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nombre fuese olvidado de todos; no podían servir en nada; los provinciales ni querían mandar, menos obedecer.

Intentó por última diligencia satisfacer su queja al pueblo, dejando en su mano el remedio de las cosas públicas, que ellos ya no agradecían, porque ninguno se obliga ni quiere deber á otro lo que se puede obrar por sí mismo; empero ni para justificarse pudo hallar forma de hacer notoria su voluntad á los inquietos, porque las revoluciones interiores, á imitación del cuerpo humano, habían de tal suerte desconcertado los órganos de la república, que ya ningún miembro de ella acudía á su movimiento y oficio.

Á vista de este desengaño se dejó vencer de la consideración y deseo de salvar la vida, reconociendo últimamente lo poco que podía servir á la ciudad su asistencia, pues antes el dejarla se encaminaba á la lisonja ó á remedio acomodado á su furor. Intentólo, pero ya no le fué posible, porque los que ocupaban la tarazana y baluarte del mar, á cañonazos habían hecho apartar la una galera, y no menos porque para salir á buscarla á la marina, era fuerza pasar descubierto á las bocas de sus arcabuces. Volvióse, seguido ya de pocos, á tiempo que los sediciosos á fuerza de armas atropellaban las puertas; los que las defendían, entendiendo la causa del tumulto, unos les seguian, otros no lo estorbaban.

Á este tiempo vagaba por la ciudad un confusísimo rumor de armas y voces; cada casa representaba un espectáculo; muchas se ardían, muchas se arruina

ban, á todas se perdía el respeto y se atrevía la furia; olvidábase el sagrado de los templos, la clausura é inmunidad de las religiones fué patente al atrevimiento de los homicidas; hallábanse hombres despedazados sin examinar otra culpa que su nación; aun los naturales eran oprimidos por crimen de traidores: así infamaban aquel día á la piedad, si alguno abrió sus puertas al afligido ó las cerraba al furioso. Fueron rotas las cárceles, cobrando no sólo la libertad, mas autoridad los delincuentes.

Había el Conde ya reconocido su postrer riesgo, oyendo las voces de los que le buscaban pidiendo su vida; y depuestas entonces las obligaciones de grande, se dejó llevar fácilmente de los afectos de hombre; procuró todos los modos de salvación, y volvió desordenadamente á proseguir en el primer intento de embarcarse; salió segunda vez á la lengua del agua, pero como el aprieto fuese grande, y mayor el peso de las aflicciones, mandó se adelantase su hijo con pocos que le seguían, porque llegando al esquilfe de la galera, que no sin gran peligro los aguardaba, hiciese como lo esperase también; no quiso aventurar la vida del hijo, porque no confiaba tanto de su fortuna. Adelantóse el mozo, y alcanzando la embarcación, no le fué posible detenerla (tanta era la furia con que procuraban desde la ciudad su ruina); navegó hacia la galera, que le aguardaba fuera de la batería. Quedóse el Conde mirándola con lágrimas, disculpables en un hombre que se veía desamparado á un tiempo del hijo y de las esperanzas; pero ya cierto de

su perdición, volvió con vagorosos pasos por la orilla opuesta á las peñas que llaman de San Beltrán, camino de Monjuich.

Á esta sazón, entrada su casa y pública su ausencia, le buscaban rabiosamente por todas partes, como si su muerte fuese la corona de aquella victoria; todos sus pasos reconocían los de la tarazana: los muchos ojos que lo miraban caminando como verdaderamente á la muerte, hicieron que no pudiese ocultarse á los que le seguían. Era grande la calor del día, superior la congoja, seguro el peligro, viva la imaginación de su afrenta; estaba sobre todo firmada la sentencia en el tribunal infalible; cayó en tierra cubierto de un mortal desmayo, donde siendo hallado por algunos de los que furiosamente le buscaban, fué muerto de cinco heridas en el pecho.

