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ción que, siendo estos señores en todo lo demás grandes seguidores, ó por mejor decir, grandes esclavos de su deleite, en esto sólo se olvidan dél, y pierden por un vicioso dormir lo más deleitoso de la vida, que es la mañana.

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Porque entonces la luz, como viene después de las tinieblas y se halla como después de haber sido perdida, parece ser otra y hiere el corazón del hombre con una nueva alegría, y la vista del cielo entonces, y el colorear de las nubes y el descubrirse el aurora (que no sin causa los poetas la coronan de rosas), y el aparecer la hermosura del sol, es una cosa bellísima. Pues el cantar de las aves, ¿qué duda hay sino que suena entonces más dulcemente? y las flores y las yerbas y el campo, todo despide de sí un tesoro de olor. Y como cuando entra el rey de nuevo en alguna ciudad se adereza y hermosea toda ella, y los ciudadanos hacen entonces plaza y como alarde de sus mejores riquezas; así los animales y la tierra y el aire, y todos los elementos, á la venida del sol se alegran, y como para recibirle, şe hermosean y mejoran y ponen en público cada uno sus bienes. Y como los curiosos suelen poner cuidado y trabajo por ver semejantes recibimientos, así los

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I Homero calificó á la Aurora de dedos de rosa y según él todos los poetas clásicos; Ovidio llámala rosea dea (Ars. am. III. 84). Claro es que en el renacimiento esta denominación era un lugar común, Cervantes la llamó rosada aurora (Quijote I. 2).

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Hacer plaza no está registrado en los diccionarios con el sentido que aquí tiene de hacer ostentación». Sólo se le apunta el significado de «sacar á la plaza ó publicar una cosa..

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hombres concertados y cuerdos, aun por solo el gusto, no han de perder esta fiesta que hace toda la naturaleza al sol por las mañanas; porque no es gusto de un solo sentido, sino general contentamiento de todos, porque la vista se deleita con el nascer de la luz y con la figura del aire y con el variar de las nubes; á los oídos las aves hacen agradable armonía; para el oler, el olor que en aquella sazón el campo y las yerbas despiden de sí es olor suavísimo; pues el fresco del aire de entonces templa con grande deleite el humor calentado con el sueño, y cría salud y lava las tristezas del corazón, y no sé en qué manera le despierta á pensamientos divinos antes que se ahogue en los negocios del día.

Pero, si puede tanto con estos hijos de tinieblas el amor dellas, que aun del día hacen noche, y pierden el fruto de la luz con el sueño, y ni el deleite, ni la salud, ni la necesidad y provecho que dicho habemos, son poderosos para los hacer levantar, vuestra merced que es hija de luz, levántese con ella, y abra la claridad de sus ojos cuando descubriere sus rayos el sol, y con pecho puro levante sus manos limpias al Dador de la luz, ofresciéndole con santas y agradescidas palabras su corazón, y después de hecho esto, y de haber gozado del gusto del nuevo día, vuelta á las cosas de su casa, entienda en su oficio.

I Figura dice la edición de Salamanca 1 586, pero debe ser errata.

EL P. JUAN DE MARIANA (1536-1623)

Su Historia de España latina salió á luz por primera vez en Toledo en 1 592; en la misma ciudad se publicó la primera edición romanceada en 1 601.

La historiografía contaba ya en España con diestros investigadores, que habían rectificado multitud de errores de la historia tradicional mediante el estudio crítico de crónicas, diplomas, inscripciones, etc.; tales eran Garibay, Ambrosio de Morales, Zurita. Mariana no se sentía inclinado á estas tareas, pues las suyas habituales eran las del teólogo y moralista; sólo como ocupación accesoria se dedicó á componer la Historia de España. Así que no se propuso continuar los estudios especiales en averiguación de la verdad, sino que contentándose con lo hecho por otros, como en sus obras echaba de menos el arte de la narración, no aspiraba sino á poner en orden y estilo lo que otros habían recogido. Su única preocupación fué, pues, la narración agradable; escoge en las diversas fuentes que maneja la versión de los hechos que buenamente le parece más verdadera, y luego, la expone sin reparo crítico alguno; sucediendo más de una vez que la hermosura de un relato fabuloso le atrae y obliga á acogerlo sin expresar la menor duda, pues lo que él pretendía era hacer, más que una historia averiguada, una historia literaria y nacional, de la cual nada bello y nada heróico debía ser excluído. Ciertamente que consiguió tal propósito; su obra es hasta ahora el más digno monumento

