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D. VALENTIN JIL VÍRSEDA,

DIPUTADO POR SEGOVIA.

I.

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Ol distinguido segoviano cuya historia tenemos á orgullo poder Freseñar en estas páginas nosotros, que somos la personalidad menos conocida, más humilde y más insignificante de aquella noble provincia, en los muros de cuya capital encontró sagrado apoyo el pendon brillante de los Comuneros de Castilla, cuando marchaban movidos por el sublime sentimiento de la libertad á combatir la tiranía del orgulloso Emperador, que tuvo la tristísima suerte de ensangrentar con el destrozo de los ilustres patriotas, los desde entonces venerables y célebres campos de Lobaton y Villalar; el ventajosamente reputado jurisconsulto de la pátria de Laguna, médico á cuyas cenizas ha dado la nacion un puesto insigne entre las glorias del Panteon Nacional; el honrado y leal custodio de los intereses de esos pueblos que se extienden por las fructiferas llanuras comprendidas entre el agreste Guadarrama y el caudaloso Duero; el consecuente hombre público, de cuyas buenas prendas y limpia fama se oyen unánimes elogios desde hace muchos años en toda la fertilisima comarca por donde corren apacibles el Eresma y el Duraton; el representante fidelísimo de la hidalguia y del expontáneo sentimiento segoviano; el liberal de siempre y ya dos veces Diputado á Córtes Constituyentes D. Valentin Jil Vírseda, es uno de los hombres más dignos de loa y más merecedores del aprecio público entre cuantos la provincia de Segovia tiene.

¡Que aquella tierra donde hubo energía y amor á las instituciones libres, á tal punto, que los romanos con todo su poder no fueron osados negar á Sepúlveda, á Coca y á Segovia el derecho de ciudadanía, la

á

independencia, el fuero de municipios, porque fundada la capital por los expedicionarios de Fenicia, el sentimiento republicano vivia indómito y altivo en la sangre de sus moradores; cuando los legionarios de Roma se enseñorearon de España, y ante aquel sentimiento y á la vista de la Casa de Hércules hubieron de comprender que allí podrian tener amigos más no siervos sumisos, y que allí moraban gentes á quienes, en vez de tiránicos mandatos, tendrian que dar andando el tiempo lisonjas repetidas, como lo hicieron, buscando allí esposas para los Trajanos, y regalándoles, para conservar su valioso afecto, una maravilla de las artes que se llama el Acueducto; aquella tierra donde el despotismo feudal no pudo casi hacer sentir la barbarie de su orgullo; aquella tierra donde las comunidades mantuvieron siempre en altura brillantísima sus derechos, sus sagradas, sus fecundas instituciones liberales, hasta que al ser aventadas las sublimes cenizas de Bravo, de Maldonado y de Padilla, el absolutismo real devoró con el ensañamiento de una hiena todas las magnificencias del régimen popular; aquella tierra donde se creia en otras épocas un abominable sacrilegio bajar la cabeza y cruzarse de brazos ante una ley, ante una palabra, ante un intento de represion, de conculcacion, de menoscabo de la libertad; aquella tierra, despues de haber sido escuchada en ella con entusiasta gozo la voz enérgica y libre de los procuradores de las villas y ciudades, que en el suntuoso recinto del régio Alcázar construido por Abderramen el Grande abogaban con teson por la promulgacion de leyes que confirmasen las preeminencias y exenciones de los pueblos; aquella tierra, lo decimos con profundísimo dolor, tiene hoy muy pocos habitantes defensores de las ideas liberales, pues largos años de monarquismo absoluto y de casi exclusiva preponderancia de un clero por desgracia demasiado amigo de materiales conveniencias, han logrado apagar allí más que en otros puntos de la nacion la fulgorosa idea de la libertad, sustituyéndola por la sombría preocupacion del privilegio, por el error calamitoso de que el hombre ha nacido para vivir en abyecto vasallaje á los caprichos más o menos crueles de un trono absoluto!

Si; en la provincia de Segovia un liberal tan fervoroso como el Sr. Jil Vírseda tiene muchísimo más mérito que en cualquiera otra region de España, porque se necesita una grande inteligencia, una extraordinaria decision y sentimiento de dignidad muy enérgico para no dejarse arrastrar por la fuerza del espíritu neo, que allí està enseñoreado de los pensamientos, en la ciudad lo mismo que en las villas y lugares de todo aquel país. Por esto ¡cuántas veces el autor de estas líneas en la soledad de la noche y al pié del magestuoso Acueducto lloró, cuando era niño, diciendo al jigante de granito:

«Erguido hasta las nubes con tu cerviz de roca, si en torno rujen truenos y brama el aquilon,

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