Así acabó su vida Don Dalmau de Queralt, Conde de Santa Coloma, dando famoso desengaño á la ambición y soberbia de los humanos, pues aquel mismo hombre, en aquella región misma, casi en un tiempo propio, una vez sirvió de envidia, otra de lástima. ¡Oh, grandes, que os parece nacísteis naturales al imperio! ¿Qué importa, si no dura más de la vida, y siempre la violencia del mando os arrastra tempranamente al precipicio?

DON GASPAR MELCHOR DE JOVELLANOS

(1744-1811)

La Memoria en defensa de la Junta Central fué escrita un año antes de la muerte del autor.

El siglo xvi es de gran decadencia de la prosa. Apenas se empleaba ésta más que en la exposición doctrinal y en la controversia; abundan los investigadores de la historia, Berganza, Flórez, Masdeu, Mayans; pero si sus escritos están muy llenos de crítica, carecen de estilo, y la historia como arte no se escribe hasta Quintana; la novela no tiene otra manifestación notable que el Fray Gerundio del Padre Isla; en fin, apenas se hallarán sino dos maneras de prosa: la didáctica y la polémica. A consecuencia de esta poÁ breza de vida literaria, los buenos escritores de este siglo encontraban una gran dificultad en su camino, pues lejos de disponer de una lengua artística favorable, la hallaron estragadísima, teniendo que aplicar cuidado y atención muy especiales en huir los muchos defectos en que abundaba la lengua que entonces se escribía ordinariamente. El vocabulario de la lengua escrita andaba muy menguado por el mal gusto de amanerados autores, que ni se inspiraban en los clásicos nacionales ni en el habla viva del pueblo; su principal fondo lo formaban de un lado los latinismos extravagantes y los términos abstractos introducidos á manos llenas en la poesía y en la oratoria por los culteranos, y en la prosa por los conceptistas, y de otra parte gran caudal de galicismos que se desbor

daba merced al gran favor que en toda Europa gozaban entonces las ideas y los libros franceses.

Jovellanos consiguió expurgar su dicción de estos viciosos elementos; y si en las oraciones académicas y discursos de su primera época no lo consiguió del todo, en la Memoria de la Ley Agraria y en la Defensa de la Funta Central aparece su estilo muy aliviado de cultismos y libre de galicismos. Sin embargo, entiéndase esto último respecto del galicismo en el vocabulario, que era fácil de desterrar cuando ya existía el Diccionario académico de autoridades, que permitía averiguar rápidamente si tal vocablo estaba ó no autorizado por nuestros buenos escritores; pero el galicismo en la sintaxis, como es más difícil de reconocer y de estudiar, escapó con mayor facilidad á las persecuciones de nuestros más esmerados prosistas 1.

Jovellanos puede pasar por el mejor tipo de prosa que nos ofrece el siglo xvш; en él aparecen reunidos con feliz tino los elementos de la lengua clásica, con los elementos nuevos que eran necesario acoger para reflejar el pensamiento moderno, predispuesto á giros distintos que los habituales en los autores antiguos, y preocupado de materias por ellos no tratadas, como las relacionadas con la economía.

Jovellanos era ciertamente un purista, que buscaba restaurar en lo posible la castiza lengua de nuestros clásicos; pero no era radical en esta tendencia, como lo fué Vargas Ponce, que cayó en una exageración sistemática de arcaísmo; el purismo de Jove

I En la misma Defensa de la Junta Central escribía Jovellanos frases como esta: «no sólo nos tachan de usurpadores de la autoridad, no sólo atribuyen esta usurpación á un espíritu el más conocido y descubierto de ambición y amor propio, sino que para darle todo el carácter de la tiranía, la califican de violenta forzada.» (I. 25.) La expresión: «à un esprit, le plus connu et le moins caché, d'ambition et d'amour prope» sería en francés correcta y aceptable; sin embargo, es menos corriente que la otra con artículo definido: «à l'esprit le plus connu> que también es semejante á la de Jovellanos.

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