en honor de la historia y tradiciones españolas, como lo es Tito Livio de las romanas.

En el estilo de esta obra se ven claramente influencias, tanto de la índole personal del autor como de sus lecturas habituales. La entereza de carácter y la austeridad de pensamiento de Mariana se reflejan en su narración histórica, á veces seca, pero que sabe revestirse siempre de un aire de autoridad y decoro que, como dice Capmany, « apenas distingue uno después si son las cosas ó las palabras las que aparecen grandes y majestuosas.» Ni aun en las arengas es declamador ó retórico.

Las habituales tareas de teólogo, político y moralista á que se consagró Mariana hacen que su narración no sólo esté llena de máximas y aforismos según la costumbre general de los historiadores de la época, sino que se desvíe más o menos visiblemente para obligarla á correr por el cauce de las ideas filosóficas y sociales del autor.

Su cultura clásica le hace imitar á Tito Livio en la manera amplia y tranquila de relatar y á Tácito en las sentencias y reflexiones amargas con que moraliza constantemente el relato. Además, como Mariana había escrito primero su obra en latín, de aquí que al romancearla conservara algún dejo de construcción latina como el que apuntamos en la nota de la pág. 100.

En fin, la obligada lectura de crónicas castellanas de los siglos XIV y xv, le encariñó con el lenguaje viejo, y de ellas se le pegaron multitud de arcaísmos, como: aina (presto, luego), al (otro), asaz (bastante, harto), ca (porque; muy usado por Mariana, y algo también por Fray Luis de Granada), dende (desde allí), hobo (hubo), maguer (aunque), suso (arriba). Sin duda esto tenía por objeto revestir así el lenguaje de un aspecto más venerable. Razón tenía Saavedra Fajardo al decir en su República literaria que así como otros se

tiñen las barbas por parecer mozos, Mariana se las teñía por hacerse viejo. Lo cierto es que con ser la Historia de España treinta años posterior á la Guerra de Granada de Mendoza, representa un lenguaje mucho más antiguo. Este no es defecto especial de Mariana, quien sabe de algún modo mantener en un límite prudente el arcaísmo; las Crónicas ejercían tal atractivo sobre los que las leían, que á los poetas que sacaban de ellas romances ó comedias les hacían imitar su lenguaje arcáico con mucha más exageración que á Mariana, pues llegaban á escribir toda una obra contrahaciendo la fabla antigua.

HISTORIA DE ESPAÑA

Libro XVII, capítulo XIII.

Muerte del Rey Don Pedro el Cruel, 22 ó 23 Marzo, 1369. En el capítulo anterior contó Mariana cómo Don Enrique vuelto de Francia, allegó en rededor suyo muchos partidarios, le recibieron por Rey Burgos y otras ciudades y cercó á Toledo que aún se mantenía por Don Pedro.

El Rey Don Pedro, desamparado de los que le podían ayudar y sospechoso de los demás, lo que sólo restaba, se resolvió de aventurarse, encomendarse á sus manos y ponerlo todo en el trance y riesgo de una batalla; sabía muy bien que los reinos se sustentan y conservan más con la fama y reputación que con las fuerzas y armas. Teníale con gran cuidado el peligro de la real ciudad de Toledo; estaba aquejado y pensaba cómo mejor podría conservar su reputación. Esto le confirmaba más en su propósito de ir en busca

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