos, porque tan grandes bienes se restituyan (1) y se aseguren para siempre á esta grande nacion tan maltratada en este triste y último período, como benemérita de ellos. Acabad, señor, pronta y felizmente el desempeño de vuestro noble encargo; juntad la libertad de un Rey de vuestra sangre, á las justas esperanzas de una nacion amiga de la Francia: que de

(1) Aludian á las palabras en que el príncipe generalísimo manifestaba su resolucion de poner en libertad al Rey, y de que reinasen entre los españoles el órden, la paz y la justicia.

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