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Para remediar estos abusos, alguna vez ha pensado el gobierno en prohibir el uso de los palos; pero ¡ pobre país si esto sucediera! Los hombres naturalmente tímidos y amantes de su conservación, gustan de llevar consigo alguna prevención, alguna defensa contra los insultos que les amenazan. Prohibido el uso de los palos, entrará sin duda el de las navajas y cuchillos, armas mortíferas que hacen á otros pueblos insidiosos y vengativos, y enervan y extinguen el valor y la verdadera bizarría.

Ni por este uso debe usted tachar de bárbaros á mis paisanos. Semejantes escenas, además de interesar en gran manera la curiosidad por cuanto hieren fuertemente la imaginación de los espectadores, son muy del gusto de los pueblos no corrompidos por el lujo, y en cierto modo están unidas á la condición misma de la humanidad. «El hombre, dice el sabio Fergusón, es demasiado propenso á las lides y á emplear sus facultades naturales contra cualquiera enemigo: gusta de ensayar su razón, su elocuencia, su constancia, y aun su vigor y fuerzas corporales. Sus recreos son muchas veces imagen de la guerra, el sudor y la sangre suelen correr en sus juegos, y las fracturas y aun la muerte dan término alguna vez á las fiestas y pasatiempos de su ociosidad. Nacido para morir, hasta en su diversión halla su camino para el sepulcro.....

Dejemos, pues, á los pueblos frugales y laboriosos sus costumbres, por rudas que nos parezcan, y creamos que la nobleza del carácter en que tienen

su origen merecen por lo menos esta justa condescendencia.

Pero las danzas de las asturianas ofrecen ciertamente un objeto, si no más raro, á lo menos más agradable y menos fiero que las que acabamos de describir. Su poesía se reduce á un solo cuarteto ó copla de ocho sílabas, alternado con un largo estrambote, ó sea estribillo, en el mismo género de versos, que se repite á ciertas y determinadas pausas. Del primer verso de este estrambote que empieza:

Hay un galán de esta villa,

vino el nombre con que se distinguen estas danzas. El objeto de esta poesía es ordinariamente el amor, ó cosa que diga relación á él. Tal vez se mezclan algunas sátiras ó invectivas, pero casi siempre alusivas á la misma pasión, pues ya se zahiere la inconstancia de algún galán, ya la presunción de alguna doncella, ya el lujo de unos, ya la nimia confianza de otros, y cosas semejantes.

Lo más raro y lo que más que todo prueba la sencillez de las costumbres de estas gentes, es que tales coplas se dirigen muchas veces contra determinadas personas; pues aunque no siempre se las nombra, se las señala muy claramente, y de forma que no pueda dudarse del objeto de la alabanza ó de la invectiva. Aquella persona que más sobresale en el día de la fiesta por su compostura ó por algún caso de sus amores; aquel suceso que más reciente es y

notable en la comarca; en fin, lo que en aquel día ocupa principalmente los ojos y la atención del concurso, eso es lo que da materia á la poesía de nuestros improvisantes asturianos. Ya ve usted si les será fácil indicar las personas sin nombrarlas expresa

mente.

Supongo que para estas composiciones no se valen nuestras mozas de ajena habilidad. Ellas son las poetisas, así como las compositoras de los tonos, y en uno y otro género suele su ingenio, aunque rudo y sin cultivo, producir cosas que no carecen de numen y de gracia. Pondréle á usted dos ejemplos, entre mil que pudiera señalar, y si no entiende el dialecto, tenga paciencia, que otros le entenderán.

En una de estas romerías á que concurrió cierto amigo mío, se había presentado una fea que, entre otros adornos, llevaba una redecilla muy galana y de color muy sobresaliente. Al instante fué notada de las mozas, que le pegaron esta banderilla:

Quítate la rede negra

y ponte la colorada,
para que llucia la rede

lo que non llu la tó cara.

En otra romería corrían muchos rumores acerca del susto que daba á un recién casado el galanteo que con su mujer traía cierto caballerete de la Quintana. El novio, que por la cuenta era espantadizo, andaba no poco cabizbajo con esta sospecha. Se hizo público

su cuidado, y al punto mis trovadoras soltaron su vena, y le consolaron con esta copla:

El que tien la mujer guapa

cabo cas de los señores,

más trabajo tien con ella

que en cavar y fer borrones.

apo

También este uso puede tener muy fundada logía. En ninguna parte hiere tanto la sátira como donde es grande la corrupción de las costumbres, ó porque allí se aguzan más sus dardos, ó porque allí está el hombre más necesitado de tener corrido el velo de sus imperfecciones. Al contrario, la inocencia es tan tarda en sospechar el mal, como pronta y franca en decirle. Pero cuando le dice no le insulta, no le acrimina, ni, por decirlo así, le condena. Pudiera creerse que no le publica para castigarle, sino que le zahiere para descubrirle. Otra coplita bien singular probará á usted la sencillez de corazón con que nuestras asturianas cometen esta especie de imprudencia.

Era yo bien niño cuando el Ilmo. Sr. D. Julio Manrique de Lara, obispo entonces de Oviedo, se hallaba en su deliciosa quinta de Contrueces, inmediata á Gijón, el día de San Miguel. Celebrábase allí aquel día una famosa romería, y las mozas, como para festejar á su ilustrísima, formaron su danza debajo de los mismos balcones de palacio. El buen prelado, que estaba en conversación con sus amigos, cansado del guirigay y la bulla de las cantiñas, dió

orden para que hicieran retirar de allí las danzas: sus capellanes fueron ejecutores del decreto, que se obedeció al punto; pero las mozas, mudando de sitio, bien que no tanto que no pudiesen ser oídas, armaron de nuevo su danza, cantando y recantando esta nueva letra, que su ilustrísima celebró y oyó con gusto desde su balcón gran parte de la tarde:

El señor obispo manda

que s'acaben los cantares;
primero s'an d'acabar

obispos y capellanes.

Los estribillos con que se alternan estas coplas son una especie de retahila que nunca he podido entender; pero siempre tienen sus alusiones á los amores y galanteos, ó á los placeres y ocupaciones de la vida rústica. Los tonos son siempre tiernos y patéticos, y compuestos sobre la tercera menor. Llevan la voz de ordinario tres ó cuatro mozas de las de más gallarda voz y figura, colocadas á la frente del coro, y las otras van repitiendo ya la mitad de la copla, ya el estribillo, á cuyo compás giran todas sin interrupción sobre un mismo círculo, pero con lentos, uniformes y bien acordados pasos. Entretanto resuena en torno una dulce armonía, que penetrando por aquellos opacos y silenciosos bosques, no puede oirse sin emoción ni entusiasmo.

No constan estas danzas, como nuestros modernos bailes, de fuertes y afectadas contorsiones, propias para expresar unas pasiones violentas y arti

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